Un funeral digno

No habría sido mucho el tiempo transcurrido, pero con solamente cuatro días que habían pasado desde que Áeronima fue invadida en sus dos ciudades más importantes, las heridas seguían abiertas y sangrantes en los corazones de sus habitantes. Durante este tiempo, la gente de las ciudades del continente del elemento viento fue informada sobre el fallecimiento del rey y de uno de sus hijos mediante el uso de halcones.

La tristeza y desesperación abundaban por las calles, muchas de estas, todavía con aquella desoladora apariencia provocada por el conflicto que se libró en la capital, lucían vacías y sin niños corriendo, o gente tocando sus instrumentos musicales. Por fortuna, los civiles fueron puestos en la parte subterránea del castillo mientras la batalla tuvo lugar. Se habían contado algunas pérdidas de soldados, por lo que a pesar del resguardo de los más débiles, muchas familias perdieron integrantes.

Ivonne caminaba con sigilo y una mirada perdida en las calles. Portaba un vestido negro y unos listones del mismo color sobre su cabello para mostrar que seguía de luto ante sus pérdidas más recientes. Todo lo sucedido la tenía desconcertada. Portaba su arco y flechas, buscando posibles infiltrados. No quería que el funeral a su padre y hermanos se convirtiera en algo más sangriento. Ya había tenido suficiente con las muertes de dos integrantes de su familia, que Rob se viera presionado para irse con su padre, y además, del estado de su amado.

Y añadiendo una capa de desasosiego, se filtró información sobre el desmadre que provocaron los guardianes de Áeronima y Terradamar al perder el control, y de que Ian seguía inconsciente. Así era. El muchacho no daba señales abandonar aquel estado. Ivonne, con su vestimenta oscura y dando pasos lentos, respiraba profundamente.

Recordó aquel día que observó por vez primera a aquel joven de cabellera castaña y deslumbrantes ojos verdosos repleto en el sudor de una jornada laboral en aquel pequeño pueblo pesquero. No tenía exactamente el mejor olor, pero hubo algo en él que la cautivó, a pesar de que en ese instante solamente pensaba en volver a casa, tras averiguar que no había mucho más por hacer en Terradamar.

No sabía la razón por la que luego del ataque a Puerto Estrella. Sería tal vez, aquella profecía que ató sus vidas y que hoy en día parecía un mal presagio.

«¿Volveré a verlo despierto?», inquirió la mina. Se engujó las lágrimas y caminó m sintiendo una brisa helada que meció sus cabellos.

«Mi compañero pide que no perdamos la fe en el despertar del muchacho», diría el gran ave de Áeronima a su protegida a través de psique de esta.

«Eso espero...», replicó ella, respondiendo a través de aquella conexión que mantenía con el guardián.

«No sabría cómo explicarlo, pero el gran dragón dice que además de respirar, puede sentir su alma, aunque sea una señal débil, Ivonne», contento el ave. No deseaba que la chica perdiera aquella pequeña luz que los conectaba, además de que confiaba en la palabra del guardián de Terradamar.
Pero de parte de Ivonne no hubo respuesta. Tenía miedo de que la débil y frágil llama de la vida en su amado se desvaneciera para siempre. Personas que no volvían a despertar solían morir, y ella no sabía qué cuidados necesitaba Ian en este estado. Su temor era perderlo para siempre, sin saber cómo actuar para evitarlo.

Y así, en silencio, continuó su andar. La fachada del castillo sufrió daños también a causa de los múltiples ataques de varios perros del infierno. No ocurrió lo mismo con las cámaras subterráneas por fortuna. Estas habrían estado protegidas por múltiples sacerdotes y sacerdotisas que bloquearon los accesos al enemigo al trabajar en conjunto.

Habrían rolado turnos para mantener a raya la amenaza, logrando repelerla por completo, salvando las vidas de mujeres, niños, ancianos y enfermos, mientras que aquellos capaces de luchar ayudaron en la batalla.

