Secuestro

ADVERTENCIA: El siguiente capítulo puede contener material sensible. Se recomienda discreción.

Ian e Ivonne terminaban con la cena que la mujer había preparado para ellos y para su retoño al que veía con dulzura, a pesar de que el muchacho parecía avergonzado y renegaba por completo toda muestra de cariño que su mamá mostraba hacia él al desviar la mirada. Esto fue algo gracioso para el joven monarca. Sus padres de vez en cuando se comportaban de manera similar con él, pero se había acostumbrado a sus muestras de afecto, especialmente cuando estaban relacionadas al consuelo que le brindaban al ser rechazado por gente con la que quería entablar una amistad o a chicas a las que les declaraba su amor.

—Recuerdo que tu padre fue un joven muy soñador cuando era tan sólo un muchacho un poco más joven que tú, Parker —reveló la madre de Roberto. Sus ojos se cerraron, mientras sus labios esbozaban una sonrisa.

»Era muy amable y caballeroso también —aseveró la mujer, ofreciendo una taza de café caliente a sus invitados—. En su mente nunca estuvo convertirse en el monarca de Terradamar; mas, debido a su propio linaje e historia familiar, se vio obligado a tomar el puesto cuando era un joven adulto a causa del fallecimiento de su propio progenitor.

—De acuerdo a mi mamita, al principio, tu viejo no mostró haber heredado los poderes y otras características del linaje del gran dragón —prosiguió Roberto—. Debido a las tensiones entre las tierras vecinas, de no haber logrado obtener ese poder, Terradamar pudo haber enfrentado una situación todavía peor a la del asalto en Volcabrama.

—Fue por ello que decidió visitar y pedir ayuda al guardián del continente del elemento tierra, y así obtener el poder suficiente para defender a Terradamar —afirmó la sacerdotisa. Ella no pudo contener la risa cuando vio la reacción de Ian al quemarse un poco la boca al tomar un sorbo de su bebida caliente—. El anterior rey de Áeronima murió de viejo, siendo el padre de Ivonne quien tomó el puesto. Fue así que comenzaron las alianzas.

—Y entonces, todo empezó a cambiar. —El rostro de Roberto comenzó a tornarse serio y sombrío—. De repente, el padre de Ian comenzó a tomar algunas decisiones cuestionables. La gente de Gredesanía no estaba de acuerdo con la figura de autoridad, por lo que algunos se rebelaron contra su rey, provocando mayor uso de la fuerza.

»Entre los más desconformes se hallaban muchos de los más adinerados e influyentes del lugar. A pesar de las revueltas, otras poblaciones, incluyendo un par de las que cayeron durante el ataque del continente del fuego, comenzaron a prosperar tras la muerte del tirano.

—Se te olvidó decir que durante el algunos de los últimos años de gobierno del rey caído, la gente encontró más trabajo, y las ganancias eran más equitativas para todos. —La mujer echó un ojo a Ian. Este solamente escuchaba con atención mientras bebía mediante pequeños sorbos su café—. A pesar del control y el terror, Terradamar fue una gran fuente económica y poderío en sus mejores tiempos, y estos fueron los de tu progenitor, muchacho.

—El padre de Ian, en sus años anteriores a tomar el trono, visitaba el santuario de las sacerdotisas constantemente, pues le gustaba mucho leer sobre el gran dragón de la tierra al cual admiraba y se sentía muy cercano —interrumpió Rob—. Su madre pasaba mucho tiempo con él, ya que compartían los gustos por aprender de nuestro protector.

»Fue así que, cuando llegó el momento de su coronación, pidió a la mujer que amaba con toda el alma que se casara con él. Ella, feliz y agradecida por la propuesta, aceptó. Los sentimientos de amor entre el rey y la futura reina eran recíprocos. La mujer fue aceptada por el pueblo, debido a que ayudó mucho a curar enfermos y darle una buena de vida a aquellos que partirían a la otra vida mediante sus cánticos y algunos remedios para el dolor.

«Se me hace que este se quiso lucir un poco al igual que su madre», pensó Ivonne para sí misma, tomando un trago de café, mismo que perdió algo de su temperatura

[...]

Los chicos fueron invitados por la mamá de Rob a pasar la noche en su casa, para así continuar su rumbo al día siguiente. Los dos aceptaron, ya que la noche se turnó lluviosa una vez más. El hogar de la sacerdotisa les sería más cálida que un campamento a ambos.

