Sed de sangre

Ian estaba ardiendo, literalmente. Una gran aura de energía envolvía todo su cuerpo, dejando sorprendido al padre de Rob. El propio amigo del pibe no sabía qué decir ante lo que estaba presenciando, pero confiaba el el ojiverde para detener a su progenitor.

Su alma deseaba que él lo detuviera, a pesar de que sería doloroso verlo caer tras encontrarlo después de tantos años. Sabía que era un mal hombre y que tenían que poner freno a sus malignas intenciones. Ian era el adecuado para ello, después de todo, era descendiente y reencarnación del hijo del Rey luminoso.

«Sólo mi amigo puede poner fin a esta locura», reflexionó el moreno.

—¡Ya estoy harto de que usted menosprecie a Rob! —bramó el castaño—. ¡Mi amigo ha sentido que usted le ha hecho mucha falta en su vida!

»¡Es injusto que lo trate peor que basura cuando lo único que él desea es tener a su padre a su lado!

Las uñas del pibe se convirtieron en grandes y filosas garras. Sus ojos parecían los de un reptil, a ras que sus dientes crecían y se volvían afilados como los de una bestia embravecida. De pronto, Roberto recordó algo que le había dicho su madre. Se trataba de la furia de los gobernantes de Terradamar.

Se decía que en la antigüedad, aquellos del linaje real de Terradamar podían salirse de control cuando comenzaban a tener una apariencia parecida a la de un dragón, pero eso no era todo.

—Adquieren una fuerza y poder descomunal y pueden ser una amenaza para aquellos que están cerca —comentó la sacerdotisa para su bendición—. Si estás cerca, trata de alejarte lo más pronto posible, pero también puedes tratar de calmar su furia mediante palabras que lleguen a su corazón.

—Yo espero que sea a una chica para decirle que la quiero mucho —replicó Roberto a los doce años, cuando comenzaba a desarrollar su interés en las féminas con las que se cruzaba.

—¡Ay, Roberto! —replicó su mamá tras una fuerte exhalación—. No todo en esta vida tiene que ver con buscar pareja, pero sé que eventualmente saldrás de casa para tener tu propia familia y tener tu camino en la vida.

»En fin, se puede llegar al corazón e alguien si lo llegas a conocer bien, pequeño distraído.

Y volviendo al presente, se encontró con la aparición de una gran cantidad de perros del infierno que aparecieron de la nada. Sabía lo que estaba por venir. Los hermanos de Ivonne también estarían en peligro si se enfrentaban a estos.

«Otra vez volví a ser un inútil», juzgó el moreno.

Quería moverse, pero estaba tan adolorido que era difícil mantenerse despierto. Forcejeó contra su agonía, logrando hacerlo. Respiraba profundo para lograrlo.

Fue así que el gran dragón de la tierra emitió un impactante rugido que resonó por toda la ciudad. Roberto se dio cuenta de que lo peor estaba por ocurrir. Tanto su mejor amigo como el gran dragón de Terradamar compartían una conexión especial. Si uno de ellos perdía el control, era probable que el otro también pasara por el mismo evento.

—La conexión de nuestro guardián con sus protegidos es única, pero bastante profunda —advirtió la mamá de Roberto—. Debes de tratar con uno de ellos para calmar su agitado corazón, y así es probable que el otro también vuelva a la normalidad.

«Gracias por tus palabras, mamita», pensó Roberto.

—Ian, Gelatín... —dijo con una voz débil—. Amigos, sé que es doloroso lo que ha pasado.

»Ha muerto gente importante, me he he encontrado con la desgracia y sé que esta guerra los ha hecho enojarse mucho, pero no tienen que hacerlo esto solos.

»Gracias a ustedes he aprendido el valor de la amistad y de apoyarse mutuamente. Se han vuelto mis mejores amigos y mis herma...

Su padre lo interrumpió con una patada en el abdomen.

El moreno se incorporó, a pesar del dolor y del daño recibido. No le importaba aquella forma tan desafiante en la que su viejo lo observaba. Ian y Gelatín se volvieron parte de su auténtica familia, una que aquel hombre dejó y que perdió.

—¡Ian, Gelatín, por favor, ya paren esta locura! —gritó Roberto, escupiendo sangre después—. No tienen que enfrentar esto solos, porque somos una verdadera familia. Ustedes son mis hermanos.

