IV


Las normas de Rothbart eran claras: podía mantenerla como humana durante la noche, siempre y cuando se encontrase dentro de los límites de la fortaleza al caer el sol. Tenía confianza en poder deshacer el conjuro por completo, con tiempo, pero entretanto, volvería a tomar una forma ajena con cada amanecer. El brujo no podía romper el hechizo aún; sí podía, no obstante, cambiarlo. Le prometió que jamás volvería a tomar la forma de una alimaña. Así, cada vez que la luz de la luna abandonaba el castillo, Odette se transformaba en un hermoso cisne blanco.

La princesa estaba agradecida al brujo: no podía abandonar sus tierras, pero estas eran extensas y ahora tenía alas con las que volar. Su gratitud no era tan grande como para revelar sus orígenes, aunque sentía cierto aprecio por las atenciones de Rothbart y Odile.

Odette era cuidadosa con sus palabras y no buscaba la compañía de padre o hija a pesar de la curiosidad que tenía por sus talentos en las artes ocultas. Las primeras semanas las pasó explorando los terrenos, como cisne de día y como dama de noche. Y ya fuera con alas o con pies, su camino siempre acababa en uno de sus dos lugares favoritos. Ninguno se podría considerar escondites, pues ambos estaban al aire libre y a la vista de todos; y aún así, Odette sentía cierta intimidad y libertad al pasar las horas en ellos.

El primero era el lago. Durante el día, lo único que turbaba sus aguas era el nado de una bandada de doce cisnes. Odette se había ganado su afecto y, aunque era demasiado orgullosa para mezclarse entre ellos cuando se volvía su igual, los visitaba todos los días como humana. Sentía una conexión especial con el lago y muchos amaneceres y crepúsculos lo usó como su refugio personal para transformarse.

El segundo lugar era el gran patio interior que hacía las veces de guarida para la bestia del castillo. Odette lo visitaba solo por las noches, cuando Rothbart y Odile o bien dormían o bien la creían dormida. Los primeros días no se atrevió a ponerse a nivel del dragón, así que se mantuvo a una distancia prudencial en el atrio, observando al monstruo roncar. Tan solo su cabeza era más alta que Odette, pero lo que más llamó la atención de la princesa tras una inspección concienzuda fueron las cadenas que se enroscaban alrededor de sus patas. Tenían una longitud suficiente para permitirle maniobrar sin dificultad por todo el patio, pero seguían convirtiéndolo en una fiera cautiva. Odette no iría tan lejos como para decir que sentía compasión por él, sino más bien una especie de entendimiento por su situación: que semejante criatura le recordase a sí misma la enfurecía. No podía evitar escuchar las palabras de Elmira retumbando en sus oídos, como si aún pudiese oler su aliento pegado a la oreja:

"Aquí no hay princesas, solo alimañas".

Odette muchas veces consideraba volver y encerrar a la bruja en una jaula, desnudarla y obligarla a comer y beber del suelo. Quizás Rothbart se ofreciese a devolverla a su estado original. Al fin y al cabo, no podía esclavizar a una estatua.

Así pasó la princesa las dos primeras semanas, hasta que la soledad que suponía su cautela con la pareja de brujos la llevó a entablar conversación con un compañero que no iba a responder nunca: el dragón. Odette seguía sin atreverse a bajar al patio, y paseaba por el atrio hablando sin esperar contestación. Una noche, sin embargo, Odette empezó a dudar de su propia cordura.

—A veces no parecía tan mala idea. El matrimonio, quiero decir. Sería como empezar de cero: en un lugar completamente diferente, con nuevas oportunidades, con la posibilidad de encontrar al menos una persona a la que no quiera estrangular nada más oír su voz... quién sabe, incluso podría ser que el príncipe resultase un manipulable pusilánime. Reina de un reino, reina de otro, ¿cuál es la diferencia?

El dragón resopló en sueños, de tal forma que parecía estar burlándose de Odette. Esta lo atribuyó a una mera casualidad y continuó:

—Lo sé, Sig. —Pues por ese nombre lo llamaba Rothbart—. Hay una diferencia. Si voy a ser reina, lo seré por haberle arrancado la corona a mi hermano de sus asquerosas y endebles manos. ¿Es así como funciona entre dragones? ¿Os incineráis unos a otros hasta que el menos chamuscado se queda con el tesoro y la princesa?

La bestia comenzó a temblar y un gruñido gutural rompió el aire de la noche estival. Odette se detuvo en sus pasos, los ojos clavados en el dragón. Sus pesados párpados seguían cerrados y pronto el silencio se adueñó una vez más del patio, pero en la mente de Odette una sospechaba tomaba forma: el dragón podía entenderla.