El lugar contaba con muros de piedra y un techo de madera, al igual que el piso. Contaba con una cocina al lado derecho de la entrada, y el comedor se ubicaba al frente de esta. Dentro había macetas con diferentes tipos de plantas que la mujer usaba con diferentes propósitos debido a sus propiedades curativas. Al fondo había un pasillo en el que estaba una habitación para huéspedes, un cuarto de baño, y a la derecha de estos dos puntos había unas escaleras que conducían a la segunda planta de la casa.

—¿Por qué hay unos cables colgando en enormes postes plantados en el suelo? —inquirió el joven rey de Terradamar.

—Es para dar un poco más de un espacio arrebatado a las aves —replicó la mujer—. Me gusta escuchar sus cánticos en las mañanas.

—También hay unos más abajo para colgar la ropa recién lavadita —añadió el hijo de la sacerdotisa—. Aunque ustedes no lo crean, si me cambio. Pero me gusta ahorrar agua y usar la ropa más tiempo.

En tanto, Ivonne se enteró de que en la otra planta estaba otra habitación libre en la que se quedaría a dormir, el cuarto de Rob, y otro más que pertenecía a su madre. Ian dormiría en la habitación del primer piso. Era bastante parecida a la suya, aunque con una mejor cama. De acuerdo al vato que le robó un beso, su mamá ganaba bien debido a sus labores ayudando a sanar las heridas de algún viajero, o haciéndolo por su propia cuenta cuando salía a visitar Cristalión, Cavernova o Rocalle para ayudar a sus enfermos. En este último lugar se concentraba el poderío económico actual de una tierra desunida, mientras que el lugar al que se dirigían parecía estar centrada en construir su propia política. Al menos esto había sido lo primero que el chico soltó cuando llegaron al hogar de la sacerdotisa.

Y entonces, cuando Ian se dispuso a dormir, escuchó un fuerte ruido que parecía provenir del piso de arriba. Ivonne, por su parte, sabía que aquello eran los sonidos de unos fuertes ronquidos. Ella tomó la almohada que había en la cama sobre la que se hallaba para tratar de disminuir el estruendoso ruido que no la dejaba dormir. Ian pensaba que arriba se encontraba una feroz bestia guardiana que era mejor no molestar por nada en el mundo.

[...]

Al día siguiente, los dos se despidieron de la sacerdotisa y su hijo. Se veían muy animados, y Roberto los observaba atentamente mientras se iban alejando. Sentía que debía estar con aquel par, ya que deseaba dejar su hogar para vivir sus propias aventuras.

—¿Qué pasa, hijo? —preguntó la madre del vato.

—Ese chico... Mamá, sé que es hijo del rey, pero... —pronunció, también preocupado por el bienestar ajeno—. Yo creo que no está listo para afrontar el mundo y sus crueldades

»¡Además de que tuve que besarlo con esa habilidad que me mostraste con tu muñeco de entrenamiento labial para ayudarlo a despertar otra parte de su poder!

»¡Qué perro asco!

—Me gustaría que no tuvieras razón, Rob, pero la tienes, hijo —respondió su mamá. Ella estaba preocupada por el destino de ese joven.

Veía a un joven de inigualable bondad que se desvanecía conforme avanzaba por el inquietante y solitario camino a Cavernova. Sabía que pronto enfrentaría una vez más el salvajismo, la falta de piedad y empatía del mundo externo. Por su parte, Rob volvió a entrar a la casa. Aunque su corazón anhelaba estar afuera, no creía que fuera el mejor momento para irse.

«Sólo soy un cerdote, digo, sacerdote en entrenamiento», pensó con inquietud, y con la mirada gacha.

Los chicos ya estaban afuera. Continuaban su rumbo. Gelatín iba sobre la cabeza de Ian como era parte de su costumbre. El muchacho estaba contento como con la compañía de su fiel compañero. Ivonne también parecía estar de un buen humor, pero la desazón tenía por todo lo que aquello que el pibe descubierto de su padre con la sacerdotisa y su peculiar cría. Aunque Ian aparentaba estar tranquilo, ella presentía que él ocultaba un gran dolor.

