Un pueblo con una ceremonia
Tras el transcurso de un par de días, Ian y compañía llegaron a un pueblo llamado Cristalión. Era un lugar bastante cercano a lo que fue la capital de Terradamar, misma que yacía en ruinas y completo abandono. El tamaño de este sitio era un poco más grande, pero igual de modesto que Puerto Estrella. Las casas estaban hechas a base de piedra y techos de madera principalmente, teniendo pequeños, aunque decorados jardines mediante verdes y verdosas plantas florales y piedrecillas brillantes. Todas las casas se hallaban dentro del interior de una cueva, pero los parques y áreas recreativas estaban a las afueras de esta.
Niños corrían de un lado a otro, mientras sus padres cargaban desde alimentos, comida, telas, cristales gigantes y otras cosas más. Había mucha actividad en las calles. Parecía que estaban organizando algún evento, por lo que dedujo el joven príncipe de estas tierras. Lo mismo sucedía en su pueblo cuando conmemoraban el nacimiento del gran dragón de Terradamar.
Además, era evidente que presencia del gran dragón de la tierra también les permitía tener buenos cultivos, ya que algunos pobladores estaban cargando con vegetales de gran tamaño, tales como: carlotas , zapallos, pimentones dulces, jitomates, patillas, melones, brócolis, rábanos, porotos y patatas. Todos estos no solamente destacaban por su gran tamaño, sino por lo brillantes de sus colores, entregando a estos productos una apariencia fresca, tras ser lavados y desinfectados para su consumo. Ian se sentía casi como en casa, pero también le llamó la atención ver algunas tiendas de cristales de distintos tamaños y colores. El lugar parecía hacerle honor a su nombre.
Entonces, el par de jóvenes y el slime fueron recibidos por un hombre cuyo aspecto aparentaba estar aproximado en sus cuarentas. Era un sujeto de piel bronceada, de ojos en un negro oscuro, camisa beige cuya parte inferior se encontraba acomodada dentro del sus pantalones grisáceos, y unos zapatos de color café.
—No solemos tener muchas visitas por aquí. ¿En qué puedo ayudarles, jóvenes? —cuestionó el hombre a la pareja dispareja.
—¡Saludos, buen hombre! —respondió Ian intentando sonar cordial, aunque se le notaba muy forzado y nervioso. Había vuelto a usar sus ropas viejas, aunque limpias, salvó que llevaba mejor calzado—. Permítame presentarme. Yo soy Parker, príncipe y único hijo sobreviviente del rey...
El muchacho trataba de recordar los nombres de sus difuntos padres, sin éxito alguno. Fue una mala idea no preguntárselo a su familia actual antes de partir.
«Debí de preguntar por los nombres. Sólo sé que fueron los últimos en gobernar la capital del continente», reflexionó el pibe, intentando no mostrarse nervioso.
Ivonne notó la rigidez del rostro de aquel joven príncipe con el que ella fue comprometida a una tierna edad. A sus ojos, aquel joven «se puso la soga al cuello» al no pensar una mejor forma para presentarse.
—Ni siquiera sabes el nombre de tu supuesto padre —comentó el hombre con los brazos cruzados y levantando la ceja—. Ya hemos tenido suficiente con los impostores. ¡Vete de aquí si aprecias tu vida, jovencito!
—¡Pero le digo la verdad! —contestó el chico a modo de protesta, con su típico rostro arrugado y poniendo una especie de mueca que parecía más la de pucheros de un bebé, gesto que era divertido para la princesa de Áreonima—. No tengo recuerdos de mis padres o hermanos.
»Mi tío, el hermano del rey, me crió en un pequeño pueblo llamado Puerto Estrella. El nombre de mi padre adoptivo es Ajax. Además de que él me cuidó como si fuera su propio hijo al encontrarme con vida después de la destrucción de mi lugar de nacimiento. Al menos, eso es lo que él me contó.
«Debería escribir un libro de su trágica vida este muchacho», juzgó Ivonne, mirando con un aire de hastío al de ojos verdes.
Un hombre mayor que pasaba por allí parecía haber reconocido ese nombre dado por el muchacho. Se acercó al lugar en el que conversaban los dos no tórtolos y aquel hombre. Su rostro, aunque lleno de arrugas, se veía sereno. Caminaba con lentitud, ya que el paso de los años no le permitía avanzar más rápido.
—¿Acaso escuché el nombre «Ajax»? —cuestionó una voz masculina y ligeramente rasposa.
