Materia prima


André sintió volver el aire a sus pulmones cuando la bolsa plástica fue quitada de su cara. Tosió con fuerza mientras 2 hombres seguían sujetándolo.

– ¡¿Dónde está mi esposa?! Hice lo que me pidieron. ¡Malditos! Me dieron su palabra.–

Un hombre de edad avanzada pero mirada profunda se paseaba en aquel lugar. Estaban en un almacén que parecía abandonado desde hacía mucho tiempo. El sujeto vestía un overol sucio y manchado.

–Mi estimado André seguramente conoce el dicho que versa "La curiosidad mató al gato". No tengo necesidad de explicarle el significado ni la consecuencia. Pero es su día de suerte, puedo asegurarle de que al menos el gato muere sabiendo.

El anciano ordenó a los hombres que lo sujetarán con fuerza. Y nuevamente comenzaron a asfixiarlo. André lloraba temeroso, había perdido el pequeño atisbo de valentía que llegó instantes atrás. Su respiración seseaba como un trompo a punto de caer.

Una y otra vez durante más de media hora André fue llevado al borde de la asfixia sin poder defenderse. Las tres personas no cubrían sus rostros. André lloraba pues sabía que eso no significaba nada bueno.

Casi en el punto del desmayo y ya sin fuerzas para luchar observó como el hombre del overol abrió un maletín y extrajo una jeringa con una punta muy larga. Un líquido frío fue colocado sobre su espalda y André tuvo la necesidad e instinto de luchar de nuevo.

–Yo no me movería de esa manera tan imprudente– dijo el hombre con un tono inquietantemente calmado –. Puede causarse una lesión en la columna y quedar paralitico. Si desea salir con vida solo debe quedarse quieto.

Y André les creyó. Por un instante fue un chiquillo sometido creyendo en las palabras de aquel anciano.

La aguja se llenó con un líquido de textura similar al aceite pero de color dorado y blanquizco.

André sintió la aguja cuando esta salió de su cuerpo y un frío se instaló debajo de la piel donde había entrado la aguja.

– ¿Ya ha acabado?

–Si, terminamos, solo prométame una cosa André. Prométame que no contará de esto a nadie.

–Claro, lo prometo.

André fue llevado en un vehículo hasta una calle solitaria apenas a un kilómetro de su casa. Él iba en el asiento del copiloto mientras los dos hombres que lo sujetaron viajaban detrás. El carro frenó y el hombre le indicó con un movimiento de cabeza que bajara.

–Nunca olvide nuestra promesa. Es un favor que le pido personalmente.

André asintió con la cabeza sin poder ocultar el terror en sus ojos. Dio media vuelta mientras caminaba con dificultad. Todo su cuerpo le gritaba en su interior. Ese día André sentía un frío que no había sentido nunca.

Dos palomas cantaban tímidas en un poste cercano. André giró a verlas.

Tres disparos sonaron en la tenue luz de la madrugada. Dos palomas volaron asustadas de aquel lugar. 

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