4. Bihotz. La calcomanía del saco de golpes

—¿Qué dices? —exclamé, sorprendida. Tenía la boca tan abierta que hasta noté que un mosquito se posaba, moviendo repugnantemente sus alas, sobre mis papilas gustativas. Tosí para intentar expulsarlo y el macuto se me resbaló de las manos por el sudor, una reacción psicosomática que me perseguía desde que podía recordar. ¡Maldita ansiedad! No podía creer que esa chica me culpara a mí por algo que, además, había hecho ella. Yo jamás haría algo así. No es mi estilo—. Yo no he sido. Eh... Victoria era, ¿no? Yo no he sido, Victoria —afirmé empujando las grandes gafas hacia arriba para dejarlas en su sitio. Se me resbalaban todo el tiempo, más de lo acostumbrado, por el calor y por la angustia—. Te juro que yo... Yo no he sido, de verdad.

La verborrea estaba atacándome otra vez, eso era incuestionable. No podía dejar que los nervios me sacaran de mis casillas. Ya había comprobado, para mi desgracia, lo que podía pasar cuando eso ocurría.

Durante varios segundos, aquella chica de vista rasgada me ojeó, entre alucinada y escéptica. Se había llevado la mano a la cabeza, justo a aquella parte del cuero cabelludo en el que había sufrido el tirón. Su silencio me puso todavía más nerviosa, y no pude oler en su expresión si lo próximo sería un «no te preocupes» o un sopapo. Dio dos pasos hasta situarse en frente de mí. Por eso fue fácil contemplar cómo su tonalidad de piel blanquecina, como la de la realeza, se volvía a cada segundo más y más colorada. Alzó un dedo y lo colocó con más fuerza de la debida sobre mi esternón.

—¡No vuel-vas a to-car-me! —Con cada sílaba me pegó un golpe en las costillas, cada vez más fuerte. A mi derecha, de soslayo, pude comprobar cómo la tal Goikoetxea se mordía los labios para tragarse la risa.

Merde ! Yo no he sido, te lo juro. ¿No ves cómo se está aguantando para no reírse? Ha sido ella —insistí retrocediendo un paso.

A pesar de la incómoda situación, logré tranquilizarme. Victoria estaba muy enfadada, no obstante, era evidente que tenía un gran poder de contención. No gastaba malas pulgas en su ADN. En ese momento, supe que no era de las que se ponen agresivas, como el resto de Quebrantahuesos carroñeros sueltos del campamento.

—Ya... —respondió, irritada.

—Que yo no he sido, jolín... ¡De verdad, Victoria!

Esta miró con serenidad a Goikoetxea, quien, con increíble agilidad, relajó el semblante e hizo un gesto simulando que se cerraba la boca con una llave invisible. Victoria se quedó patidifusa, mirando de arriba abajo a la otra chica. Realmente, ella sí parecía peligrosa. De las que te hacen picadillo. Inmediatamente, Victoria volvió a mirarme.

—¡Eres tonta o qué! —gruñó, empujándome. Oh mon dieu, ya estaba. Me habían puesto la calcomanía de saco oficial del campamento—. Que no se te ocurra volver a meterte con Victoria Min Martínez, ¿me has oído? —La chica cruzó los brazos y esperó. Goikoetxea dejó de aguantarse la risa y soltó un rebuzno por todo lo alto.

—Te juro que yo no he sido... —insistí.

—¡Déjalo ya, anda! Y vete antes de que me arrepienta... —En ese momento supe que había sido una cuestión de supervivencia. Victoria tuvo que actuar así y convertirme en el saco de tortazos. Si no, lo hubiera sido ella.

—Eso, ¡lárgate! —añadió Goikoetxea.

Me agaché despacio, y sin apartar la mirada de los ojos de Victoria, con la mano, busqué el asa del macuto. Cuando lo encontré, me aferré a él bien fuerte y lo levanté para continuar mi camino.

Aquel campamento iba a ser peor de lo que había imaginado. La esperanza de hacer amigas, por fin, ¡amigas!, se esfumó durante aquellos primeros minutos del verano. De pronto, sentí un latigazo en las rodillas y algo me rozó las manos. No pude reaccionar. Se me habían clavado astillas en la piel y mi mochila se había abierto, derramando todas mis cosas por el suelo, incluida mi brújula.

Detrás de mí, Goikoetxea y Victoria se reían, igual que otras chicas que se habían quedado a presenciar la terrible y humillante escena. La chica con chaqueta de cuero y párpados negros como el carbón todavía tenía la pierna estirada. Ni se había preocupado de disimular aquella vez. Me había puesto la zancadilla. Un clásico. ¿Cómo no lo había visto venir? Estadísticamente, era lo más probable.