Y todavía con aquellos silenciosos pasos, en medio de la devastación, con el gélido aire rozando sus mejillas, Ivonne prosiguió y prosiguió a hasta la parte que no sufrió daños. Allí se ubicaban las nuevas habitaciones d ella familia real, de los consejeros, sacerdotes, sacerdotisas y demás gente de alta alcurnia, y otras más por debajo de estas.

La perturbadora calma en el aire, así como una mudez total eran sus fieles acompañantes, pero a pesar de la tranquilidad en el ambiente, ella se sentía observada y señalada. Podía sentir el peso de la culpa sobre su espalda, voces vociferando sobre ella y el gran avén fuera de control en el conflicto. Recordó pues, sus manos ensangrentadas tras destrozar el rostro de Chantara. Y entonces, escuchó unos lentos pasos.

Cojeante y con una muletilla con la que apoyarse, apareció el príncipe de Volcabrama. Sus ojos rojos parecían igual de perdidos que todos aquellos que fueron testigos y partícipes de la confrontación. Él también se dio cuenta de la presencia de ella, pero desvió rápidamente la mirada. Asha, al igual que Ivonne, se sentía responsable. Para el muchacho, ser principalmente proveniente de las tierras que provocaron daños graves a la población de Áeronima ya era un crimen que tendría que pagar el resto de su vida.

—Sé que no será suficiente todo lo que diga, ni cuánto lo diga —dijo Asha con una voz suave—, pero de verdad lamento que la gente de Volcabrama haya hecho todo este desastre.

»Hoy mismo pediré a tus hermanos que me encarcelen de nuevo. De todas maneras yo no hice nada útil con los tuyos y a nadie le importaré ya. Si quieren devolverme a mi continente, lo entenderé.

Y así, con un dolor en el pie izquierdo, comenzó su avance. Se habría lastimado el pie, ya que al caer sobre el cuerpo del difunto Flint, tuvo una torcedura. Aunque le dolía más el hecho de no poder despedirlo. Supo que los hermanos de Ivonne quemarían y tirarían al la fosa común de desechos las cecinas de aquellos que no pertenecían allí. No podría culparlos. Era justo que fuesen tratados como basura al ser ellos partícipes de los daños a una población que cayó en una brutal trampa.

«Aquel chico solamente quería salvar a alguien que simplemente ya no podía, Ivonne. No creo que sea justo tratarlo como prisionero o devolverlo a un ambiente en el que su propia hermana podría acabar con él en un abrir y cerrar de...», comunicó el guardián, pero fue interrumpido por la chica.

«Cierra el pico, por favor», dijo la chica a través de su mente.

No estaba de humor. Entendía a la perfección las palabras tanto de Asha como del protector de Áeronima, pero no quería involucrarse en el asunto de alguien proveniente de Volcabrama, menos ahora que sentía un gran nudo en el corazón que le impedía sentir algo por alguien que no era Ian.

Y mientras la princesa también continuó su extensa caminata matutina por los amplios pasillos, Asha se sentó en una una gran piedra que formó parte del techo de la fachada del castillo. Comenzó a llorar en silencio. No habría alma que le hiciera compañía y eso estaba bien para él en aquel momento. Sabía que, llenos de odio y tristeza, la gente de Áeronima querría su cabeza solamente por ser un volcabramaniense.

Podía respirar el aire de repudio por las familias de las víctimas que perecieron durante el desarrollo de la batalla. Tenía el peso de la amargura y el dolor causados por su hermana mayor. Así mismo, el fantasma de Flint lo acechaba y le repetía una y otra vez que ya no tenía lugar en el mundo.

Estaba completamente solo.

«Jamás debí dejar mi hogar. Lo mejor para mí debió ser dejarme aniquilar cuando Edna lo ordenó a sus hombres», pensó, aferrándose a la roca, su única compañera, y aquella que no lo juzgaría.

