Capítulo 3
Su bando tampoco se daba por vencido, y todos disparando, no se dieron cuenta que unos hombres de Eduardo tomaron secuestrados a unos pocos de Layne y los mataron sin piedad.
Sus ojos ardieron al ver a aquellos hombres muertos, tendidos en una carretilla.
— ¡Disparen, amigos! ¡No se detengan!
Gritó con furia y sus fieles amigos continuaron con la lucha. Ninguno de ambos bandos se daría por vencido, hasta que uno de los cayera por completo.
Layne solo pensó en mí y buscó con la mirada alguna entrada de la mansión para poder ingresar.
Eduardo miró con fuera al doctor.
— ¡¿Qué me está diciendo?! ¡¿Cómo que yo no soy el padre del niño que mi esposa va a tener?!
—Eduardo, yo se lo dije. Usted es estéril, no puede tener hijos.
— ¡Mentira! ¡Mi mujer le pidió que me dijera esta mentira, para quo yo la deje libre!
—No, yo a su esposa nunca la había visto. Recién la acabo de conocer.
— ¡NO! ¡Es mentira!
—Eduardo, usted tuvo esa enfermedad que lo inhabilita para ser padre. Yo se lo dije, fui muy claro con usted.
— ¡Cállate, mierda!
—Eduardo ¿A caso ha embarazado a otras mujeres?
—...
—Disculpe que sea tan directo, pero me imagino que su gusto por las mujeres no ha cambiado y si no ha embarazado a ninguna es porque usted no puede procrear niños — Eduardo cegado, tomó la pistola y le apuntó al doctor.
— ¡Agarra todas tus porquerías y lárgate de aquí!
—... Pero, Eduardo.
— ¡Te dije que te largarás, o si no, te dispararé sin contemplación!
El doctor aterrado, tomó su maletín y salió huyendo antes que Eduardo le disparara, y lleno de ira y odio, dio vuelta la mesa y gritó.
— ¡Maldito! ¡Ahora sí que me las vas a pagar! ¡Te vas a acordar de mí por siempre, hijo de perra!
Rosita abrazada a mí, yo me estaba sintiendo peor, cuando de pronto Eduardo le dio una patada a la puerta y entró a mi dormitorio. Yo lo miré débil, casi sin fuerza y él me vio con dolor.
— ¿Por qué, Margarita? ¿Por qué me engañaste?
—... Yo siempre fui honesta contigo, Eduardo.
— ¡Cállate, perra! — me apuntó con la pistola.
— ¡NO! — gritó, Rosita y más me abrazó y a mí me entró el pánico.
—... Yo siempre te dije que este bebe podría ser de Layne.
— ¡Cállate!
— ¡No!
Ambas temimos lo peor y yo llorando, solo pensé en Layne. Rogué porque llegará y me rescatará y Eduardo sin piedad apuntó la pistola a mi enorme barriga.
— ¡Maldita, perra!
—Por favor, no le haga nada a mi niña — le rogó entre lágrimas, Rosita y a mí me invadió el miedo.
Eduardo a punto de apretar el gatillo, a mí se me paralizó el corazón.
— ¡Tu hijo no conocerá a su padre, perra!
Corrió y tomó con toda violencia a Eduardo por la espalda y a él se le escapó el disparo, el que reventó en la lámpara de la mesita de noche, que estaba junto a mí y las dos con Rosita gritamos de pánico y alcanzamos a corrernos.
Ambos forcejeando, Layne le dio dos puñetazos a Eduardo en el rostro y este cayó sin fuerzas al suelo. Layne rápido tomó la pistola y le apuntó con ella.
— ¡Se acabo, Eduardo! — él trató de levantarse, pero fue inútil.
— ¡Maldito, hijo de perra! ¡No sé cómo lograste entrar, pero de aquí no saldrás vivo!
De repente, entró la policía y apuntaron a Eduardo con sus armas y lo apresaron rápidamente.
Layne me miró, yo lo miré llorando y corrió a abrazarme. Me había salvado de Eduardo.
Él se desesperó de furia al ver que Layne me tomó en sus brazos.
— ¡NO! ¡Suéltala! ¡Suéltala!
Gritó desquiciado y forcejando en los brazos de los comandantes y estos al fin lo esposaron.
Layne lo miró con odio, y yo en sus brazos, vi aterrada a Eduardo. Solo quería que se lo llevaran y lo alejaran de nosotros para siempre.
—Amor mío.
—Mi Layne.
— ¿Cómo te sientes?
—Tengo mucho dolor, pero el doctor me dijo que era normal.
—Descansa, mi vida. Todo esto va a terminar — me dijo tomando mi rostro en sus manos y Eduardo interfirió.
—No creas que iré a la cárcel, Margarita. Muy pronto volveremos a vernos y cuando eso suceda, te haré pagar a ti y al mal parido de tu hijo — Layne se le fue encima.
— ¡Sáquenlo de aquí!
— ¡Desgraciado! ¡Hijo de perra!
Gritó Eduardo y al fin se lo llevaron.
