~*°Un libro y tres cuarzos°*~
Casi anochecía cuando Martín, recostado sobre su cama, leyó por tercera vez el pequeño libro que había comprado días atrás, junto con unos pequeños cuarzos, en una tienda de artículos esotéricos. Colocó el libro sobre su mesa de noche, cerró los ojos y se puso a meditar acerca de las páginas que le llamaban la atención. Nunca a había interesado tanto por un libro.
Recordaba bien al hombrecillo extraño que lo había atendido. Tenía una mirada penetrante, los dientes disparejos y el pelo por todo el cuerpo, como una araña. Su cabello rojizo estaba tan alborotado que parecía que no se hubiera peinado en meses.
Vestía un traje verde oscuro, de una tela muy gruesa y gastada y una camisa roja con cuadros amarillos y azules. Pero lo que más le impresionó fueron sus manos, con dedos largos y peludos que se movían despacio.
Martín sintió un estremecimiento cuando el hombrecillo lo invito a mirar novedades que se encontraban al fondo de la tienda.
Y no le pudo decir que no.
—venga conmigo— le había dicho—.
Hay un libro que le va a interesar.
Lo siguió como autómata.
—puede comenzar a hojearlo— le recomendó. Mientras se lo entregaba, salió de sus manos una chispa que se disolvió rápido entre las partículas de polvo que volaban sobre los estantes. No era un libro grande, tenía una cubierta color azul, con un título en letras plateadas que decía: Proyectos con los cristales de cuarzo.
Entre sus páginas encontró dos temas fascinantes: uno hablaba sobre la energía que podían producir los cristales de cuarzo y el otro, sobre cómo construir una puerta para pasar a otras dimensiones.
—puede comprar aquí los cuarzos, si lo desea—le había dicho el extraño personaje.
—voy a pensarlo—contesto Martín, molesto al sentir tanta presión.
Pero no pudo resistir la tentación de comprarlos.
Ya en su dormitorio, le echó una mirada a los tres cuarzos que tenía sobre su escritorio.
Eran pequeños, transparentes y hermosos.
—Oiga, joven—le había dicho el hombrecillo—, no crea que usted eligió esos cuarzos; ellos lo eligieron a usted.
El había sonreído incrédulo.
—¿Y a mí de que me puede servir tener un cuarzo?—preguntó entonces.
—si uno lo tiene cerca del cuerpo por un tiempo, él se pondrá a tono con su campo magnético y le transmitirá energía—le explicó el hombre con una sonrisa rara, que mostraba bien sus dientes torcidos.
El hombrecillo era desagradable y no entendía por qué se había dejado influenciar por él. Sintió rabia porque, muy a su pesar, no pudo librarse de su magnetismo, que lo obligó a interesarse por aquel libro y por aquellos cuarzos, que media hora antes no le hubieran importado nada. Lo peor era que tenía la impresión de que la sombra de aquel hombre lo había seguido hasta su casa y se había metido también dentro de su mente.
"Son solo ideas tontas", pensó, mientras trataba de quitarse los malos pensamientos.
Desde hace unos meses, Martín se había convertido en un chico problemático. Hablaba poco, era egoísta, cruel y grosero con su familia y con los maestros y compañeros. Estrangulaba a cuanto animal se le pusiera por delante, desde un inofensivo pajarillo, como el que se metió en la sala por error, hasta el gato del vecino que, según él, no lo dejaba dormir.
—se ha vuelto insoportable—decían todos.
Pero Martín lo tenía sin cuidado lo que pensarán los demás. Le molestaba la gente, hablaba mal de sus amigos; las mujeres, aunque las consideraba bonitas, eran un cero a la izquierda y, para él, sólo servían para hacer los oficios de la casa. No practicaba ningún deporte, ni le gustaba la música. Lo peor era que vivía aburrido; por eso había buscado algo qué leer.
Seguía recostado en su cama y tomó de nuevo el libro de la mesa de noche, abrió el capítulo de los cuarzos y leyó:
"Los cristales tienen una energía invisible que se puede manipular. Varios tipos de radio usan cristales: la radiocomunicación, en la Tierra y en el espacio, así como la televisión por satélite. Los cristales y el cristal líquido están por todas partes: en computadoras, aviones, relojes, calculadoras, automóviles y barcos. El componente común de estos avances técnicos es el cuarzo, dióxido de silicón, SiO2"
Pero lo que más le interesó del libro fue la posibilidad de pasar de una dimensión a otra, con sólo construir una Puerta Interdimensional.
"En América del Sur la llaman también Puerta del Sol", leyó en una de las páginas.
"Es una puerta que se hace con tres maderas, o tres piedras, de una medida especial y a la cual se le colocan los cuarzos a la entrada.
Dos días después se comienzan a ver fenómenos como ondas de energía o luces de colores. Algunas veces suceden cosas desagradables y entonces la gente se asusta y echa la puerta abajo, ya que es difícil controlar lo que puede ir o venir por ahí."
El libro advertía que era un riesgo construirla, pero Martín quería intentarlo, aunque según su hermana Lisa sólo problemas iba a traer.