Exhaló y se echó allí. Pensó en Flint, pero ya muerto. En esto se convirtió para él aquel gran pedazo sólido de materia sobre el que estaba, y es allí donde quiso permanecer, hasta que de pronto, escuchó unos pasos acercándose lentamente a su dirección.

No volteó para nada. Si deseaban acabar con su miseria, no se opondría. Si querían hacerlo sufrir, no objetaría. Escucharía el dolor ajeno y estaría allí para quien quisiera desquitar su frustración en él.

No era querido. Nunca la fue.

A pesar de recordar una vez más las palabras de Flint que le advertían sobre su posible cambio, tal vez fue una forma de manipularlo y hacerlo entrar en más dudas. Tal vez el hombre jamás lo quiso y siempre pretendió ser amable con él, como para tal como lo dijo, su sufrimiento fuera mayor al darse cuenta de que nunca fue amado.

—Joven Asha —dijo una juvenil voz femenina—, no tiene autorización de dejar su habitación todavía.

»Le pido que me acompañe de vuelta para sus revisiones del día y a comer los alimentos que yo, su sacerdotisa a cargo de su recuperación, he llevado para usted.

—¿Y por qué lo haces si seguramente has de odiarme por ser el maldito príncipe cobarde que huyó de su casa para seguir con vida? —recriminó el muchacho. Cerró los ojos, pues no quería ver a la sacerdotisa.

—No está en mí juzgar sus razones ni los hechos del pasado —replicó una joven que estaba cubierta en lo que parecía ser un manto negruzco—. Perdí a un hermano en el combate, pero mi trabajo es preservar la vida, la suya en estos momentos.

»El gran ave de Áeronima me confío aquella tarea y solamente mi guardián me dirá si usted no es digno, pero por lo que los príncipes me han dado a conocer, usted también ha sido víctima de la guerra.

»De todos modos tampoco le haría daño a un ser frágil como lo está en estos momentos, ya que no está escrito algo así para mis adentros. Solamente deseo que se recupere, y del resto, el tiempo se encargará, no yo.

—Ya entiendo —replicó el muchacho, cuando de pronto, su estómago hizo eco de necesitar alimento.

—Su cuerpo habla de lo que desea tener ahora —comentó la sacerdotisa, y a Asha le pareció que lo dijo como si fuese algo divertido.

—¿Puedes esperarme un tiempo más? —inquirió el chico, casi con voz infantil—. Quiero estar listo antes de ir contigo.

En su mente seguía acompañando a Flint. Quería al menos decir unas últimas palabras a este, antes de dejarlo para siempre.

—Querido maestro, lamento ser su peor fracaso —manifestó Asha al borde del llanto—. Debí irme con usted a la otra vida, ya que así al menos este pesar no estaría sobre mis hombros.

»Estaría libre de todo el sufrimiento pasado y el que está por venir.

»Ya ni siquiera quiero vivir si no tengo nada, especialmente a nadie que se preocupe por mí.

Después, se levantó y miró a su acompañante, quien aunque parecía estática, permaneció allí para ofrecer su mano y ayudar a que el príncipe exiliado pudiera reincorporarse. Este sin decir una sola palabra, parecía haber agradecido con la mirada. Parecía que estaba cruzando miradas con la desconocida y de pronto, quedó boquiabierto. El rubor se colaba por sus mejillas, mientras la chica rodeó su brazo derecho.

—Caminemos juntos, por favor —dijo la sacerdotisa—. Tengo que asegurar su bienestar.

El chico asintió. Tal vez sería el deber de la chica, pero Asha llegó a creer que disfrutaba de estar cerca de él. Fue así que se dejó acompañar. Su corazón empezó a sentir calaña y calidez humana.

«Aunque es posible que sea así con todos los demás a los que debe de atender», sugirió para sus adentros.

—Hoy lo espera un día largo y tranquilo, joven Asha —mencionó la chica—. Yo estaré para hacerle compañía en lo que necesite.

