Capítulo 17: Una buena lista

Mamá odiaba las despedidas, esa esa razón por la que camino a la central de autobuses tuvimos una plática tan trivial como la de cada domingo que íbamos al supermercado.

Creo que no fui consciente de que se marcharía hasta que bajé su maleta de la cajuela y la arrastré por el saturado pasillo que daba a la sala de espera. La gente venía e iba. Había tantas personas con equipaje y mochilas que me entretuve observándolas ante el silencio de mamá que parecía haber perdido todo gusto por hablar.

—Creo que ya se llegó el momento de irme —habló de pronto. Faltaban cinco minutos para que su camión se marchara. Tampoco tenía que decirlo así, como si estuviéramos en un entierro.

—Mamá, no será una despedida para siempre. Ninguno de los dos se va a morir. Espero. Solo vas a regresar a casa. Yo en verdad te agradezco que te decidieras a acompañarme.

Lo decía de verdad. Había logrado que todo resultará más fácil de asimilar con ella a mi lado, pero necesitábamos regresar a nuestras vidas.

Ella respondió con una mueca de desagrado.

—¿No quieres volver a ver a papá, a mi hermano?

—Ellos no me preocupan ahora, me preocupas tú.

—Me las arreglo muy bien solo —le recordé para que dejara de angustiarse. No era la primera vez que vivía sin compañía. De hecho por muchos años había anhelado y cumplido ese método de vida.

—No hablo de eso. Arturo, tienes que dejar ir el pasado —sentenció, desconcertándome—. Hablo de Ana, tienes que superarla.

—¿Ana? Eso ya quedó en el pasado —reí con una mueca.

Pensar en el hubiera no era estancarse, simplemente visualizaba finales alternativos.

—Arturo, escúchame bien. Tú sabes que si digo escúchame bien es algo serio, así que no te hagas el tonto —me amenazó porque conocía mi no apreciada técnica de salirme por la tangente cada que algo me incomodaba—. Ana hizo su vida hace meses, muchos antes de avisarte —murmuró—. Te toca hacer la tuya. El mundo no está hecho para los cobardes que esperan les llegue su turno, lo ganan los valientes que aprovechan las oportunidades. Ellos son felices, los otros sueñan algún día poder serlo. Se lo dije a tu hermano hace años y ahora te lo repito a ti: arriésgate. Sé que duele equivocarse, pero ten por seguro que duele mucho más vivir de quizás. Tienes derecho a fallar hasta que aciertes.

—Yo pensé había acertado.

—Todos pensamos igual. No te desvivas ni le seas fiel a una posibilidad que no se dio.

—Mamá, es solo que si lo de Ana no era amor, ¿qué se supone que lo es?

Íbamos a casarnos. Planeamos una vida juntos. Yo la quería. No conocía otro amor que no fuera el de Ana.

—Ese amor que nos quieren vender en la televisión o en el cine, lleno de promesas, adornos y palabrería que siempre termina en un anillo y boda no son más que tonterías. He amado a tu padre por más de treinta y cinco años, treinta y cinco —reiteró con orgulloso—. Cuando acababa de conocerlo pensé que lo amaba, pero estaba equivocada, en ese entonces no sabía nada. ¿Conoces el momento en el que di cuenta que lo quería de verdad? El día que tuvo el accidente que lo dejó en cama por meses, no podía dormir porque el dolor no le permitía pegar un ojo y yo me sentí incapaz de cuidar dos niños y un hombre enfermo. Fue ahí, sintiéndome tan débil que descubrí que lo quería tanto que no podía imaginar una vida sin él ni siquiera cuando el otro lado de la balanza significara tantos sacrificios. Ese es el amor. El amor va más allá de cuantos años de compromiso o qué planes hiciste. No es lo que pudo ser sino lo que es. El amor no sobrevive en un frasco del pasado, es el presente el único que puede salvarlo.

—¿Por qué me dices todo esto?

—Porque no quisiste la limpia y ahora me voy mortificada por ello —escupió molesta, robándome una carcajada—. No te rías. Hablo en serio. Arturo, solo mira hacia al futuro. No te cierres la puerta, lucha por lo que quieras y cuando sientas que estás ante la persona correcta no te comas la cabeza pensando si valdrá la pena o no. Ser feliz siempre lo hace.

