Capitulo XXXII: La Chica Que Roza

 Ya con una botana a lado, y un poco más del lado de los despiertos y los vivos,  Allyson estaba lista para escuchar.

—¿Dónde estaba? —Su madre preguntó.

—En la era de Reagan.

—¡Ah, claro! Veras, era mi último año en esa escuela tuya, y no sabía exactamente que iba a hacer después del bachillerato; si fuera honesta, la verdad toda mi planeación se limitaba a los siguientes cinco minutos de cualquier momento dado. Pero había algo de lo que estaba segura: quería estar con un hombre increíble, un hombre que había estado junto a mi en todo momento y que sabía, al menos en ese momento de mi vida, sería aquel con el que compartiría mis altas y mis bajas, lo dulce y lo amargo, el ardor de una pasión y la frialdad de las adversidades por igual.

—¿Es una prosa un tanto pastosa la que usas, no? —Allyson dijo.

—¿Qué tiene de malo? —respondió la madre—. Me gusta creer que le estoy poniendo mi propio sabor.

—Es tu historia, se supone que sea así.

—¿Me vas a seguir criticando, o me dejarás contar algo de lo que no estoy de todo segura quiera contar?

—Lo siento, continua.

—Lo que iba diciendo es que había conocido a un chico que me amaba sin condiciones, y yo, lo amaba sin condiciones de igual manera; lo apestosa de mi estancia en esa escuela fue un poco más llevadera con él a mi lado.

—¿Te refieres a papá?

—Ése es el detalle, Allye: no estoy hablando de él.

—¿Entonces, es de Keith?

—Si no es gato, es gata, ¿verdad?

—Interesante...

—Y verás...

—Espera —Allye, reflejando confusión en su rostro, y no era para menos, interrumpió las palabras de su madre—. Sé que lo conociste antes, pero, ¿qué tanto antes fue?

—No tanto como crees.

—¿Por qué no te saltas la parte de tu amor juvenil y sólo me cuentas de papá?

—Sabía que me dirías eso —contestó Colleen—, pero tiene una razón de ser. Por favor, muestra un poco de paciencia.

—¡Bueno, bueno! ¡Pero soy la generación de Youtube! ¡Más de tres minutos es demasiado para mi!

—Intentaré ser breve —mintió—: Keith y yo nos conocíamos desde el primer año del colegio, ambos fuimos un poco de los...¿Cómo decirlo...? No nos aceptaban en todas partes, no eramos de los chicos populares precisamente, eramos...

—¿Inadaptados? —Allye sugirió.

—En realidad...sí, creo que es la mejor manera de describirnos.

—¿Me estás diciendo que tú, mi madre, Colleen Elizabeth Martin, eras una inadaptada social en el colegio?

—¿Es difícil de creer?

Allyson me veía diferente: siempre tenía la sensación que había un poco de juicio hacía mi con cada mirada que me daba; un juicio duro, que se ocultaba para ella misma con el propósito de mantener la paz entre nosotras, pero esta vez me veía con algo que no parecía recordar en ella desde hace años: simpatía.

—¿Se te hace gracioso? —preguntó la madre.

—Es que la verdad, imaginé que serías diferente.

—¿Cómo me imaginabas entonces?

—Pensé que serías...quizá como Jessica, ya sabes: linda, popular, una reina abeja.

—Tal vez te parezca increíble, pequeña, pero tú y yo nos parecemos: los hijos tienden a parecerse a sus padres, ¿sorprendente, verdad?

—Bueno, mi sarcasmo es definitivamente tuyo.

—El caso es que Keith también lo era, y nos llevábamos genial: era mi único aliado en la lucha constante, mi mejor y único amigo, en realidad.

—¿Entonces cuál fue el problema? ¿Por qué al final...no fue él quién plantó su semilla?

—El detalle, hija, es que todo eso que he dicho, cuánto lo quería, cuánto lo apreciaba, no es del modo en que piensas, porque siempre lo miré como un amigo...

—¡No! ¿N-no me digas qué..? ¡¿Lo pusiste en la “zona de amigos”?!

—¿La qué? —Colleen cuestionó.