—¿No tienes más gente a la que atender hoy? —inquirió el muchacho, esperando no escucharse desesperado—. Perdona si te pareció grosera mi pregunta.

—No lo fue, y solamente lo atiendo a usted, joven Asha —replicó aquella voz—. Aunque perdí familiares, mi deber no es más que servir los deseos del guardián de Áeronima.

»Usted, por lo que se me dijo, ha quedado en el centro de un conflicto entre las personas que ama y las actitudes de estos que no comparte. Trató de salvar a alguien importante para usted, pero fue imposible.

—¿Y quién te lo dijo? —cuestionó, ya que sentía que no habría sido obra de Ivonne o sus hermanos.

—El gran ave de Áeronima sabe todo lo que ocurre en estas tierras, incluso cuando es pisada por extranjeros como usted —contestó la sacerdotisa con voz suave y amigable—. Nadie más quería atenderlo, por lo que yo sí.

»Estaré a sus servicio, joven Asha.

—Te lo agradezco de todo corazón —respondió él. Se sentía afortunado de tener la compañía de alguien más, aunque sería una relación corta en lo que culminaba con su recuperación.

—Tengo entendido que hoy se celebra el funeral al rey y al hermano de la princesas Ivonne —comentó Asha, y la sacerdotisa asintió—. No tengo derecho a expresar mi más sentido pésame a la familia real, pero quiero que informes a los príncipes que estoy dispuesto a aceptar el castigo que ellos me impongan, por favor.

»Es la única petición que he de hacerte.

Hubo silencio de parte de ella, y así, ambos continuaron juntos.

Y ahora, dirigiendo nuestros caminos hacia una amplia habitación llena de bellos muebles de madera barnizados glamorosamente, lo que daba un aspecto brillante a estos. El piso tenía cuadro blancos y negros. Las ventanas por las que entraba el aire eran extensas y había muchas plantas en el interior de esta. En una amplia cama matrimonial se hallaba Ian, cobijado en sábanas blancas con su amigo Gelatín pegado a su nuca.

Ivonne, sentada en una silla con confíes en color negro, estaba a un lado de esta, observando confíes tristeza al chico quien no movía un solo músculo. Su temperatura no era ni fría ni cálida. Lo había llamado por su nombre varias ocasiones al entrar a la pieza, pero el castaño no respondió. Ahora, la princesa jugaba con las manos de su media naranja, a la espera de que Ian respondiera aquellos movimientos.

Tampoco hubo una reacción de su parte.

Para Ivonne era devastador verlo en la cama, con los ojos cerrados, y sin moverse o decir algo diferente a sólo respirar. Ella necesitaba escuchar su voz una vez más. Se aferró a él, llamándolo por su nombre cada momento con más desesperación, pero no hubo respuesta del vato. Seguía allí, completamente inmóvil.

Ivonne, presa del pánico, soltó en llanto. Subió a la cama y se aferró al pecho de Ian, allí, uno de los lugares en los que encontró calidez y seguridad durante su estancia en en Terradamar, pero aquel mismo en el que hallaba la última esperanza de un día ver que aquel muchacho volviera a desplegar sus bellos y encantadores ojos verdosos que le encantaban.

Galatín saltó a la cama y emitió una pequeña luz en color verde. La chica se sintió más relajada al son del brillo emitido por el slime. Aunque no podía comunicarse con él, Ella sentía que el gran dragón de Terradamar tampoco quería perder a su protegido.

—¿Crees que lo volvamos a ver despierto algún día? —inquirió Ivonne para el viscoso amigo del chico que amaba.

Gelatín únicamente dio un salto sobre el el hombro derecho del morro, pero no hizo más. Tal vez quería pensar positivo, o tal vez quería hacer algo para intentar despertarlo él mismo.

«Dice que no perdamos la fe y que él se encargará de mantenerlo estable», comunicó el ave a la ente de la chica.

«Eso espero», replicó ella.

