Capítulo 12

Mi primer pensamiento al despertar es que seguramente estábamos a treinta y cinco grados, la ropa se pegaba a mi piel por el calor, haciendo que me sintiera prácticamente ahogada.

Son pasadas las diez de la mañana, el despertador sonó pero parece que mi sueño fue más profundo que el ruido del aparato.

Me desperezo aunque la acción produce una gran punzada en el cuello, me quedé dormida en el banco, apoyada del caballete, ahora el dolor de los músculos engarrotados es insoportable.

A duras penas me levanto del asiento, es mi día libre pero siento remordimiento de no haber ayudado con el desayuno. Salgo de la habitación con dirección al baño, la toalla y el jabón de baño en mano. Mi esencia favorita: Coco, flota en el ambiente mientras regulo el agua de la ducha, las baldosas de cerámica me reciben mientras trato de ignorar los pinchazos en mis articulaciones.

Enjuago mi cabello y le permito a mi mente viajar a las cosas que pasaron ayer: El casi beso de Inar...y sus palabras.

Juro que quiero besarte en este instante, pero también soy de esas personas que aborrecen las injusticias, y no sería justo para ninguno de los dos.

Suspiro mientras me enfoco en la tarea de secarme, una mueca de fastidio se plasma en mi cara cuando caigo en cuenta de que me he dejado la ropa en la habitación.

Tomo la botella del jabón y hago un nudo fuerte en mi toalla. Apenas abro la puerta para vigilar que el pasillo este despejado.

Sin moros en la costa me encamino lentamente al cuarto. El cabello me gotea en la espalda lo que me causa frío, temblando doblo en la esquina para ir a la recamara pero la acción es interrumpida.

Una figura frente a mi puerta me deja aún más helada y chorreado agua en el piso, la botella de jabón resbala de mis dedos en un choque sonoro con el piso y agradezco que sea de plástico.

¿Cuántas apariciones sorpresivas más piensa dar? ¿Es que acaso mi vida se ha vuelto un Reality Show de mal gusto?

No nota mi presencia sino hasta que el estruendo lo hace girar, parece que estaba a punto de tocar la puerta, lo avisaba su ensayo en voz baja de un libreto mental.

Mi corazón amenaza con salirse del pecho cuando me ve. Todo parece congelarse por un segundo. Tal vez es cierto que en los momentos de confrontación, las escenas transcurren en cámara lenta. Muchos de los libros que he leído describirían este momento como cumbre aunque yo lo describiría como jodido.

Luce impresionado, su primera acción es abrir mucho los ojos pero sonríe apenado, sé que hace un esfuerzo por no recorrer mi cuerpo de arriba abajo. No obstante cuando se rinde y me repasa con la mirada, nota la botella de jabón en el piso y la toma para dármela.

Me sonrojo para mi molestia, quisiera no delatarme a mí misma con el color de las mejillas, pero sin mediar palabra se la arrebato y avanzo. Infantil, lo sé.

Al principio no sabe qué hacer pero luego me cede el paso, haciéndose a un lado, le doy la espalda aferrando una mano a la botella y la otra al picaporte, temblando abro la puerta y la cierro detrás de mí con la llave que siempre está en la ranura.

Lo escucho maldecir en voz baja, más para él que cualquier cosa.

Quiero golpear mi frente contra la madera. ¿Por qué mi cuerpo reacciona de manera tan torpe a su cercanía? ¿Por qué se sigue acelerando mi corazón? ¿Por qué carajos está aquí?

Me recargo de la pared, acompasando mi respiración, que cosa más extraña e incómoda acaba de pasar. Decido vestirme y secar tentativamente mi cabello con la toalla, una vez deje la humedad fuera, será una maraña de ondulaciones sin fin.

—Alvana... ¿Puedes abrirme?

Suspiro, creo que hasta jadeo.

Tenía mucho tiempo sin escuchar aquella voz, una vibración ronca que me hacía olvidar todo para enfocarme en su sonido. Tuve que sostenerme al mueble en donde descansaban mis libros para guardar la calma, tener compostura. Era estúpido como le podía otorgar tanto poder a una persona, Damián ya no debería suponer nada para mí.

Aun así opté por no hablar, sabía que mi voz sería un débil susurro. Quería tener una especie de diálogo interno, prepararme mentalmente para escucharlo, hablar con él después de tanto, mi cerebro no respondió, sin darme cuenta ya había retirado el pestillo.

Me percaté muy tarde)) de que esperaba que todo fuera una ilusión, sin embargo estaba allí, frente a mí una vez más.

