Poder liberado
Parker se levantó por su propia cuenta e Ivonne no pudo contener las lágrimas de alegría al verlo completamente recuperado, pero su semblante seguía siendo el reflejo de un repleto dolor. Corrió a abrazarlo, sosteniéndolo con fuerza.
«Esos dos deberían de buscarse un hotel», pensó Rob tras verlos.
Sin embargo, el muchacho se separó de su agarre. No porque no fuera algo que no deseara, más bien, tenía algo importante que decirle a la mina. Ya estaba predispuesto a recibir palabras de odio de ella, o incluso que lo llamara «traidor». Su semblante se tornó serio, mas, por dentro, estaba deshecho.
—Ivonne, tengo algo importante que decirte —pronunció el vato, volviéndose a sentar en la cama. Hizo una señal para que la chica tomara asiento, ya fuera cerca o frente a él. Había una silla en la habitación.
—¿Qué es lo que sucede, Ian? —demandó la morra, sintiendo que había algo diferente en su amigo.
«¿Qué fue lo vivido por él allá en las manos de Yaco?», reflexionó la chica. Sus manos estaban sobre sus muslos, en espera de la respuesta del joven monarca.
—Cometí una estupidez al aceptar un trato que me propuso Yaco —replicó Ian, tomando una almohadilla con su mano derecha. Su suavidad lo relajaba un poco para seguir con su relato—. Antes de hacerme la propuesta, hizo lo posible para hacerme entrar en pánico. Y luego, pasó.
—¿Y qué te propuso ese hombre, Ian? —inquirió la chica. Tragó saliva. No podía ser nada bueno, ya que su amigo parecía arrepentido de haber aceptado esa propuesta.
—Me pidió mandar mi... Mandé algo para embarazar a su reina —contestó Ian. Llevó sus brazos a la altura de su pecho. Era escalofriante pensar en que ello podría dar resultados. Ivonne abrió completamente los ojos, pero siguió escuchando al chico—. Su plan era que yo me case con la reina de Volcabrama para así apuñalarla por la espalda después de un tiempo de que ella lograra parir a un hijo mío, mismo que sería educado para ser el próximo rey de aquellas tierras al menos esto último lo supongo.
«¡Verga!», juzgó Roberto. Estaba espiando aquella conversación. Llevó sus manos hasta su boca para evitar gritar.
Ivonne estaba en shock. Su boca, entreabierta, sus ojos parecían desorbitados, y sus manos temblaban. El efecto del miedo debió ser tan fuerte para hacer que el muchacho tomara aquella proposición que se le había hecho.
—También me atrajeron sus palabras de paz —declaró el chico—. En caso de que la reina acepté mi sem... mi simiente, y esta quede embarazada, se tendría una época de prosperidad, pero...
Se detuvo en seco. Sus ojos se tornaron vidriosos. Un nudo en la garganta le impedía hablar. ¿Con qué cara le diría a Ivonne que la amaba a ella y no a una extraña a la que aceptó preñar? Era un asqueroso traidor. Una vil sabandija rastrera. Se odiaba a sí mismo; empero, la morra no podía culparlo. Ella estaba en Terradamar para buscar aliados en una guerra. El continente estaría desprotegido si Volcabrama empata a a con todo su poder. Era un noble sacrificio el que Ian había hecho, pero le ardía en lo más profundo del alma. Aquel chamo le gustaba mucho.
Parecía el joven caballero que soñaba conocer en las historias que le leían de pequeña. Ian era tan noble, justo, amable. Estar con él brindaba calidez y tranquilidad a su alma. Sentía que había encontrado a su amado, pero, ella misma desaprovechó varias oportunidades. No podía simplemente echarle en cara algo en lo que ella misma falló también.
—Hiciste lo que creías correcto, Ian —dijo la chica—. Te ayudaré a recuperar a Gelatín y me iré de aquí lo más pronto posible. No quiero... No puedo odiarte, ya que no pensaste con claridad una oferta que te fue tentadora, Lo acepto.
La chama se levantó de su asiento. Ian trató de llamarla, pero se alejó tan rápido como pudo. Salió de la casa tan rápido como pudo, ignorando que Roberto había escuchado todo, aunque Ian no lo hizo.
—Pasa, Rob —enunció el pibe—. Después de todo, tú vives aquí a diferencia mía.
—Lamento mucho andar de chismoso —afirmó con la mirada baja—. Pensé que tendrían un mejor y más bonito reencuentro.
»¡Soy un baboso!
—Lo eres, pero de buen corazón, amigo —aseveró el chamo, sonriendo levemente al otro. Sus palabras llamaron la atención del pelinegro. Nunca antes alguien lo había considerado su amigo, así que sonrió torpemente como respuesta. Estaba emocionado.
