V
Durante los siguientes meses, Odette y Sig continuaron hablando cada noche. La princesa apreciaba su humor seco y oscuro, y el dragón encontraba divertidas su altivez y maquinaciones.
En cuanto a Rothbart, la paciencia de Odette se estaba agotando. No había hecho progreso alguno en deshacer su hechizo y cada vez se mostraba más insistente en sus atenciones. Odile, por su parte, estaba resultando de lo más útil, pues dedicaba un par de horas cada día a enseñar a Odette los principios básicos de la hechicería. La joven bruja era talentosa y paciente, y aunque Odette carecía de un don para el ocultismo, todo conocimiento tenía valor, y entender el funcionamiento de maldiciones, sortilegios y pócimas solo podía ser beneficioso en el futuro.
Cuando Odile accedió a buscar una solución a su metamorfosis sin alertar a su padre, Odette supo que sería una valiosa aliada. Lo que no sabía la princesa es cuán valiosa sería su ayuda. Hasta que una madrugada, Odile fue en su busca. Irrumpió en su alcoba, hecha un manojo de nervios, y cerró la puerta tras de sí.
—Esto es inusual —dijo Odette irguiéndose en la cama—. ¿Qué ocurre, Odile?
La joven bruja se echó a llorar y corrió a abrazarla. Odette se quedó rígida e inmóvil durante unos segundos. No estaba acostumbrada a que la abrazasen y mucho menos a tener que consolar a nadie. No era una situación que le agradase en particular.
—Odile, sécate las lágrimas, respira, y cuéntame qué ha pasado —dijo Odette, intentando sin mucho éxito sonar comprensiva.
—Mi... mi padre...
—Rothbart, sí. Continúa.
La bruja inspiró profundamente y le dio un poco de espacio, lo cuál Odette agradeció enormemente.
—He estado investigando un contrahechizo, como me pediste y... y, bueno, yo... —Se sorbió los mocos con un ruido asqueroso, pero Odette estaba demasiado interesada en la conversación cómo para encresparse—. Sé cómo romper tu hechizo. Sé cómo volverte humana para siempre.
Odette soltó una carcajada y abrazó a la bruja, sintiéndose indulgente.
—¡Eso son grandes noticias, Odile! Tal y como creía, la discípula siempre supera al maestro.
Odile sería sin duda una gran aliada en el futuro.
Pero la bruja no parecía compartir su alegría.
—No, no lo entiendes. ¡No he superado a nadie! Mi padre... mi padre sabía cómo romper el hechizo desde el principio.
Odette la soltó de inmediato. Odile volvió a echarse a llorar, cabizbaja, pero la princesa la agarró por la barbilla, obligándola a mirarla.
—¿Qué?
—¡Lo siento tanto, Odette! Te prometo que yo no sabía nada al respecto. Él... es un hombre solitario y... —Odile apartó la mirada, avergonzada—. No. No puedo excusarle. No eres la primera y puede que no seas la última...
—Explícate —siseó Odette, intentando no hacer demasiada fuerza contra la cara de la bruja, pero temblando de rabia.
—Sé que te gusta ir al lago... estoy segura de que has visto a los otros cisnes...
Odette la soltó y se levantó de la cama, paseando por la habitación en círculos, con una sonrisa de incredulidad pintada en los labios.
—Esa maldita rata. Ha estado coleccionando trofeos para su harén personal.
—Lo siento tanto... Te ayudaré a escapar. Y hablaré con él, estoy segura de que puedo hacer que me escuche. Conseguiré que libere a las otras y...
Odette no la oía. Su ira había llegado al punto de ebullición y ahora solo quedaba lugar para una furia fría y calculadora.
—Libérame del hechizo, Odile.
La joven bruja accedió de inmediato. Odette quería reír de nuevo; era algo tan sencillo como recitar una mera fórmula. No hubo ningún gran efecto y ambas guardaron silencio y esperaron hasta que el primer rayo de sol entró por la ventana.
Odette no se transformó en cisne.
Todo el odio que tenía, mezclado con la satisfacción del éxito, le produjo un estado de calma absoluta. Odette sonrió a Odile.
—Gracias. Ahora, si me disculpas, creo que tu padre me debe una disculpa.
—¡Pero si te ve...!
—Confía en mí, Odile.
