Capítulo 19: Tonto se nace

La mañana transcurrió sin sorpresa. Miriam se mostró tan tranquila como de costumbre por lo que asumí aún no revisaba la bandeja de su correo. Estuve al pendiente de sus reacciones a lo largo de la jornada, pero nada que me indicó había dado con él.

«¿Y si lo anoté mal?»

Le pedí a Miriam un minuto para alcanzarla al comedor, necesitaba revisar algo importante en el computador. Ella lo entendió y apenas desapareció de mi campo de visión abrí en mi celular el correo para comprobarlo.

«Es el mismo. ¿Por qué aquí no te avisan que ya lo vio?», me quejé en silencio. Nunca había valorado las molestias palomitas de WhatsApp hasta ese día.

Seguía pensando en la posibilidad de que simplemente lo hubiera ignorado, opción que no había cruzado por mi cabeza antes, mientras las buscaba entre nuestros compañeros que ocupaban las mesas. No estaban sentadas en el lugar de costumbre, aunque ese dato no me daba ningún indicio nuevo. 

Recibí distraído mi almuerzo de una Nora igual de abstraída que yo. Parecía que todo el mundo había perdido la cabeza para terminar la semana.

—¡Arturo, aquí! ¡Aquí! —Dulce agitó su mano a lo lejos llamando la atención de todos los que la rodeaban. Estaba a nada de subirse a la mesa—. ¡Ven, rápido! ¡Rápido! ¡Rápido!

Debía ser algo realmente importante para que gritara de esa forma, casi terminé tirando mi plato por las prisas. Ni siquiera había ocupado mi sitio, pero estaba cerca y eso bastante para ella, cuando comenzó a hablar.

—Arturo te estábamos esperando. Te tengo un notición —habló emocionada. Quise preguntarle a qué se refería, pero sus deseos por soltarlo se me adelantaron—. ¡Miriam tiene un admirador secreto!

Una lucha entre alegría y tensión me invadió. Le di un vistazo, pero ella seguía concentrada en su plato.

—¿En serio? Que guardado te lo tenías, Miriam.

Ella entrecerró los ojos y no asomó ni una risa. Tal parecía que el chiste no le había caído tan bien, pero yo estaba de buen humor porque al menos mi correo no se había perdido en spam.

—¡Y creo saber quién es!

Ahora el que no sonreí era yo.

Analicé a Miriam que ni siquiera alzó la mirada para dejarme ver qué sentía. Empecé a sudar frío, si me habían descubierto eso explicaría su actitud, estaría molesta conmigo con justa razón. No pensé fueran a dar conmigo tan rápido, debí hacer algo mal.

—¿Y se puede saber quién es? —pregunté cuando hallé mi voz. Desabotoné la manga de mi camisa para mantener mis manos ocupadas.

Dulce no esperó ni un segundo.

—¡Sebastián!

—¿Qué?

Elevé tanto la voz que Miriam me miró sorprendida y Dulce se echó a reír golpeando la mesa. Carraspeé apenado por robar la atención.

—Oh, se nos había olvidado contarte que Miriam está enamorada de Sebastián —contó Dulce sin darle importancia, como si se refiriera a la temperatura.

—¡Dulce!

—¿Qué? Es la verdad. Y todo el mundo lo sabe —se defendió su amiga ante la alarmada Miriam que tenía la mejillas ardiendo—. ¿Arturo, ya te habías dado cuenta, cierto?

Miriam buscó una respuesta con un semblante que pedía a gritos negarme.

«¿Qué más daba lo que yo pensaba?»

—No tenía ni idea —mentí, haciéndome el desentendido.

—No vale. Él te dirá que no porque eres su jefa. Seguro tiene miedo de que lo corras.

—¿Y por qué piensan que se trata de él? —volví a retomar la conversación. 

—Fácil, por dos razones. La primera, el tipo conoce su nombre y algunas datos que sí existen, por lo que descartamos se traten de una reto estúpido de internet. Y segundo, las únicas dos personas que tienen ese correo son Sebastián y yo.

Cerré los ojos. «Que imbécil».

—Y juro por mi madre que yo no fui —se apresuró a aclarar persignándose con profunda devoción.

—No es más que una broma que algún idiota sin oficio debió mandar —escupió Miriam. «Gracias por el halago»—. Ni siquiera deberíamos prestarle atención.

—La apoyo —intervine—. Nunca hay que fiarse de internet. Está lleno de mentirosos.