—Ya sabes: cuando tienes a alguien que te quiere, te ama y te aprecia como nadie más, pero en vez de verlo como un candidato romántico, sólo lo ves como un amigo y nada más.

—¿Así se le llama ahora a eso? ¡Debo ponerme al día!

—Sí, sí, luego te daré un curso intensivo de Internet —Allye comentó—, por ahora, continua.

—Recuerdo que él de hecho me dio...pistas, por decirlo; en retrospectiva, debí notar lo de las rosas...y lo de los chocolates...y la canción con mi nombre que compuso...y el busto tallado en roca que hizo un verano...y...

—El sarcasmo lo saqué yo, pero la idiotez se la dejaste a Jessica...

—Y la grosería es de tu padre, sin dudas —aseveró Colleen —. ¡Era joven! Y yo quería pensar que algo más esperaba para mi, quería más que...que...

—¿“Qué esta vida campesina”?

—Burlate si quieres, Allye, pero eres tú la que tiene un póster de Stone Temple Pilots y sin embargo, la que citó parte de una canción de “La Bella y la Bestia”.

Y creo que me pasé, porque Allyson me miró como...bueno, como siempre lo había hecho...

—Mira, lo que quiero decir —La madre se apresuró a retomar la narración—, es que estaba esperando más, y tontamente, hice sufrir a alguien que sólo había estado ahí en todo momento. Mis ojos no lo veían, porque estaban demasiado ocupados viendo a...él.

—¿Él?

—Sí hija...ya sabes quien, después de todo, y como tú misma dijiste, sacaste sus ojos.

—¿Papá?

—Sí, y es que el detalle es, ¿si yo fui la inadaptada que usaba camisas de franela antes que estuviera de moda, de dónde crees que Jessica sacó su actitud de “soy tan popular”?

Allyson enmudeció tanto como sus ojos se ampliaron y su mentón caía de la sorpresa.

—¿Él era...?

—Tú padre era uno de los chicos más populares, apuestos y ricos del instituto...lo cual, me hacía preguntar siempre, “¿por qué un chico con tanto dinero perdería el tiempo en una escuela pública?” ¿La lógica no indicaría que él estaría en una institución privada? Pero...he ahí el meollo del asunto: los opuestos, se atraen, por más estúpidas que sean las circunstancias.

—¿Qué? ¿Fue extraño?

—Algo: él no me había notado, ni yo a él...vale, estoy mintiendo en eso último, ¡claro que lo había notado a él! ¡Era...hermoso! ¡Malcolm, tú padre, era como si Richard Marx y Nik Kershaw hubieran tenido un clon con lo mejor de ambos!

—Sigue usando referencias ochenteras, mamá, ¡vaya que las estoy entendiendo!

—Lo siento, trataré de hacerlo más claro. Tú padre, era...era un sueño en verdad: cabello castaño claro, ojos azul cielo, un cuerpo que equilibraba una figura gentil y estética con unos brazos que no estaba nada mal...era un príncipe, un autentico príncipe, y yo, no era material para estar con uno. Claro, como contaba con ciertas influencias externas...y lo recuerdo bien.

—¿De qué hablas?

—Eran las últimas semanas antes de graduarnos, y mientras tomaba los libros de mis casilleros, él se me aproximó.

—Hola —Me dijo

—Quedé enmudecida, ¿estaba soñando? ¿Era de verdad? ¿Aquel Adonis me estaba hablando en realidad? ¿No era una alucinación causada por tres noches seguidas de mal sueño por estudiar matemáticas para por fin no tener materias en recuperación?

—¿Tenías materias en recuperación? —Allye reclamó, interrumpiendo una vez más el relato —. ¡Y a mi me criticas porque sacó un siete de vez en vez!

—¡Sí hija, lo admito! ¡Eres mejor estudiante qué yo a tu edad! ¡Te construiré una estatua en honor al hecho de que pasas las materias que debes de pasar! ¿Puedo continuar por fin?

Allyson asintió, pero la propia Colleen reconoció que si su madre le anduviera jodiendo por algo y resultará que ella era peor...no reaccionaría muy diferente a su hija, y en realidad fue un detalle que pudo haber omitido.

