Capítulo Treinta Y Cuatro

—Le causas repulsión, cariño. Solo intenta suavizarte para escapar.

La visión de Verónica continúa susurrando en su oído y hace su máximo esfuerzo por no reaccionar y que así Diana no se de cuenta de lo que está pasando. Por primera no ve en sus ojos odio y rechazo hacia él y eso despierta su esperanza.

Mira de reojo a Verónica, quien con su sonrisa burlona comienza a caminar por la habitación, desaprobando todo lo que él ha hecho hasta ahora.

—Me fui demasiado pronto —se lamenta ella—. No pude enseñarte bien. Si quieres lograr su amor debes forzarla no arrollada. Esto solo causa lástima...

—Ulises ¿Me estás escuchando? —pregunta Diana con el ceño fruncido.

—Lo siento, me distraje.

Estaba tan inmerso en ignorar las burlas y reproches de Verónica que olvidó que Diana continuaba hablando. No puede lidiar con ella, no cuando Diana por fin se está abriendo con él. Necesita con urgencia hablar con el doctor Toledo, él es el único que puede ayudarlo.

Como su lo hubiera invocado su teléfono empieza a sonar. Le da la espalda a Diana y mira la leyenda de número desconocido en la pantalla.

—Ahora vuelvo —dice antes de salir de la cabaña para contar el teléfono.

—Ulises, perdón por no llamarte antes ¿Estás bien? ¿Se te acabó la medicina? —pregunta el doctor despacio.

—Aún no, pero ya me queda poca y ella... ella volvió.

—Hablas de Verónica, cierto. —Ulises toma asiento en un escalón y se rasca frenéticamente la cabeza—. ¿Qué es lo que te dice?

—Quiere que torture a alguien, que la fuerce a hacer cosas que no quiere... justo como ella solía hacer —le explica.

—¿Y tú estás dispuesto hacerlo? —pregunta el doctor enfatizando cada palabra.

—Usted sabía de Verónica y su hermano, ¿cierto?

—Verónica era maravillosa, yo la conocía desde hace mucho tiempo y por eso te envíe con ella, por que sabía que podía ayudarte. Sus métodos podían parecer extremos, pero todo lo hacía por amor. Pero esa no es Verónica, ella ya está muerta y todo está en tu mente.

Ulises no se sorprendió al escuchar la confesión de Toledo, sabía que de alguna forma estaba involucrado en las prácticas de la chica.

—No quiero lastimar a nadie otra vez. Necesito más medicina.

—Lo sé. Te haré llegar una receta firmada. Tranquilo.
Después de que el doctor cuelga, Ulises respira profundo varias veces. Verónica está frente a él riendo a carcajadas. Se burla de su confusión y su desdicha. No puede evitar maldecir al doctor Toledo para sus adentros ya que, aunque es el único que puede ayudarlo también es su culpa que todo esto esté pasando.

—¿Qué es lo que quieres de mí?

—Quiero que me dejes guiarte —susurra ella en su oído .

—Quieres que le haga lo mismo que le hacías a ese sacerdote —le reprocha—. Casi lo matas. Yo no pienso ser como tú. —Ella lanza una risotada.

—Pero si ya lo eres cariño. Mataste a Jordan... me mataste a mí.

—Así es, yo te maté. Tú ya no existes.

Atraviesa la visión decidido y entra otra vez en la cabaña. Diana se sobresalta al verlo y intenta suavizar su mirada para no asustarla. En su corazón sabe que ella lo que Verónica o lo su subconsciente en forma de ella le dicen es cierto. Ella miente, solo lo trata bien por miedo, pero quiere engañarse un poco más, antes de que todo termine.
Ya ha tomado la decisión de dejarla ir y entregarse a la policía. Pero primero desea hacer almenas uno de sus sueños realidad, con su amada Perséfone.

—Diana... —Camina hacia ella lentamente hasta y toma sus manos entre las suyas. Está temblando, pero aún así no la suelta.

—¿Sí? —pregunta con voz temblorosa.