Ian, exhalando un poco, repitió su breve discurso que dio al otro sujeto.
—Papá también perteneció a la guardia real de Gredesanía, la capital de Terradamar.
»Por lo que me dijo cuando yo era pequeño, la ciudad poseía un lujoso castillo en color blanco, acompañado por algunas líneas doradas en sus esquinas y un gran techo arqueado. Tenía un bello jardín trasero, y estaba rodeado por las casas de las familias más influyentes y asquerosamente adineradas del continente.
El anciano abrió los ojos, revelando lo que parecían ser dos cristales con un centro en color miel. Había algo familiar en el rostro de aquel jovenzuelo.
—Me gustaría saber más de usted, jovencito —manifestó el hombre. Había algunas bancas cerca. Ivonne propuso a los demás tomar asiento para que el viejo no estuviera levantado por más tiempo.
Los otros dos también caminaron en dirección a los escaños. Ian decidió quedarse parado, y confió a Gelatín a la muchacha para continuar su relato.
—Mi nombre real es Parker, pero mi nombre de crianza es Ian —respondió con los ojos clavados en el hombre de edad avanzada—. Mi tío y mi tía, que ahora son mis padres, me dieron esa identidad para protegerme. Al menos eso es lo que escuché días atrás.
»Yo no tengo recuerdos de mi verdadera familia, pero si están muertos, supongo que no importa, ya que soy yo quien está aquí y ahora.
»Ahora bien, quiero saber lo que pueda de ellos, por favor. Quiero que todo Terradamar se una, pues mi hogar, Puerto Estrella, fue atacado. No quiero que se repita con otras poblaciones del continente.
«Lo dice como si fuera un trabajo sencillo cuando recién lo conocen», meditó Ivonne.
El muchacho, con una pizca de temor y apretando los dientes, rememoró aquel incidente del ataque a su hogar. Recordó las bolas de fuego, el olor a quemado, el olor a humo, ver a gente luchando, y también las siluetas de los cadáveres de los fallecidos en combate. Explicó con detalle el momento en el que su slime se tragó el cubo que supuestamente contenía al gran dragón de la tierra. Una fuerza interna que todavía desconocida por él. Con desasosiego, una incertidumbre sobre su futuro se apoderó de sus pensamientos.
—¿Qué tipo de rey fue mi padre? —preguntó el muchacho a los dos sujetos que vivían en aquel modesto pueblito. Necesita más de su pasado antes de tomar un rumbo fijo si es que un día se proponía tomar la corona que por herencia le pertenecía.
—Honestamente, tu padre fue un tirano como rey —replicó el menor de esos dos sujetos que estaban al frente del pibe. Aquello fue inesperado para el vato.
Aquello sorprendió a ambos jóvenes, especialmente a la morra de Áeronima. ¿Cómo era posible siquiera que su padre decidiera haber hecho una alianza con un supuesto tirano?
—El papá de Parker fue un hombre que gobernó con mano dura —confesó el anciano. Atento a cualquier reacción del joven príncipe—. Él mandaba a sus hombres a acabar con aquellos que mostraban oposición. —Notó como el pibe se llevaba la mano a la altura de la boca—. Los tributos de los ciudadanos a la corona eran los más altos de la historia del continente.
»Existieron los castigos físicos cuando cometían pequeños actos que el rey consideraba indignos... —Suspiró—. Se quemaba casas y propiedades de gente que no cumplía con los pagos de sus viviendas, entre muchas cosas más.
Tanto Ian como Ivonne estaban sorprendidos de escuchar dichos comentarios que salieron de la boca del mayor. El chamo no podía creerlo. ¿Por qué su tío parecía ser una persona muy diferente a lo que parecía haber sido su padre?
El castaño retrocedió un poco. Toda ese información fue como una bomba nuclear que estalló en un mar de emociones desagradables, confusión y oscuridad.
—Pero el hermano del rey no ejecutaba realmente a las personas si no encontraba una buena razón —prosiguió el otro hombre—. Les brindaba a escondidas, un refugio para poder vivir en otros puntos del continente. Aquellos que sobrevivieron le tenían un gran aprecio a Ajax, y un desprecio total por el último rey que tuvo Terradamar.
»La gente salió de sus escondites cuando llegaron a sus oídos la información de la muerte del rey. Nosotros nos encontramos entre esa gente. Fue de nuestro agrado quedarnos a vivir en Cristalión debido a su tranquilidad y al refugio que nos brindan las cuevas ante algunos climas.