—Bien, el caso es que fue una enorme sorpresa, ¿se habrá perdido? ¿Tenía una lagaña y sólo él se atrevía a decírmelo? ¿Un pedazo de fideo entre los dientes? ¿Acaso era mal aliento? Bueno, pensé en cada detalle desagradable que pudiera tener porque en mi mente eso era más probable qué quisiera saludarme por simple gusto. Pero todo perro tiene su día, y toda perra también.

—¿Colleen, no es así? —preguntó.

—¡Sí me lavé los dientes! —contestó Colleen al instante, no dejando ni medio segundo entre sus palabras y las de él.

—Sí, sí, puedo...notarlo.

No era la más brillante para comunicarse, ni entonces, ni ahora, y le provocaban varias vergüenzas varias en general, pero por lo pronto, se limitaba a un chico en solitario.

—G-gracias —contesté, no pudiendo levantar mi mirada para verlo directo a los ojos —. ¿Qué sucede? ¿Puedo ayudarte...en algo? ¿Cómo sabes mi nombre?

—Compartimos varias clases, ¿no?

—¿De verdad? No lo había notado —mintió ¡Vaya que lo había notado! A lo largo de tres años, compartieron Ciencias Sociales, Matemáticas II, Francés Básico, Biología III y Educación Sexual —. Pero, ¿vienes por una tarea o algo?

—No, no. Nada de la escuela en realidad —aclaró —. Verás...es que...¡Vaya! Era más sencillo en mi cabeza...es que, Colleen, eres...eres una chica muy hermosa...

—Y noté entonces que él estaba tan colorado como yo en ese instante; sabía lo que quería decirme, era obvio hasta para un sordo-mudo con autismo, pero no quería emocionarme como idiota hasta escucharlo de sus propios labios.

—El punto es...¿Quisieras...quisieras salir alguna vez a...algo?

La brillante elocuencia del muchacho era arrolladora...bueno no, pero a esa edad me parecía que sí, y una vez escuchado eso, ya podía emocionarme como idiota.

—¡Claro! —respondí con disimulación de mi euforia nula—. ¿Puedo...puedo darte mi número? Sí eso quieres.

—Me gustaría mucho.

Y escribió su teléfono en un pedazo de cuaderno arrancado con tal fuerza que creo que casi me llevó media libreta.

—¡Gracias! Te llamaré.

Y se retiró. Y cuando salió del campo de visión de la joven, ahora sí, con toda libertad y seguridad (exceptuando claro, por los otros alumnos que compartían el pasillo) saltó como una idiota.

—¿Le diste tu número, y te dijo “te llamaré”? —Allyson cuestionó —. ¿Y por eso saltaste como una imbécil?

—¡Como una idiota! ¡Hay diferencia entre imbécil e idiota, hija! Pero debes entenderlo: no teníamos esos elegantes teléfonos inteligentes como los que hay hoy en día; tú, y tus amigos pueden simplemente enviarse mensajes a cualquier hora y no parece la gran cosa. ¡Pero en los 80, una llamada, de un chico por el cual sentías algo, era un ritual! ¡Pero un equinoccio emocional para muchas y muchos muchachos de mi generación!

—Los 80 eran extraños...

—Ni que lo digas, pero mira: mi emoción era tal, que no pude contenerla más, y tenía que contarle esto a alguien más.

—¡¿Qué cosa?! —contestó Keith, después de clases, de camino a nuestros hogares, tras contarle.

—¡Él me habló! ¡Y me pidió mi número! ¿Puedes creerlo?

—No.

—¡Oh, gracias! ¡Sí, sé que no soy una Madonna, pero no luzco tan mal! —Collen le replicó.

—¡N-no, lo siento! ¡No me refería a eso, Colleen! Es que se me hace extraño porque fue tan súbito, tan de repente.

—Pues...cierto, pero por otro lado, ¿acaso las mejores cosas no pasan de modo súbito?

—También las violaciones y los infartos.

—Me voy a robar esa —Allye comentó.

—Es muy buena, la uso en el trabajo todo el tiempo...excepto con la supervisora.

—¿Por normas de la oficina?