Avergonzada y no menos perpleja, huyó del lugar corriendo por el castillo descalza hasta llegar a sus aposentos. Durante los siguientes días, no volvió a visitar al dragón. Aceptó la compañía de Rothbart, quien siempre se mostraba atento y caballeroso, y de Odile, cuya inteligencia compensaba el titubeo con el que manejaba las conversaciones. Esos días le dejaron dos cosas claras: Rothbart tenía un interés en ella que iba más allá de lo arcano y Odile se moría en deseos de trabar amistad con alguien. Ambas situaciones eran lógicas, desde el punto de vista de Odette, y ambas igual de imposibles. Los brujos vivían una existencia solitaria y Odette suponía una joven belleza a su merced para uno y una compañera de la misma edad para la otra. Sin embargo, la princesa no tenía intención alguna de reciprocar una u otra relación. Ambos eran útiles, y mientras lo fueran, Odette permitiría que Rothbart sostuviese su mano más de lo cortésmente necesario y que Odile le hablase horas y horas sobre hechicería y alquimia. Su verdadero interés, no obstante, recaía en el dragón.

La noche que dejó de resistir la tentación y fue a visitarlo, se encontró el patio vacío. Era decepcionante, pero ninguna sorpresa. A veces Rothbart abandonaba la fortaleza y, ¿qué mejor carruaje que uno que vuela y escupe fuego?

Odette se apoyó en la balaustrada, mirando a la nada, pensando en cómo se sentiría al convertir a sus padres en ratones y encerrarlos en un laberinto sin salida con siete gatos, cuando vio algo balancearse por el rabillo del ojo. Se giró, pero lo que fuese que hubiese visto había desaparecido. Iba a volver a sumirse en sus fantasías cuando algo le rozó el hombro. Volvió a girarse, esta vez lo suficientemente rápido para ver una sombra roja y escamosa deslizarse hacia el tejado del atrio.

Todo el color le desapareció del rostro.

Era una cola.

Dio un paso atrás, muy, muy, muy despacio.

¿No te sssientes muy habladora esssta noche, princesssa?

Odette nunca había oído esa voz. Aún así, sabía con certeza a quién pertenecía.

Algo empezó a moverse por el tejado. Un pestañeo después, un cuello alargado se enredó alrededor de una columna del atrio y Odette quedó cara a cara con la bestia.

Jamás había visto sonreír a un dragón. Era una mueca grotesca y cruel; una visión que inspiraría el terror en el más veterano de los soldados. Odette se quedó quieta mientras era evaluada por ojos amarillos con cuatro párpados. Podía sentir el calor acariciar su piel cada vez que el dragón exhalaba.

—¿Por qué no me has respondido hasta ahora?

Odette sintió la tentación de cubrirse la boca con las manos nada más abandonaron las palabras sus labios. Había sonado molesta y arrogante.

Bueno, estaba molesta.

Pero quizá temblar de miedo habría sido una mejor opción ante la serpiente alada. El dragón, sin embargo, lejos de enfurecerse, volvió a producir ese sonido gutural y burlón que hacía temblar su garganta: se estaba riendo.

Sssiempre tan dictatorial. —El dragón abandonó su abrazo de la columna y, para alarma de Odette, decidió rodearla a ella, rozándole la espalda con las escamas de su cuello—. Me preguntaba cuántosss sssecretos confesssaríasss antesss de que dessscubrierasss el mío.

Odette respiraba con dificultad, pero a parte de una ligera sensación de proximidad con la muerte, se encontraba eufórica.

—¿Es ser un fisgón una característica común en los dragones?

Sig rio y el movimiento de su garganta hizo que Odette resbalase sobre las escamas. Estaba apoyada sobre el cuello del coloso rojo. Sus escamas estaban calientes, aunque no lo suficiente para quemar.

—¿No lo sssabesss? Nosss encanta tener largasss conversssacionesss con princesssasss. Por essso las raptamosss.

Odette oyó un tintineo cerca. Sin moverse, buscó con la mirada el origen: el dragón seguía encadenado. Las cadenas le daban más libertad de lo que había pensado en un primer momento.

—Pensé que un dragón como tú tendría otras prioridades.

—¿Cómo cuálesss?

Odette señaló las cadenas.

—Necesitas ser libre para raptar princesas.

—¿De verasss?

De repente, el dragón se deslizó hacia el patio y Odette dejó de sentir su presencia rodeándola. Hasta que, con un rápido movimiento de cola, la agarró por la cintura y la arrastró con él. Odette se mordió la lengua hasta hacerse sangre para no gritar, pero no pudo evitar cerrar los ojos.

Cuando volvió a abrirlos, estaba de pie en el suelo arenoso del patio y Sig la miraba expectante, tumbado sobre su estómago.

Odette tardó en responder, concentrando todas sus energías en no vomitar y dejar de ver doble. Cuando lo consiguió, se fijó en que las patas del dragón tenían cicatrices donde los grilletes las ataban. Sig había intentado escapar, sin éxito.

—Rothbart debe ser un gran brujo, si consiguió atraparte y mantenerte en su servicio.

La expresión del dragón se oscureció y Odette temió haber hablado demás.

Tú y yo no sssomosss tan diferentesss.

Por un momento, pareció que el dragón quería decir algo más. Odette esperó, pero el dragón se enrosco en sí mismo y comenzó a roncar exageradamente. 

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