Él, por su parte, quería buscar lo más que pudiera sobre su familia, pero sentía que no iba a encontrar todas las respuestas al pensar en los hechos como un rompecabezas con muchas piezas faltantes. Se sentía algo desilusionado, a pesar de que estaba agradecido por lo que pudo conocer de sus progenitores en los días recientes.

Ian tomó de la mano a Ivonne, y ella se sonrojo.

—¿Por qué lo haces? —inquirió la mina al sentir la mano ajena sobre la suya.

—Sé que estás preocupada —respondió el pibe—. Tu rostro de ayer a este momento me lo dice.

»Estoy bien y triste al mismo tiempo —agregó, viendo a la mina a los ojos—. Sólo quería agradecer tu preocupación, y daré lo mejor de mí porque te...

El chico no terminó esa frase, pero aquello no detuvo el calor que recorría sus mejillas. Estuvo cerca de decir a la chica que estaba enamorado profundamente de ella.

—Me voy a esforzar para que todos podamos sonreír —dijo para distraer a la fémina—. Quiero hacer un mundo más bonito para todos.

Ella, sintiéndose más tranquila, abrazó al vato, pero al soltarlo, alguien se hizo presente ante ambos. Este era Yaco, aquel que comandó a las fuerzas de Volcabrama en el ataque a Puerto Estrella. Ian se puso delante de la morra y adquirió una pose defensiva. Sus ojos cambiaron de color, adquiriendo un tono bronceado.

—¡Parece que interrumpo a los novios! —vociferó Yaco, mostrando una sonrisa que cortaba en lo más profundo del alma.

El aroma a rosas se hizo presente una vez más en el ambiente. Pero esta vez parecía ocultar un olor más, algo parecido al de la carne putrefacta. Ian notó algunas gotas de sangre seca en el calzado del hombre. Se aterró. ¿Qué criatura o persona había sido víctima de aquel monstruo?

—No nos vamos a dejar vencer —advirtió Ivonne al sujeto, pero este parecía complacido con las palabras de la chica.

—¡Vengan, que hoy estoy de suerte!

Yaco silbó, y varios soldados de Volcabrama aparecieron, rodeando a los dos jóvenes. Estos llevaban consigo pequeños artefactos explosivos y lanzadores de bolas de fuego. Otros más apuntaban con armas largas. Habían preparado una emboscada para atacarlos desde todos los ángulos posibles. El comandante enemigo se mostró complacido de ver cómo su plan era ejecutado.

El rey y la princesa comenzaron a atacar de manera inmediata a los enemigos, evitando también los disparos. Ian evadía con una gran agilidad los movimientos de sus oponentes, dejando un poco sorprendido al hombre de olor a rosas. Ivonne, por su parte, se movía para luchar contra los soldados enemigos que el otro aturdía con su velocidad.

Yaco comenzó a atacar con fuego al nuevo gobernante de Terradamar para llamar su atención. Él sería el plato fuerte para el muchacho. Gelatín también parecía dispuesto a atacar, pero este sujeto traía algo en mente, por lo que volvió a silbar. El slime también formaba parte de sus macabras ideas.

Una cantidad más enorme de enemigos aparecieron. Yaco ordenó a todos que lanzaran leves bolas de fuego en dirección al muchacho.

—Y yo me voy a encargar de su amigo —pronunció Yaco, mostrando una sonrisa maliciosa—. No siquiera los slimes son inmunes a este trucazo.

El masculino sacó una pistola con la que lanzó algunos dardos a Gelatín y contra el morro. El verdín cayó al suelo, completamente inmóvil, mientras un sorprendido Ian se sentía cada vez más débil. Su cuerpo dejaba de responderle. Él trataba de acercarse a su amigo con la fuerza que le quedaba. Poco a poco iba perdiendo la movilidad. Recibió varios impactos enemigos, y fue vencido ante la mirada atónita del Ivonne. Ian mantenía la consciencia.

—Ese chico parece muy apegado a este asqueroso slime —bufó Yaco, observando que, a pesar de todo, el morro seguía avanzando en dirección a Gelatín hasta que no pudo moverse más.

—¡Gelatín! —chilló el muchacho, lo que hizo que Ivonne se distrajera un poco.

—Por ahora con este ser asqueroso estoy contento, pero... Vamos a dejar que la princesa vea como nos retiramos con su amado.

