Capítulo 2: El mejor momento para enamorar a un hombre
Me sentí como un padre durante el parto. Mordiéndome las uñas, caminando en círculos y con los nervios haciéndome añicos el estómago. La única diferencia era yo quien esperaba en la sala noticias de nuestro bebé.
Aunque no era un bebé, sino un trato. Ni tampoco un papá, solo un jefe. Pero tenía algunas similitudes, como las lágrimas, el esfuerzo e incertidumbre. Mucha de esta última.
Llevaba más de cuarenta minutos esperando que aquella puerta se abriera y hubiera una noticia, sin embargo, no había escapado ni un suspiro. Mi tensión estaba en el límite, la sangre golpeteaba mi sien. Necesitábamos una oportunidad, solo una. Desde que Sebastián había iniciado esa charla telefónica no hubo un minuto en que pudiera quedarme quieta.
Me conocía, nada podía empeorarlo.
—Hola, Miriam. ¿Sabes si está Sebastián?
Excepto Joel.
Aguanté las ganas de ponerme a gritar para no espantarlo. Joel era el tipo de personas que deseas no toparte nunca en tu vida, pero que de alguna u otra manera solía meterse en tu día a día. No importaba cuanto deseara esquivarlo, siempre terminaba en mi oficina. A veces por charlas que cortaba después de la segunda oración, otras por reportes que ya le había entregado, la mayoría para oír sus absurdos reclamos.
Ya esperaba alguna de sus tonterías.
Joel repitió la pregunta ante mi silencio. Me obligué a despabilarme e intenté sonreírle. Fallé en mi actuación. Otro día sí, ese no. Tenía muchos problemas en mi cabeza para seguir lidiando con él.
—Está ocupado. Muy ocupado —especifiqué. Era un asunto de suma importancia, no una más de sus quejas inútiles.
No me hizo caso, quiso asomarse por la puerta, entrometido como él solo, pero me interpuse. Al diablo con sus impertinencias.
—¿Puedo esperarlo? —se retractó fingiendo estar avergonzado. De haber sido sincero hubiera vuelto sobre sus pasos, pero seguía ahí, seguro lamentándose por no tener visión de rayos X para ver del otro lado.
—¿Es muy urgente? —cuestioné por mero formalismo. Sabía que no, de serlo hubiera hecho un escándalo.
Se lo pensó sin quitarme la mirada de encima. Di un paso atrás poniendo distancia, pero se hizo el desentendido. Lo rodeé para evitarlo, busqué entre el papeleo de mi escritorio algo en que entretenerme. «Recibos que ya he leído diez veces, qué interesantes».
—Sí. —Asintió olvidándose de su objetivo inicial y siguiéndome. «Pésimo movimiento, Miriam». Joel se quedó de pie frente a mí, intentando curiosear en mis papeles. Levanté la mirada a través de las gafas para pedirle continuara—. Es sobre el nuevo practicante, es un completo incompetente, un inútil incapaz de seguir una instrucción y un ignorante de lo más básico.
—¿El nuevo practicante es el que entró esta mañana?
—¿Acaso hay otro? —bromeó, o eso creí. De no ser por su sonrisa no lo hubiera deducido porque no encontré lo gracioso.
—Es un practicante, primero tienes que capacitarlo. Menos de doce horas no es un plazo para juzgarlo —traté de hacerle entender. Él frunció el ceño, no le gustaba le llevaran la contra.
Ese era su jueguito, cambiar del personal a su cargo como si se tratara de ropa interior. Me estaba cansando de su incapacidad de lidiar con los jóvenes disfrazándolo de severidad.
—¡Es una molestia! —protestó al notar que no le brindaba la atención que creía merecer.
Con esa descripción podrían ser hermanos gemelos.
—Como tú comprenderás, Joel, estamos a diez minutos de que finalice el horario de trabajo. ¿Podrías venir temprano mañana para charlarlo? —pregunté suave esperando se fuera.
«Hoy no. Mañana, o el próximo año, el día que le resulte más cómodo».
—Miriam, Miriam, mi linda Miriam —replicó. Estreché los ojos al escucharlo utilizar ese tono, un intento de coqueteo que terminaba siendo repulsivo—. Me parece que no le das el valor que requiere, no se te olvide que al final trabajo para que todo te resulte más sencillo. Y si le pongo tanto interés es con el objetivo que en un futuro no tengas más dificultades. No es problema mío, en realidad es tuyo.
Alcé una ceja. «Con que esas vamos».
