Capítulo Diecisiete
Ulises se queda paralizado mientras el perro continúa ladrándole. Incapaz de moverse, observa como Diana se acerca despacio y lo aleja con un movimiento de manos y algunos sonidos de su boca. El animal se va por fin, dejándolos solos y en un silencio bastante incómodo entre ambos.
—Ulises, ¿qué haces por aquí? —Diana rompe el silencio con su pregunta.
—Yo... solo... caminaba por aquí —miente.
—Pues qué casualidad —concluye ella, aunque no muy convencida.
Le parece extraño que el chico raro de su trabajo camine justamente por la escuela de danza de su pequeña prima, sin embargo, se reprende a sí misma por ser tan desconfiada; ese pobre chico ya tiene suficientes problemas como para ahora también ser víctima de su paranoia.
—Yo... tengo que irme —le dice con la mirada agachada, sin mirarla a los ojos.
Diana no puede evitar sentir lástima por él, siempre solo y aislado. Cree que talvez un poco de compañía le levantarán el ánimo, aunque sea la compañía de ella y un grupo de niñas ruidosas.
–Oye, si no tienes nada que hacer ¿te gustaría entrar conmigo? Es una escuela de danza, vengo a darle una clase a mi primita y sus compañeras.
—Yo... Sí, me gustaría —contesta exponiendo una tímida sonrisa.
Ulises camina tras ella y ambos entran en el edificio, después de subir por algunas escaleras y atravesar algunos pasillos llagan a la clase de su prima. Ulises ve a un grupo de niñas de entre nueve y once años correr a abrazar a Diana, lo que le hace pensar que ya tiene tiempo viniendo a visitarlas y que es muy querida por esas niñas. Una pequeña de tez bronceada y pelo largo y ondulado es la más efusiva de todas, y de inmediato la reconoce como la pequeña pariente de Diana; la ha visto en su habitación algunas veces cuando la ha espiado.
—Chicas, quiero presentarles a un amigo que nos acompañará hoy. Él es Ulises. —Lo presenta—. Ulises, ella es Kiara, mi prima y sus demás compañeras. —A continuación, dice el nombre de cada una de las pequeñas bailarinas.
Las niñas se quedan quietas en su lugar, entre sorprendidas y asustadas. Diana las insta con la mirada y todas dicen hola casi al unísono, pero sin moverse o acercarse. No puede culparlas, los niños se sorprenden con facilidad y más con un aspecto tan peculiar como el suyo. Decide hacer algo para disipar la tensión. Saca de su mochila una libreta y un lápiz y empieza a dibujar a la pequeña Kiara. Los trazos son simples y algo toscos por la rapidez, pero el resultado es bastante bueno. Arranca la hoja de papel y se lo entrega a la pequeña quien lo toma con recelo. Sin embargo, sus ojos se iluminan al ver el dibujo, lo cual complace a Ulises. Las demás niñas también quieren un dibujo suyo y prácticamente saltan sobre él para pedírselo, Diana lo mira con una sonrisa, haciendo que su corazón de un vuelco.
Mientras él dibuja por separado a cada una de las niñas. Diana inicia sus clases de danza, haciendo que todas se alineen frente a ella para que puedan ver e imitar sus pasos. Verla bailar tan cerca de él es un espectáculo tan solemne y maravilloso que tiene que esforzarse para no derramar lágrimas de felicidad, sobre todo cuando ella de vez en cuando lo mira y le sonríe. La ha visto bailar antes, muchas veces, pero es la primera vez que recibe una invitación para hacerlo. En la obra, una vez que Perséfone vence su miedo a la bestia, ella lo invita a acompañarla al prado; tal vez su Perséfone ya ha vencido su miedo, tal vez ya no lo ve como una bestia. Sin poder evitarlo, la esperanza empieza a anidarse dentro de él.
Al terminar la clase Ulises le entrega a cada una de las niñas un dibujo cómo el que antes le hizo a Kiara. Todas se le acercan para agradecerles sin rastros del temor, que habían mostrado antes.
—Muy bien niñas, es hora de irnos. Nos vemos la próxima semana. Díganle adiós a Ulises.
Todas dicen adiós al unísono. El chico de ojos rojos también se despide de ellas y luego sigue a Diana hacia la salida.
—Eso fue divertido —confiesa en voz baja.