—En parte sí —La madre explicó—, y en parte porque la violaron a los quince el día en que su padre murió de un infarto.

—Caramba...¿Somos...?

—Sí hija: estamos podridas como sociedad...pero en fin...

Colleen no podía esconder su emoción, era casi como una supernova a punto de estallar e lanzar olas y olas de radiación mortal destruyendo toda la población expuesta a tal poder.

En este caso, la “población” fue el corazón de Keith.

—¿No te emociona? —Colleen preguntó a su amigo, sosteniéndose de su brazo.

—Me emocionas muchas cosas —Keith respondió—: un buen disco de Prince, Top Gun, pero un niño rico que apenas conoces pidiéndote tu número...perdón, pero para mi es un gran “¡Peligro, peligro!”

—¡Yo lo conozco!

—Dibujar retratos de él y poemas épicos donde tú caes al infierno y él acude en tu rescate no cuenta como “conocerlo”.

—¿No eres un poco desconfiado, Duckie?

—¿Duckie? —Keith preguntó —. ¿Cómo el personaje de “La Chica de Rosa”? ¿El perdedor que se queda siempre a lado de la hermosa pelirroja para apoyarla, quererla y respetarla sólo para que al final ella se quede con el chico rico y guapo?

—¿No sientes algo de identificación con eso, Keith, cariño?

—¡Para mi que ese Duckie era gay! ¡Ningún hombre que se respete respeta tanto a una mujer!

—Eso sonó...políticamente incorrecto a un grado que no creí que fuera posible —Allye irrumpió a su madre de nuevo.

—Cariño, ¿qué quieres que diga? Los tiempos eran otros.

—Eran los 80 mamá, no la Inquisición Española.

—Yo sé, pero aún así, no es que fuéramos groseros de modo deliberado, era sólo que no nos dábamos cuenta de lo que nos damos cuenta ahora...lo cuál, explica bien el gusto de tú abuela por cierto programa de concursos se transmitía en aquel entonces.

Colleen evocó aquella tarde de regreso en su casa, donde encontró a su madre disfrutando de su show televisivo favorito.

—¿Sigues viendo eso? —La joven Colleen preguntó a su madre, desde el sofa de su hogar con toda la atención de un mundo y medio en otra edición de “Crucigrantes”.

Para aquellos que no vivieron en el Toronto de los 80 de un libro de ficción, procederé a explicar: Crucigrantes era un un show en el que recién llegados al país competían en retos de palabras o con trivias que involucraban respuestas exageradamente largos donde el atractivo yacía en ver y escuchar a extranjeros desconcertados pronunciar de modos extraños sus contestaciones.

—¡Debiste ver a ese haitiano! ¡No podía pronunciar la palabra “perejil”! —La madre de Colleen respondió al comenzar la pauta publicitaria, carcajeando.

—¡Era una mujer que perdió a su familia en la dictadura, mamá!

—¡Pero debiste oír! ¡Pegueji! ¡¿Qué rayos es eso?!

—¿La abuela era...?

—Así es cielo —Colleen explicó a Allye, horrorizada por la burla tan franca y abierta de su abuela hacía una refugiada de un país tercermundista —. La abuela, Greta, era...sólo diría que aún posee su membresía de “Canadá Blanca”...

—Ahora entiendo porque no la vemos mucho...y ya que lo dices, también explica esos cariños tan extraños que me decía de pequeña.

Allyson se detuvo a recordar la manera en la que le llamaba: “¡Qué hermosa y blanca señorita! ¡Esos ojos azules tan nórdicos como cualquier ario! ¡Allye, recuerda casarte con un rubio para a ver si nos compone el cabello de zanahoria y tener muchos hijos antes que esos malditos marrones se apoderen del país!”

—De pronto me siento culpable por ser blanca...—Allyson suspiró.

—Yo también mi niña, yo también...

—Luego le compraré algo a Sarah, pero por mientras, continua, porque todavía no queda claro el porque papá, o Nik Kershaw con Richard Marx como le llamas, te invitó. ¿Estaba enamorado de ti? ¿Te veía desde hace tiempo? ¿No te dejaba cartas en tu casillero que envió por error porque creía que era el casillero de otra mujer?