—Te lo agradezco —dije por compromiso. Él lo entendió, no había ni una nota de esfuerzo para convencerlo de lo contrario—, pero si es problema mío por qué no me dejas a mí resolverlo.
Joel se mostró sorprendido ante mi respuesta. Yo también lo estaba. Las palabras habían escapado sin proponérmelo.
—Yo soy el gerente de recursos humanos —reafirmó con autoridad, irguiéndose. «Gracias por nada, tacones de diez centímetros».
—¿Ves como sí es problema de ambos? —evidencié para acabar con una posible discusión, aún con la cabeza alta—. Escúchame, Joel. Estoy cansada, quiero irme a casa. Tú también lo estás, se nota. Mi jefe está en medio de una llamada definitiva para la empresa. Descansa y mañana vuelve a intentarlo. Piensa que con paciencia puede funcionar. Y si no, luego charlamos, ¿de acuerdo?
Joel inspeccionó mi actitud, si había altivez o ganas de echarlo abajo no cedería, pero no mentía cuando decía que estaba agotada y no quería alargar más el drama. Soporté su mirada minutos eternos.
—De acuerdo.
«¡Gracias al cielo!», agradecí su buena disposición. Cuando abandonó la habitación me dejé caer en el asiento y solté un suspiro de resignación. No dejaba de preguntarme cuándo acabaría este círculo vicioso.
Joel llevaba tres años trabajando para la empresa. Durante todo ese tiempo tuvimos una relación profesional tranquila y formal. Mentiría si dijera que nos llevábamos bien, nuestras personalidades eran puntos opuestos que se resistían a mezclarse. Su galantería me resultaba desagradable, seguramente igual a él mi mal carácter.
Cuando Joel, un mes atrás, subió el anuncio a la bolsa de empleos jamás pensé que se volvería tan complicado. Parecía cosa de días. Me refería a días para seleccionarlo no para que quedaran fuera.
Primero consiguió a un practicante que duró una semana, lo desocupó porque no seguía órdenes. Al principio pensé que tenía razón, él era el experto, pero cuando comenzó a repetir el patrón comencé a sospechar. El segundo dejó de venir al tercer día. Le siguieron un par que echó tras excusas superficiales que nadie se tragó, sin embargo, terminamos aceptando. A todos les hallaba una objeción. Nunca quedaba contento. Y sabía que al día siguiente sería lo mismo, terminará despidiéndolo, si se puede utilizar esa palabra para alguien que llevaba unas horas laborando, bajo alguna tontería que se inventara.
No encontraba una razón para sus rechazos. Joel nunca había tenido tantos problemas para reclutar personal. ¿Qué lo hacía diferente en este caso? ¿Se le estaba acabando la magia?
Era dinero tirado a la basura, dinero que no teníamos. Si el lío era, según el, que no podían adaptarse al ritmo de trabajo por ser aprendices, ¿por qué no buscaba personal con experiencia? Había miles con el perfil que buscábamos. Joel estaba empeñado en asegurarnos que nadie podía superarlo, que él era más capaz que el resto. Tenía esa absurda idea arraigada en la cabeza, él mismo se boicoteaba, temía tanto que alguien le demostrara lo contrario que prefería seguir poniendo en riesgo su trabajo para salvar su ego. Como si de una competencia se tratara.
¿Qué pensaba ganaría?
Si no encontrábamos a alguien pronto borraría la palabra descanso de mi diccionario personal. Observé la silla vacía en el escritorio.
Tal vez sí era momento de que me ocupara personalmente de ese problema.
—¿Segura que era una llamada de trabajo y no una para despedirse de todos los que ama? —me preguntó Dulce al son del tamborileo de su pie. Estaba impaciente—. Quizás está agradeciéndoles a los que amó y atormentando a quienes lo traicionaron. Como en esas series de televisión que vemos por internet. Vamos, Miriam, checa tu celular para ver si te llegó un mensaje de despedida —me pidió desesperada. Solo me reí de sus ideas.
—Te aseguro que de ser así no me escribiría a mí.
—¿Por qué? Al menos que avise si te depositará la próxima quincena.
Dulce se acomodó mejor la bolsa entre las piernas y le echó un vistazo a la puerta que había permanecido cerrada veinte minutos más de lo previsto. Ella ya debería estar en casa, pero había preferido hacerme compañía.
—¿No existe la posibilidad de que saliera sin que tú le vieras?