Y agotado, cayó al suelo antes de recibir otro golpe de su progenitor.

—Se los suplico —bosticó con los ojos cubiertos en lágrimas una vez más.

Lejos de allí, Ivonne lloraba sobre el cuerpo del hermano que acababa de perder frente a sus ojos. Minutos antes, ella había escuchado las campanas que anunciaron la muerte del rey, su padre. Era un día terrible. Uno que posiblemente no olvidaría, pero en el que tenía que seguir luchando por el bienestar de su pueblo.

La tristeza que había en su corazón comenzaba a transformarse en una increíble furia. Su cabello se transformaba en plumas, sus manos en garras de un ave, y su cabello con apariencia de plumaje verde crecía de forma extraña, siendo observada por una atónita Chantara, quien no sabía bien a lo que se enfrentaba.

El gran ave de Áeronima estaba comenzando a sentir aquellos sentimientos que emanaban desde el cuerpo de su compañera. La rabia también comenzó a apoderarse del guardían de las tierras del continente del elemento viento.

El peligro que una vez advirtió la madre de Roberto sería el doble si no llegaban a detener la furia de aquellos dos seres y de sus protegidos.

El cielo comenzó a oscurecerse, como si la noche cayera en el día, la luna cubría al sol, para sorpresa de los presentes en diferentes puntos de la ciudad. Era como el antiguo relato en el que el Rey oscuro mantuvo al mundo bajo el yugo de las tinieblas. Solamente hubo una esperanza. La luz era necesaria.

Además de esto, Anan, Moe y Neil notaron que el aire se hacía más pesado, lo que volvía más complicados sus movimientos, cuando de pronto, el gran dragón de Terradamar golpeó el suelo con su cola. Los tres se apartaron cuando una grieta se abrió por el suelo. Moe pudo observar que los orbes del reptil se volvieron rojizos Y brillantes.

El animal gruñó con ferocidad, y movió su cuerpo para embestir a aquellos perros de Volcabrama. Rugía y atacaba sin control. Usaba sus fauces para agarrar del cuello a sus presas, y con sus garras desgarraba los vientres de estos.

—¿Qué coño está pasando aquí? —demandó Anan. No podía creer lo que sus ojos veían.

—Existe una vieja leyenda que dice que el primer protegido de nuestro guardián perdió el control, provocando que el gran ave perdiera la cordura —replicó Neil, temiendo que aquello pudiera ser lo que estaba viendo junto a sus ojos—. Me imagino que puede aplicar lo mismo para el guardián de Terradamar y el novio de nuestra hermana.

El lagarto atacaba sin piedad a quienes allí estaban frente a él. Moe tomó de las manos a sus hermanos.

—Me temo que no podemos hacer más si no llegamos a dar con el protegido del dragón —afirmó, y los otros dos asintieron.

Así los tres emprendieron la marcha. Tenían que dar con Ian, pues sería más fácil buscarlo para tratar de calmar al guardián de sus tierras si llegaban con él, pero de pronto, un destello azulado los dejó boquiabiertos.

—Se parece al color de nuestro protector cuando está en su forma de slime —pronunció Anan, tras dar un vistazo a aquella luz parpadeante.

Con sus ojos brillando en rojo con intensidad, Asha usó un movimiento bastante especial para incrementar su fuerza y tener una batalla que esperaba que fuese corta. No quería tener un extenso combate contra aquel hombre que lo cuidó cuando era pequeño. Sería doloroso. Necesitaba vencerlo cuanto antes.

Había una razón más para su objetivo. No se trataba únicamente de sus deseos y objetivos personales los que tendría para buscar acortar el enfrentamiento. Usar aquella técnica haría que se cansara más rápido a la vez que liberaría todo el poder que yacía en su interior.

—Y bien, Asha, aquí estoy —pronunció Flint, extendiendo sus brazos—. ¿Vas a atacarme?

»Me estoy cansando de tener que esperar por lo que tienes que mostrar, muchacho.

Aquella forma que su cuerpo había adoptado hizo que el ojirrojo tuviera un recuerdo. Flint lo había salvado del ataque de un reptil que lo persiguió en el bosque a unos metros de la capital de Volcabrama. Asha quiso tener una aventura solo, pero se había perdido. A los ocho años, asustado y solo pensaba que encontraría su final en dicho bioma. Quería demostrarle a su maestro que había logrado enfrentar en su entrenamiento, pero estaba asustado.