—Yo era un fiel sirviente de tu padre —declaró el anciano, frotándose la barba—. A decir verdad, estuve a cargo de su educación como petición de tu entonces enfermizo abuelo. Tu padre fue como un segundo hijo para mí. Y a pesar de que tu abuelo era bastante estricto, fue un buen rey.
»Tu progenitor en cambio, se corrompió cuando escuchó sobre el poder de las cuatro bestias de los continentes. Mantuvo en represión a la gente de Volcabrama al invadir aquellas tierras, y pagó el precio con su vida, la de su esposa, y la de casi todos sus hijos. Cuando llegó a la corona, tu tío era un pequeño bebé a la que su madre no le pudo alimentar un sólo día, ya que falleció el día del parto.
—¿Entonces el gran dragón es...? ¿Fue cómplice del atroz rey? —demandó Ivonne al hombre, pero el respondió de manera negativa.
—No. —replicó el más joven—. El gran dragón fue en realidad el encargado de darle fin al caído gobernante de Terradamar, para después desaparecer.
»Nunca creí que sería comido por una «cochinada viscosa».
Ian bajó la mirada. Podía... El sentía el desprecio del otro. Estaba al borde del llano, cuando de pronto, sintió algo sobre su cabeza. Se trataba de Gelatín.
—Este hombre que los recibió es mi hijo —enunció el anciano, mirando con un aire de nostalgia a su retoño—. A él lo condenaron por rebelarse sobre la ejecución de un niño que robó una pieza de pan para alimentar a sus hermanos.
Bajó la mirada. Algunas lágrimas recorrieron su rostro. Pudo memorizar los tantos bellos momentos al lado del que fue un joven, noble y amable príncipe. Exhaló, cansado de recordar bellos momentos que se transformaron en tormentos.
—El destino de mi hijo iba a ser la horca. Gracias al piadoso guardián, fue salvado por un joven Ajax. Desde ese momento, dejé de ser consejero del tirano de tu padre. —El viejo recriminó con la mirada al muchacho. Este no podía sentir más que un arrepentimiento terrible por el tipo de hombre que fue su verdadero padre—. No me escuchó tantas veces que le advertí del mal camino de sus acciones.
»Me fue completamente imposible continuar a su lado, tras ordenar el asesinato de mi hijo.
Ian, escuchando aquellas palabras, como una flecha que hirió su corazón de pollo, comenzó a sollozar con fuerza. Era impactante pensar que su progenitor fue una persona terrible. Temía convertirse en alguien similar su padre.
Ivonne ya no se sentía tan cómoda con estar cerca de aquel vato. Entonces, abrió la boca, ya que tenía una duda importante.
—¿Qué es lo que sabe de la alianza del rey caído con Áeronima, mi tierra natal? —inquirió, siendo testigo del llanto del joven príncipe al que decidió ignorar. Estaba furiosa. No entendía la razón de un lazo entre su tierra y aquella en la que se hallaba en estos momentos.
—Desconozco los detalles, pero creo que pudo haberse dado de forma natural, y sin opresiones —contestó el anciano, haciendo un gesto a Ian para que se acercara. Este lo hizo sin rechistar—. Lo único que encontré sorprendente, fue que el hijo más joven del rey de Terradamar, y la única hija de la familia real de Áeronima, se casarían en el futuro por un acuerdo realizado por sus progenitores.
El viejo tomó las manos de Ian. Sonrió para él.
—Lamento haber sido duro con mis palabras —profirió el hombre, todavía aferrado al ojiverde—. Estoy seguro de que Ajax tuvo sus razones para ocultarlo. También tengo fe en que será una persona diferente.
—¡Oh! Ya que usted y su prometida están aquí, están invitados a quedarse en el pueblo el tiempo que deseen hacerlo. —El viejo se levantó finalmente de su asiento—. Se dará una celebración en honor a los cristales, una fuente natural de energía y luz para todos nosotros. Estos también nos son una fuente de ingresos para toda la población, pero...
—Son importantes también por sus supuestas propiedades mágicas muy bien escondidas —bosticó el hijo del anciano, prosiguiendo con el relato de su viejo—, mismas que ayudaban a mantener el pueblo a salvo durante las épocas de fuertes vientos.
