Capítulo 12: ¿Licenciado Jiménez?

Habían pasado unos días desde que habíamos visitado Empresas Paper y las cosas cambiaron notablemente. Para empezar, mi jefe me felicitó por mi buen desempeño en las negociaciones y a Miriam por darme el empleo. Una buena decisión, así llamó a mi contratación. De un día a otro pasé de ser el novato para convertirme en un elemento importante del equipo. No hubo aumentos, ni bonos, pero tampoco podía pedir tanto.

Por otro lado, mi relación con Miriam dio un cambio radical. Me saludaba todas las mañanas y se despedía sin falta por las tardes. No creo que en ese entonces llegáramos a considerarnos amigos, porque seguía dudando de mis intenciones, pero al menos ya no me veía con deseos de estrangularme. Eso era un gran avance para mí.

Su ojo seguía inflamado. No dejaba sus gafas para nada incluso en días donde no se asomaba ni un rayo tímido de sol. La primera vez que Sebastián la vio trabajar con ellas puestas no le quitó la mirada de encima, debió creer había perdido algún tornillo. Ya para esa mañana le daba gracia.

—Buenos días, Jiménez —me saludó mientras corría a su escritorio para dejar todas sus cosas—. Lo único que me faltaba para ser una diva eran los lentes y ahora gracias a usted mi sueño se hizo realidad —dramatizó al comprobar que aún quedaban unos minutos para la hora de entrada. Se veía mejor relajada.

—De nada. Me alegra haberla ayudado.

—Jiménez, sígase burlando y vamos a combinar atuendos. Por cierto, ¿qué día es hoy? —preguntó de pronto. Tomó su celular, apareció una mueca de horror que imité sin querer—. Dios mío, hoy vamos a tener un día muy pesado. Muy pesado.

No entendí a qué se refería, no le pedí explicaciones porque asumí se trataba del informe que entregaríamos a la gerente de finanzas. En las semanas que llevaba ahí no me había topado con ella así que me generaba mucha expectativa conocerla.

La mañana trascurrió sin tragedias, logré imprimir el reporte y firmarlo antes del mediodía para que estuviera listo en el momento que me lo pidieran. Miriam terminó una hora después, pero no lució nada orgullosa de su trabajo. Revisó desganada las hojas, una por una, como si quiera quemarlas.

Todo fue paz hasta que tocaron suavemente a la puerta. Miriam soltó un pesado suspiró y cerró los ojos, avecinando antes nosotros la llegada de la tempestad.

—Espero ya tengas el reporte. Lo necesito urgente —le exigió la mujer al atravesar la entrada. Ni siquiera se percató de mi presencia, fue directa hacia mi compañera que le concedió una sonrisa a la fuerza. Demasiada fuerza.

—Aquí tienes, Carlota —escupió con falsa condescendencia.

Carlota. Ese el nombre de la gerente financiera.

Cuando se giró hacia mí percibí que se trataba de una mujer de mucho carácter. Debía llevarme menos de cinco años, pero era tan alta que reconozco me sentí intimidado. Tenía un cabello rubio claro y ojos afilados.

—También tengo el reporte listo —comenté ante su mirada analítica que no hacía más que estudiarme de arriba a abajo con un gesto indiferente. Le dio un vistazo deprisa hasta detenerse en la última hoja. Se quedó examinándola por un instante que me pareció eterno. ¿Qué había hecho mal? Con tantas opciones no me dio tiempo ni de estudiarlas.

—¿Licenciado Arturo Jiménez?

«Era solo eso», pensé aliviado al notar que no me había presentado.

—Sí, un placer.

—¿Licenciado?

—Arturo Jiménez.

—¿Licenciado?

—¿Arturo Jiménez?

«Siguiente pregunta, por favor».

—¿Qué pasa, Carlota? —intervino Miriam a su espalda, alzando la voz para llamar su atención. Carlota rodó los ojos fastidiada—. ¿Te sorprende su nombre de protagonista de novela? ¿Bonito, no?

—No es su nombre en el que reparo, sino en su nivel académico. Por el tiempo que Joel tardó en seleccionarlo asumí estaba buscando a una personas más capacitada. ¿Cuánto pasó? Más de un mes. ¿Al final creyó que un licenciado era el perfil apto?

—Joel no tiene nada que ver aquí, fui yo quien lo elegí.

—Oh, eso explica tantas cosas —musitó mordaz.

—Para tu información, Carlota, su exjefe tuvo comentarios muy positivos sobre su trabajo. Lamento que tú no puedas presumir lo mismo. —Le echó en cara con un sonrisa inocente.

Carlota hizo una mueca de molestia y agudizó la mirada. No me atreví a intervenir, incluso cuando la confrontación había empezado por mi causa. ¿Para qué meterme si de igual manera perdería?

—Miriam mi pasado es pasado, y este lugar también lo será pronto, no es más que un escalón en mi largo camino de aspiraciones.

—¿No crees que ya te tardaste mucho para saltar al siguiente? —preguntó, exagerando su curiosidad.