Y mientras tanto, a las afueras de la casa de la sacerdotisa y su bendi, Ivonne sollozaba con fuerza. No podía creer que perdía al chico que amaba, pero ella misma se repitió tantas veces que no estaba allí para ser su pareja. Se había dicho en múltiples ocasiones que debía poner primero a su gente, tal como lo hizo Ian. Terradamar tendría un período de paz hasta que el chico pudiera acabar con sus manos a su futura esposa, para así, dar fin a la guerra.
La madre de Roberto la vio sentada sobre el pasto que se hallaba cerca del lavadero. Se acercó a la muchacha, y ofreció su hombro para que pudiera desahogar sus penas, y entonces, colocó su mano cerca de la boca de la chica. Había escuchado algo.
—No hagas mucho ruido, Ivonne —susurró la mujer—. Hoy no esperaba visitas. Puede que no sea compañía deseable.
La mina asintió. Sabía que la madre de Roberto ya tenía un plan en mente para proteger a todos en caso de que fuera necesario.
Dentro de la casa, el joven monarca seguía en la habitación junto al hijo de la sacerdotisa. Este se sentó a su lado tras observarlo decaído. Entendía a la perfección el nuevo embrollo en el que se había metido. No podía culparlo. Notando su mirada, mientras Ivonne se alejaba, sabía que aquella chica era muy importante para él.
—Estás sacrificando un sentimiento muy valioso, ¿verdad? —inquirió el chico de tez trigueña.
Ian quiso responder, pero un nudo en la garganta le imposibilitó el trabajo. El futuro que quería construir para Terradamar sería a costas del amor que tenía por la chica que cayó del cielo, y con la cual estaría comprometido por parte de sus progenitores, y entonces, no pudo más. Se derrumbó, y Roberto no tuvo más opción que ofrecer su regazo para que el otro pudiera desahogarse. Le resultaba incómodo. Su mandíbula estaba un poco tensa, aunque no iba a dejar solo la única persona que lo había llamado «amigo» hasta ahora,
—Llora todo lo que necesites, muchacho —pronunció el hijo de la sacerdotisa, rodeando con sus brazos a Ian—. Yo lo hago todo el tiempo. Soy berrinchudo y lloro por cosas sin importancia, así que no puedo imaginar tu dolor por completo.
»Lo que sí puedo hacer, es asegurarte de que puedes expresar ese sentimiento que te atosiga en este momento. Mi mamita dice que no hay sentimientos malos, que lo malo es no expresarlos.
Tomó un poco de aire, mientras seguía buscando en su mente una forma de consolar al joven rey. Nunca había tenido la oportunidad de hacer esto mismo con otros, así que solamente divagaba con aquello que venía a su cabeza.
—Llora, y no te detengas hasta que estés listo para hacerlo —prosiguió. Intentó ver por la ventana, y a los pocos segundos, ocurrió un pequeño estruendo ubicado cerca de la entrada a la casa, mismo que llamó la atención de ambos pibes.
Roberto sé levantó, caminando frente al rey de Terradamar. No sabía nada de técnicas de combate, pero se dispuso a proteger al soberano de sus tierras si así llegaba a ser. Entonces, entró Ivonne. Ella evadió la mirada de Ian, no así con la del hijo de la sacerdotisa.
—Vamos a usar unos atuendos especiales —comentó la princesa de Áeronima al homólogo de su padre—. Serán una buena ayuda para pasar desapercibidos dentro de las filas de Yaco.
Los otros dos intercambiaron miradas, así como trataron de imaginar a lo que la morra se refería en aquel instante. Nadie se había cuestionado como es que ella había llegado a pensar en una situación así.
—Son ropajes ajustables, por lo nos quedarán a la medida sin tener que hacer modificaciones a estos —añadió—. La madre de Roberto nos consiguió unos mientras algunos sujetos de Volcabrama pasaban por aquí.
La chica guiñó el ojo. Usar esas ropas les sería de utilidad para infiltrarse con una gran facilidad en las líneas enemigas. También había robado un mapa en el que parecía estar apilándose un grupo enemigo, así que era posible que Yaco estuviera allí, dado su rango.
—Así que a eso se debió el ruido de hace rato —afirmó la bendición de la sacerdotisa—. Bueno, habrá que echarle un vistazo a esas cosas. ¿Vienes?