—Eh...no hija, creo que eso no me pasó.

—Oh...¡Qué bien! —exclamó ruborizada la hija—. ¡Vamos! ¡Cuenta, cuenta!

—Al final, tu sabes bien que cuando un hombre dice que te llamará...en realidad no es muy probable que lo haga...

Pero Allyson no estaba de todo segura de entender lo que su madre quería decirle, y se reflejaba por su mirada de extrañeza.

—Vale hija, imagina que un chico te promete agregarte en Facebook y al final ni se aparece.

—¡Ese cabrón hijo de puta! —gritó Allye comprendiendo ahora con claridad la esencia de lo que su madre explicó.

—Y conforme continué con mi rutina diaria, pensé que así iba ser el caso: hice mi tarea extra que me habían dado como última esperanza de pasar un par de cursos, vi un poco de televisión, cené y...la llamada de tu padre no hacía presencia.

La joven Colleen se sentía desamparada: ya eran las 10 de la noche, y aún no había señal de aquel chico, ¿cómo pudo ser? ¡Al final, la defraudó! ¡Había elevado mucho sus expectativas y se habían caído y resquebrajado en el piso como una copa de cristal!

Pero finalmente, el teléfono sonó.

—¡Es para mi! —La joven Colleen corrió disparada a contestar.

—¡Coliflor! ¡Cuidado! —Su padre le exclamó al sentir el auricular siendo arrebatado por su hija —. ¡Me quemaste la mano con el roce!

—¡Lo siento papi! ¡Es para mi! ¡Luego te presto crema de la campana pero esto es importante!

—¿El abuelo te llamaba “Coliflor”? —Allye rió tras escuchar el apodo de su madre.

—¿Sí, SIGRID? ¿Tienes algún problema con eso?

—Estoy empezando a creer que me pusiste ese nombre a propósito con el fin de controlarme y humillarme.

—No Allye, no seas tan paranoica —La madre aseveró—, de ser así, la familia tiene peores nombres: Inga, Agneta, Elke...

—¿Teníamos que ser tan...escandinavas?

—¿La culpa blanca pesa, verdad linda?

—Como un yunque sobre mi cabeza y sólo tengo un paraguas para cubrirme.

Dejando demostrada ciertas inseguridades por su historial étnico, Colleen retomó el hilo de su narración.

—¿Aló? —La Colleen adolescente, tratando de sonar lo más coqueta y agradable posible.

—Oye, ¡sonaste como en una de esas lineas que anuncian a las cuatro de la madrugada!

Colleen reconoció la voz en ese instante: era Keith.

—Oh...eres tú...

—¡A mi también me alegra hablar contigo, gracias!

—No, perdón; no fue mi intención sonar de ese modo. Pero...

—¿Pero...qué pasa, Colleen?

—...Keith...él no llamó.

—¿Quién? ¿El de la permanente? ¿Malcolm se llama el niño fresa, no?

—No estás siendo muy parcial en tus comentarios, Keith.

—No estoy aquí para ser parcial, estoy aquí para decir la verdad, y uno que otro chiste malo si pasa por mi cabeza.

Pero por los ánimos con lo que Colleen sonaba y se expresaba, Keith entendió que si había momento para hacer bromas de pésimo gusto, dicho momento no era ése.

—Lo siento, Coli...¿Estás bien?

—S-sí, claro que sí, es sólo que...

—¿Sabes? El chico puede estar ocupado —Keith sugirió—, a veces sucede, y...y también puede tener sus materias en riesgo, ¿no crees que ande en eso?

—Puede...ser.

—Tampoco es tan tarde además...creo, Coliflor, que mejor cuelgo.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Podría estar tratando de hablarte en este mismo momento y yo de babas aquí con la linea. Nos vemos mañana Colleen.

—Sí, gracias Keith.

—A ti, Coliflor.

Eran palabras gentiles, de una amabilidad de cajón, que el propio Keith, ni Colleen creían de verdad. Pero era una dulzura necesaria para apaciguar un momento amargo...

...por otro lado, tampoco era sacarse una lotería, y tras segundos después de haber colgado, el teléfono sonó una vez más.