El animal, de tres metros de largo y uno de alto, apareció. Rugió hambriento, encontrando una fuente de alimento en el joven príncipe.

El pibito cerró los ojos. No quería ver su propia muerte. Sintió mucho calor y pudo oler fuego. Abrió los ojos y pudo observar al animal huyendo, con parte de su lo lomo con cicatrices de quemaduras.

De pronto, allí lo vio.

—Al fin te encuentro, pequeño Asha —enunció con un aire amable Flint, extendiendo sus brazos para recibir al muchacho—. Ya estás a salvo, joven príncipe.

El corazón de Asha se llenó de alegría al ver a Flint, llevando para su rescate. Al ver los brazos del hombre, no dudó en correr hacia él. Se aferró a este y comenzó a sollozar. Estaba a salvo, y más importante: tenía a alguien parecido a un padre en su mentor.

—Sabía que te encontraría aquí —comentó el hombre, acariciando suavemente por la espalda a su pupilo—. No parabas de hablar de lo mucho que querías venir a este lugar.

Asha asintió, todavía llorando cerca del otro.

Y con aquel recuerdo en mente, Asha encontró que no cuajaba con el odio que el hombre ahora parecía tenerle. Pudo eliminarlo en aquel instante, pero en vez de hacerlo, lo protegió, llevó a casa, y se aseguró de que estuviera bien, tanto física como mentalmente. Estuvo con él durante la noche y durmió a su lado.

«Dijo que quería asegurarse de que no tuviera pesadillas», meditó con una sensación de incertidumbre.

Los cambios de actitud en su tutor no encajaban para nada con alguien que pudo hacerle daño en múltiples ocasiones, pero que en lugar de eso, se limitaba a cuidarlo y protegerlo, además de enseñarle todo lo que podía sobre el valor de la vida y la búsqueda de un destino propio. Era casi como si lo estuviera preparando para gobernar en lugar de su hermana mayor.

—Aquí hay algo extraño y tengo que averiguar lo que sucede —vociferó Asha, mientras su cuerpo se envolvía en llamas y giró bruscamente para dar una patada en el vientre de Flint cuando este se acercó a él.

Después, saltó y se alejó un par de metros con una llamarada que lanzó con ambas manos. Cerca de su pie derecho se gestaba una bola de fuego, misma que pateo como si de una pelota se tratase. Flint a duras penas logró evadir el golpe, pero fue una distracción para otra llamarada lanzada por su alumno.
—Parece que no te vas a contener, y esto es algo que me da mucho gusto —mencionó Flint, viendo con mayor interés al chico—. No sé exactamente lo que sucede, pero creo que encontraste algo propio para entretener a tu antiguo maestro.

»Casi se podría decir que estoy orgulloso.

«Estoy orgulloso de ti, Asha», recordó el muchacho decir a Flint en múltiples ocasiones, todas ellas para felicitarlo por sus logros, no sólo en el entrenamiento físico. También aquel hombre lo instruyó en letras y otros asuntos importantes para alguien que provenía de la realeza de Volcabrama.

«No es el momento de dudar. Hay algo más pasando en su mente, y eso lo sé. Tengo que darme prisa si no quiero perder este encuentro», reflexionó, rugiendo con intensidad para hacerle saber al hombre que no logró intimidarlo.

Este, al igual que el resto de los combates, eran vistos desde las sombras. Un ser miraba desde las profundidades de una oscura dimensión. Aunque no era distinguible del todo, se podría decir que era alguien de complexión atlética, con más tanto músculo. Sus ojos eran lo único visible. Sus negros orbes estaban pendientes de lo que parecía ser una decena de pantallas que daban puntos de vista de varios de los eventos que estaban ocurriendo actualmente en Áeronima, pero parecía tener mayor interés en el que Ian tenía con el padre de Rob.

—Parece que el joven rey tiene una mirada fiera —pronunció una voz gruesa—. Su energía me nutre y me da más poder que la rabia de los demás.

»¡Vamos, muchacho! ¡Dame toda esa energía!