La vergüenza me recorrió todo el cuerpo. Empezó por enfriarme los pies, hasta colorearme los mofletes. Miré a Goikoetxea, suplicante. Su expresión supuraba malas pulgas: no tendría clemencia conmigo.

—¡Qué! —amagó, poniendo los ojos en blanco, con desdén.

—Nada, nada...

Examiné a Victoria, esperando que ella sí reaccionara, pero se me revolvió el estómago al encontrarme con sus labios torcidos en un gesto soberbio. No lo pude evitar. Una fuerza desconocida que vivía escondida en mí, como un parásito, me empujó desde los talones. Me abalancé sobre ella, del mismo modo que me había abalanzado sobre aquella chica de clase de Biología, después de que me llamara gorda y cuatro ojos unos cientos de veces por los pasillos e hiciera aquello con Sophie que era preferible no recordar.

—¿Qué está pasando aquí? —Asunción se abrió paso entre las chicas que hacían corrillo en la entrada de la casa justo en el instante en el que Victoria y yo forcejeábamos.

—Nada, monitora —se apresuró a replicar Goikoetxea.

—¿No les he dejado solas ni diez minutos y ya están armando escándalo? No se preocupen. Hooombre, sigaaan, este tipo de salidas de tono, señoritas, son las que me hacen estar cada día más segura de que mi labor en este campamento no solo es necesaria, sino vital.

Goikoetxea se interpuso entre nosotras, separándonos. Después, nos colocó de cara a Asunción. A Victoria le brotaba sangre por la nariz, y su pelo, que había llegado en perfectas condiciones, lucía revuelto como un nido de pájaros.

—Yo... Bueno... Lo siento, monitora.

—Sí, lo... Lo sentimos mucho. No ha sido culpa nuestra.

Las suplicantes palabras de Victoria se entremezclaron con las mías. Victoria Min Martínez parecía igual de desesperada que yo por pasar página y por salir indemne de aquella situación.

—Eso. No ha sido culpa nuestra. Yo no soy así, monitora. ¡Se lo juro!

—Yo tampoco —ultimó Victoria.

La jefa de monitoras suspiró agotada, dejando claro que, aunque estuviera habituada a riñas como aquella, estaba también hasta las mismísimas narices.

—Vamos, todas ustedes a sus habitaciones —ordenó a las pocas chicas que quedaban ya en el corro. Victoria, Goikoetxea y yo pusimos rumbo a la escalera, con la vista gacha, arrastrando los pies—. No queridas, ustedes tres no. —Paramos en seco y giramos lentamente—. He comprobado que les importa un pimiento elegir habitación y cama. ¡Pues hala! Ya lo he hecho yo por ustedes. Dormirán las tres juntitas. A ver si así espabilamos.

—Pero... —protestó la chica vestida de cuero.

—Chitón. ¡Arriba, vamos! —exigió Asunción, señalando con un largo y arrugado dedo índice la escalinata de madera—. Usted, Carmen Esparza, ¿no es así? —preguntó comprobando sus documentos. Esta asintió despacio—. Con ellas tres.

La monitora salió por una puerta lateral, dejando a su paso el eco del portazo retumbando en los oídos. Las demás chicas desaparecieron por los diferentes corredores. Estábamos solas. Era el primer momento en todo el día, desde que las chicas habían subido en el autobús en la parada de Saint-Sébastien, en el que pude escuchar el silencio, en vez del bullicio. Victoria y Goikoetxea se dirigieron hacia la escalera. Carmen me miró de soslayo y las siguió.

—Sí, eso es, me llamo Victoria Min Martínez —decía Victoria estirando la mano para presentarse formalmente a la otra chica—. Todos me llaman Victoria, sin el Min, aunque a mí me gusta el Min.

—Yo soy Enara. Nada de Goikoetxea. Es el apellido del viejo, prefiero Enara y punto. —Sacó la mano del bolsillo trasero de sus vaqueros y, en lugar de estrecharle la mano, le propinó a Victoria un leve puñetazo en el brazo. Victoria sonrió divertida por el gesto—. Pues ya nos conocemos, chavala.

—¡Eh, esperadme! —vociferó Carmen, acelerando el paso, tratando de alcanzar a las otras dos—. Yo soy Carmen Esparza.

—-¿Y a quién le importa? —refunfuñó Enara, con indiferencia.

Más me valía guardar las gafas, si no quería pasarme todo el verano viendo borroso, después de los porrazos que me iba a llevar. Me resigné y subí las escaleras, detrás del resto.


▬▬▬▬▬ஜ۩۞۩ஜ▬▬▬▬▬

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top