—¿Por qué están tan seguros? Yo sigo creyendo firmemente que ha sido Sebastián el que se ha confesado —dijo, sin inmutarse por la risa desganada de Miriam—. Te citó en su oficina para hablarte de lo importante que eras...

«Eso no lo sabía». Fingí que ese detalle no me daba curiosidad.

—Para la empresa —aclaró.

—¿Hubo algún silencio en medio de importante y empresa? —la cuestionó perspicaz.

—Yo qué voy a recordar eso.

—¡Ahí el primer error! Dar con la respuesta es estar en los detalles.

—¿Y qué piensan hacer? —pregunté. No servía de nada discutir un tema donde no habría avance.

—Nada. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

—Preguntarle —soltó Dulce, simple.

—¿Qué? ¿Enloqueciste o qué?

—Uno de los dos debe dejar de ser un cobarde. Aquí dice que necesita una pista para aventurarse —argumentó enseñándole la pantalla donde se exponía mi correo. «No sé cómo se me ocurrió que eso era una buena frase.» 

—Deja de leer mi correo. —Se lo arrebató malhumorada—. ¿Y qué pretendes le diga? ¿Jefe usted no me mandó una carta de amor? ¡Te imaginas la vergüenza que pasaría! De solo imaginarlo me quiero morir —se escandalizó Miriam cubriéndose la cara.

—¿Verdad que es una buena idea, Arturo? —me pidió apoyo que no pensaba darle—. Aprovecha que tienes su número celular y que no volverás a verlo hasta unas semanas para que se le olvide.

—Como si algo así se pudiera olvidar —susurró Miriam desesperada.

—Yo creo que no deberían arriesgarse —opiné, medio prudente, medio conveniente. Miriam aplaudió mi consejo.

—¡Sabía que no era la única pensaba era una locura!

—Uy, los cuerdos —chistó Dulce, ofendida con nosotros—. Pero escucha lo que te digo, el que no habla a tiempo luego anda llorando.

Y aunque no se refería a mí, que razón tenía.

«¿Cómo pude ser tan estúpido?»

Ahora estaba peor que al inicio porque no solo Miriam no tenía ni idea de lo que sentía por ella sino que el mérito se lo había llevado mi jefe. Mi jefe que seguro se la estaba pasando fenomenal de vacaciones mientras yo me ahogaba en mi propia miseria.

Si tonto se nace, pero uno recibe su título por méritos propios. 

Y aunque confiaba en que Miriam no creyera que Sebastián era el remitente, tampoco podía fiarme por completo de que Dulce no terminaría convenciéndola con buenos argumentos.

«¿Qué iba a hacer? Nada, ya nada. Ni modo que le escribiera otro correo negando esa versión. Daría por hecho que soy yo. ¿Y qué era peor? ¿Ser descubierto o que imaginara se trataba de Sebastián?».

Las horas pasaron lentas entre mi debate que no terminaba en ninguna conclusión convincente. Hasta que di con el anuncio que pondría mi vida de cabeza.

Estaba investigando en internet los datos de un nuevo proveedor cuando una tira en la parte inferior de la página apareció. Era de esos anuncios que solía ignorar, pero que en esa tarde sus colores robaron mi atención lo suficiente para dejar de lado lo que estaba haciendo.

¿No tienes con quién charlar de tus sentimientos por miedo a que te juzguen?

«Sí», respondí en silencio, como si me estuvieran preguntando directamente a mí.

¿Eres más invisible que un fantasma para tu crush?

«Invisible no sería la palabra que utilizaría. Alguien era más visible que yo. Ese era el problema».

¡Todo eso se acabó! El club de los cobardes es para ti.

¿El club de los cobardes? Había escuchado de esa aplicación, pero jamás la había considerado como una opción. ¿Serviría? ¿Y cuál era exactamente su función? Tenían varias dudas, pero una que destacaba sobre las otras, ¿me ayudaría a mí?

Ya había hecho la estupidez del año, todo lo demás no le haría competencia. «¿Qué podía perder si lo intentaba? No era más que una tonta aplicación de moda», me reí en mis adentros mientras buscaba su nombre en la tienda. Mi idea era darle un vistazo, indagar de qué iba y tirarla al olvido como un sin fin de novedades que no marcaban un antes y después. No era pesada y tenía un buen número de descargas. Los comentarios eran alentadores y su calificación superaba las cuatro estrellas. Tal parecía que había un buen número de personas con problemas similares.

Para cuando me di cuenta, y sin esperar nada para el futuro, ya estaba instalada en mi celular la aplicación que sin aviso cambiaría el rumbo de mi historia.

Bienvenido al club de los cobardes.



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