Layne volvió a abrazarme y yo emocionada de volver a verlo y que estuviese ahí conmigo, no nos contuvimos más y nos besamos largamente. Rosita nos miró muy feliz y nos dejó a solas. Los dos nos miramos perdidamente y volvimos a besarnos.
Layne besó mi cuello, yo besé su cabeza y frente; él me sonrió y con ternura acarició mi enorme barriga. Yo le sonreí y él apoyó su cabeza en ella y yo inmensamente feliz, le acaricié con amor su cabeza y sus risos dorados. Lo amé con todo mi corazón.
Layne sin dejar de sonreír, acariciaba mi barriga con ternura y alegría. Me miró perdidamente enamorado y tomó mi mano.
—... Hoy me enteré que él bebe que estoy esperando es solo tuyo, amor mío — sus ojos brillaron.
— ¿Cómo lo sabes?
—El doctor que vino a verme me lo confirmó — Layne me sonrió con ilusión — Ya no hay ninguna duda, amor mío. Tú eres el padre de mi bebe.
—Oh, amor mío — tomó mi mejilla con cariño — Esto es el regalo más hermoso que me has dado. Te amo tanto.
— Y yo a ti. Te amo con toda la fuerza del mundo.
Me miró locamente enamorado y volvió a tocar mi barriga y me besó.
Nos sonreímos todos enamorados y Layne sin dejar de tocar y acariciar a nuestro bebe, yo acaricié su mano en mi barriga; él me contempló apasionado, cuando de pronto comenzó a dolerme mucho y sin apartar mi mano de la suya en mi barriga, se me escapó un grito y Layne se preocupó.
— ¿Qué pasa, mi amor?
—... Ve a buscar a Irma y a Rosita — me miró alarmado.
— Tranquila, amor mío.
—...
Volví a gemir de dolor, y Layne nervioso, corrió a la puerta. Yo me sostuve del barandal de la cama y respiré hondo.
— ¿Estás bien? — le sonreí.
—Sí, pero date prisa.
—Si — me sonrió y corrió desesperado a buscar a Irma y a Rosita.
— ¡Rosita! ¡Irma!
Agitada, sentí una fuerte contracción y grité con mucho dolor. Solo pensé en mi amado Layne y que no le pasara nada a nuestro querido bebe.
<< Mi amado, Layne. >>
Débil, Irma me revisó y yo ya no podía más. Layne a mi lado, ella sonrió.
—Rompió la fuente, mi señora Margarita — él se preocupó.
— ¿Y eso es malo?
—No caballero. Significa que su bebe ya quiere nacer — él me sonrió — Caballero ¿Por qué mejor no sale de la habitación? Mire que no es bueno que un hombre esté presente cuando una mujer va a dar a luz.
—No me importa. No dejaré a mi mujer sola.
Yo lo miré exhausta y él tomó mi mano.
—... No quiero que te vayas.
—Tranquila, que me quedaré aquí a tu lado pasé lo que pase.
—... Te amo.
—Y yo a ti, mi hermosa.
—... Me duele mucho.
—Lo sé. Solo resiste un poco más, mi vida.
—Ya mi señora Margarita, comience a empujar con todas sus fuerzas...
Yo así comencé a hacerlo y pujé con todas mis fuerzas.
Layne, apoyado de la ventana, me miraba hacerlo con destellos, admiración y amor. Yo seguía y seguía pujando, y gritando, sus ojos brillaban de amor y adoración.
Volví a gritar y empecé a llamarlo y Layne rápidamente se me acercó y tomó con cariño mi mano.
—Aquí estoy, amor mío. Lo estás haciendo muy bien.
—... Me duele mucho — besó mi frente y me abrazó.
—Vamos, mi niña, siga pujando — me dijo Rosta y Layne sin separarse de mí, no soltó mi mano.
—Queda poco, mi vida. No te detengas, hazlo por nuestro hijo — me dijo y yo saqué todas las fuerzas que me quedaban y pujé y pujé con gritos.
Casi sin aire, lo sentimos llorar y sonreímos ilusionados.
— ¡Nació! ¡Nació!
Layne lo miró con emoción, y yo a punto de desmayarme, él me sostuvo en su regazo e Irma nos entregó a nuestro querido y preciado hijo.
Yo lo cargué en mis brazos y Layne me vio perdidamente y besó a nuestro bebe en su cabeza.
—Es hermoso, mi vida.
—Sí, mi Layne. Es igual a ti. Tiene tus mismos ojos — me miró embelesado.
—Te adoro, mi hermosa, Margarita.
—Y yo a ti, más ahora que por fin tengo a tu hijo en mis brazos.
—Ven aquí.
Me dijo y me abrazó fuerte, con todo su amor y nuestro bebe sin dejar de llorar, nos sonreímos y después nos besamos.
Días después.
Cabalgando a su lado con nuestro bebe, Layne me sonrió y sin soltarme de sus brazos, me sostuvo fuerte y nos fuimos en su caballo por los verdes y solitarios prados.
Fin.
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