»¡Déjate llevar por la belleza que hay en la oscuridad!

Aquel extraño comenzó a reír de manera frenética, mientras los ojos del gran dragón de Terradamar y del ave de Áeronima cambiaban de color. Los dos mostraban una coloración rojiza y brillante. Ambos, desde sus propias ubicaciones, soltaron un gran rugido y comenzaron a atacar sin control a todo lo que había a su alrededor.

Edificios, personas, la nada... Los dos guardianes estaban fuera de control, y completamente enloquecidos. El caos mismo se había desatado, y Roberto a pesar de estar cansado, quería ayudar a su mejor amigo.

—Ian, Gelatín te necesita —dijo el moreno, tratando de soportar el dolor que tenía en todo el cuerpo—. Yo te necesito.

»Tienes que mantener la calma, y concentrarte en detener a mi padre.

»Si muestras odio y rencor, harás que el gran dragón de Terradamar, tu fiel compañero y amigo de toda la vida, pierda el control.

»¡Escúchame, Ian! ¡No olvides el amor que tus seres queridos tienen por ti!

»¡Y yo te quiero mucho! ¡Obviamente me refiero a como mi amigo, claro está!
Después de eso, exhaló agitado. El dolor y todo aquello que dijo era cierto. Ian era aquel pana suyo que necesitaba para poder afrontar sus miedos y debilidades. Ian crecía a suyo ritmo y él finalmente aprendió que no debía compararse con él.

«Somos distintos, y está bien que cada uno logre las cosas a su ritmo. Así que si quiero ser útil esta vez, debo lograr hacerlo entrar en razón», pensó Roberto, pero se dio cuenta de que su amigo no parecía haberlo escuchado.

La velocidad de Ian incrementó. Había tomado aquella apariencia vista anteriormente en Terradamar, cuando Yaco y sus seguidores había llegado a Puerto Estrella. Aquello era una novedad para el hijo de la sacerdotisa, quien con un escalofrío, sabía que el peligro era inminente. A su vez, el ojiverde logró asestar un golpe contra el hombre que era el progenitor de su amigo, aquel que además tenía cierto desprecio por la propia familia que él mismo había formado.

Golpeó en un frenesí a aquel hombre, pero este se defendía bien con los puños, teniendo también la oportunidad de asestar algunos golpes, que en ciertas ocasiones, eran detenidos por las manos del joven rey de Terradamar; no obstante, en otras, era el propio Ian quien recibía daño.

«Esta sabandija ya está fuera de sus casillas, por lo que me será más fácil y divertido vencerlo», caviló el padre de Rob, mirando a su oponente con malicia.

Desde otro punto de la ciudad, y tras acabar con varias criaturas del mar, y de perseguir a Chantara, Ivonne soltó un gran rugido de guerra. Ella también incrementó su fuerza, logrando dar una gran patada en la cabeza de su contrincante cuando esta seguía huyendo de su furia, mientras su fiel compañero atacaba con rayos de energía a las criaturas que se cruzaban en su camino.

La chica estaba muy dolida por la muerte de su padre y el mayor de sus hermanos. Su corazón ansiaba venganza. Quería ver sufrí a aquella mujer que asesinó a Wyndham, para luego provocar las desgracias en aquellos que se atrevieron a invadir su amado continente.

El guardián de Áeronima respondía a aquello sentimientos. La conexión con la princesa se intensificaba, pero no de buena manera para nadie. Los propios y atemorizados soldados sabían que algo ocurrió con su rey, y que la furia del guardián significaban que las malas noticias para los hijos de este, especialmente de la única hija, podrían ser todavía peores. Tan sólo daban un vistazo al cielo, y podían imaginar que Ivonne estaba sufriendo de grandes pérdidas.

Su moral había decaído. Algunos se escondieron, mientras otros más trataban de buscar a la chica para apoyarla en el gran dolor que debía estar carcomiéndola por dentro.

Lo mismo hacían sus hermanos. La buscaban por todas partes. La llamaban por su nombre. Debían detenerse. Había que parar la locura. Ya había sido suficiente. El problema era que no solamente Ivonne estaba pasando por un mal momento. Algo también debía estar ocurriendo en la mente del joven rey de Terradamar. Su guarfián también había enloquecido.