Yaco disparó otro dardo contra la chica, al mismo tiempo que de un golpe dejó inconsciente a Ian, para luego cargarlo sin mucho esfuerzo y llevárselo con él. Burlándose del chico y el slime, sonreía al saber que saliendo con la suya. Necesitaba saber si todavía le sería posible recuperar aquel objeto que la «maldita y asquerosa masa de gelatina poseída» se comió el día de su arribo a Terradamar.

[...]

El tiempo pasó, e Ivonne pudo volver a moverse. Tenía que hacer algo para rescatar al muchacho, porque... Ella no podía dejar que nada malo le pasara a un joven tan amable. No importaba si en realidad le gustaba. Quería verlo a salvo, pero no tenía ni la más «puta idea» de dónde se encontraría. Todavía se sentía agotada, y le costaba mucho tiempo levantarse; sin embargo, en el lugar se encontraban Rob y su madre. Parecían ir rumbo a algún lado, ya que estaban cargando grandes maletas. Ellos vieron a la muchacha, y trataron de ayudarle.

—¡Momentito! —exclamó Rob al notar solamente a la chama—. ¿Dónde está tu novio?

—Se... se llevaron a Ian... —respondió ella. Estaba tan fatigada que se le dificultaba articular una oración—. Fueron... Volcabrama.

Sin mucha energía, la princesa se desplomó finalmente . Fue así que la sacerdotisa y su hijo decidieron regresar y llevarla con ellos a casa para buscar una manera para tratarla. Aunque ella no pudo decirles lo que ocurrió, tenían el mal presentimiento de que había sido capturado por soldados del continente del elemento fuego.

[...]

Y hablando del vato, él abrió los ojos. Estaba casi desnudo y atado de pies y manos en medio de dos postes de madera. Sólo llevaba puesta su ropa interior. Podía sentir el aire frío recorriendo su piel, y el calor abrasador del sol encima suyo. Trataba de liberarse de sus ataduras, pero era un trabajo imposible debido a lo agotado que estaba. Era como haber dormido sin descansar.

—Gelatín... ¿Dónde estás, mi Gelatín? —Con la mirada trataba de dar con su fiel amigo. No parecía haber rastro alguno suyo.

El joven rey se encontraba al exterior de un enorme campamento que fue construido por sus enemigos. Se podían ver cientos de soldados de Volcabrama riendo, hablando, comiendo juntos, y haciendo otras actividades. Algunos más apuntaban con la mirada al muchacho cautivo, y parecían reírse de su patética situación.

Yaco observó que el morro ya se había despertado, así que tomó una caja metálica en la que se encontraba el slime. Él comenzó a agitarla, y la masa viscosa se golpeaba con los muros del artefacto en repetidas ocasiones.

Decidió caminar en dirección al muchacho. También se divertía al verlo sacudirse como una sabandija en aprietos. Le gustaba el temor en ojos ajenos. Era algo que había aprendido bien a una tierna edad.

—¿Buscas esta chingadera que está adentro, jovencito? —cuestionó Yaco, mostrando una sonrisa maliciosa—. Dime, amiguito, ¿qué relación tienes con esta cosa que se comió el objeto en el que se encuentra el gran dragón de este asqueroso continente?

No hubo respuesta por parte de Ian, así que el perverso sujeto proveniente de Volcabrama comenzó a abofetearlo.

—Una vez más, quiero saber todo de esta porquería asqueante y babeante —inquirió el comandante enemigo. Insistió en repetidas ocasiones sobre el vínculo entre el chico y el slime, y por cada negativa o silencio por parte del muchacho, lo golpeaba, vitoreándose así mismo por el sufrimiento que provocaba.

—¡Ni siquiera muerto te diré algo sobre Gelatín! —respondió Ian con los ojos inyectados en sangre.

—Entonces, no me sirves para nada —replicó Yaco, estirando un poco los hombros—. ¿Sabes algo? Eres bastante afortunado.

»Normalmente, mis presas tienen un destino más cruel. Así que tendré que entregarte como esclavo. Una vez que tu vida ya no esté en mis manos, yo no tengo responsabilidad alguna si te toca trabajar hasta sangrar o si hacen contigo otras cosas.

Aquello puso algo nervioso al joven. Entonces, los ojos de Yaco cambiaron de color. Estos eran de un rojizo similar al vino tinto. El sujeto lanzó una bola de fuego a unos trozos de madera que estaban acomodados para hacer una fogata. Después, tomó dos piezas de metal.