Negué con la cabeza levantándome del asiento para tomar el vaso del agua que estaba sobre el escritorio. A menos que escapara por la ventana o se hiciera invisible aquello era imposible, no me había movido ni un segundo de ahí. Claro que no se lo dije porque Dulce con su imaginación podía tomarlo como viable.
Yo sabía lo que pasaba, por eso me preocupaba.
—Últimamente trabaja mucho, ¿no? —cuestionó acercándose deprisa.
Se aferró al suéter que llevaba siempre consigo, era de su sobrino de trece años, pero le quedaba como hecho a la medida. Dulce era pequeña y frágil, además tenía una voz que le hacía honor a su nombre. Siempre le decía que tenía la apariencia de una princesa Disney al estilo de Anna, Blanca Nieves, Rapunzel o Aurora.
Asentí. Salir después de la hora se estaba convirtiendo en costumbre.
—Horas trabajando, encerrado en su oficina, evitando al mundo —resumió estando al tanto de las novedades. Me senté sobre el escritorio sin despegar la vista de la entrada. Rememorando las últimas semanas—, hablando poco, comiendo apenas. Y todo desde que...
La puerta se abrió de golpe provocando que pegara un salto. A pesar de estar de espaldas pude imaginar lo que le costó a Dulce no soltar un grito. Me jefe abrió los ojos al vernos, como si no esperara encontrarnos. Ahí estábamos los tres, callados, estudiándonos los uno a los otros.
Si nos había escuchado cuchichear sobre él estábamos en graves problemas.
—¿Cómo salieron las cosas?
Fui la primera en hablar, necesitaba conducir la plática a dónde quería.
—Bien. Nos dieron una cita —me avisó más tranquilo. Habíamos corrido con suerte. Asentí con una sonrisa auténtica. No era una contrato firmado, sí el inicio que buscábamos. Quise hacerle más preguntas, pero se me adelantó—. Lamento mucho el retraso, después de colgar me dediqué a otras tareas y perdí la noción del tiempo. Debí avisarte para que pudieras retirarte a casa...
—No se preocupe —le corté con sinceridad dedicándole una mirada a Dulce que me apoyó.
Pude haber dejado la oficina cuando el reloj marcó las seis, no había ninguna responsabilidad que me atara a esperarlo, era una decisión personal que había sobrevivido a los años. ¿Por qué? No sé, solía decir que prefería mantenerme al corriente de todo en la oficina. La realidad era que me quedaba por si necesitaba algo en que pudiera ayudarle.
Sebastián nos agradeció a ambas mientras nos acompañaba a la salida, se refirió a grandes rasgos a la cita acordada, pero prometió darme detalles al día siguiente.
—Miriam, de nuevo disculpa por la hora —comenzó, pero pronto calló distraído en la búsqueda de sus llaves. Pasó deprisa sus manos por cada bolsillo de su saco negro. Negué al verlo rebuscar sin éxito. No encontraría nada.
—Licenciado, en el portafolio.
Avergonzado recordó que esa mañana había metido el llavero dentro.
—Es tan extraño —susurró Dulce para que no pudiera oírla, pese a los metros que nos separaban. Mi atención cambió, su comentario me había alarmado—. Cuando estás con otras personas eres tan severa que me resulta divertido ver la cara embelesada que pones cada que te habla.
Resoplé fastidiada de su broma. Siempre salía con sus tonterías. Me encaminé al pequeño estacionamiento a un costado, pasé por la fila de vehículos aparcados hasta dar con el mío. Un pequeño Chevy rojo que necesitaba un nuevo lavado.
—Era una pequeña broma —me siguió acelerando. No me defendí, le abrí la puerta para que se subiera—. Una broma con mucha verdad, pero una broma al final.
La ignoré mientras me colocaba el cinturón. Me sentía ridícula poniéndome en evidencia. Si Dulce tenía razón ya podía imaginarme los chiste que se armaban alrededor de mi absurdo comportamiento.
—Eso sí, se ve muy afectado. Algo fuera de lo normal, ¿no debería haberlo superado ya? ¿Hace cuánto de eso, tres semanas? —habló sin parar. Ni siquiera guardó silencio cuando nos despedimos del guardia.
—Un mes y medio —la corregí. El tráfico era un caos, la enorme fila de vehículos me dio dolor de cabeza.
—Un mes y medio —se asombró—. Ya es tiempo que le dé la vuelta.
—Era una compromiso serio.
—La ruptura también lo es —contraatacó.
—Está viviendo el duelo a la manera —lo justifiqué—, no todos lo toman igual.
