Capítulo 29: El mismísimo Maradona + Aviso
Había tomado una decisión estúpida, una decisión de último momento. Lo cual la hacía doblemente estúpida.
Conocería al club de los cobardes de una u otra manera. Claro que esto no implicaba acercarme a la mesa número dos, limitarme a curiosear desde lejos era mi estrategia principal. Mi plan no resultó, en mi defensa la distancia complica escuchar, y ahí estaba el resultado: encaminándome a ese grupo de desconocidos mientras Miriam me observaba horrorizada, como si fuera un muerto que escapara de su tumba.
Yo, en cambio, me encontraba más tranquilo. Ya había considerado la idea de verme descubierto, teniendo en cuenta mi torpeza y suerte no podía fiarme de un milagro. Eran seis contra uno, tenía todas de perder, necesitaba prepararme mentalmente.
—¿Miriam?
—Ese es mi nombre —respondió con pesar ante mi fingida sorpresa. Desde que nuestras miradas habían coincidido se había puesto pálida y en cada paso daba la sensación de perder el poco color que conservaba—. ¿Qué haces aquí?
—Vine a tomar algo. Típico del viernes, ¿no? —inventé con una sonrisa, aparentemente relajado para no levantar sospechas ante el grupo de desconocidos. A mí me benefició que el sitio estaba cerca de casa, era mi excusa—. ¿No me presentas a tus amigos?
Miriam perdió el habla, le dio un vistazo al resto como si estuviera improvisando una buena mentira. El tiempo se le terminó cuando la mujer morena que estaba frente a ella respondió por todos.
—Somos el club de...
—¡De boliche! —le interrumpió alarmada, azotando su mano contra la mesa—. El club de boliche. Somos el club de boliche.
—¿Boliche? No sabía que jugabas boliche.
—Nunca me preguntaste —se justificó nerviosa encogiéndose de hombros.
—¿Y este quién es? —escupió la que di por hecho era Alba, por su dulce carácter no podía ser más que ella.
—Arturo Jiménez —respondí extendiendo mi mano. Ella no la tomó, pero otra mujer sí.
De pronto el interés de la mesa recayó en mi persona, restándome seguridad. «¿A cuántos de ellos podría engañar?» Repasé los rostros intentando acertar en sus nombres, preguntándome si alguien me había atrapado. Ni una, ni otra.
—¿Tú eres Arturo?
—¿Ya las habías hablado de mí? —le pregunté a Miriam con una sonrisa.
—¡No! Claro que no, ella es adivina —se excusó deprisa señalando a Tía Rosy—. Por eso acierta los nombres.
—¿En serio? —Reí intrigado por cómo sostendrían esa mentira—. ¿Que más sabe sobre mí?
—De Guadalajara. Trabajan juntos. Tú tienes nombre de telenovela —enlistó uno por uno, cerrando los ojos y frotándose el mentón.
—Es realmente buena —acepté.
Miriam sonrió agradecida, hasta que su gesto se esfumó por completo cuando la mujer me tomó del brazo para jalarme hacia el asiento que estaba desocupado entre ellos.
—Pero siéntese. Me presento, mi nombre es Rosa, pero tú dime Rosy o Tía Rosy. Tía porque aún estoy joven, que digo joven, súper joven. Una muchachona apenas —dijo. Había acertado en mi apuesta—. Y también la maestra de estos principiantes.
—¿Maestra? —Miriam se aferró asustada al filo de la mesa.
El hombre de lentes imitó su reacción, me pareció que estaba a un paso de levantarse y saltar por la ventana, empezó a toser incómodo y no se calló hasta que la pelirroja le dio un golpe en la espalda que debió doler.
—Sí, cobro cincuenta pesos por clase —aseguró sin echarse para atrás. Después pasó su mirada severa por la de todos los presentes—. Por cierto, ninguno me ha pagado. Yo no regalo mi conocimiento.
—¿Yo también puedo unirme? —le pregunté siendo el primero en sacar el dinero. Era mi oportunidad para colarme.
—Hasta la pregunta ofende —respondió de buen humor—. A ver los demás, saquen la lana no se hagan tontos.
La pelirroja resopló arrojando de mala gana el billete sobre la mesa. Esa tenía que ser Alba porque la otra chica era demasiado joven.
—A mí nadie me preguntó, pero mi nombre es Emiliano —se presentó el chico moreno de uno de los costados mientras todos entregaban el pago. Reparé por primera vez en su silla de ruedas, eso no me daba pista sobre de quién podría tratarse—. En este instante no tengo ni idea por qué me inscribí en esto, tú no intentes adivinarlo.
Eso sí. Rayo McQueen.
