Capítulo 22-2: Viejos conocidos

Dulce me siguió a lo largo del pasillo a pasos torpes esforzándose por alcanzarme. No la esperé, ni le di explicaciones, en ese momento estaba tan furiosa que no podía hablar.

Jiménez se puso de pie cuando me vio llegar, debía tener un pésimo semblante porque le preguntó en murmullos a Dulce qué sucedía. Ella se encogió de hombros y se acercó a mí cuando me dejé caer en mi silla derrotada.

—No podemos permitir que echen a Nora —hablé al fin. Apenas entendía lo que decía—. Todo por el idiota de Joel, como odio a ese maldito canalla.

—Tienes que calmarte —intentó tranquilizarme Dulce poniendo en práctica su tono maternal.

—¡Estoy calmada!

Me cubrí la cara con ambas manos al descubrir había explotado. La culpa comenzó a invadirme, escaló por mis pies hasta que se introdujo en mi corazón, no tenía por qué desquitarme con ellos que siempre me apoyaban. La molestia descendió como si me hubieran puesto en hielos y el humo que resultó me cegó al grado de no saber qué paso dar ante la aturdidora vergüenza.

Buscaba cómo disculparme, las palabras perfectas, cuando sentí un peso sobre mi hombro. Alcé la mirada y hallé la sonrisa comprensiva de Arturo, mi corazón se arrugó ante su tacto.

—Perdón, no debí ponerme así —reconocí arrepentida. Arturo no me dedicó una mirada acusatoria, ni lanzó reclamos, permaneció a mi lado con ese semblante que me hacía sentir fuerte en mi vulnerabilidad.

Coloqué mi mano sobre la suya para agradecerle su apoyo. Su calidez lograba asentar mi tormentosa personalidad. Le sonreí agradecida.

—No, síguele, a mí me encanta todo el lío que estás armando —me distrajo Dulce que amaba los dramas—. Y tengo una idea para resolver tu problema. No me lo agradezcas, lo pensé mientras tú estabas con Joel, sabía que te mandaría al demonio y estudié las otras posibilidades.

—¿Qué se te ocurrió?

—Habla con José Luis —expuso orgullosa de su plan. Yo me quedé muda.

—No, claro que no. Llevo meses sin verlo. Además, solo nos recibe por temas importantes...

—¿Y este no es importante?

Dudé. Sí lo era, pero llevaba un buen tiempo sin acordar una cita con él y no sabía si tomaría de buena forma mi petición. El encuentro con Joel había sido un fiasco, ¿cómo sabría la actitud que tomaría el dueño? Aunque meditándolo a fondo no creía que unos meses bastaran para convertirse en alguien más imbécil que Joel, había dejado la vara muy alta.

—¿Crees que te recibirá? —preguntó Arturo que solo lo conocía a lo lejos.

—No lo sé, podría intentarlo —respondí, dudosa. Las últimas palabras de Joel se repitieron en mi cabeza. Si le pedía una mano a José Luis estaría haciendo justo lo que dijo que haría, le daría la razón, porque quizás la tenía. No era más que una inútil que siempre necesitaba de otros para solucionar sus problemas. Tal vez era mejor dejar las cosas como estaban, pensé, pero entonces recordé que no era por mí sino por Nora—. Necesito hacer una llamada...

Busqué mi celular en mi escritorio. Arturo y Dulce se miraron sin comprender qué me traería entre manos, mas no me quedé a explicarles. Entre mis contactos di con el número, esperé en la línea hasta que una voz invadió el silencio.

—¿Nora? Hola, soy Miriam. Miriam Núñez —especifiqué por si no me recordaba entre el huracán de pensamientos que debería estar revolviendo su cabeza—. Me enteré de lo que pasó... En verdad lamento tenga que atravesar por un momento así. ¿Puedo ayudarla en algo?

—No, no, gracias, señorita. Solo necesito un poco de tiempo porque todo está patas arriba.

—La entiendo.

—Yo quería pedirles unos días mientras consigo quien cuidé a mis niños y termine los papeleos. Ahora estoy en casa de mi mamá, pero no sé muy bien qué voy a hacer. Además... —Su voz se extinguió y yo permanecí callada porque no supe qué decir—. Me da mucha vergüenza ir así...

Tomé un enorme respiro para que mi tono no tambaleara. Quizás no podía comprender lo que sentía en ese momento, pero deseaba apoyarla de alguna manera. Sabía a la perfección cuál era la solución.

—Nora, no se preocupe por nada. Tómese el tiempo que necesite —añadí en un atrevimiento.

—Pero el licenciado Joel me dijo que si mañana no voy me echarán. De verdad necesito muchísimo el empleo, no tengo más dinero y...

—No pasará. Yo me haré cargo de eso —me decidí. No podía ser tan cobarde para dejarla a su suerte—. Solo preocúpese por usted y su familia, y por favor, si necesita algo llámeme.

Ella confío en mí y yo tenía que imitar su ejemplo. No sabía cómo lo haría, pero lo descubriría en la marcha.