Mamá se levantó de su asiento, tomó la maleta cuando escuchó el llamado de su transporte y me abrazó fuerte. No quise decírselo, pero hubiera deseado se quedara, que alargara sus vacaciones y no viajara a Guadalajara, mas no era justo retenerla.

Me despedí de ella con un ademán de mano y una sonrisa hasta que la vi desaparecer por la puerta de abordaje y dejé de fingir. Caí en el asiento y cerré los ojos intentando aclarar mi cabeza. Todo lo que había dicho mamá antes de marcharse había alborotado los pensamientos que creí ya había dominado por completo.

El tiempo se consumió mientras me debatía si debía volver a casa o andar por ahí sin rumbo hasta que encontrara algo interesante por el camino. Prefería la segunda opción, si me conformaba con la primera de una u otra forma terminaría encerrado en el ayer y desperdiciaría el domingo en cuestiones estúpidas que no llevaría a ningún lado.

Al menos ese era mi plan hasta que el sonido de mi teléfono me sobresaltó.

«En serio, no quiero hacer una recarga», chisté mientras buscaba la notificación. Después del tercer aviso estaba claro que no cambiaría de opinión.

—¿Miriam?

Abrí la conversación para toparme con el último mensaje que había enviado hace apenas un minuto.

Miriam 🚗
¿Cómo está? Recordé que hoy viajaba su madre y quería saber cómo iban las cosas. ¿Todo bien?

Arturo 🤠
Se acaba de marchar.

Miriam🚗
¿Interrumpí su despedida?

Arturo🤠
No acaba-acaba, hace un rato.

Miriam🚗
Bueno, piense que fue para bien de ella.

Arturo🤠
Lo sé. Gracias por escribirme, Miriam. Ahora supongo que iré a casa.

No es que no deseara hablar con ella, en realidad es que la mirada de la mujer que estaba sentada a mi lado metiéndose en mi teléfono me incomodaba. Guardé el celular en mi bolsillo para volver al automóvil, pero apenas había dado unos pasos cuando volvió a sonar.

Miriam🚗
¿Tiene algo qué hacer hoy?

Verifiqué que si se tratara del número de Miriam. Estuve a punto de contestarle cuando agregó:

Miriam🚗
¿Sabe dónde está la Cafetería Santa Lucía?

No tenía ni la mínima idea, pero aproveché la red WiFi para acabar con mi duda.

Arturo🤠
.

Miriam🚗
¿Le queda cerca?

Regresé a Internet para comprobarlo
«Podría quedarme a vivir aquí sin muchos problemas».

Arturo🤠
Está a unos quince minutos de aquí.

Miriam🚗
Perfecto.
Si usted quiere (SOLO SI USTED QUIERE), y no tiene nada mejor que hacer, podemos vernos ahí. Yo estoy haciendo un trámite cerca, pero si la fila avanza rápido puedo llegar en unos diez minutos. Y repito, SI USTED QUIERE, puedo esperarlo.

Arturo🤠
Estaré allá en diez minutos.

Miriam🚗
Tranquilo, tampoco se vaya a matar. La cafetería no va a irse a ninguna parte.

Arturo🤠
No me preocupa la cafetería.

Miriam🚗
Yo tampoco.
Lo veo, Jiménez.

La cafetería era un modesto edificio de una planta con el diseño más clásico, mesas de madera, sillas tapizadas y una barra donde se exponían los productos. Se iluminaba por una decena de bombillas que esparcían una luz blanquecina y el sol que entraba con fuerza por el enorme ventanal que daba la calle.

Lejos había quedado ese aventurado sitio que hace unos años se había convertido en un fenómeno en los medios, poco quedaba de su escandaloso origen y renacimiento del que parecían solo quedar las fotografías que relataban su historia. Después de pasar unos segundo repasando uno de los hechos más controversiales que se habían dado en esa ciudad, ocupé uno de los lugares en el centro.

Observé el paso del reloj esperando aquella puerta de cristal se abriera, pero nadie cruzó por ella.