—Mucha charla y poca acción, todos arriba —nos animó Tía Rosy poniéndose de pie y aplaudiendo como si estuviera haciendo calentamiento—. Empieza la lección número one. Uno, para que me entiendan los que reprobaron inglés.
—Esto es una jodida broma —chistó entre dientes Alba arrastrando la silla de mala gana.
—Cuida esa boquita. No sea altanera con su maestra —la amenazó—, que la saco de la clase y no hago reembolso.
—Yo no puedo jugar —aclaró Miriam tomando su bolsa, nerviosa—. ¡Que tonta fui! ¿Cómo no lo noté? Llevo tacones, ¿ven? Puedo matarme al dar un mal paso. Nadie quiero eso, ¿verdad? Suerte a todos ustedes —se despidió con un ademán tomándome del brazo—. Arturo, deberíamos irnos ya, no tiene ni caso estar aquí.
—Uy, que listilla. No sea cobarde. Vamos a rentar unos zapatos de bolos y asunto arreglado —propuso Tía Rosy que parecía disfrutar de su angustia—. Acompáñame, muchacho, que quiero saber más de usted. —Yo obedecí porque si alguien podía obtener información era de esa mujer que no tenía filtros—. Miriam ya nos había hablado un poco de ti.
—¡Eso no es cierto!
—Sí, sí lo es —la contradijo, restándole importancia. Le sonreí y ella escondió la cabeza entre sus manos—. Pero nunca mencionaste que era guapo —me halagó dándome un codazo con más fuerza de la recomendada. Mi sonrisa se tornó incomodo—. Siempre platica puras bobadas y lo importante se lo guarda. Bastante desconsiderada esta niña.
No supe qué contestar, agradecí que una chica desde la zona de atención llamara su atención.
—¡Tía Rosy! —la saludó anudando su cabello largo y castaño. Nos observó curiosa—. Hace mucho que no te veía por aquí.
—Lo sé. Me deprimí porque extrañaba a mis anteriores pupilos, que ya están triunfando por el mundo —fingió desconcertando a la muchacha—, pero he vuelto con todo para esta nueva generación.
Ella acomodó sus lentes y sonrió incrédula. Lo entendió, se preparó para gozar el espectáculo que la mujer se estaba inventando sin lógica.
—¿Alumnos?
—Claro. No es por presumir, que es justo lo que voy a hacer —aclaró—, he tenido alumnos de los grandes, con decirles que entrené al mismísimo Maradona.
—¿Qué?
—¿Maradona no era futbolista?
—¿Y qué? ¿Acaso no puede tener un hobby? —la interrogó molesta al ponerla en evidencia—. No todo es trabajo, Miriam, también hay salidas, descanso, recreación.
—Exacto —la apoyé siguiendo la lógica. Miriam alzó una ceja colocando sus mano en la cintura—. Lo siento, pero ella tiene toda razón.
—Claro que tengo toda la razón —repitió ofendida por la duda—. Jimena, dile que tan buen maestra soy.
—¿Del uno al diez? Mil —contestó alzando la mano izquierda. Yo creí era sarcasmo, pero Tía Rosy hizo una reverencia que probaba era verdad.
—Y ella promete con la mano más cercana al corazón así que no miente.
Fantástico argumento que ninguno se atrevió a contradecir. La chica atendió a Miriam que sin entusiasmo recibió los zapatos. No podía escapar.
Yo tampoco.
—Una duda tonta —regresé sin que las dos se dieran cuenta, cuando se marcharon. Ella asintió dispuesta a escucharme—. ¿Cómo se juega?
—¿No confía en su instructora?
Giré contemplando a Tía Rosy que estaba haciendo sentadillas. Sentadillas para jugar bolos.
—Preferiría unos pequeños consejos extras —admití cuidando no ofenderla.
No lo hizo.
—Primero escoge la bola adecuada para usted —enumeró despacio para que mentalmente pudiera notarlo. Ese paso era sencillo—. Número dos...
—¡Arturo, ven aquí! —me llamó Tía Rosy que no pensaba iniciar la tortura, digo la clase, sin mí.
—Trate de no morir —terminó cuando notó el tiempo se acababa—. Ese es técnicamente el paso más importante.
—¿Usted sabe si este lugar tiene seguro de gastos funerarios?
—¡Arturo!
Era tarde. No me libraría de esta castigo. Tía Rosy regresó para llevarme hasta la zona de juego. Me sentí mejor al ver la cara de susto de todo el club, al menos no solo yo temía por mi integridad. El único que sonreía era Emiliano.
—Voy a armar pareja.
—¿Para ayudarnos? —cuestionó aliviada la más joven.