Ian con aire de curiosidad, quería conocer aquella celebración, pero Ivonne parecía insegura. De hecho, ella se alejó de él cuando este le ofreció su mano para dar un paseo juntos.
—¡¿Es qué no te has dado cuenta de que por culpa de tu familia el mundo entró en una terrible guerra?! —recriminó la morra, golpeando la mano ajena—. Seguramente la gente de Volcabrama quería hacerse con un enorme poder tras haber escuchado aquello de la gente que los mantuvo reprimidos.
Todavía faltaban respuestas, pero la princesa tenía desconfianza en el muchacho, y él no podía negar que tuviera buenas razones para ese sentimiento negativo. Él mismo llegó a creer que su padre llevó a la perdición a la ciudad más grande que alguna vez tuvo Terradamar. Pero... ¿Qué culpa tuvieron las demás personas por sus crímenes?
—No te culpo si me odias —expresó Ian con el corazón lleno de amargura, emitiendo un aire de desolación y pérdida de esperanza—. Soy el hijo del hombre que parece haber provocado todo este desastre.
»Soy el hijo de un horrible rey y ser humano.
El muchacho casi soltó en llanto una vez más, pero se recordó a sí mismo que aquello no tenía que terminar así. Eso le brindó un poco de esperanza al joven. Estaba decidido a ser una persona completamente diferente.
—Jovencito, le recomiendo no revelar todavía su identidad, ya que algunos pobladores todavía no habían olvidado del todo el tipo de rey que fue su padre biológico —expuso el viejo, preocupado por el muchacho—. Posiblemente, no lo harán por el resto de sus vidas.
Su familia adoptiva le había dado una nueva identidad por la misma razón. De todos formas, el pibe sintió de que debía hacer algo para conectar a todos los rincones de su tierra. Era lo mejor que podía hacer por el momento.
[...]
Durante la noche, las calles se veían repletas de vida y de vendedores ambulantes. Muchas personas llevaban algún colgante con algunos cristales incrustados, o el colgante propio estaba hecho de aquellas mismas piedras que emitían algunos leves brillos. Los cristales más grandes podían hasta emitir luces brillantes. Aquello era gracias al poder del dragón de Terradamar. Un obsequio para tener luz en la oscuridad. Al menos lo relataban algunos carteles por todo Cristalión.
Los sujetos que recibieron a los chicos les habían obsequiado unos cristales y un cambio de ropa, además de unas yukatas para ir de acorde con los pobladores del lugar que festejaban un día importante.
La gente se veía feliz y con aires de celebración, pero Ian e Ivonne no lo parecían. Gelatín siguió a este par dando saltitos. Los dos jóvenes fueron por su propia cuenta. El chico observaba con cierta nostalgia a las familias, mientras que la chica veía a gente divirtiéndose, al mismo tiempo que ella recordó gritos de horror y guerra antes de dejar su territorio.
El pibe anhelaba una familia feliz. Para él fue una terrible experiencia saber el tipo de hombre que fue su verdadero padre, algo que su familia tuvo que pagar muy caro en un día trágico para ellos. Su madre y hermanos debieron salvarse. Él debía estar con ellos. Su corazón se llenó de angustia. Sentía que caía a un pozo oscuro y profundo al que lo llamaba una voz aterradora.
—Al fin puedo verte —comentó una voz profunda que le provocó escalofríos al castaño.
Ivonne, por su parte, quería que la paz volviera a su hogar. Ella no estaba segura de continuar la alianza con Terradamar después de que se reveló que todo pudo haber sido culpa del padre de Ian, pero ella sabía bien que el vato no era el culpable de todo lo hecho por su progenitor.
«¿Qué debería hacer?», se cuestionó la morra en sus propios pensamientos. Recordó lo divertido que era ver los gestos de enojo de Ian, su sonrisa, los latidos de su corazón...
Mientras seguía caminando, Ian recordó algo. Era una melodía que no paraba de escucharse en su cabeza, y era cantada por un labio femenino. No podía recordar el origen de esta, pero de todas maneras comenzó a cantar un poco aquella canción que era algo relajante para el. La gente le veía con curiosidad, y Gelatín redujo su tamaño, saltando para quedar sobre la cabeza del chico, casi a modo de sombrero.
—Hace tiempo no sucede esto —dijo Ian con una sensación reconfortante al sentir al slime encima suyo—. Recuerdo que cuando era un niño, los dos jugábamos a que eras mi sombrero. Me gustaba tenerte cerca. Siempre has sido un gran amigo para mí, Gelatín.