—Miriam, mi jefe dice que puedes pasar —me avisó amable, Martha. Ella era la secretaria de José Luis desde hace varios años. Si algo tenían en común los dos fundadores era que los trabajadores a su cargo duraban a su lado muchos años.

Asentí con una sonrisa nerviosa. Dejé que me guiara hasta su oficina pese a que conocía el camino de memoria. No tocó a su puerta, se limitó a abrirla y hacerme un gesto para permitirme el acceso. Caminé paso a paso como si me hubieran lanzado a la jaula de un león.

Pensé en Nora para sentirme un poco más valiente.

La oficina no había variado desde hace años. Un escritorio de cristal, un ordenador plateado y un par de sillones vino en una esquina que destacaban entre las paredes blancas donde se exponían algunos reconocimientos.

José Luis estaba concentrado en unos papeles. Ante mi silenciosa aparición no se percató de mi llegada, tuve que carraspear para llamar su atención. Su cabello rubio castaño se agitó cuando elevó la mirada.

—¿Miriam? ¿Miriam Núñez? —Había incredulidad en su voz y yo me pregunté si hubiera sido adecuado traer conmigo una identificación. Estuve a punto de mostrarle mi gafete cuando este se apartó de la cabecera y se aproximó a pasos largos hacia mí. Estrechó mi mano en la suya con extraña familiaridad—. Claro que sí, eres tú. ¿Desde cuándo llevas lentes? —bromeó con una risa que yo intenté corresponder—. Y mira, ahora llevas un peinado más arriesgado. Por eso no te reconocí en la fiesta, seguía imaginándote como cuando llegaste.

—Sí, hace bastante de eso.

Había cambiado, me había esforzado por ello.

—Pues me alegra mucho verte por aquí. Pero siéntate para que charlemos —me pidió guiándome con más confianza de la que esperaba hacia la silla. Él ocupó el asiento a la cabeza—. Supongo que estás aquí para a saludarme y escuchar comentarios sobre tu nueva imagen, ¿vienes a darme queja de tu hombre? ¿Sebastián no contesta las llamadas?

Sebastián no era mi hombre, pero esa era la manera en que la que José refería a los jefes y empleadas, según él porque éramos las que pasamos más tiempo con ellos y les conocíamos todos sus secretos. Dulce odiaba ese nombre porque no soportaba a Joel, solía bromear con que se convertiría en viuda en cinco minutos.

—No tiene que ver con él.

—Se está portando bien.

No supe cómo responder a eso. Limpié mis manos en mi falda al pensarlo. Hace unos días que no sabía cómo iban sus vacaciones, seguro se estaba divirtiendo.

—Vengo a hablar sobre Nora Martínez. La que tiene a su cargo el comedor de la empresa —aclaré al ver que no daba con ella—. Joel Márquez, el gerente de recursos humanos, quiere despedirla porque no se ha presentado esta semana a trabajar. Yo sé que quiere regresar, pero solo necesita tiempo, está atravesando un momento difícil.

No entré en detalles, pero José Luis escuchó mi petición con atención. Intenté tocar el tema por encima, por miedo a hablar de algo que ella prefiriera guardar.

—Sí es lamentable —me dio la razón cuando terminé de enredarme con mi explicación—. Hablaré con Joel. No te preocupes, me ocuparé personalmente del asunto. Dile a Nora que esté tranquila, nadie va a despedirla—prometió.

Le creí, había algo en su mirada verdosa que lograba transmitir su sinceridad.

—Muchas gracias. Ella le estaré muy agradecida. Yo igual —admití aliviada poniéndome de pie—. Ya no le quita más el tiempo, ahora debo irme.

—¿Tan pronto?

—Sí, es que tengo mucho trabajo —mentí.

José Luis era un encanto, pero no teníamos más de que hablar y no quería alargar una conversación que no iba hacia ningún lado. Él pareció entenderlo y me acompañó a la salida.

—Sigues siendo una hormiga, Sebastián siempre me dice que no puedes quedarte quieta y tienes que ocuparte en algo para estar en paz —comentó divertido. Era verdad. Me encogí de hombros, trabajar era la única manera que conocía de no meterme en más problemas.

—Tú sí que cambiaste, has sentado cabeza. Me alegro por ti.

Él se echó a reír porque era cierto. En sus facciones se reflejaban la responsabilidad y madurez que hace meses le faltaban. Ya no era el chiquillo que huía de tomar las riendas de la vida. Su mirada seguía tan vivaz como en su juventud, pero ahora la serenidad retenía esa energía  en una expresión honesta y tranquila.

—Es solo que cuando eres joven tienes una mentalidad más arriesgada —comentó con las manos en los bolsillos recargándose en el marco de la puerta—. Cuando creces dejas de aferrarte a imposibles y empiezas a centrarte en la realidad. No es tan interesante, pero con el tiempo le hallas el sabor a la vida y descubres cosas que te llenan con la misma intensidad. Siempre he pensado que soñar jamás podrá suplir la felicidad de vivir.

Aunque en ese momento no lo noté, José Luis describía mi problema.

Estaba llegando el momento de abandonar mis deseos del pasado para empezar a construir unos que sí pudieran hacerme feliz.

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