—Para que se destrocen entre ustedes —la corrigió provocándole un gesto de horror. Ahora la que sonreía era Alba—. Las reglas son fáciles de recordar. Está prohibido matar a su oponente. Si quieren agarrarse a trancazos, nada de usar las bolas porque si las dañan me las cobran, todo a puño limpio.
—¿Esto es boliche o lucha libre? —preguntó el hombre de lentes visiblemente desconcertado. Ese debía ser el extranjero, aunque me faltaba el nombre.
Tía Rosy afiló la mirada en respuesta.
—Olviden la segunda regla, pueden darse con todo.
—¡Esto ya se puso bueno! ¡Amo este juego! —celebró Emiliano. Alba chocó las palmas con él—. ¿Cómo decidimos quién contra quién?
—Como lo hacen los verdaderos titanes. Disparejo, cara de conejo —canturreó meciendo su mano de un lado a otro. Pensé de trataba de una broma, pero no, terminé tomando el ritmo antes de que me descalificaran. Pulgares arriba con excepción de dos—. Pao y Emiliano.
—No tengas compasión de mí —le recomendó él a una tímida Pao que era incapaz de mantener sus manos quietas—, porque yo no la tendré contigo. Me concentraré, tomaré la... Espera un momento... ¿Como haré yo para jugar sino alcanzo la bola?
La maestra maravilla había olvidado un dato clave. Todos ansiábamos una respuesta. Tía Rosy no se dejó amedrentar por el interés general.
—Los límites están en tu mente —respondió ella con aire filosofal, e improvisado, sin solucionar nada.
—¿Qué?
Volvió a tomarnos todos por sorpresa con la dichosa canción evadiendo las cuestiones.
Los dos equipos restantes se decidieron al azar. Miriam suspiró aliviada cuando se dio cuenta que era yo su contrincante. Debió pensar que tenía el juego ganado porque me trataba de una presa fácil. Estaba en todo lo correcto.
Pao quiso empujar la silla de Emiliano para dirigirse a la zona de lanzamiento, pero él no necesitaba ayuda. Sabía el camino y cómo llegar. Admiré su independencia.
—Si quieres podemos cancelar el juego —propuso ella cuando Tía Rosy le tendió una bola a cada uno. Casi se le dispararon los ojos porque la tomó como si estuviera hecha de algodón.
—¿Y perder sin intentarlo? Ni de broma. No te preocupes, sé defenderme bastante bien —aseguró con una risa para tranquilizarla.
O eso pensé yo, en realidad Emiliano se las ingenió para no dejarse vencer. Balanceó la bola con el brazo y la lanzó a la distancia. Tía Rosy hizo una mueca de espanto al escuchar cómo se estrelló contra el piso encerado, pero él ni se inmutó porque su atención estaba concentrada en el trayecto veloz de la esfera.
—¡Seis de diez! —celebró ante el asombro del resto, elevando los brazos—. A ver si alguien lo supera.
Tía Rosy se sentó para recuperarse del susto.
Alba resopló y se apartó al lugar que le correspondía. De cerca la siguió el hombre que parecía no tener ni la mínima de qué hacer.
—No te preocupes por el resultado —anticipó en un intento de caballerosidad que no le arrebató ni una sonrisa a Alba. Ella estaba más ocupada en escoger el instrumento adecuado para derrotarlo—. Creo que eso significa que yo sí debo hacerlo —murmuró observando la determinación de la muchacha.
Yo también tendría miedo.
Alba no respondió, se acercó a pasos firmes hasta la línea donde enfocó su objetivo. Su mirada gritaba que ganaría a toda costa. No sé cómo al hombre se le ocurrió acercase para curiosear cuando estaba claro que a ella le importaba un bledo dónde se encontraba.
Miriam ahogó un grito, cerró los ojos y se sostuvo de mi brazo al contemplar como Alba estuvo a nada de romperle la cara en su intento por tomar impulso.
—Demonios. Cinco de diez —chistó entre dientes.
Cuando volteó para visualizar el estado de su enemigo abrió los ojos al hallarlo en el suelo buscando los lentes que le había arrebatado.
—Tenga más cuidado, señor. Así suceden los accidentes —lo regañó pasándole los anteojos.
Tía Rosy se carcajeó sin disimulo. Siempre preocupada por la seguridad de sus pupilos.
Miriam negó ante su actitud, pero se sentó en uno de los sillones para cambiarse incómoda los tacones por el calzado que le habían prestado.
Yo la observé de reojo desde la bolera fingiendo estar ocupado como todo un profesional comparando pesos, tamaños y colores. Tan atento en mi labor que en un descuido dejé caer la maldita bola y teniendo todo el mundo para aterrizar lo hizo en mi pie. En mi pie.