—¡Es para mi!

—¡Coño Collen, te dije con menos fuerza! —reclamó el padre tras haber visto el auricular arrebatado de sus manos una vez más.

—¡Discúlpame papá! ¡Pero es asunto de vida o muerte!

Y corriendo al lavabo a poner su mano en agua por la quemadura del roce, el padre se alejó dejando a Colleen respondiendo el llamado con igual cantidad de nervios como de emoción.

—¿Aló? —La jovencita preguntó, reproduciendo con alta fidelidad el tono que usó con la llamada de Keith.

—¿Eres...Colleen?

—¡Sí! ¡Malcolm! ¡Sabía que llamarías!

—¿Esperaste mucho tiempo mi llamada?

—No tanto en realidad. Es que...tuve muchas cosas que hacer, creo que perdí la noción del tiempo, ¿qué horas son ya?

—Como sea, lamento haberme tardado tanto, pero tenía que hacer algunos trabajos extra: es eso o volver a la escuela en otoño para la recuperación.

—¿Estás en riesgo de recuperación? ¡Yo también estoy en riesgo de recuperación! ¿Puedes creerlo?

—Algo. Je, mira Colleen, te lo hubiera pedido en persona, pero los idiotas de mis amigos no se separaban de mi, así que seré directo, ¿quieres ir un día...a hacer...algo?

Malcolm sonaba tan nervioso como la propia Colleen: si había un sentimiento común compartido, por lo menos eso parecía.

—¡Me invitó a salir! ¡Me invitó a salir! —La joven Colleen saltaba en su cama con una alegría descontrolada.

—¿Cómo idiota? —Allyson señaló tras escuchar la reacción de su madre.

—¡Cómo idiota! ¡Sí! ¿Pero que no lo fuimos todas a esa edad?

—Mamá...tengo ESA edad.

—¿Puedes decirme, Allye, con toda honestidad, que nunca actuaste de modo así por algún enamoramiento por más tonto que haya parecido?

—Eh... —Allyson dudó en responder por un momento—. ¿N-nos parecemos tanto?

—Dicen que la historia no se repite, pero rima.

—Vale, entonces puedo imaginar esto: papá te invitó a salir, mientras que Keith era el Duckie de tu Andie —Allye recapituló—, pero sigue pareciendo muy repentino que, si Malcolm era tan “genial” como dices que era, se fijara en una chica como tú.

—¿No pueden creer que yo alguna vez fui joven y bella? ¡Los albañiles me chiflaban a mi también!

—Mamá: los albañiles le chiflan a cualquier cosa con vagina...

—Cosas más raras han sucedido.

—Lo sé, pero es que trato de ponerme en tu lugar, y el punto al que voy es que todos mis estúpidos “crushes” han sido con personas de mi liga y condiciones: otros inadaptados. ¡Tú fuiste con el mero mero! ¡El Rey Enchilada! ¡El Ferris Bueller! ¡El Edward Cullen! ¡El Joey Parker!

—Entendí “Ferris Bueller”...los otros dos nombres me indican que están más de tu lado generacional qué el mio.

—Crepúsculo y la Nueva Cenicienta, mamá.

—Pero mira, puedo ver que entiendes de narrativa, y es que en realidad sí hubo algo detrás del súbito interés de tu padre en mi...

—¿Por qué siento que necesitaré más botana?

Y el viaje de la nostalgia proseguiría, pues las respuestas aún no estaban a la vista, pero no se encontraban demasiado lejos.



N/A: Mis amigas y amigos, gracias por leer. Siéntanse libres de comentar y opinar como siempre, y no olviden que estoy abierto a toda clase de sugerencias para la serie, que hay mucho que escribir y no tantas ideas (Vale, quizá no tanto así...pero entienden a lo que me refiero XD)

La canción que elegí es una melodía de una estrella juvenil que la elegí por dos razón: en primera, porque aunque no es de los 80, tiene ese estilo en su sonido, y la segunda...por coincidencia, la cantante es noruega, así que fue como una oportunidad que no podía dejar ir, jejeje.

Nos vemos la siguiente entrega.





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