—La guerra es tan horrible —comentó Anan, mirando con lágrimas al cielo—, y hemos tenido el descaro de involucrar a nuestros jóvenes en los tormentos de esta.

»¿Será que ya no hay salvación?

Y en otro punto del conflicto en estas tierras, Asha y Flint peleaban con todo lo que tenían. Al maestro le costaba un poco poder defenderse de su alumno y hacerle daño. El chico había mejorado con aquella habilidad que le daba acceso a todo su poder, pero la pelea se vio interrumpida cuando el gran dragón de la tierra apareció, atacando a ambos con su cola.

—¡Parece que ese lagarto estúpido finalmente enloqueció! —exclamó Flint, con sus brazos cubiertos en fuego.

—¡No puede ser! —replicó Asha, temiendo que algo haya sucedido con Ian.

Con su cuerpo tembloroso, sabía que aquello era un problema. El gran dragón comenzó a atacar con pequeños fragmentos de tierra, al igual que con las ruinas de las casas y demás edificios a su alrededor. Al ser parte de su elemento, tenía un gran arsenal de objetos a su disposición para usarlos como mejor le fuera a su conveniencia, pero el color de sus orbes era algo anormal.

El poderoso reptil rugió y soltó chorros de arena. El combate no podía seguir así, por lo que cuando Asha notó que el ataque de Gelatín iba directo a su mentor no dudó en correr a auxiliarlo, logrando derribarlo para solamente ser cubiertos por algo de arena.

—¿Por qué mierda hiciste eso? —demandó Flint a modo de protesta.

—Porque tengo bellos recuerdos que prefiero guardar antes de morir —replicó el joven príncipe de Volcabrama.

A pesar de que la situación podría ameritarlo, Asha no quería odiar a Flint. Mejor dicho, no podía. Lo seguía viendo como su mentor, un hermano mayor, un padre, alguien que estuvo siempre a su lado. El hombre quiso mostrarle algo más. Podía intuir que estaba relacionado con lo que le estaba pasando y también con el cambio de su hermana para con él.

El problema es que tenía frente suyo a otro aliado con el que debía luchar. El gran dragón de Terradamar no sería un oponente fácil.

—Sé que tenemos nuestras diferencias, pero no creo que tengamos otra opción más que luchar juntos —advirtió el príncipe al igual que observó a su antiguo tutor.

—Tú lucha por tu cuenta —respondió Flint—. Me da igual si te mueres en el proceso.

»Yo lo haré por mí mismo.

Para Asha fue doloroso recibir aquellas palabras, pero al menos sabría si tenía que ayudar a aquel hombre para no verlo caer ante un fiero contrincante.

Al alzar la vista, vio que el otro guardián comenzó a sobrevolar por toda la ciudad, atacando de forma descontrolada también. La peor de las pesadillas estaba a unos cuantos metros de él y su mentor. Las cosas ya no podían ir todavía en picada.

Ivonne estaba propinando una buena paliza a Chantara con su fuerza física, pero Ian no tenía mucha suerte con su contrincante. Este leía a la perfección sus movimientos. El hombre en verdad era aterrador.

Rob no sabía qué hacer. Algunos perros del infierno llegaron a él, pero su amigo llegó para defenderlo de una u otra forma, venciendo a esos dogos de un golpe a cada uno. Entonces, el hijo de la sacerdotisa pudo notar que los ojos de Ian retomaron su color habitual por un par de segundos.

—Ian... —dijo, cabizbajo—. Ya fue suficiente, por favor.

»Tengo miedo, y creo que Ivonne nos necesita ahora.

Ian rugió, y comenzó a golpear el suelo. La tierra debajo de él se abría y se tragaba a otra horda de perros infernales que llegaron de la nada. Lanzó grandes piedras que pateaba sin esfuerzo alguno en contra del padre de Roberto, pero este ni se inmutó por lo verdaderamente erráticos que se volvieron los movimientos de aquel muchacho.

—En verdad mi padre debe estar fuera de nuestras capacidades ahora —pronunció débilmente Roberto—. No lo vamos a vencer así, mucho menos a la reina de Volcabrama.

»Esto es un suicidio.

Cerró los ojos, y si aliento, volvió a sollozar. Todo esto estaba fuera de sus capacidades, además de que por dentro sentía un profundo temor de no tener la oportunidad de volver a su hogar, ver a su madre y tal vez, en un futuro, contraer matrimonio con Kaia, la hermosa y despampanante hija del emperador Barth.