Ian se movía con inquietud. Sabía que el otro planeaba algo con aquellas barras de metal. Pensó que el hombre usaría aquellos objetos para golpearlo. No estaba acostumbrado a tanto dolor. Así que temblaba al pensar que recibiría una paliza.

—Dime algo, niñato, ¿en verdad te gustaría terminar como esclavo? —inquirió Yaco con una mirada que inquietó a Ian—. Alguien como tú posiblemente termine de hombre en hombre. Así que te recomiendo hablar si no deseas acabar así.

»Esa gente horrible tiene gustos deplorables.

»Yo mismo conozco esa vida. Créeme que no nada agradable.

No hubo respuesta alguna del chico. El hombre resopló y sujetó a Ian por el cabello. El silencio lo sacaba de sus cabales.

—Estoy cansado de tu silencio, amiguito —manifestó Yaco con una expresión tan fría como el hielo—. En verdad mi paciencia se agota.

El hombre colocó su mano sobre el pecho del muchacho. Cerró los ojos, y poco a poco fue transfiriendo calor al chico. No sintió mucho al principio, pero lentamente sentía como su piel se quemaba al contacto con la mano ajena.

—¡Ba-basta, por favor! —chilló el ojiverde, y el otro retiró su extremidad.

—¿Finalmente me vas a contar sobre la chingadera esa? —cuestionó el comandante de Volcabrama.

—No lo haré —contestó el muchacho—. Sólo quería que te detuvieras para escuchar esto de mis labios.

—Tu lealtad a esa cosa es digna de admiración —expresó Yaco con una falsa tristeza—. Me das tanta pena, chico.

»Como te decía, conozco la vida en la que posiblemente vas a terminar. No hay nada peor que llegar a atender a esas personas en Áeronima, el principal mercado de esas cosas tan horribles.

—¿De qué hablas? —inquirió Ian, sorprendido por aquella información. Sus ojos y boca se abrieron a la par, reflejando aquella emoción.

—Pobre y tonto muchacho —replicó Yaco, colocando su rostro a unos centímetros del muchacho. Lo miró fijamente, y se pitorreó—. Mi lugar de origen era Volcabrama, sí. Pero a algunos nos tocó sufrir la crueldad de parte de la gente de la tierra de tu amada. Era muy pequeño.

»Recuerdo lo terrible de esos años. Lloré tanto, y supliqué porque la tortura terminara pronto.

»Tantas veces me quise morir —Ian pudo ver una mezcla de enojo y tristeza en la cara del comandante. No podía ni imaginarse ni un poco lo que sufrió. Entendía más aquellas emociones que le provocaba el recuerdo—. Lo único que me hacía sentir mejor, era cuando estaba cerca de las rosas que había en el jardín del lugar en que estaba atrapado. Era la flor favorita de mi madre cuando estaba con vida.

»A los quince años, y cuando creí que ya no quedaba nada en mi alma, me uní a otros para acabar con la vida de la mujer que nos hacía trabajar de la peor manera

El masculino cambió a una expresión seria, y con su mano, levantó el rostro del pibe. Las miradas de ambos chocaron entre sí, creando un ambiente de extrañeza. ¿Por qué aquel hombre se sinceraba con él si planeaba venderlo como esclavo?

—Sé que eres el nuevo rey, chico —pronunció el hombre del continente del fuego—. Yo en cambio, tengo contactos en todo el mundo, incluyendo estas tierras. No me gusta la reina de mi continente. Tampoco me gusta que estés enamorado de la princesa del continente que tanto me hizo sufrir. Quisiera que me ayudes en algo.

»Aunque no lo creas, creo que entiendo la razón por la que tu padre no quería ofrecerte en matrimonio a la hija del rey de ese lugar, ya que tal vez supo que la abuela del lado materno de tu princesita estaba en los negocios más turbios de Áeronima.

»Por lo que investigué sobre el rey caído, parece que no tuvo más opción que purgar hasta su propia tierra de la gente corrupta. La gente quería derrocarlo por defender a aquellos que eran explotados por sus jefes. Hizo lo que pudo para que otras personas tuvieran que pasar por lo mismo que yo. Parece que también su objetivo fue hacer justicia al detener a los empleadores que ejecutaban a sus esclavos más incompetentes.

Las palabras de Yaco crearon una penumbra en el corazón de Ian. ¿En verdad estaba diciendo la verdad?