—Para tu carente educación eres muy altiva, Miriam.

—Y supongo que tú, con tus múltiples títulos, no perderás el tiempo discutiendo con una ignorante como yo.

Me sentí en medio de una balacera. Mi nombre había aparecido tres veces y nadie se fijó en mí de nuevo. «Gracias al cielo», agradecí. En pelea de mujeres era mejor no tomar partida.

Carlota guardó silencio para después dibujar una sonrisa arrogante que descompuso el semblante seguro de Miriam.

—Acertaste, querida.

Ese fue el fin de la discusión. Al menos así lo decidió la gerente de finanzas antes de marcharse sin que Miriam pudiera contraatacar.

—Querida tu...Argh... ¡Como la odio! —murmuró cuando desapareció. Arrugó la hoja de papel que traía en su mano, estuvo a punto de lanzarla a la puerta por donde había desaparecido, pero al final la arrojó a la basura—. Largirucha presumida.

La odiaba, Miriam siempre dejaba claro quien se ganaba su enemistad. Era transparente con sus emociones.  Ojalá a mí me fuera tan sencillo repudiar a una persona, supongo que algo bueno debe tener librarte de esa ira.

A Carlota no podía odiarla porque apenas la conocía y era apresurado decidirlo en base a un comentario. Un comentario que pensándolo a fondo era acertado. No había caído en cuenta de mi falta de metas. Me sentía bastante orgulloso y satisfecho con mi título, jamás me había planteado si aquello era suficiente. Supongo que la mediocridad es cómoda. Lo correcto era aspirar a más, siempre a más. Todo mundo sueña con llegar al puesto alto de la pirámide, algo debía ir mal conmigo para ser feliz con tan poco.

—Jiménez, deje de hacer eso.

No era mi consciencia la que hablaba, era Miriam quien se asomaba desde su asiento.

—¿Qué?

—Cuestionarse. Carlota es un maldito pavo real que no se queda tranquila hasta que empieza a cantalear sus triunfos imaginarios. Ya no piense en eso —me aconsejó sin despegar la vista de su pantalla. Soltó una risa sin gracia—. A todos en este edificio nos ha hecho sentir mal alguna vez. En su antiguo trabajo le poncharon las llantas dos veces en menos de un mes, por eso ahora se estaciona justo donde enfoca la cámara de seguridad.

Eso no decía mucho, hablaba de ella, no de mí. No me importaban los líos de Carlota, sino los míos. Una amarga sensación se instaló el resto de la hora mientras repasaba mi pobre plan de vida. Mientras otros soñaban con convertirse en dueños de empresas, acabar un doctorado o comprar un yate, yo siempre me había conformado con un trabajo común, una casa de Infonavit y un coche averiado. ¿Era bueno ser feliz con tan poco?

—¿Jiménez, adivine qué? —Tardé unos segundos en notar me estaba hablando a mí. Era la hora de la comida por eso estaba preparándose para marcharse—. Acabo de encontrar un restaurante donde venden tortas ahogadas. ¿Recuerda que su madre hace unas increíbles? —curioseó sonriente—. Tiene que acompañarme para que me diga si le hacen justicia.

—¿Yo?

Quizás me había quedado dormido en mis dilemas, golpeándome fuerte la cabeza en un descuido.

—Sí, sí, ¿quién más? Apague eso y vámonos ya —respondió con una actitud que me desconcertó. Demasiado alegre y vivaracha para la Miriam que conocía—. También tenemos que pasar por Dulce, amará la idea —planeó ilusionada mientras yo guardaba todos los archivos y suspendía el equipo.

Quise preguntarle a Miriam si se sentía bien, porque pocas veces la veía tan contenta. Tal vez sí había lanzado aquella bola de papel y rebotó en su cabeza haciéndola perder el sentido.  Sin embargo, cuando al fin encontré mi celular y me dispuse a cuestionarla, corriendo el riesgo de ponerla de mal humor, ella me tomó del brazo y jaló hacia la salida.

—No se lo piense tanto, Jiménez. Yo invito esta vez. Necesita distraerse.

—Yo no...

—Calle, Jiménez —me interrumpió con una sonrisa. No era una orden, sino una broma—. No, no, mejor hable. Hable todo lo que quiera —me animó—. Jamás pensé diría esto, pero ahora que ha estado callado siento que estoy en otra oficina.

—¿Me está pidiendo que charle? Siento que puede arrepentirse.

—Yo también tengo el mismo presentimiento.

Este capítulo se lo dedico especialmente a la persona que me motivó para hacerme una cuenta en Wattpad y fue mi primera lectora, hace ya bastantes años. Jamás podré explicar lo importante que fue tu apoyo cuando me sentía tan perdida. Gracias a ti he conocido a personas increíbles y me has regalado momentos de mucha felicidad. Gracias a ustedes por estar aquí. Son mi motivación para seguir escribiendo. Son los mejores.  Los quiero mucho. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top