La bruja protestó, pero Odette salió de la habitación y se dirigió a los aposentos de Rothbart. Entró sin ser invitada, aún en camisón, y recorrió con la mirada el cuarto hasta encontrar algo que se adecuase a su propósito. Una vez encontrado, fue directa hacia el lecho del hechicero y subió encima, sentándose a horcajadas sobre él. Rothbart no tardó en despertar.
—¿Odette? —preguntó, confuso.
—Hola, Rothbart.
El brujo no parecía acabar de entender la situación, lo que no le impidió acariciar las piernas de la princesa y agarrar tela y piel en un intento de acercarla más a él. Odette sonrió con una dulzura que no había empleado jamás.
Y le apaleó la cabeza con el candelabro que escondía a sus espaldas.
Una vez. Y otra. Y otra. Y otra.
Odette no paró cuando la sangre salpicó de rojo su seda blanca. Ni cuando su cara se convirtió en una masa deforme y aberrante. Ni cuando supo con certeza que le había destrozado el cráneo.
Paró cuando se sintió satisfecha.
Solo entonces abandonó el cadáver y se dirigió hacia la ventana, corriendo las cortinas y abriéndola de par en par. Era una mañana preciosa.
Odile la encontró en esa misma posición no mucho más tarde. Odette apenas registró su grito de horror.
—¡¿Qué has hecho?!
Odette se giró hacia ella, muy tranquila.
—¿Sabes que se ve el lago desde aquí? Curioso... me pregunto qué hacen esas doce mujeres allí. Resulta que había una manera más rápida de deshacer el hechizo.
Odile miraba el cuerpo masacrado de su padre y a Odette por turnos. Se levantó, llorando desconsolada y furiosa y agarró a Odette por los hombros, zarandeándola.
—¡¿QUÉ HAS HECHO?!
Odette la abofeteó.
—Tienes la mala costumbre de tocar a la gente sin su permiso. Pero todas las malas costumbres pueden corregirse. Es hora de irse, Odile. Tienes el talento y la inteligencia para hacer maravillas. No malgastes tus dones encerrada en una torre.
—¿Irse...?
Un aura mágica comenzó a rodear a Odile, tan fuerte que hasta Odette podía sentirla. La princesa frunció el ceño, exasperada.
—¿De verdad, Odile?
La bruja iba a matarla. Era tan estúpido, tan inútil. Su padre la había tenido encerrada en una torre durante toda su vida y había raptado a más de una docena de mujeres. Odette entendía el sentimiento de rencor, la rabia latente. Pero, ¿por alguien así? ¿Matar por esa escoria?
Odile empezó a recitar las palabras que condenarían a Odette a la muerte.
Su discurso fue rápidamente interrumpido.
Unas fauces gigantescas atravesaron el ventanal, llevándose consigo parte de la piedra del muro y engullendo a Odile de un bocado.
Odette sonrió. Parecía que sí tenía un aliado en esa maldita torre, al fin y al cabo. La cabeza del dragón retrocedió hasta salir al exterior.
—Hola, Sig.
—Hola, Odette.
La princesa se giró, sorprendida al oír una voz muy distinta a la que esperaba.
En el balcón no había dragón alguno. Un joven de cabello rojo la miraba de brazos cruzados, con una mueca entre la burla y la crueldad por sonrisa. Resultaba terriblemente familiar.
—Oh, no —gruñó Odette.
—¿Preferías al dragón?
—¡Claro que prefería al dragón! ¿De qué me sirves tú para conquistar mi reino?
El joven rio ante la frustración de la princesa. Era Sig, sin duda.
—Bueno, ¿qué te parece si primero conquistamos el mío? Ambos tenemos cuentas pendientes con nuestros hermanos mayores. —Odette lo miró, confusa durante un momento—. ¿O sería muy incómodo usurpar el trono de tu prometido?
—Tú... eres el segundo hijo.
—Terrible posición. Pero seguro que estás al tanto.
—Y me acabas de invitar a cometer fratricidio... doble.
—Será más difícil sin el dragón, pero pareces una mujer de recursos. —El príncipe le tendió la mano con una sonrisa voraz—. Sigfrido.
La princesa aceptó la mano. De repente su futuro se había vuelto mucho más intrigante.
—Odette.
¿ FIN ?
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