—Estoy esperando a alguien —le expliqué a la chica que atendía cuando fue a tomar mi pedido. Ella asintió y cuando estaba por volver sus pasos, Miriam ingresó al local buscándome con la mirada.

—Disculpe la tardanza. La fila no avanzó tan rápido como creí —se exentó cuando ocupó la silla frente a la mía—. ¿Ya ordenó? —me preguntó ante el titubeo de la muchacha que no sabía si quedarse o regresar ante la barra. Negué sonriendo porque siempre me resultaba gracioso el acelerado ritmo de su vida—. Perfecto. ¿Podría traerme un café capuchino y un trozo de pastel de tres leche? Amo los postres de este lugar.

Siguiendo sus recomendaciones ordené lo mismo viendo marchar a la joven atareada por su trabajo.

—Al final su madre sí se fue.

—Sí. Estoy seguro de que papá debió tirar la casa por la ventana para recibirla —le conté. Eso era una buena noticia, al menos podría apreciar su reencuentro en fotografías—. Cambiando de tema, ¿hoy también se marchaba nuestro jefe, no?

—Sí. Debió salir esta mañana —resumió, encogiéndose de hombros—. Según mis cálculos ya debió arribar, pero tampoco me avisará.

Supongo que eso le afectaba más de lo que quisiera admitir. Desde que la conocía cada que hablaba de él no escondía su desilusión.

Quise hacerle una pregunta, que ahora no recuerdo, cuando observé a la muchacha acercarse con nuestras órdenes. También fui testigo de como el otro chico que atendía la saludó a lo lejos y esto la distrajo lo suficientemente para que terminara tropezando con nuestra mesa.

Nos levantamos de golpe. Miriam echó atrás la silla en un rápido reflejo por esquivar el café caliente, y aunque pudo burlar la mayor cantidad terminó con la ropa manchada de la bebida. Soltó un suspiro de frustración mientras con una servilleta limpiaba el borde de su falda. Comenzaba a creer que Miriam tenía un imán para atraer a los despistados.

—Discúlpeme, de verdad lo lamento muchísimo —se desarmó en disculpas la muchacha mientras intentaba ayudarla. Me mantuve en silencio esperara ardiera Troya, pero lo único que recibió de Miriam fue una sonrisa y un comprensivo no te preocupes.

—Si yo hubiera hecho algo así no tendría cabeza ahora —me burlé cuando la joven se alejó para reponer el pedido escondiendo su rostro en su larga cabellera castaña.

—No se queje que a usted ya le he perdonado demasiado. Muchísimo más de lo que me había permitido con otra persona.

—Tiene razón. En una de esas termina invitándole un café —pronostiqué.

Miriam escondió una sonrisa ante la referencia.

—Lo he invitado porque me preocupaba que estuviera solo y triste ahora que su familia regresó —se excusó sin darle importancia, colocando un pequeño mechón de su cabello tras su oreja.

—¿Se preocupa por mí? —le pregunté con una sonrisa de lado que hizo entornara los ojos.

—Me preocupo porque, quiera o no, solo quedamos usted y yo en el trabajo. Desde mañana seré su jefa durante un periodo de cuatro semanas, solo procuro el estado de mis subordinados —dramatizó.

—Estoy a sus órdenes, jefa, para todo lo que quiera —le seguí el juego.

Ella sonrió complacida.

—¿En serio?

—Claro.

No entendía por qué lo dudaba, nunca había dado indicios de ser renuente.

—¿Para todo? —preguntó apoyándose sobre la mesa acortando la distancia entro los dos. Miriam buscó mi mirada con un brillo travieso.

Asentí atontado por su cercanía.

—Para todo.

—Entonces dígame por qué se mudó de Guadalajara —me engañó con una sonrisa triunfante volviendo a su sitio regresando a ser la Miriam que conocía.

Vi mi fantasía perderse en la dura realidad, precisamente en el tema que menos me gustaba. «Vaya cambio».

—Ya le he dicho que para mejorar mi vida —repetí sin acordarme muy bien que había inventado. Miriam entrecerró los ojos sin creerme—. Es verdad, necesitaba cambiar de aire, llevaba tantos años en el mismo sitio que no podía dejar de pensar en lo mismo todos los días. El monótono trabajo, la casa, Ana...

—¿Ana?