Y entonces, llegó Caelus, mirando con tristeza aquella imagen de su pequeña hermana aferrada a la de aquel joven de la que se encontraba profundamente enamorada y que no despertaba.

—Ivonne, ya es hora de despedir a papá y a Wyndham —dijo con voz suave—. Te estamos esperando para la ceremonia.

—No quiero ir —respondió la morra, y de sus ojos comenzaban a emanar las lágrimas—. Si voy, perderlos se hará más real.

»Además, ¿quién va a cuidar de mi Ian si yo no estoy con él?

—Hermanita... —Caelus suspiró—. Te entiendo. Así me sentí yo cuando mamá murió. Luego me arrepentí de no ir a su funeral y de darle un último adiós porque sentí enojo de que ya no estuviera más con nosotros.

»Sé que duele, pero es mejor poder despedirse una última vez de aquellos que amamos a no hacer nada. Y en cuanto a tu amorcito, él tiene a esa cosa verde y gelatinosa a su lado que seguramente lo va a estar cuidando mejor.

»Por lo que he entendido, es algo que ha hecho desde que él era pequeño, y que con toda seguridad seguirá haciendo. Recuerda que Ian es su protegido al que debe cuidar de toda la vida, y al que ha visto crecer desde que está a su lado.

Gelatín comenzó a saltar, posiblemente para confirmar que estaba de acuerdo con el plan de Caelus. Ivonne sonrió para el slime, llegándose a levantar finalmente para salir así con mejores ánimos de la habitación, pero antes de cerrar la puerta, miró en dirección a la cama.

—Te lo encargo mucho, Gelatín —clamó en voz baja—. Confío que a pesar del tiempo que transcurra, tú y yo lo volveremos a ver despierto.

El slime saltó sobre el pecho del muchacho y allí se permaneció estático, pero emitiendo un brillo verdoso y desplegando aros de luces de un color similar al de su cuerpo.

«Así no pasarás hambre, Ian», dijo, o trató de decir Gelatín a través de la conexión compartida con el pibe.

Poco tiempo más tarde, en la plaza central de Alas Libres, una multitud de reunió para despedir no solo a dos integrantes de la familia real, sino no también a quienes murieron en la lucha. Allí mismo comenzó la ceremonia, una que para Ivonne se hacía cada vez más eterna con cada palabra o frase.

El brilló en sus ojos se apagó y dejó de escuchar lo que los sacerdotes y sacerdotisas decían. Difícil era para su ajetreado corazón todo lo que ya de por sí ocurrió en plena batalla, que no pudo ni quiso saber más. Solamente se levantaba y rezaba al ritmo de los demás. No sabía si quiera el orden, pero le daba igual. No tenía ánimos de lidiar con la amargura y la desesperanza.

Tenía sueño, bastante. Quería terminar pronto para ir a su habitación o tal vez quedarse en la de Ian para cuidar de él.

«¿Y si despierto y no vuelvo a despertar como Ian?», meditó la chica. El amor por él era todo lo que tenía, y deseaba estar con él. Creía que lo encontraría en el mundo de los sueños en el que estarían juntos y felices por siempre.

Y de pronto, la orquesta de la universidad de la capital hizo su aparición, comenzaron a tocar aquella melodía titulada: «Alas que se despliegan por la eternidad». Este siempre era usada en los funerales de aquellos que perecieron honorable,ente en batalla, además de para rendir tributo a sus almas que acompañaban y brindaban fuerza y valentía al gran ave de Áeronima para seguir protegiendo al continente entero.

«Pero ellos fueron muy listos y supieron dividirnos en esta ocasión», pensó Ivonne con amargura antes de soltar en llanto. Anan la recibió en sus brazos, y Guthrie le brindó unas palmadas suaves en la espalda mientras también sollozaba.

Dentro de su habitación, Asha escuchaba aquella triste melodía que también tenía toques de algo que sería entonado en el campo de una batalla para dar ánimos a los soldados que se estarían apoyando.