El comandante se alejó un poco de él. Tomó dos barras de metal, y las puso cerca del fuego. Una vez que estaban calientes y rojas, se acercó al pibe.

—¿Qu-qué va a hacerme? —cuestionó el chico con una voz temblorosa—. No me haga eso, por favor.

El hombre se colocó detrás de Ian y colocó una de sus manos sobre el hombro izquierdo de este. Sonrió ante el temor que provocaba. Su especialidad era hacer sentir miserables a otros. Lo aprendió justamente por todo el sufrimiento que experimentó de niño.

—No te muevas si no quieres sentir mucho dolor, niñato —susurró Yaco al oído del pibe. Ian cerró los ojos. No

Con una mirada malévola, se preparó para su siguiente movimiento. El chico gimió aterrado y comenzó a sollozar, implorando que algo ocurriera para salvarlo de la situación en la que se encontraba. El comandante, a pesar no hacer más, solamente proseguía con su plan para acorralar a su presa.

—Tienes una imaginación muy hiperactiva —comentó el hombre de Volcabrama—. Yo no voy a hacer nada de eso contigo. No podría; sin embargo, estas barras de metal sí harán su trabajo.

Aprovechando la distracción, finalmente usó aquellos objetos para marcar al pibe. El muchacho chilló de dolor al sentir el metal ardiente sobre su piel. Podía sentir también el olor a quemado que estos artefactos dejaban al tocarlo. Todavía creía que lo peor estaba por suceder cuando viendo por detrás suyo a Yaco quitándose la camisa, dejando al descubierto su cuerpo bien definido y fuerte.

—Cambié un poco de opinión —dijo el hombre—. Te llevaré a mi habitación.

—¡Ya déjeme en paz! —gritó Ian, preso del pánico.

El plan de aterrar al joven parecía haber dado buenos resultados. La otra parte estaba por venir. Aprovecharía que tal vez el chico no pensaría con claridad para pedir su cooperación en una operación que podría resultar complicada.

—¡Basta, por favor! —bramó el joven mientras era llevado al lugar en el que dormiría el comandante enemigo—. ¡No me haga eso!

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no va a pasar eso? —demandó el hombre.

[...]

Los hombres ataron las manos de Ian a la cama de Yaco. El morro todavía luchaba con sus piernas para tratar de alejar a los soldados de Volcabrama. Ellos se burlaban de él por lo débiles que eran sus intentos de alejarlos. Entonces, entró el comandante.

—Ya dejen tranquilo a ese bicho rastrero —ordenó. Estos se marcharon de inmediato—. No bromeo al decirte que tendrás una vida de esclavo, pero tú mismo te apresuraste al pensar en la forma en la que tal vez termines o no.

»Quiero que te calmes y al menos me dejes devolverte algo que te quité para marcar tu trasero de bebé —agregó—. Te daré una ultima oportunidad, muchacho.

Yaco pidió a sus hombres que devolvieran la ropa al chico. Este estaba tan aterrado que ni siquiera trató de escapar.

—Pero antes de ir al tema, seguramente habrás notado lo bien que se llevan aquí —señaló el hombre—. Parker, rescaté a muchos de mis hombres de todo tipo de explotación.

»Los entrené y les di un nuevo propósito. Los que no están aquí, decidieron trabajar voluntariamente en mis minas a modo de agradecimiento.

»Otros más eran esclavos, y terminé comprándolos para que recuperaran su libertad. Prefirieron serme fieles y unirse a mis tropas. Y bueno, de todas formas me queda por marcarte un poco más por si mi nueva propuesta sale mal o te niegas a esta.

Entonces, notando todavía el torso desnudo de Yaco, Ian vio un par de marcas en el pectoral derecho y abdomen del comandante enemigo.

—Todos nosotros tenemos las mismas marcas, muchacho —confirmó este al darse cuenta de que Ian recorría su cuerpo con la mirada—. También tengo la propia en mi en la parte posterior,

»No te las enseñaré, porque seguramente ya soy para ti un depravado. Yo sólo hago lo que tengo que hacer para sobrevivir y pensar en una estrategia que hasta a mí me desagrada, pero puede ser la solución a nuestros problemas. Así que tengo a algo que plantearte.

—¿Cuál es esa propuesta? —preguntó el chico. Quería pensar que era algo mejor a ser vendido como esclavo.