Le permití a mis ojos detallarlo con sumo cuidado. Era la misma persona, tal vez con un rastro ligero de barba que antes no lo caracterizaba, los mismos ojos como rendijas ambarinas, el cabello lacio y castaño, la cara brillosa pero adornada por un corte que surcaba sus labios finos. Un corte reciente.

Fruncí el ceño. —¿Te has golpeado?

Me miró, parecía estar en el mismo proceso que yo, me sentí intimidada, yo tenía el cabello mojado y nada de maquillaje, unas ojeras violetas y la piel pálida, claro que no era la imagen de una mujer deslumbrante como me hubiese gustado que me detallara.

—Después de todo, y todavía te preocupo.

No lo preguntaba, su tono era de afirmación, con un deje irónico que me cohibió. Su cabeza dio una pequeña negación.

...—No te preocupes por el golpe, él quedó peor. Aunque me alegra saber que eres tan querida aquí.

Mi expresión desconcertada creció.

—¿Quién...?, ¿De que hablas?

Pero Damián avanzó y cerró la puerta detrás de él, agradecí haberme puesto un suéter ligero, porque una corriente de aire se abrió paso por mi cuerpo.

—No busco molestarte, pero después de lo ocurrido ayer, quería saber que en realidad estabas bien.

Reí, pese a todo reí, sin gracia pero lo hice. —¿Es que acaso yo te preocupo?

—Yo te preocupo a ti. ¿Por qué en mi caso sería distinto? —Casi arqueé una ceja por su tono arrogante y dolido

Sé que debería estar hecha una furia o al menos tener otro tipo de reacción, sin embargo reprimo todo cuando contesto. —Estoy bien.

Él asiente una vez y se acerca ¿En verdad me creyó? cualquiera notaría que no estoy bien.

Frunzo el ceño y da otro paso adelante, por cada paso que da, yo doy dos más alejándome, una parte de mí ansia su toque, la otra teme que la sola idea del roce de su piel, me lleve a un espiral sin retorno.

—No sabía que estabas aquí, nunca pensé en ti como alguien que disfrutará del campo.

Y yo nunca pensé en ti como alguien que me rompería el corazón, pues ya ves.

En su lugar me encogí de hombros, abrazándome a mi misma. Dania, mi mejor amiga que estudiaba psicología en Alemania me diría que esa acción significaba que estás a la defensiva, cerrada a lo que buscan comunicarte.

Yo solo pensaba en cuánto más resistiría la sencilla tela gris de mi ropa si seguía aferrándome a ella.

Al ver que no respondía siguió. —Vine a ayudar a un buen amigo de mi padre, Don Luis. La paga es buena, no trabajo tantas horas, me ayuda mientras espero la confirmación del empleo en L&T

Sacudo la cabeza. —¿Por qué me explicas? ¿Por qué vienes hasta acá solo para decirme esto?

Vacila, y en sus ojos se lee claramente la duda. —Solo quiero que sepas porqué estoy aquí, la razón por la que no me largo y te dejo vivir como has estado viviendo, apartada de todo... No puedo irme todavía y no quiero suponer una molestia para ti, no después de lo mucho que te has esforzado en evitarme.

Solo hasta este instante comprendí que albergaba una esperanza y su pequeño discurso la destruyó, con lo más parecido a una cachetada verbal.

Solo quiero que sepas porque vine aquí.

Traducción: No Alvana, no vine por ti.

Él no está aquí para recuperarme, no me ha estado buscando, no me ama, no se arrepiente. Siente culpa de invadir mi espacio, de todavía tener el poder para tambalear mi mundo, pero quiere dejar claro que en lo que pueda huir, se alejará para ver si de una buena vez lo supero.

Tomo conciencia de mis emociones: Ira, dolor y tristeza. Pero una máscara de hielo que no sabía que poseía me recubre.

—No te mortifiques por mí, Damián. Que estés aquí no cambia nada en mi vida. Limítate a no aparecerte más y ya. Es una falta de respeto que vengas a la residencia de Los Rosales sin ser invitado.

Y no sé como pero lo acorralo para que salga de mi recamara, sin embargo él me sujeta, siempre teniendo el control de todo. Sus manos en ambas de mis muñecas.

Su toque es fuerte, tan familiar que me descoloca más de lo normal, siempre fue suave el contacto, ahora es como si quemara. Me mira a los ojos con esa intensidad que es tan propia. —De verdad lo siento.

Y me suelta, se va y solo consigo dar un portazo y poner de nuevo el pestillo, me deslizo desde la puerta al suelo y no es hasta que escucho sus pasos marchándose que respiro.

—¡Suéltame Tadeo! Ese imbécil entró a la casa ¿Qué no ves? ¡No tiene derecho a decirle nada a Alvana!

Tadeo como puede trata de calmarme, obligándome a sentarme en las bancas por el establo. Muy apartados de la casa.