Dos de los hermanos de Ivonne terminaron su labor de socorrer y enviar a un refugio a varios de los soldados que el gran dragón atacó en un frenesí que parecía no tener fin. Estaban sorprendidos por lo que había sucedido, hasta que vieron que tomó otro rumbo, en un punto distinto de la capital.

Guthrie y Caelus se apoyaron contra la pared, estaban exhaustos también. Ninguno de los dos podía creer lo horrorizante que se había tornado esta batalla. También cayeron en ir apoyo a otros pueblos de Áeronima, para luego encontrarse con un panorama desolador. Estaban cansados y tristes. Escuchar las campanadas fue un mal augurio del que intuían la razón. Su padre había fallecido.

De pronto, ambos se toparon con Neil, Moe y Anan. Estupefactos, pero con la hermandad que compartían, los cinco corrieron a brindarse su apoyo, en especial por lo que perdieron.

—Es horrible el haber traído a estos jóvenes al campo de guerra —comentó Anan—. Por nuestra culpa, Ian y posiblemente nuestra hermanita la estén pasando muy mal.

»Por ello los guardianes están enojados también. Le han brindado su apoyo a estos dos y...—Con un nudo en la garganta, se detuvo antes de proseguir—. ¿Y si algo pasó con Wyndham?

—Caelus, tú y yo vamos a buscar a nuestra hermana —ordenó Neil, y el otro asintió.

Y en un ambiente que no dejaba de ser hostil, el hijo de la sacerdotisa no podía hacer más que tratar de llamar la atención de su mejor amigo. Tal vez así lograría ser escuchado por él.

—¡Ya basta, Ian! —chilló Rob, tras ver que su amigo volvía a atacar a su padre; sin embargo, el hombre de Volcabrama era mucho más ágil, y no le costaba mucho atacar de vuelta al pibe, cosa contraria al propio Ian.

La mirada del joven rey de Terradamar era de rabia total. Parecía no tener el control de sí mismo. Era un animal que solamente atacaba por instinto, tal como lo hacían el ave y el dragón. El padre de Roberto aprovechaba al máximo aquello. Estaba tan seguro de que el combate lo tendría a él como el ganador.

—¿Cómo puedo ayudar a mi amigo, mamá? —preguntó Rob al aire, mientras respiraba con dificultad—. Ya estoy cansado.

»No quiero que esto siga. Es tan terrible todo lo que está pasando, que quiero regresar a casa y no involucrarme en esto jamas, pero sé que Ian me necesita y yo a él.

»No quiero perder a mi amigo, ni a la princesa, ni a nadie de las grandiosas personas que he tenido el gusto de conocer.

Exhaló. Llevó la diestras a su vientre. Todo dolía. Sentía que no tenía fuerzas, pero que su voluntad era lo único que lo mantenía en pie.

«Recuerda la voz... sacerdotes», susurró un fragmento de un recuerdo al que el chico no podía acceder en su totalidad.

Ivonne había logrado dar varios golpes con una de sus dagas a Chantara. La mujer de Océanova no pudo huir o esconderse de su rival, pero cuando la chica miró sus manos, ella se dió cuenta de algo. Estaban llenas de sangre, pero no era suya. Era la sangre de su oponente. La había dejado totalmente desfigurada antes de atacarle con una flecha que acabó con su vida.

La muchacha estaba horrorizada por lo que había realizado por su propia cuenta. Ella soltó un grito desgarrador y vio al gran ave de Áeronima fuera de control, pero pronto, su compañero volvió a la normalidad. No tardó en darse cuenta de que el gran dragón de la tierra seguía atacando de aquella forma.

—¡Ian! —gritó el guardián tras darse cuenta de la situación—. ¡Algo debió suceder con el chico!

Usando su propio poder, el ave usual aquella conexión que compartía con la princesa de Áeronima para lograr comunicarse con ella.

—Ivonne, me escuchas —pronunció el animal, tratando de alcanzar al reptil—. Sé que están pasando tantas cosas en este mismo instante, y que perder a tu padre y un hermano debe ser duro para ti.