—Te voy a dejar ir. —La chica abre los ojos como platos, incrédula por lo que acaba de escuchar—. No voy a seguir haciéndote esto, ya has sufrido demasiado. Pero antes quiero pedirte algo.

—¿Qué?

—Una cena. Es todo lo que quiero, que te vayas de aquí sabiendo que no soy un monstruo. ¿Podrías concederme?
Una lágrima escapa de los ojos de la chica y no está seguro de porqué. Talvez de felicidad al saber que será libre o de miedo al pensar que es una trampa.

—Está bien... acepto.

La cabaña está decorada con cortinas rojas y velas aromáticas con esencia de canela; la suave música de fondo proviene de un disco de vinil de Nirvana que se reproduce en un tocadiscos que Ulises compró en un basar.

En el medio de la sala la mesa está servida con la elegante vajilla y cubertería de plata de su difunta madre; un bistec de ternera es el plato fuerte, acompañado con patatas al vapor y una botella de vino tinto —el más costoso que encontró—. Por último, su hermosa reina del inframundo lo espera con un largo vestido de tul blanco que deja sus hombros al descubierto y su larga cabellera es adornada por una tiara dorada que rodea su cabeza.

Todo el escenario está perfectamente diseñado para cumplir su última fantasía, antes de enfrentar las consecuencias de su dolorosa realidad. Por una noche al menos él podrá ser Hades.

—Gracias por aceptar —dice Ulises despacio.

Ella sonríe a modo de respuesta y toma asiento en la silla que él le ofrece. Él la rodea y toma asiento frente a él. Diana toma la cubertería y corta un trozo de carne y algunas patatas para ponerla en su plato. Ulises hace lo mismo, pero antes de empezar a comer sirve un poco de vino en sus copas.

—Me encanta Nirvana, aunque te confieso que nunca antes había escuchado música desde un toca disco y un disco de vinil. —Diana inicia la conversación mientras muerde un pedazo de carne.

—Yo solía ir a una tienda de música todo el tiempo cuando era pequeño y allí los escuchaba.

—¡Genial! Por cierto, esta ternera está deliciosa.

—Gracias. Yo la hice. Me tomó varios intentos que quedara así de buena.

Ulises agradecía que ella intentara tener una conversación amena con él, a pesar de las circunstancias de esa noche. Era el mejor regalo de despedida que podía darle. Continuaron comiendo y tomando vino en silencio por unos minutos, aunque no son incómodos, al menos no para él. Mientras comen la canción de fondo termina y una nueva empieza.

—Ulises ¿Porqué cambiaste de opinión? —La pregunta no lo toma por sorpresa, era solo cuestión de tiempo.

—Porque cometí un error y porque te herí y ya no quiero seguir haciéndolo. Yo te amo.

—¿Vas a estar bien en prisión? —Parece genuinamente preocupada por él.

—No lo sé.

—Siempre supe que eras una buena persona. —Diana extiende su mano para tocarlo—. Y si te sirve de algo yo... te perdono.

Ulises mira su mano por unos segundos, agradecido de su amabilidad. Pero al levantar el rostro no es a Diana a quien ve sino a Verónica, riendo burlonamente, usurpando el lugar de su quería ninfa.

Deduce que es producto de no haber tomado su medicamento desde hace dos días cuando se le terminó. Y él doctor aún no le ha enviado una receta como prometió. Aún así una inmensa ira se apodera de él. Esa es su noche, su última noche con Diana, no tenía derecho de estar allí.

—¡Sal de mi mente! —grita enfurecido.

—¿Qué te pasa Ulises? ¿Porqué me dices eso? —pregunta Diana asustada, pero él es incapaz de escucharla. Solo puede oír los susurros de Verónica.

"Eres patético. Crees que esté acto de redención hará que ella te ame ¡Iluso! Solo le das asco y lástima. Nunca te amará, nunca será tuya"

—¡Cállate! Todo es tu culpa, tú me hiciste hacer todo esto. Tú me condenaste.

De un movimiento tira la mesa que los divide al suelo y se abalanza sobre ella, poniendo sus manos alrededor de su cuello.

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