Capítulo 15: Un nuevo comienzo
Las cambios nunca se me dieron bien, pero todos se habían dado de manera tan natural que ni siquiera tuve oportunidad de quejarme.
Desde hace unos días Sebastián se comportaba más amable y atento que de costumbre. Los días fatídicos y cansados que le siguieron a su rompimiento habían quedado atrás, regresando a ser el mismo hombre que había conocido hace unos años. Su ritmo de trabajo se relajó, salía a su hora y siempre regalaba mensajes de buenos días o noches. La oficina volvió a ser ese sitio libre de tensión que solo lo rompían las visitados ocasionales de Joel o Carlota.
Por otro lado, ni siquiera sé cómo terminé compenetrando tan bien con Jiménez. Pasó sin avisar. Es solo que resultaba tan fácil charlar con él, no sé, tenía la impresión de que estaba abierto a escuchar de todo sin juzgarte. Había vivido tantos años cuidándome de ser yo misma, pero él ya conocía mi peor faceta y no me había mandado al demonio. ¿Cómo no ser honesta con él?
—La respuesta estaba en su cara. En su cara —le conté a Jiménez la película que me había hecho perder un par de horas el fin de semana. Dulce estaba tan enamorada del actor que para ella él podía pasarse tres horas buscando lo mismo y ella seguiría fascinada, según sus propias palabras—. Aún no me entra en la cabeza cómo pretendían nos tragáramos ese cuento.
—No lo sé. Quizás el protagonista era tan despistado como yo. Esa gente existe, Miriam.
Rodeé los ojos, Jiménez siempre encontraba la manera de justificar a todo mundo.
—Hay niveles. Espero que no sea tan despistado y anotara correctamente la dirección —le recordé para prevenir un enredo. Me eché la bolsa al hombro mientras apagaba el equipo.
—La he revisado tres veces. Está a cuatro calles de aquí. Hoy es la inauguración —repasó todos los datos, animado—. Ojalá les vaya bien.
Se escuchaba sincero. Odiaba que Jiménez fuera tan bueno porque era más fácil tener presente que yo no lo era.
—Sí, aunque si eso sucede afectará a Nora. Muchos preferirán el nuevo local a su comida, y ese dinero es su única fuente de ingresos. Sé que no debería desearle el fracaso a personas que ni siquiera conozco, pero me es inevitable si del otro lado está Nora. Tengo preferencia sobre ella.
La verdad es que la visita al nuevo restaurante no me entusiasmaba, lo consideraba una traición a la amabilidad de nuestra compañera que había estado trabajando con nosotros por años, pero Dulce estaba decidida a ir y terminé accediendo.
—Quizás algún día Nora pueda poner un negocio propio, tiene todo para lograrlo.
Sonreí al oírlo. Como me gustaría eso se hiciera realidad.
—Eso sería maravilloso —acepté.
Arturo lució orgulloso de la recepción de su brillante idea. Reí cuando me abrió la puerta para cederme el paso, pero la alegría se esfumó al notar lo hizo también la otra entrada de la oficina.
—Miriam, tienes un momento... Oh, disculpa... —Sebastián se frenó en seco al hallarnos en la salida—, no había notado que era hora de la comida —dijo revisando deprisa su reloj.
—¿Necesita algo? —pregunté cuando lo vi parado ahí, sin saber qué decir.
—No, no, podemos revisarlo cuando regreses —avisó distraído—. ¿Van a salir?
—Sí, vamos a la inauguración del Norteño Feliz —respondió Jiménez por mí, con más detalles de los que yo hubiera dado—. Está aquí cerca.
—Oh, espero los dos se diviertan —nos deseó, pero sus palabras no correspondían a su tono de voz. Tal vez quería que me quedara para terminar, pero sinceramente tenía hambre y necesitaba un descanso.
—Gracias —dijo contento Jiménez, ajeno a la tensión que se formaba.
En otro momento hubiera aceptado, ese día me conformé con las palabras que Jiménez le había dado.
Incluso cuando me dedicó una mirada diferente a todas las que le había visto antes, como si quisiera hablarme a través de ella y decirme palabras que no entendí pese a mis esfuerzos.
—Bueno, ya no les quito más el tiempo. Pásenla bien —se despidió, rompiendo el contacto, antes de regresar a la habitación.
Cuando su figura desapareció mis pensamientos se agitaron. «¿Sería importante lo que necesitaba saber? Porque me miró como si lo fuera».
—Creo que está celoso —murmuró Jiménez, sobresaltándome.
—No diga bobadas —escupí por el susto.
—No lo son, es lo que pienso. Se puso celoso cuando nos vio salir juntos.
—Jiménez...
No quería seguir escuchando las tonterías que se inventaban. Sebastián no estaba celoso, era imposible. Durante cinco años jamás dio un indicio de ese sentimiento y nada había cambiado para que surgiera de la nada.
—A todo esto, ¿por qué sigues llamándome Jiménez?
—Porque me gusta como suena —confesé, de mejor humor al cambiar de tema—, elegante y con presencia.
—¿Y Arturo, no?
—Sí, también se escucha lindo —admití—. Tengo una idea, serás Arturo desde ahora y solo te llamaré Jiménez cuando esté enfadada.
—Ya está que me quedé con Jiménez para siempre.
—Está aceptando que me hará rabiar a propósito todo el tiempo.
—No, no. No adrede. Es algo que sucede de la nada, creo que está en mi venas —reconoció divertido. Lo miré con reproche antes de soltarle un leve golpe en el hombro que le robó una risa—. ¿Y eso por qué?
—Por ser tan conflictivo.
—¿Yo soy el conflictivo? —se burló porque yo no era precisamente la madre Teresa de Calcuta.