Dulce me dio la razón. En eso todos estábamos de acuerdo. Además, yo mejor que nadie conocía lo trascendental que había sido su relación con Sarahí y lo inesperado de su rompimiento. Era comprensible su reacción, también su lenta recuperación. Yo estaría igual o peor.
—De igual manera hay que ver lo bueno. A ti esto te beneficia —me alentó con una sonrisa traviesa. Alcé una ceja, confundida de sus intenciones.
—¿Por? ¿A ti te parece que yo la estoy pasando muy bien?
—No, pero todos sabemos que el mejor momento de conquistar a un hombre es después de una ruptura. Cuando sienten que no valen nada y necesitan consuelo —me aconsejó en complicidad—. Así que esta es tu oportunidad.
—Eso es cruel.
—Engordar un kilo gracias a los tamales de la posada es cruel. Que la batería del celular muera en el mejor momento de la llamada es cruel. Pasar los últimos quince años soñando con Chayanne a sabiendas que jamás lo conoceré es cruel. La vida es cruel, Miriam. Nosotras no lo inventamos.
—Está bien. Está bien. Ya entendí. De igual manera yo no tengo oportunidad —concluí de golpe para acabar con el tema que me tenía incómoda, pero Dulce no se rindió.
—¿Por qué?
—Porque es imposible. Nunca la tuve y jamás la tendré. Así son las cosas. He trabajado con él por años, años, y no ha mostrado ni el mínimo interés por mí —declaré aparentando que no me dolía, como si ya lo hubiera digerido cuando el malestar se incrementó en mi interior—. ¿Qué cambió?
—Eso era porque tenía novia...
—Pero antes de que tuviera novia fue igual.
—Es que en ese entonces no te conocía bien —se inventó de último momento. Reí sin humor porque quería mantener los ánimos arriba—. No sabía que te desvivirías por él, te convertirías en la mujer que más lo ama y se preocupa por su bienestar en todo el mundo, compitiendo solo con su madre.
—Yo no me desvivo por él.
—¿Ah no? —Ahora ella soltó una carcajada. Tomé aire preparándome ante lo que se venía—. ¿Quién llega media hora antes para ver que todo esté en orden? ¿Quién le escribe cada que salen tarde? ¿Quién incluso pidió caldo de pollo en el comedor cuando se puso enfermo?
—Bien, bien —la callé abochornada. Observé su casa y me sentí aliviada de que el cuestionario estuviera a punto de terminar—. Sí, hago más de lo que me corresponde.
—Lo quieres —dedujo con dulzura, esta vez sin una pizca de gracia. Mi corazón se estremeció en mi interior. Era cierto todo lo que decía, no quería aceptarlo. Sabía que ella tenía razón, ahí estaba el error.
Yo podía hacer cosas por él, muchas. Sin embargo, no estaba segura de que él fuera capaz de hacer lo mismo por mí. Y no esperaba que lo hiciera, no se trataba de un trueque. Solo que no quería dar todo sin recibir nada a cambio. Si aceptaba la idea eso era lo que me correspondía, ¿podía conformarme?
Me detuve frente al portón de su hogar. Dulce esperó unos segundos hasta que entendió que no diría que sí, se resignó a descender del vehículo. Sentí su mirada sobre mí, no lo comprobé manteniendo la vista al frente.
—Miriam, no lo tomes a mal —mencionó asomándose por la ventanilla—. Al fin tienes una oportunidad, solo necesitas ser un poco más valiente. Más vale decir no resultó a no lo intenté. La vida da muchas sorpresas. Piénsalo —me pidió con una sonrisa nostálgica.
Una oportunidad.
No arranqué ni siquiera cuando la vi entrar. Me quedé inmóvil, con la cabeza ahogándose en tempestad, repasando sus palabras. Una oportunidad. Había pasado más de cinco años rebelándome contra mi propia cordura sin ganar.
¿Valdría a la pena seguir luchando por algo que no tenía futuro, por una fantasía? A veces decía que sí, que había que luchar por lo que quieres, que no existía camino fácil. Otras solo deseaba que alguien me quisiera así tal cual era, sin dudarlo.
No quería un camino de rosas, solo un amor que fuera más por mí que por mi guerra para conseguirlo.
¡Hola! Mil gracias a todos los que leyeron ambos capítulos. Mañana subiré el siguiente ❤️. Los invito a unirse al grupo para más noticias <3 JanePrince394 (Wattpad) - Oficial.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top