Me recité mentalmente todo el diccionario, en español e inglés. Agité mi pierna intentando calmar el dolor que empezaba a nublarme los sentidos. Hice tantas muecas que debí parecer un mimo. Y entre tanto seguro escapó una queja, o varias, que mi compañera debió escuchar.
—¡Arturo! ¿Estás bien? —se aproximó Miriam preocupada. Lo hubiera valorado de no ser porque tenía otra prioridad—. Que pregunta más idiota, claro que no. Siéntate, por favor.
No tuvo que decírmelo dos veces.
—Ay, Arturo, solo a ti te pasan estas cosas —comentó sin saber qué hacer. Yo permanecí callado, muriendo lentamente por dentro. «Yo ya sabía que no saldría bien librado de esto»—. ¿Te habrás fracturado? Ojalá que no. Por favor no.
—Miriam.
—En ese caso tendríamos que llevarte al médico —reflexionó de un lado a otro. Tampoco era para tanto—. Yo puedo llevarte.
—Miriam.
—Aunque tendría que pasar primero por la gasolinera porque tengo el tanque vacío. —Frenó al recordarlo—. Quizás sea mejor llamar a una ambulancia al tratarse de una urgencia.
—Miriam.
—¡¿Qué?!
—Ya estoy bien —interrumpí su crisis, en un intento por no reírme de su histeria. Miriam hizo una mueca de enfado porque no la tomaba en serio y me burlaba de su angustia. Aceptaba mi culpa.
Disfruté del sonido de su risa cuando renunció a su faceta dura.
—Eres un bobo, Arturo —dictó más tranquila, tomando asiento en uno de los sillones rojos—. ¿Te duele mucho?
—No, pero no se lo digas a tu amiga, lo tomaré de excusa para no ponerme de pie —le confesé en complicidad. Ella sonrió porque también le beneficiaba.
—¿Por qué te has inscrito sino querías jugar? —me interrogó perspicaz cruzando sus brazos.
—Quería hablar contigo —me sinceré.
Era mejor no darle tantas vueltas.
—¿No hubiera sido más sencillo que me lo pudieras desde el inicio? —preguntó golpeando levemente mi pie.
—Y perder la oportunidad de romperme un hueso gratis. No, gracias. Esto se vive una vez en la vida, o varias depende de la torpeza de cada uno. Además tus amigos me cayeron bien, son peculiares —añadí visualizando cómo luchaban por un punto como si fuera la presidencia del país.
—Lo son —me dio la razón divertida.
—Lamento lo de esta tarde, Miriam —solté de golpe, aprovechando que ninguno de los dos podía huir. No quería que el lunes volviéramos sin dirigirnos la palabra a la oficina—. No buscaba incomodarte.
—No te disculpes. Yo te reté, era un juego y cuando perdí no reaccioné bien. Eso habla peor de mí, ¿sabes? Lamento haberte dejado de hablar por una tontería cuando siempre has sido tan bueno conmigo.
—No... Es decir, sí. No. Sí. No.
—Arturo, no recuerdo el orden en que dije las cosas. Tienes que ser más específico —se burló ante mi titubeo.
No había sido un juego. En verdad la quería. Estaba aquí por ella.
Quise decírselo, pero mis inseguridades amarraron mi lengua. Era ridículo, pero en ese momento tenía clavado en mi cabeza que las personas siempre escogerían a otras sobre mí. Tal vez solo culpaba a Ana de algo que me atormentaba desde hace años, porque dentro de mí asumía nunca sería suficiente.
Noté la pulsera en su muñeca, el regalo de Sebastián. Miriam estaba enamorada de nuestro jefe. Me rechazaría, era evidente porque sus sentimientos hacia él no podían morir de un día a otro. Si me declaraba ahora solo obtendría una negativa y tendría que lidiar con una relación forzada e incómoda como la de esa tarde. Aún no estaba listo.
Recordé el mensaje de esa tarde. Tenía una oportunidad, solo debía esforzarme y transformar esa simple confusión en una realidad. Recordando antiguas conversaciones surgió el plan perfecto para lograrlo.
¡Hola a todos! Quería agradecerles de corazón el apoyo a la historia. Desde que inició no he recibido más que cariño y apoyo de ustedes y les estoy muy agradecida. Estamos a nada de rebasar las 10k lecturas y 2k de votos. Ustedes son el corazón de esta historia y por eso deseaba agradecerles <3. ¿Les gustaría un maratón para festejar?
Las dedicatorias son para los lectores que comentan y votan <3. Así que si te gustaría no olvides darle clic a la estrellita (es gratis). ¡Los quiero mucho!
No olviden unirse al grupo JanePrince394(Wattpad)-Oficial.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top