—Me gustaría que algo así pudiera ocurrir en Volcabrama, pero conociendo ahora lo que ha hecho mi pueblo, creo que nunca será posible honrar a quienes han destruido vidas pro completo —vociferó el muchacho.

—¿Y si llega un verdadero rey justo que abandone la necesidad de crear miseria en otras partes del mundo? —inquirió la joven sacerdotisa que lo acompañaba—. ¿No estaría bien honrar a quien proteja sus ideales de paz y tranquilidad?

—Ya no sé si eso llegue a ser posible —replicó el muchacho—. Tampoco sé si yo quiera volver a Volcabrama.

»Solamente quiero que mi hermana deje esta locura que no yo mismo entiendo todavía. La imagen que tenía de todo de pronto se desbordó y llegué pensando que encontraría respuestas, ahora tengo más dudas que antes.

La sacerdotisa se le levantó de la silla en la que permanecía, colocó su mano derecha sobre el hombro de aquel joven que miraba desde la ventana el funeral.

—Yo creo que usted, joven Asha, tiene el peso de ser un agente de cambio —vociferó ella—. Si se rinde ahora, será muy tarde después.

Y allá afuera, los féretros de cada uno de los soldados caídos comenzó a arder. Las cenizas de estos se harían uno con el viento que los llevaría por todos los rincones de Áeronima para que siguieran con su labor de proteger a sus habitantes.

Solamente dos permanecían intactos. Eran los del rey Van y Wyndham, el mayor de sus hijos. Estos serían incinerados durante el anochecer y serían llevados a la cripta mortuoria de la familia real para que desde la otra vida pudieran aconsejar al rey entrante.

La gente comenzó a rezar en silencio por las almas de los soldados que murieron luchando. Se escuchaban llantos de aquellas familias que perdieron uno o hasta más integrantes. Ivonne, cansada de luchar, permaneció en silencio,necio, haciendo caso omiso de los demás, hasta que sintió que alguien tocó su hombro derecho.

—Es hora de irnos, ya sabes que no podemos ver a papá y Wyndham siendo cremados —pronunció Neil—. Puedes ir allí con tu novio para observar cómo sigue.

El hombre dio una leve sonrisa a su hermana. Era difícil mantener la calma y ser positivo en un ambiente en el que la tristeza y el dolor se respiraban en cada esquina.

—Adiós, papá —vociferó Ivonne con los ojos vidriosos y un nudo en la garganta—. Adiós, Wyndham.

Y poco a poco se fue retirando en compañía de sus hermanos. La viuda de su padre no habría podido asistir debido a que se le recomendó no estresarse por el bebé que esperaba. Había sido devastadora la noticia la muerte de su esposo y padre de aquel pequeño que se gestaba en su vientre.

«Espero que ambos se encuentren bien», pensó Ivonne, refiriéndose a su madrastra y a su futuro hermano.

Durante su andar, Ivonne pudo sentir las miradas de temor y enojo en contra de su familia, posiblemente muchas de estas dedicadas a ella por el momento en el que el gran ave de Áeronima perdió el control de sus acciones. Aunque en realidad, muchas de esas eran de apoyo. La gente sabía que fue demasiado estresante para ella y el resto una batalla tan feroz que duró tan solo unas horas. Los guardianes de Terradamar y Áeronima, a pesar de la situación, lograron cumplir la misión de proteger estas tierras.

Tendrían que descansar un momento, pero mientras estaban por regresar a casa, Neil detuvo a todos.

—Sé que soy yo el siguiente en la línea de sucesión —dijo en voz alta—, mas, siendo el mayor entre nosotros, no me parece justo que sea el próximo rey.

—¿De qué estás hablando? —inquirió Moe con los ojos abiertos de par en par.

—No me interesa ser el rey, por lo que uno de nosotros debe tomar esa responsabilidad. —Neil miró con atención el asombro que se coló en cada uno de sus hermanos.