—ya estoy aburrida de escuchar tus comentarios sobre ese bendito libro que compraste—. No sé por qué tengo el presentimiento de que es peligroso.
Él sabía que Lisa era una gran miedosa, pero ahora nadie, y menos ella, iba a frenarle sus proyectos. ¡Faltaba más!
—la energía puede hacer el bien, pero también puede causar mucho daño si no se sabe canalizar como es debido—señaló Lisa—. Hace un tiempo nos explicaron eso en el colegio.
—¿Por qué será que siempre estás en contra mía? Nada de lo que hago está bien—respondió Martín malhumorado—. Me desesperan esos sermones de la sabelotodo del colegio.
—Es tu responsabilidad…mientras no se queme la casa, o pase un fantasma horroroso y tengamos que convivir para siempre con él…
—No va a suceder nada de eso, majadera—clamó el muchacho furioso.
Lisa era buena estudiante y excelente lectora. Delgada, sin ser frágil, no era bonita pero sí simpática. Su pelo castaño era lacio y enmarcaba su cara pecosa y redonda donde brillaba siempre una sonrisa. Le encantaban los animales y sus padres le habían regalado un perro lanudo y blanco, al que le había puesto el nombre de Chechi.
Martín, dos años mayor que ella, tenía una mirada altanera y penetrante. Lucía un mechón de cabello rebelde sobre su frente amplia. Era buen estudiante, porque tenía una memoria privilegiada, pero últimamente nadie lo entendía.
—es la edad—lo disculpaban sus padres, Lubina y Gaspar.
Pero Lisa sabía que no era la edad; el carácter de Martín se deterioraba día a día y lo peor era que se desquitaba también con ella.
Cuando trajo el libro a la casa, después de la cena, comenzó a encender fósforos y a tirárselos a su hermana para asustarla. Por dicha ella no era ni lerda ni perezosa; tomó el vaso lleno de agua que estaba sobre la mesa y lo lanzó a las manos de Martín, que quedó empapado y con la cajetilla de fósforos inservible.
El muchacho dio un manotazo en la mesa y se levantó echando chispas y maldiciones contra Lisa. Ella se rio a carcajadas y se fue a la cocina a buscar comida para su perro.
Ese día Martín quería hacer algo diferente y especial. Había algo en él que lo obligaba a actuar. Lo tenía metido dentro de su cerebro día y noche y no lo dejaba pensar, ni estar quieto, y mucho menos concerntrarse para estudiar. De un momento a otro, saltó de la cama, dejó el libro sobre su escritorio y se fue resueltamente en busca de su madre.
—mamá—le dijo, tengo pensado armar una Puerta Interdimensional en el sótano, y se va a quedar ahí por unos ocho días. Mañana voy a comprar la madera y los clavos.
Espero que no le moleste a nadie, especialmente a mi hermana.
—Martín—le respondió Lubina—, nadie se va a oponer a la construcción de la tal Puerta. Lo que me preocupa es que estás en pleito con tu hermana desde hace días. ¿Qué te pasa? ¿Cuál es el problema?.
—No me pasa nada—le respondió con altanería—. ¡Estoy harto de mi hermana y sus chiquilladas!
—es que últimamente le has hecho a Lisa varias bromas bien pesadas, hijo, y espero que ya dejes de molestarla.
—Bueno, si le quebré la bicicleta no fue culpa mía, sino de la piedra con que tropecé, y el libro de matemáticas yo no lo escondí; si estaba debajo de mi colchón, no tengo la menor idea de quién lo puso ahí. Y no me importa lo que piense mi hermana.
—¡No mientas, Martín!—se enojó su madre—¿Y la sal que le echaste a su refresco? ¿Y el peluche nuevo que apareció en la pila de lavar con un cuchillo en el estómago? ¿Y el ratón muerto en su clóset?
—¡Eso sí que está bueno! Si un ratón se muere de un infarto, resulta que yo soy el culpable.
—no murió de un infarto, ¡Fue estrangulado!
—además, mamá, ella es buena estudiante y por esa mala nota que tuvo no va a perder el año. A Lisa le encanta estudiar, pronto se va a nivelar el ánimo construyendo mi puerta, para salir del aburrimiento, porque en esta casa y en este barrio nunca sucede nada extraordinario, todo es tranquilo, plano, igual un día que otro.
—está bien, puedes hacerla, pero promete que vas a dejar en paz a tu hermana.
Martín escuchó una voz interior que lo obligó a decir:
—lo prometo, lo prometo—mientras miraba a su madre con sus ojos grises, grandes, hermosos, pero duros y fríos.
Eso inquietó a Lubina, porque nunca había notado en su hijo una mirada así.
Pero de lo que no se dio cuenta fue del movimiento rápido que hizo Martín al llevarse las manos hacia atrás, con los dedos cruzados, en señal de que no prometía nada.
Por un instante algo se oyó volar y una oscuridad inmensa cubrió la casa. Pero Martín fue el único que lo notó.
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