[...]
La gente se iba reuniendo más y más para celebrar juntos el festival de los cristales. Ian e Ivonne querían ver aquello, así que por azares del destino, terminaron juntos nuevamente. Los dos se miraron de forma incómoda ante el reencuentro. Ninguno supo qué decir al otro. La verdad era cada vez más dolorosa y triste para Ian, mientras la mina se sentía desesperada al no poder estar en su hogar.
Para romper la tensión que emergió en medio de los dos, el chico sacó algo de su bolsillo. Era un pequeño colgante con un cristal transparente en su interior.
—No es gran cosa, pero quiero que lo tengas —declaró el muchacho, ofreciendo aquel objeto a la chica—. No soy mi padre para disculparme por todo, pero... pero quiero hacer lo que es correcto. Quiero ir a tu tierra y disculparme por lo que inició mi padre.
»Ofreceré mi vida a cambio mi vida si es necesario.
—¿Y cuál sería el punto de todo ello? —cuestionó Ivonne con la ceja arqueada—. No todo ha sido provocado por tu padre. ¿Por qué mejor no te dedicas a los tuyos?
»En nombre de la gente de Áeronima, el pacto con Terradamar queda roto.
Ian no podía creer esas palabras, pero terminó aceptando aquello. Ivonne rechazó el cristal, y entonces, aquellos que les habían dado antes y el del colgante que el chico intentó darle comenzaron a brillar. Todo el pueblo se iluminaba, y con ello, el verano daba inicio, acompañando a la perfección a una celebración llena de brillantes cristales, cánticos y algunas danzas de parte de los pobladores.
La gente se reunió para hablar, beber y comer, pero el chico no se sintió con ganas de seguir celebrando. Tampoco la princesa. La información que recibieron a su llegada había sido demasiado para los dos, así que no tenían ningún ánimo festivo en esta ocasión. Cada uno tenía sus propios problemas existenciales por resolver.
Entonces, un par de niños se acercaron a ella, entregando a cada uno un guisado hecho a base de frijoles y carlotas. No pudieron negarse ante el gesto de los chiquillos, así que degustaron lo que les fue entregado.
—Puedo sentir también un sabor a culandro —cutureó la princesa de Áeronima—. Es una hierba rara en mi tierra de origen.
—¿Cula... qué? —cuestionó Ian, mirando con interés a la mina—. ¿No querrás decir cilantro?
—Supongo que se debe a que proviene de una pequeña isla en la parte sur de mi continente —respondió la chica, evitando la mirada del otro. También decidió alejarse un poco.
Ian tomó la decisión de tomar el cargo de su padre para arreglar lo dañado y cargar con un enorme peso sobre sus hombros. Alguien debía hacerse responsable de los daños. El chico abrazó a su verde y viscoso amigo, mirándolo con incertidumbre.
—Gelatín, se mi soporte en todo esto, amigo. Tengo miedo.
Más tarde, los jóvenes fueron llevados a un lugar en el que podrían quedarse a descansar durante la noche. No tendrían que pagar nada, ya que eran los invitados de uno de los pobladores. Antes de dormir, el chico abrazó a su slime una vez más. Usaría de nuevo ese nombre que perdió. Por ahora era todo lo que tenía para recuperar su identidad y construir un mejor futuro para la gente de Terradamar.
«Voy a limpiar lo que mi padre ensució», pensó el vato.
Los dos salieron un poco. Ian quería dejar con la chica aquel objeto que quiso entregarle, pero una vez cerca de la puerta, desistió. Tiró el colgante, y volvió a su habitación. Ivonne, adentro de aquella pieza, decidió que buscaría una forma de regresar a su hogar. La alianza con Terradamar no debía seguir en pie. Era un continente que había perdido su valor en la alianza tras la caída de su capital. Además, el guardián del lugar había sido consumido por el peculiar slime que acompañaba al único hijo sobreviviente de un rey caído.
«Estar más tiempo aquí sólo me hará perder momentos importantes. Yo debería estar luchando al lado de mis hermanos», reflexionó Ivonne con falta de sosiego.
—No me parece lo más correcto, muchacha —contestó el ave de Áeronima. Su voz era audible únicamente para la chava.
—¿Y por qué no? —inquirió ella con un aire de hartazgo, mientras soltaba su cabello—. No tienen ni siquiera un ejército para ayudar en el combate contra nuestros enemigos.