Las miradas de Guthrie y Caelus se colocaron primero en Ivonne, pero ella seguramente se iría a vivir con Ian si algún día salía de ese raro estado en el que se encontraba, mismo que le impedía despertar. Habían pensado en ella, ya que el gran ave del viento le brindó su protección.

—¿Y entonces quién será? —preguntó Moe, a quien no le parecía buena idea ni algo justo meter más presión en la vida de su hermanita.

—Wyndham era el que mejor nos mantenía unidos —comentó Anan. Pronto, los ojos de sus hermanos y hermana estaban sobre él.

—Ivonne seguramente tendrá un puesto importante con nuestros vecinos de Terradamar —anunció Caelus—. El mejor candidato sería alguien que haya dado una buena participaron en este conflicto.

—Anan, tú fuiste muy importante en las batallas en Simúneta y en esta ciudad —manifestó Neil—. Sueles preocuparte por los demás. Sabes tomar elecciones, y a veces, cuando peleamos, eres la voz de la razón.

»Tienes muchas de las cualidades de papá. Además, gracias a ti se pudieron detener a hombres y mujeres que se dedicaban a negocios ilícitos tras las huellas que dejó nuestra abuela.

—Neil no lo pudo decir mejor —expresó Caelus, dedicando una sonrisa a los demás—. Puede ser el menor antes de Ivonne, pero confió en él bastante.

Moe y Guthrie estaban de acuerdo. Ellos pensaban que Anan era el más indicado para ser el nuevo rey.

—No sé qué hice para merecer esto, pero... Si creen que soy el más apto, lo haré por ustedes, y por papá y Wyndham. —mencionó el aludido tras exhalar con un aire de cansancio—. Seguiremos trabajando para hacer que Áeronima sea un continente próspero. Trabajaré duro para que ningún joven tenga qué experimentar los horrores de las guerras. Claro, también debemos seguir teniendo contacto con nuestros vecinos de Terradamar, así que aunque Ian siga dormido, es mi deber como su aliado ayudar a su tierra también, a pesar de que los de Volcabrama tal vez nos lleven la ventaja.

Después, el elegido para ser el nuevo gobernante de Áeronima volteó a ver a su hermanita.

—Ivonne, ve con Ian —pidió él—. Neil y yo iremos a ver que nuestro padre y hermano sean colocados en el lugar que merecen,

»Ya tuviste suficiente por hoy, y ese chico seguro te necesita despierte o no. Yo te necesito, aunque no quiero verte sufrir más de la cuenta, hermanita.

»También tendremos que explicar las razones por las que me escogieron para ser el nuevo mandamás del pueblo.

—Gracias, hermano —respondió la chica, misma que corrió rápidamente al castillo que también requeriría de reparaciones.

«Supongo que también tendré una charla con aquel jovencito que proviene de Volcabrama», pensó Anan cuando dejó de ver la silueta de su pequeña hermana. «Espero obtener información útil de sus labios».

Los hermanos tendrían que atender asuntos de la corona, pero Anan sintió un escalofrío recorrer su espalda. No sabía si algo estaba por ocurrir o si se debía al ambiente que continuaba en la ciudad.

Y tras volver a la habitación del castaño, Ivonne volvió al pecho de su amado. Se movió un poco para depositar un beso en la mejilla izquierda de este, y volvió a su lugar seguro.

—Te necesito, Ian —pronunció débilmente—. Por favor, abre los ojos. Te amo, y no sé qué hacer sin ti.

No hubo respuesta alguna. Mientras tanto, Ian soñaba con una voz que trataba de arrastrarlo a la oscuridad.

—¡Dame toda esa energía que posees, muchacho! —ordenó aquella voz gruesa—. ¡Dame todo aquel poder que necesito para ser libre de este encierro al que fui condenado por tu ancestro, hijo de la luz!

El ojiverde quería despertar, pero algo siniestro le impedía volver.

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