—Ya entendí la indirecta, Jiménez.
—No, no, yo no me refería...
—Ya lo sé. Era una broma. Respire —le pedí con una risa al verlo perder la seguridad—. Además, es mejor que conozca mi carácter para que no se meta conmigo —fingí amenazarlo con una sonrisa que no retuve.
—Nunca haría eso.
Y le creí. Tenía tan clavado en la cabeza que Jiménez era una buena persona que jamás sospeché que él pudiera hacer algún daño. Ahora sé que debió ser la primera persona de la que debí cuidarme, porque cuando logran que bajes todas sus defensas contra ellos ya has perdido.
Se había llegado el día.
Un hormigueo recorría mis pies. No podía quedarme quieta, iba de un lado a otro contando los minutos que transcurrían con una lentitud que aumentaba mi ansiedad. Hace un rato había dejado la comodidad de mi asiento para despertar mis piernas dormidas, porque si seguía dándole golpes al escritorio con los dedos le haría un agujero.
—Tranquilízate, Miriam —me pidió Arturo desde su lugar, entretenido en sus apuntes.
Para él era fácil decirlo porque no había sido testigo del esfuerzo que se requirió para conseguir una reunión de esa magnitud. Él no tuve que marcar cientos de veces, implorar por un tiempo en su agenda hasta que dieron su brazo a torcer. Jamás sentiría la alegría que me invadió al escuchar la confirmación de la cita. Ese día fui la envidia de todos, había conseguido algo que muchos consideraban imposible. Y aunque la fama duró un día, yo pasé una semana dichosa de inicio a fin.
Además, esto no solo era por mí. Me había puesto la camiseta de esta empresa desde que llegué siendo una jovencita, todos los triunfos y fracasos los sentía como propios. Había estado cuando apenas comercializaban etiquetas para tiendas de la esquina, después para pequeños negocios que emprendían, hasta marcas propias locales. Estuve al pie del cañón incluso cuando en una ocasión los números amenazaron con acabar con la idea de un par de amigos que estaba a un paso de firmar con una franquicia nacional.
Tenía que suceder. Había un montón de gente atrás que necesitaban ese sí. Muchos años para dar un paso. Lo merecían.
No quería pensar en la posibilidad de una negativa, pero mientras más intentaba alejarla más acaparaba mi mente. ¿Qué sería de nosotros si no se daba? Supongo que seguiríamos intentando hasta que llegara nuestro momento, pero sería tan doloroso haber estado tan cerca, casi rozarle y después caer al vacío.
Controlé mis deseos de morderme las uñas, estaban impecables y no quería arruinarlas. Nunca fui una mujer muy religiosa, pero los nervios estaban destrozando mi estómago y me quitaba cierto peso creer que contribuía en algo rogándole a Dios todo saliera bien. Jiménez rio cuando me vio enredarme con mis propias palabras en un susurro y unir mis manos. No era una carcajada burlona, sino un gesto de esos que me contagiaban.
—Miriam, las cosas van a salir bien. Tranquila —me consoló, seguro harto de mi crisis.
Asentí porque tenía que pensar con la cabeza fría, analizar la situación...
La puerta se abrió para dejar ver a un Sebastián contrariado que entró a su oficina en unos segundos, sin decir una sola palabra y dejando la entrada abierta.
«Al diablo la calma».
Lo seguí porque necesitaba que me contara qué había pasado. Bueno o malo, pero necesitaba saberlo ya.
Mi jefe no perdió el tiempo ordenando sus cosas como era su costumbre, arrojó todo lo que traía en sus manos a su escritorio. Quise distinguir si estaba feliz, molesto, decepcionado, mas me fue imposible descifrarlo en el silencio y su semblante abstraído.
—¿Lo recibieron?
Sebastián pareció reparar por primera vez en mi presencia. Asintió en silencio, pensativo. «¿Qué más, hombre?»
—¿El gerente?
—Sí —habló por primera vez desde su llegada, ensimismado en el recorrido de sus pies que iban en círculos por la habitación.
Aquello me alarmó, la idea de que la hubieran cancelado era menos trágica que la de su rechazo.
—¿Y? —pregunté, con los nervios cerrándome la garganta. Me pondría a llorar en cualquier momento si no soltaba de una buena vez el veredicto.
Sebastián se detuvo por fin, se quedó en el mismo sitio lo que me pareció una eternidad hasta que me miró a los ojos con una pequeña sonrisa.
—Aceptaron.
—¿Qué?
—Van a comprar nuestros productos, Miriam —me informó con todo el profesionalismo que la emoción le permitió—. ¡Aceptaron la negociación!
Me importó un bledo hacer el ridículo, solté un grito emocionada y me puse a festejar como si fuera una cría al que le acababan de decir le comprarían ese juguete que tanto había deseado. Reí y lloré, todo al mismo tiempo, sin controlarme, provocando una risa de parte de un entusiasmado Sebastián.
Él tampoco podía creérselo, lo disimulaba bien, mucho mejor que yo, mas yo que lo conocía de tanto tiempo atrás notaba esa carga de energía que parecía no poder dominar en su pecho.
Quizás porque era tan consciente de que las emociones estaban a flor de piel no me tomó por sorpresa cuando me abrazó tan fuerte que casi me levantó del suelo. Era la primera vez que me tomaba así entre sus brazos, pero estaba tan eufórica que le correspondí. Mi corazón iba tan deprisa que sentí iba escapar de mi interior. Sentí sus brazos rodeándome, el frenético ritmo de sus latidos al compás de los míos.
—Lo logramos —dijo Sebastián cuando pusimos distancia, al notar la confianza—. Este es un nuevo comienzo, Miriam.
Y lo era, sí que lo era.
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