»Sé bien que ya acabaste con Chantara, y no te juzgo, pero me temo que Ian también se ha dejado llevar por lo impactante que ha sido su propia batalla. El gran dragón de Terradamar está fuera de sí, y si no lo puedo detener, calmar los sentimientos del chico que amas será la clave para al menos evitar mayores desastres.

—¿Dices que Ian está en peligro? —cuestionó la voz de la mina, escuchándose entrecortada.

—Nosotros somos capaces de reaccionar a los sentimientos de aquellos con los que tenemos pactos —replicó el guardián de Áeronima—. Si bajamos la guardia ante el enojo de nuestros protegidos, estas cosas pasan, Ivonne.

»Yo me encargaré de mi compañero. Por favor, ve tú con Ian. Eres la persona más correcta para entrar en su corazón.

Y en lo que el ave estaba a poco de llegar al dragón, este iba a atacar directamente a un Asha, quien ya sentía los estragos de su movimiento que incrementó su fuerza, pero sorpresivamente, Flint le salvó, recibiendo un ataque mortal al ser atravesado por una varilla de metal y otros objetos por la espalda.

—¡Maestro! —bramó el vato, como si estuviera congelado en el tiempo—. ¡¿Por qué?!

—Por alguna razón... —replicó Flint, sintiendo como sus fuerzas mermaban—. Por algo que ni yo mismo sé... Tu-tuve que hacerlo, muchacho... ¿Por qué? Ni yo mismo lo sé.

»Todavía tienes mucho por aprender, gusano estúpido. Sería tonto dejar que... —Escupió sangre—. Dejar que desperdicies ese potencial, maldito hijo de...

El hombre no pudo terminar aquella frase. Falleció ante la entristecida mirada de su antiguo alumno.

Asha soltó en llanto. Su mentor, a pesar de las circunstancias, seguía siendo un hombre al que le tuvo mucho aprecio y cariño. Verlo en el bando enemigo representó un duro golpe, al igual que un evento devastador. Habría querido detenerlo con sus propias manos, pero había fallado de forma estrepitosa en esta, su única misión. Se sentía miserable e incapaz de ser útil.

Una opresión en el pecho se hacía más potente, mientras lloraba sobre el cuerpo de aquel difunto. El gran dragón alzó en vuelo cuando notó algo acercándose desde el cielo, mientras que Asha, triste y agotado, perdió la consciencia sobre aquel hombre al que quiso salvar.

Estando cerca de él, Roberto aprovechó la oportunidad para acercarse a Ian. Lo rodeó con sus brazos y clamó para que este se detuviera, sin éxito alguno. El chico lo apartó, empujándolo con fuerza. Estuvo cerca de detenerlo, cuando de pronto, alguien interceptó el impacto.

Su propio padre lo había salvado.

—¿Acaso eres estúpido? —inquirió , clavándole una mirada furiosa a su bendición—. En tu estado actual eres más que inútil.

»Mejor huye con tu perra madre, escoria, ya que tú no podrías hacer nada contra este sujeto.

Ian golpeó al padre de su amigo por la espalda, provocando que este impactará con unos árboles cercanos. Rob bajó la mirada. Levantó sus manos, las contempló y supo que su viejo estaba en lo cierto. Quería ayudar, pero terminó siendo un estorbo. El castaño estuvo por atacarlo nuevamente, pero los hermanos de Ivonne crearon una barrera entre ellos dos.

—¡Aléjate de él, pedazo de idiota! —ordenó la voz de Anan, ya que era él el encargado de sostener la barrera. Ian mordía y golpeaba aquello que lo alejaba de su amigo, sin saber que en realidad estaba provocando un mayor caos. En su mente estaba atacando únicamente al padre de Roberto.

—¡Muévete, bufón! —exigió Moe.

Pero Rob tenía tanto miedo. No podía mover ni un solo músculo. Veía una sombra aterradora en lugar de aquel chico castaño que solía ser torpe y metía la pata de vez en cuando. Entonces, recordó algo importante.

—La voz de una sacerdotisa puede ayudar a calmar la peor de las furias, hijo.

Aquellas palabras venían de un recuerdo que el chico tuvo. Aquellas mágica canción que su madre cantaba para él cuando estaba molesto, y con la cual, ella, tras pronunciarla con tranquilidad, siempre tenían el efecto deseado.

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