Capítulo Diez
El teatro se siente triste y asfixiante sin Diana, Ulises, apenas si tiene ánimos para trabajar. Escuchó con atención cuando Félix les explicó a todos al llegar que ese día ella faltaría a los ensayos por motivos personales. ¿Qué problemas la estarán aquejando? ¿Tendrá que ver con esa llamada que recibió? Daria lo que fuera por estar con ella, apoyándola, consolándola.
Se encuentra en un pasillo oscuro tras las bambalinas, pintando con pintura fluorescente unas siluetas que solo se verán en la oscuridad. El ruido de unas voces lo hace detenerse.
-Hablé con Diana, está muy enojada contigo. -dice una voz femenina.
-Lo sé, arreglaré todo cuando vuelva. -Está seguro que quien está hablando ahora es Jordan, el novio de Diana.
-Yo podría consolarte para que no te sientas tan solo.
Ellos se acercan más hacia donde él está, provocando que se alejen de la oscuridad y la tenue luz con la que está iluminando su trabajo sea suficiente para verlos con claridad. Pero ellos están muy ocupados para notarlo, la chica pelirroja tiene los brazos alrededor de su cuello y sus caras están a un milímetro de distancia.
-Gracias por el ofrecimiento, pero estoy bien, solo es una tonta pelea. Ahora será mejor que volvamos a ensayar.
-Espera -la chica pelirroja toma la mano de Jordan y la lleva a uno de sus pechos-. Siente mi corazón, está latiendo por ti. Ella no te merece.
Ulises mira la escena sin poderlo creer, esos viles traidores, nefastos, malditos. Su impresión es tanta que deja caer al suelo la brocha que sostenía en sus manos, haciendo que el ruido haga que volteen su mirada y noten, por fin, su presencia.
-H... Hola... -Jordan retira la mano del pecho de Estela y la pasa por su cabello con nerviosismo.
-¿Acaso nos espiabas, fenómeno? -escupe ella antes de marcharse.
Jordan se acerca a él hasta llegar a hacia donde está la brocha que cayó al suelo y agacharse para recogerla. Se la extiende al tiempo que lo mira con una expresión amenazadora.
-Lo que sea que hayas visto o escuchado, no es lo que parece. Espero que no seas un chismoso que anda por ahí diciendo cosas que no son o te podrías arrepentir.
Ulises acepta el objeto sin decir nada, tampoco demuestra ningún tipo de emoción en su rostro, lo que hace que Jordan le dé la espalda y atraviese las cortinas para volver al escenario. Él lo observa alejarse mientras aprieta sus puños con tanta fuerza que el mango de la brocha se parte en dos en sus manos, producto de toda su ira contenida.
Al terminar su jornada Ulises sale del teatro sin despedirse de nadie, ni siquiera de Félix, y empieza a deambular por las calles. Aún está enojado por lo que vio esa tarde ¿Cómo se atrevían a traicionar a su amada?
«Esos malditos no merecen tener el privilegio de poder mirarla a los ojos», piensa.
Lo que más le molesta es que no puede advertirle a Diana lo que está pasando, ella nunca le creería. Solo lo ve como el chico raro que trabaja en el mismo lugar que ella, jamás lo tomaría en serio, además, ha visto como mira a Jordan, lo ama, en serio lo ama, y ese amor la haría ser capaz de perdonarle cualquier cosa, está seguro de eso, y el solo pensarlo le hace sentir náuseas en el estómago.
En ese momento se encuentra frustrado y dolido. Si ella fuera suya él jamás la traicionaría, no se atrevería a mirar a ninguna otra mujer. Pero Diana no era suya y nunca lo sería.
No sabe por cuánto tiempo ha caminado ni por cuáles calles ha pasado, solo sabe que sus pasos lo llevaron de nuevo a aquel lugar, al club de los amores imposibles. Se encuentra justo frente al lugar de reunión, las luces están encendidas y las personas se pueden ver desde la ventana de cristal. Entonces a su mente llegan los recuerdos de la chica de ojos verdes ¿Estará allí? Y si lo está ¿Volverá a observarlo de forma tan insistente o volteará su atención hacia alguien más?
El mismo chico regordete y bajo de la otra vez abre la puerta. Sin decir nada, y con una sonrisa en los labios, lo invita a pasar con un gesto de sus manos. Ulises pasa adelante sin mirarlo a los ojos. Las sillas están colocadas en forma círculo, él toma asiento y, al
Hacerlo, se da cuenta de que la chica de ojos verdes está justo frente a él; viste una blusa con escote pronunciado y unos jeans ajustados.
El chico regordete, cuyo nombre olvidó toma asiento en una silla que vacía que está en el centro del círculo y todos lo miran atentamente, incluyendo la chica de ojos verdes.
-Hola a todos. La mayoría de ustedes me conocen, pero para los que no, mi nombre es Óscar y sé por qué están aquí: porque están enamorados. Enamorados de alguien que nos los ama, que los ignora, que no sabe que existen. He escuchado sus historias y he vivido mis propias experiencias. Sé lo que sienten, por eso cree este grupo, porque quería que supieran que no están solos y que, muy al contrario de lo que piensan, ustedes si son dignos de ser amados. Ya sea por la persona que los rechaza o por alguien nuevo, ustedes serán amados y valorados.
Al escucharlo Ulises solo podía pensar en un pastor de iglesias predicando y vociferando versículos de la biblia que se aprendió de memoria. Alegando que solo Dios podía salvarlos de sus pecados y que todo lo malo o bueno que pasaba en la vida de alguien era porque así él lo había predicho. Esto lo sabe porque cuando era niño su madre decidió que la mejor forma de superar la muerte de su padre era ir a la iglesia. Por supuesto no funcionó y poco tiempo después encontró un consuelo que para ella resultó ser mucho más efectivo: el alcohol.
-Quiero que entiendan que no hay nada de malo con ninguno de ustedes -continuó diciendo Óscar-. Son todos personas increíbles y maravillosas. Tú, dime tu nombre. -Ulises casi cae de su silla al darse cuenta de que le hablaba a él.
-Soy Ulises. -Se rasca la nuca al tiempo que revela su nombre. Todas las miradas están sobre él y esto lo pone nervioso, odia ser el centro de atención.
-Ulises... Déjame adivinar, amas a alguien, y me atrevo a apostar que sale con alguien más, alguien que no meceré estar a su lado. -Ulises solo asiente, perplejo por como acertó en todo lo que dijo- Es la historia de muchos aquí, pero quiero que sepas que tú, Ulises, eres digno de amor. Quiero que todos lo repitan una y otra vez: soy digno de amor.
Todos los demás empezaron a repetirlo al unísono como un mantra, a excepción de él y la chica de ojos verdes. De repente ya no se sentía en una iglesia, sino en una especie de culto o secta, cuyo líder era ese sujeto de sonrisa amable.
Confundido y, aun, enojado, Ulises, decide entrar a un bar que se topa en el camino. Se sienta en la barra y, sin mirar al cantinero a los ojos, le pide una jarra de cerveza negra. Casi nunca toma alcohol, pero esta noche en verdad lo amerita
-Me puede dar lo mismo por favor.
-Por supuesto, señorita -responde el cantinero a la chica que acaba de sentarse a su lado.
Ulises voltea para descubrir a quien pertenece esa seductora voz femenina y queda sorprendido al ver que se trata de ella: la chica de ojos verdes.
-Hola, Ulises, soy Verónica.
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