—Tu corazón no quiere eso. —El ave lo dijo con tal intensidad, que parecía un regaño—. Lo sabes bien. Quiere estar al lado de aquel chico.
—Ian no es nadie ya. Aunque admito que es agradable de vez en cuando, tiene muchas cosas que resolver por su cuenta y...
—El día que llegues a ver que en verdad te gusta ese chico, me volveré a manifestar, muchacha —interrumpió el ave, todavía dentro del orbe, a pesar de su buena comunicación con la chica—. Deja de mentirte a ti misma. No sólo te gustan esos ojos suyos. Adoras su voz. Adoras ver las diferentes expresiones en su rostro. Pudiste sentir su corazón latiendo. Él te transmite un calor único. Uno que ni tus hermanos o padre han logrado con todos estos años que llevas conociéndolos. Tu corazón busca el amor, no sólo la guerra.
»Ivonne, desde el primer día, te deslumbró la mirada del joven. Estás enamorada, pero estás dejando que el orgullo te consuma. Creo que él también siente algo por ti. Estoy llegando a pensar que sus padres ya sabían bien que estaban destinados a encontrarse. Tal como una antigua leyenda de un hijo de la luz y su estrella.
La princesa de Áeronima no dijo más. Ciertamente, los ojos del muchacho la encandilaron. Lo emocional del chico era algo que también le encantaba. Veía que a pesar de que el morro podía llegar a ser un poco molesto, realmente era un chico sencillo que llegaba a empatizar con el dolor de otros. Aquello eran varias de las cualidades que le gustaban tanto de aquel joven, pero, ¿enamorarse de un extranjero en un momento de guerra? Ella... No podía darse el lujo de sentir algo así. Ian merecía encontrar a una bella dama local.
Además, para aquel jovencito, el saber que le habían mentido sobre sus orígenes debía tenerlo desconcertado y desorientado sobre lo que debía o no creer. Pero eso no era su problema. Ella debía regresar con su pueblo. Una parte de su corazón se lo decía, pero la otra parte... La otra parte quería ayudar a aquel muchacho. Ivonne estaba realmente confundida entre aquello que sentía y pensaba. Nada de esto era justo para ninguno de los dos. Ni siquiera lo era aquel matrimonio arreglado. Sus padres debieron pensar mejor las cosas antes de comprometer a dos pequeños que no se habían conocido hasta que la chica cayó por mera casualidad al pueblo de su «prometido».
—¿Qué decisión vas a tomar? —Aquellas fueron las últimas palabras del guardián de Áeronima. No hubo respuesta alguna de parte de la chica. No quería sentir aquella presión de algo que parecían esperar de ella.
Mientras tanto, Ian volvió a su habitación. Se echó sobre el colchón. No podía dejar de pensar en todo lo que ahora sabía de su padre, madre y hermanos. Tampoco en el hecho de no recordar sus voces, sus rostros, aromas, o algo que pudiera sentir al lado de aquellos que ya no estaban. Entonces, recordó los regaños de su ahora padre, sus castigos físicos. También lo hizo con la mujer que veía como su verdadera madre. Pudo traer a su mente sus abrazos, las cosquillas que le hacía cuando era pequeño, el sabor de su comida, su sonrisa...
—Quisiera ya no pensar para nada en el pasado —murmulló el joven de bellos ojos verdes—. Tampoco es que haya alguien que se haya encargado de limpiar el desastre que dejó mi verdadero padre.
Volteó a ver a Gelatín. Este yacía sobre un banquito, completamente inmóvil como era de costumbre hallarlo.
—Quisiera poder cambiar todo esto de un sólo golpe. —Apagó la linterna que había en la habitación. La oscuridad era tan profunda, que parecía devorar todo sin remordimiento. No le importaba. Su vida, parecía ser parte del ambiente. Esa fue su verdadera herencia que le dejó su padre. Tal vez nunca debió abandonar la seguridad de Puerto Estrella.
«Adelante, muchacho. Abraza este legado lleno de tinieblas que sabes que es parte de ti. Entrega tu alma a la oscuridad», dijo una voz no audible.
Ian no tardó en quedarse profundamente dormido. Y mientras el chico descansaba, Gelatín comenzó a brillar, siendo acompañado de un aura parecida a la vista por Ivonne y Yaco aquel día del ataque al lugar de crianza del joven castaño. ¿Con qué intención lo haría?
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