Una mañana de locos

Kylian salió de la oficina tras ser despedido: sentía que el interior le ardía y que en cualquier momento podría estallar como un volcán. Cuando llegó a la misma floristería a la que iba todos los viernes, a la cajera el corazón empezó a latirle con mucha fuerza, como si no pudiese contenerlo en el pecho. Hoy era el día en el que ella pensaba invitarlo a un café tras el trabajo. Con solo pensarlo se le encendieron las mejillas.

–¡Dame un ramo de flores, Esmeralda! –soltó Kylian –¡Me han despedido! ¡Vaya día de mierda!

A Esmeralda se le congeló la sonrisa:

–¡Cuánto lo siento! Supongo que de las de siempre ¿verdad? –la invitación tendría que esperar.

Kylian abandonó la floristería con un ramo de claveles en la mano y se dirigió al cementerio con la cabeza gacha. Estaba tan cabreado que sin darse cuenta estaba espachurrando las flores contra su pecho. Cuando llegó hasta la tumba de sus padres las arrojó de mala gana y mucho de los pétalos salieron volando por el viento.

Sólo tenía ganas de acostarse y que por fin terminase ese maldito día. Por otro lado, si llegaba a casa demasiado temprano sus abuelos le preguntarían que qué le había pasado y lo último que quería ahora era hablar de ello. Así que decidió hacer tiempo dando un paseo por el parque, pronto se arrepintió, ya que hacía mucha ventolera. A pesar de ello, incluso le parecía agradable pasear entre las flores y con el viento soplandole en la cara. Vio que la cajera de la floristería llevaba unas cajas muy pesadas y que perdió el equilibrio. Esmeralda estuvo a punto de caerse de bruces al suelo, pero Kylian llegó a tiempo para aguantarla.

–¡Ey! ¿Estás bien?

–Sí, es que soy un poco patosa –dijo ella con una risita nerviosa.

–Deja que te ayude con eso –se prestó a ayudarla cargando más de la mitad de las cajas que llevaba la chica. De algún modo, el paseo había conseguido aplacar su ira y ahora estaba menos furioso.

Esmeralda pensó que era un buen momento para intentar quedar con él a solas, así que cuando Kylian le llevo las cajas hasta el trastero, aprovechó para soltarle:

–No sé como podría agradecértelo. Mmm... a ver... quizás podría invitarte a un café.

–Te lo agradezco de veras, pero no hace falta. De hecho, ya se me está haciendo un poco tarde y tengo que volver a casa.

A Esmeralda le sentó como un jarro de agua fría. Kylian notó la decepción en su rostro, así que le dijo:

–Bueno Esmeralda, ahora voy a tener mucho tiempo libre –se rascó la nuca, como solía hacer cuando se ponía nervioso, y la miró directamente a sus ojos verdes, su nombre le venía como anillo al dedo–. ¿Te parece que lo dejemos para mañana?

–¡Sí, claro! –exclamó ella con una sonrisa de oreja a oreja.

–¿A qué hora sales del trabajo?

–Sobre esta hora. ¿Te parece que nos veamos junto a la puerta de la floristería?

Él aceptó la invitación y se despidió de ella con un gesto de mano. Se marchó a paso lento hasta su casa, pensando en lo que les diría mañana por la mañana a sus abuelos. Él era la principal fuente de ingresos, pues sus abuelos cobraban una pensión muy pequeña. Tenía que encontrar trabajo urgentemente, pero ya pensaría en eso mañana. Llegó hasta la puerta de su humilde morada, sacó las llaves del bolsillo y abrió con dificultad, pues le temblaban las manos.

Se fue a la cama, sin cenar y sin apenas mediar palabra con sus abuelos. Matilda, su abuela, le insistió bastante en que tenía que cenar y Kylian consintió llevarse un minúsculo trozo de tortilla de patatas a la habitación para que se quedase más tranquila. Sin embargo, lo dejó sobre el escritorio y ni siquiera la probó, pues tenía el estómago revuelto. Dio varias vueltas en la cama antes de dormirse, pero al final consiguió descansar unas pocas horas.

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