Capítulo 11: Un partidazo

—No se preocupe, Jiménez. Gabriel prometió cuidar su coche. Quédese tranquilo, es un hombre de fiar —le aseguré a mi compañero al finalizar la llamada.

Habíamos terminado la junta más tarde de lo planeado por lo que ya no tenía caso volver a la oficina, le propuse a Jiménez que yo lo llevaría a su casa. Él accedió cuando le pedí al celador encargarse de su vehículo, mañana podría ir a recogerlo justo donde lo había dejado.

El sol se había ocultado por completo cuando ingresamos a la colonia donde habitaba. Era un barrio peligroso, solitario y con mala fama de trifulcas. 

—¿No le da miedo lo maten aquí? —hablé sin pensar al cruzar una larga calle sin alumbrado eléctrico, digna de una película de terror con trágico final.

—No hasta ahora, no sabía que había que tener miedo —me confesó. Recordé entonces que llevaba poco en la ciudad, eso explicaba porque era ajeno al sin fin de noticias que desfilaban por los medios.

—No. No tiene por qué ponerse paranoico. Solo cuídese y nada le pasará —le aconsejé para no exagerara, pero tampoco lo dejara la desidia.

—Vivía en una zona muy tranquila de Guadalajara —me contó antes de que el automóvil temblara como gelatina y cayera en un bache—.  Y más pareja que esto.

—Ya veo, ¿se la vendieron por internet? —cuestioné. No entendía cómo había seleccionado un lugar completamente opuesto al que estaba acostumbrado. Internet era una máquina de engaños. Lo sabría yo que había pedido un bello vestido negro suelto que al llegar terminó siendo una bolsa de basura.

—No. La alquilé de última hora. Aunque podría decir que lo hice por la adrenalina —susurró para él. Jiménez siempre decía cosas raras—. Esa es mi casa.

Las luces estaban encendidas, traspasaban las cortinas y se proyectaban en el asfalto. Era una vivienda sencilla, de un piso y una cochera pequeña. En la oscuridad no se observan los detalles, apenas el césped que empezaba a nacer en el jardín delantero y las macetas que adornaban las ventanas.

—Parece lo están esperando.

Jamás me había preguntado si Jiménez estaba casado o tenía una novia formal hasta ese momento. «No es que me interese, claro», pensé. Fue un poco contradictorio porque sabía que no debía sorprenderme, pero terminó haciéndolo cuando lo aceptó.

—Sí —respondió natural. Quise preguntarle si a su mujer no le molestaría lo trajera a casa, pero sonaba tan ridículo en mi cabeza que me lo guardé. «No creo que nadie se enfade por eso»—. Mi madre.

—¿Su madre?

—Ajá.

—¿Vive con su madre? —repetí por si había escuchado mal.

—Sí —admitió menos seguro ante mi repentino interés—. Un hombre que vive con su madre es ciertamente un partidazo, ¿no?

Sabía que tenía que reírme, no sé por qué preferí guardar silencio.

—Yo también. Con mis dos padres de hecho —reconocí para mí. No me gustaba hablar de ello, no hacía muchos comentarios al respecto en el trabajo, no sé por qué estaba contándoselo precisamente a él.

Jiménez titubeó, estaba segura de que buscaba armar una broma que no cedía ante mi cara seria. El sonido en el interior nos distrajo a los dos.

—Está preparando la cena.

—Mamá es una gran cocinera.

—Como lo envidio —admití en un pesado suspiro—. En su casa jamás debe faltar una comida caliente y una charla tranquila.

Yo jamás tendría algo parecido por más que lo deseara, no importaba cuanto lo soñara. Mi casa era un caparazón sin alma.

—Extraña Guadalajara —me contó nostálgico dándole un vistazo a la sombra que de vez en cuando aparecía para volver a borrarse—. Tengo la sensación de que ocupa tanto tiempo cocinando porque la hace sentir cerca de su hogar.

Había tristeza en su voz. Fui consciente que nunca me había interesado cómo había cambiado su vida desde que dejó su tierra, jamás le pregunté por sus emociones, me sentí terrible al ser tan poco empática. Mi mundo giraba en torno a mis problemas, fue la primera vez que consideré los suyos.

—Debería ir con ella. Su presencia seguro la reconforta —lo animé con una sonrisa que él correspondió.

Lo vi descender del vehículo, caminó un par de pasos y luego se volvió asomándose por la ventanilla. Me convertí en Elastigirl cuando alcancé la manivela para bajar el vidrio unos centímetros más. Los ojos de Jiménez tenían un peculiar tono que parecía centellar entre la luces y la noche, me sentí ridículamente tonta al distraerme por esa bobada mientras esperaba hablara. Tenía que reconocer tenía una mirada linda.

—Gracias por el aventón, Miriam —agradeció como si lo hubiera olvidado. Reí porque creí se trataba de un tema grave. Ese hombre no tenía remedio—. La próxima vez que pases por aquí debes cenar, mamá y yo somos buenos preparando tortas ahogadas.

La invitación me desconcertó porque pocas personas tenían el detalle de invitarme a sus casas, supongo que tampoco ayudaba que yo jamás pudiera corresponderles, no tenía cómo hacerlo. 

—No me convertiré en su transporte, Jiménez —respondí de la única manera que sabía hacerlo.

—Es una pena, fue bueno mientras duró.

Un alivio me invadió cuando noté que seguía de buen humor.

—Descanse, Jiménez —dije para finalizar la conversación. Conociendo su locuacidad podía tenernos ahí toda la noche—. Mañana lo veo en el trabajo.

—Buenas noches, Miriam —deseó amable dando un paso atrás para que pudiera marcharme.

No sabía por qué me costó controlar las ganas de volver la mirada hacia su dirección cuando continué mi camino.

Jiménez era todo lo que papá me había advertido: una persona que te llevaba de un problema a otro, de esas con las que hay que tener mucho cuidado. Y quería seguir su consejo, odiarlo por todos los líos en los que me había envuelto en tan poco tiempo, por casi destrozarme la cara, el automóvil y la paciencia. En verdad quería odiarlo, pero simplemente no podía.  

¡Hola! Espero les gustara el capítulo <3. Gracias por leer y comentar. Quiero agradecerles porque para el día de hoy, 17 de agosto, la historia superó las mil lecturas y todo es gracias a ustedes. Los quiero mucho. Un enorme abrazo <3.

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