—Me alegra que te lo pareciera, las niñas son muy cariñosas y les caíste muy bien.
—Sí...
—Hace mucho calor —dice ella de repente-. Mi novio viene a buscarme como en una hora, tengo tiempo de comerme un helado ¿quieres venir?
La mención de su novio fue como un balde de agua fría que lo trajo de nuevo a la realidad, pero aun así asiente, y caminan hacia un carrito de helados que hay unos cuantos metros adelante. Se sientan en una banca a comerlo.
—Tus alumnas son muy tiernas —comenta con los ojos fijos en el helado.
—Sí, lo son y tú estuviste maravilloso con ellas. Gracias por los dibujos.
A decir verdad, es la primera vez que Ulises interactúa tan directamente con un grupo de niños por un tiempo prolongado y sin que digan alguna burla o comentario sobre su físico. Aunque eso ya no lo afecta tanto como solía hacerlo cuando era pequeño, por lo general, suele evitarlos. Le alegra haber aceptado entrar con ella a pesar de saber a lo que pudo haberse enfrentado, si no se hubiera perdido de este maravilloso momento.
—También hice uno para ti. —Se sorprende a sí mismo cuando escucha las palabras que acaban de salir de su boca.
—¿En serio? Déjame verlo —le pide ella.
Ulises vuelve a sacar la libreta de su mochila y, con temor, arranca la hoja en la que está el dibujo y se lo entrega, ella toma emocionada y se queda perpleja al verlo.
—Sé que no es perfecto, lo hice mientras bailabas...
—Es hermoso, me encanta —dice con una genuina sonrisa que ilumina sus grandes ojos color ámbar—. Eres muy talentoso ¿Lo sabías?
El pintor baja la mirada para esconder el rubor en sus mejillas, no está acostumbrado a los halagos y el que vengan de ella los hace aún más especiales. La conversación se extiende por un rato más, aunque básicamente es Diana la que habla, mientras él dice monosílabos o mueve la cabeza para asentir o negar. Minutos después un auto blanco Volkswagen se para frente a ellos, ambos saben que se trata de Jordan. Diana se pone de pie, guarda el dibujo en su bolso y se despide de Ulises antes de correr hacia su novio y subir al asiento del copiloto.
Al llegar a casa lo primero que hace Ulises es dejar su mochila a un lado e ir al baño a lavar su rostro y limpiar sus lentes, los ojos le arden un poco así que se echa unas gotas que sirven para aliviar la molestia. Luego de eso va a la cocina y abre el refrigerador para ver qué hay de comer. Tiene suficientes ingredientes para hacer un sándwich, por lo que eso hace. Justo antes de terminar su teléfono vibra, al mirar la pantalla se da cuenta de que es un mensaje de Verónica.
Verónica: ¿Cómo te fue en el psiquiatra?
Ulises: Estuvo bien, solo fue algo de rutina. Pensé que nunca volverías a hablarme después de saberlo.
Verónica: y ¿Por qué haría eso? La locura lo hace todo más divertido.
El chico se incomoda un poco con la palabra locura. Él no está loco, solo algo deprimido, sin embargo, conociéndola, sabe que lo dice como una tonta broma.
Ulises: Hoy vi a Diana, estuvimos juntos casi todo el día. Fue genial.
Verónica: Eso es maravilloso, tenemos que celebrarlo, pero no hoy; también estoy avanzando con mi chico.
Ulises: Entiendo. Que te diviertas, después hablamos. Buenas noches.
Ella envía un emoji de un beso y algunos corazones que dan por terminada la conversación. Ulises se sienta a terminar de comer su sándwich mientras que un pensamiento asalta su mente. Verónica no le ha hablado mucho del hombre al que ama, ni de sí misma, siempre que están juntos solo hablan de él y Diana, del club, de sus pinturas o simplemente tienen sexo, pero casi nunca hablan de ella. Se pregunta ¿cómo es ese sujeto?, ¿qué es lo que hizo que se enamorara de él? Y ¿qué estarán haciendo en este momento? Tal vez teniendo sexo, tal vez por fin ha caído a sus pies. Puede que él no esté enamorado de ella, pero sabe por experiencia propia que, aun amando a otra, ningún hombre, incluyéndolo, podría decirle que no a una mujer así.
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