Yaco acercó una silla a la cama y arqueó una ceja. Se tomó su tiempo para respirar profundamente. Podía ser un plan para acercarse más a la reina y acabar con ella de una buena vez por todas, pero también para tener un futuro heredero al trono más digno de ser el nuevo rey.

—En mis filas hay gente de Océanova también, chico —bosticó el masculino que tenía apresado al gobernante de Terradamar—. Ellos me hablaron de un método muy eficiente para procrear sin necesidad del contacto físico.

»Tú, justo hoy acabas de cumplir los dieciséis años. —Alzó la mirada. Esta dio con la carpa que formaba el techo de su dormitorio improvisado. Esta era de un color crema, parecida al color usado de ciertos trajes de Terradamar y Volcabrama—. De acuerdo a las leyes que hay en nuestras dos tierras, ya tienes edad suficiente para contraer matrimonio.

—¿Quieres casarte conmigo? —inquirió el muchacho. No disfrutó del beso con Roberto. Estaba seguro de que tampoco quería ser el esposo de aquel hombre.

—¡No, estúpido! —replicó Yaco, tomando una bocanada de aire, y exhalando lentamente después de darse una palmada en el rostro—. Quiero que ofrezcas algo tuyo a la reina. Quiero que ofrezcas una oportunidad a esa mujer para poder concebir. Todavía está en edad fértil. Llegó al trono a los dieciocho, así que puede que te doble en edad, pero...

—¿Por qué he de casarme con esa mujer a la que ni conozco o amo? —preguntó Ian con indignación, cortando la frase de Yaco—. Sin importar la edad, ella mató a mi familia. Ella es la responsable del sufrimiento de mi amada Terradamar.

—Juega tus armas bien, chico —parló el mayor—. Tu tierra es una basura que caería en la nada si a esa mujer se le ocurre atacar otra vez. No me niegues que ante un ataque a gran escala, tu pueblo solamente quedarían cenizas.

»Con algo de tu simiente, puedes ofrecer una alianza a Volcabrama.

—Lo que me pides es mucho... —expresó Ian. Su rostro adquirió un aire reflexivo, pero pálido. Había mucho en juego, pero, ¿casarse con una desconocida, y además, ofrecer algo suyo como su acabadura? Era demasiado. No quería...

—Si aquella mujer se embaraza, y además toma la alianza que le ofreces...

—Ya tengo aliados en Áeronima —mencionó el muchacho.

—¿Prefieres a la gente que explota gente de una forma tan vil que a la seguridad de tu propio pueblo? —demandó el hombre de Volcabrama—. Tal vez venderte como esclavo no sea una mala idea después de todo.

Esta vez, Yaco usó sus propios poderes para calentar las barras marcar nuevamente al joven rey. El dolor que le producía el metal ardiente al contacto con su piel fue tremendo. Ardía más que las primeras marcas. Ian gritó con desesperación.

—Parece que este será tu destino, entonces —mencionó el masculino, viendo el rostro lloroso de aquel muchacho de ojos verdes.

—Lo haré —enunció este—. Pero quiero ser yo mismo quien.... No quiero que nadie más me toque cuando... ¿Cómo es que hacen eso?

Ian estaba tan confundido. No podía articular una sola frase con sentido. Estaba por entregar algo importante a la gente que destruyó a su familia y a la gente de Gredesanía. Sentía que se metía en un pozo profundo dominado por la oscuridad. Era como si una figura siniestra lo estuviera observando en total complacencia por aquella elección.

—Puedes estar seguro de que nadie te molestará para obtener aquello —Yaco se acercó al chico para liberarlo un poco sus ataduras—. Voy a llamar a las personas que nos van a ayudar con el plan.

»Ni se te ocurra escapar, o terminarás mal. —El hombre sonrió complacido. Sus planes estaban tomando forma de poco en poco.

Y antes de alejarse, quería dejar en claro algo.

—Si la reina de Volcabrama se embaraza, te podrás acercar a ella. Dale tiempo hasta que ese hijo tuyo nazca para ejecutar un plan para acabar con esa miserable rata de una buena vez. Así se terminará la guerra. Tu hijo será el heredero al trono, así que tendrás dos tierras por el precio de, bueno, sacrificarte.

—No me interesa apoderarme de Volcabrama, pero si esto ayuda a no derramar más sangre, acepto el trato.

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