Quise golpearme contra la mesa. «Que imbécil, ¿cómo había podido soltarlo?»

—Dulce tenía razón. ¿Ana es su exnovia que no significó nada? Ese amor insignificante del que no le gusta hablar.

—No duramos ni un año —insistí.

—Así que un amor corto, pero que le pegó fuerte. Vaya, conozco muchos casos así. Debió tener algo de espacial —dedujo. Preferí no ahondar en los detalles para no delatarme—. ¿Tiene alguna foto de ella?

—¿Qué?

—Una foto de su exnovia —repitió—. No me juzgues, pero es que me mata la curiosidad de saber cómo es.

—¿Para qué?

—Soy curiosa —se justificó como si fuera lo más normal del mundo.

—No tengo nada de ella —confesé porque en cierta medida estaba siendo honesto. La única fotografía que conservaba de ella era una donde estaba con mi tía, la última antes de que falleciera, y que estaba enterrada en alguna carpeta olvidada de mi celular.

—Entonces descríbamela —me pidió ilusionada mientras entrelazaba sus manos sobre su barbilla—. No puedo imaginar una historia sin saber cómo es su protagonista.

Eso era incluso peor. No supe realmente qué me sorprendió más: el hecho que después de su petición buscara hasta dar con la fotografía o esa faceta romántica e infantil que no conocía de Miriam.

Cuando al fin encontré la imagen sentí un vacío en el estómago. Tristeza al ver el semblante de mi tía y nostalgia al apreciar lo feliz que era en ese entonces. Le cedí el celular porque no sabía cómo procesar las emociones.

—Dígame que su exnovia es la mujer que está en medio.

—No, ella era mi tía. Ana es...

—Sí, Jiménez, deduzco quién es —interrumpió mi innecesaria explicación cuando solo había tres personas en la postal—. Wow. Vaya, no sé qué decir.

—¿Por qué la conoce? —intenté no sonar alarmado, pero es que eso sería una tragedia porque se enteraría de la verdad y sinceramente la última persona que deseaba conociera mis decisiones más estúpidas era Miriam—. ¿La vio en algún cartel de se busca?

—No, no es eso... —murmuró sin despegar la mirada de la fotografía. Empecé a ponerme nervioso porque no recordaba si había algún detalle que relatara nuestro reciente compromiso—. ¿Qué celebraban?

—Nada.

Esa tarde mi tía había llegado de improvisto. Había sido un milagro nos hallara decentemente.

—¿Así se veía siempre? —cuestionó con terror. No entendía a qué se refería, la vi acomodarse incómoda en su silla mientras me cedía el aparato—. Es solo que es guapísima. Ya entiendo por qué le pegó tan duro.

—Sí, sí lo es —reconocí mirándolo por última vez. Había días en que no podía creerme como una mujer como ella se casaría con un hombre como yo, supongo que hice bien en dudar.

—¿Y la extraña?

—No —negué rotundamente, pero después titubeé—. Digo, solo lo normal. Tan normal como extrañas a cualquier persona con la que estuviste.

La verdad es que ya había dejado a Ana atrás, pero ese día todo mundo se había propuesto recordarla y aquello había desmoronado parte de mi avance.

—Yo no extraño a mis exs —admitió con desinterés—. Y puedo intuir que ni ellos a mí.

—Ojalá me fuera tan fácil.

—Lo es. Cada que quería volver con uno hacía una lista de por qué no era una buena idea. Para la media hora no quedaba ni un rastro de duda —me platicó divertida. Sonreí porque era una técnica extraña—. Aquí entre nos, empecé a hacerlo cuando era una chiquilla enamoradiza, así despertaba de mi ilógico sueño de amor.

—¿Y qué pasa cuando aun conociendo todo eso quieres seguir intentándolo?

Miriam se lo pensó por unos segundos, como si jamás se hubiera planteado aquella posibilidad.

—Supongo que no queda de otra que rendirte ante tus sentimientos —respondió con una pizca de tristeza.

Estuve de acuerdo.

Ahora veo que para eso entonces yo podría haber hecho una lista del tamaño de un pergamino y no hubiera servido de nada porque, sin darme cuenta, ya me había rendido ante ella.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top