Respiro agitadamente, el ojo me punza y los nudillos me duelen, tengo que abrir y cerrar la mano consecutivamente.

—¡Cálmate joder! ¿Quieres que te boten del voluntariado por agresión? ¿Deseas ser un dolor de cabeza para los Rosales?

Hundo la cabeza entre las manos, los codos están en mis rodillas. Sé que el rubio está siendo razonable, lo cual me impresiona, pero solo puedo ver rojo de rabia.

Nunca había sido el tipo de persona que golpeaba a alguien, pero se me hizo imposible contenerme al saber lo que le hizo a Alvana.

...—Sé que estás furioso y estas loquito por ella, se te nota como el color de pelo. Pero esto es un asunto entre ellos dos y por más que quieras interferir, no tienes partido ahí.

La cadena que siempre está oculta debajo de mi camiseta yace dando vueltas en el aire, colgando de mi cuello, el dije de avión de papel que llega a mi diafragma. Cuando estuve con Lizzy, nunca sentí celos, ni la necesidad de golpear a alguien por ella.

Me siento culpable, yo no busco reemplazar a Elizabeth. ¿Por qué las comparo? ¿Por qué siento esto?

Tadeo está observándome entre atento y ansioso, es cuando entiendo que aún siendo un dolor en el trasero, es un buen amigo. De no ser por él tal vez el imbécil tendría más que un labio partido y yo un ojo golpeado. 

—Gracias. —Es todo lo que digo, pero mi mente está hecha un lío.

Siento que duro un minuto paralizada, sin saber qué hacer. Hasta que mi corazón reacciona y actúo, en el al pasillo de la cocina está Tania, tendida en el suelo, con un aspecto mortecino.

—¡Tania! —Zarandeo a la mujer en busca de alguna reacción pero no consigo ni que parpadee, su pecho apenas sube y baja, tan ligero que tienes que prestar mucha atención para verlo.

...—¡Ayúdenme! ¡Por favor! ¡Adrián, Inar, Tadeo! —Grito con todas mis fuerzas pero ninguno viene, la propiedad es gigantesca, es imposible que me escuchen si no están en la casa.

Como puedo corro hacia cocina en búsqueda del teléfono y llamo a emergencias. El intercambio es corto y prometen que una ambulancia vendrá en camino pero que debo asegurarme de que se mantenga en posición horizontal.

De nuevo me apresuro a donde esta Tania, acunando como puedo su pesada anatomía. Lloro, porque quiero a esta mujer y estoy aterrada de que le suceda algo, no sé si se golpeó la cabeza al caer, ni que le pudo causar esto.

—¡¿Qué pasa?! ¡¿Estás bien?!

La confusión me embarga pero el alivio también, no sé qué hace todavía aquí o es que he sentido que ha pasado una eternidad, Damián me mira, luego a la señora en el piso y se agacha junto a mí.

—Tranquila... —Dice viendo de mí a Tania. —Aquí estoy te ayudaré. ¿Sabes que debemos hacer?

Asiento todavía nerviosa, él sabe que estoy capacitada para darle primeros auxilios pero también entiende mi nerviosismo extremo. Coloco mis dedos en la yugular en busca de pulso, el palpitar de su corazón es increíblemente leve pero está ahí. Obviamente es más que un desmayo y hay miles de cosas que lo provocarían, no puedo hacer mucho sin equipo y aquí no estoy ni medio acreditada.

—A penas y tiene pulso pero no tengo manera de averiguar que le pasó. —El castaño me mira expectante. —Llamé a emergencias pero...N-no se ni aguante hasta que lleguen.

Tiemblo, tengo la vista nublada y el corazón acelerado.

Dios mío, Tania.

—¡No tenemos que esperar! Vine hasta acá en el auto de Luis, la podemos llevar ahora al centro.

—Vamos, vamos.

Me levanto de un salto mientras tomo el bolso de la mujer, Damián levanta a Tania con un movimiento grácil y salimos apresurados.

Fuera de la propiedad está un sedán azul oscuro estacionado que reconozco como el auto que usa la esposa de Don Luis, antes de que siquiera entremos me detengo por el llamado de Damián.

—Necesito que saques la llave de mi bolsillo.

Tiene la cara roja, imagino por el esfuerzo y mira abajo como direccionando la vista a su bolsillo delantero...

Genial.

Camino hacia él pensando más en Tania y su estado que en el bochorno, introduzco mi mano en sus bolsillos amplios. Gracias a Dios no es fan de los jeans apretados. Para cuando extraigo la llave estoy sonrojada pero no me permito perder el tiempo en tonterías.

Quito la alarma del vehículo y pronto estamos tomando camino hacia el centro clínico.

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