Tan pronto se pusieron los trajes, el trío de jóvenes salió de la casa. La madre de Rob se quedaría en casa, ya que atendería a un paciente que estaba pronto en llegar. Mientras dejaban su morada, la mujer llevó sus manos a la altura del pecho, comenzando a implorar al guardián de Terradamar para que pudieran tener éxito en el viaje que estaban emprendiendo. De pronto, una ventana de la cocina estalló en mil pedazos, haciendo que ella saltara atemorizada en reacción a lo sucedido.
Ella se acercó al objeto roto, notando algo que llamó su atención. Era un broche con forma de un pájaro carpintero. Esta era su ave favorita, pero también un mal recuerdo. Existía una sola persona que conocía aquel detalle, y no era una persona que quisiera volver a ver. No era justo que después de tantos años, este diera la cara.
[...]
La chaviza seguía avanzando a su ritmo. Ivonne sentía las corrientes de viento, y dirigía al grupo a una que llamaba su atención. Había hecho lo mismo cuando recobró fuerzas y pidió ayuda para rescatar a Ian. A pesar de lo doloroso que era para ella la decisión que este tomó, estaba allí para ayudarlo a rescatar a la «gelatina encantada».
«¿Y si esto es una trampa y voy directo a esta?», se cuestionó.
«¡No! El Ian que conozco no sería capaz de hacer estas cosas. Es un buen chico. Todo un caballero. Algo ignorante, pero es alguien confiable», meditó, tratando de no empeorar la situación.
De pronto, sintió la mano de aquel chico de ojos verdes sobre la suya. La calidez de esta había desaparecido. Solía ser cálida, pero ahora, era tan gélida como los inviernos de Áeronima.
—Gracias por tu compañía —comunicó el pibe. Parecía que intentaba sonreír, pero era como si le costara bastante. Faltaba el brillo en aquellos ojazos que deslumbraban tanto a Ivonne—. No estoy seguro de merecer nada tuyo por la traición que he cometido, es sólo que...
No consiguió terminar la frase. No encontró la valentía para expresar lo mucho que ella le importaba en realidad, y que tenía miedo de no volverla a ver jamás. Se sentía aliviado de seguir compartiendo unos momentos más a su lado. Después de quedarse en blanco, volteó en dirección opuesta a la morra.
—Estoy aquí porque quiero —replicó ella—. Dije que te voy a ayudar a rescatar a Gelatín.
Los dos parecían evitar la mirada del otro, pero querían seguir viendo un poco más a esa persona por la que se sentían atraídos. Roberto estaba al pendiente de ambos, así que se puso al centro de ellos para disminuir la tensión que se estaba dando en el ambiente.
—¿Qué es lo que opinas de Ivonne en ese traje un «pelito algo ajustado», picarón? -—cuestionó el vato para el joven monarca—. Y usted, dama salvaje, ¿qué opina de ese noble «caballo güero» a mi derecha?
La princesa de Áeronima apretó los puños. Estaba dispuesta a darle una lección de respeto a Roberto por su mala elección de palabras, cuando de pronto, escuchó la voz de Ian.
—Creo que ella se ve muy hermosa —replicó el vato—. No sólo por el traje que lleva puesto. Ivonne es una dama muy bella y fuerte también.
»Si en alguien pudiera confiar mi vida, ella sería la persona indicada.
La mina se detuvo de golpe. La respuesta del chico era algo que habría querido escuchar en otras circunstancias. A pesar del golpe, se sintió relajada de escuchar aquellas palabras de alguien como él.
—También te ves lindo, Ian —contentó, mientras volvía a avanzar.
Los rostros de ambos se relajaron bastante. El pibe recuperó algo del resplandor que perdió su mirada. En su mente replicaba que «ella no lo odiaba» por lo que hizo. Tenerla como amiga era lo que más deseaba por ahora. Ya que no podría ser algo más de ella.
«Tal vez deba rescatar a Gelatín, acabar con Yaco y su trato para salir de esta», pensó el morro.
«¿Qué haré después del rescate de Gelatín?», reflexionó la morra.
—¡Su festival de comerse con la mirada me da asco! —berreó Rob al ver que los dos se quedaron en silencio y no se atrevían a dar un paso más adelante—. Deberían de buscarse una habitación para ustedes solos.
»Les prometo que seré el buen «tío Rob» para las bendiciones que lleguen a tener —comentó con un aire de sarcasmo.
Más tarde, los tres vieron a más soldados agrupándose cerca de su ubicación. Afortunadamente, los trajes que tomaron les daba un buen camuflaje a través del casco que llevaban puesto, lo que les permitía no ser detectados por los enemigos. Ellos decidieron seguirlos para dar con el paradero del comandante de Volcabrama.
Ian tuvo una ligera punzada en el pecho. Sentía que estaba cada vez más cerca de su mejor amigo. Gelatín ya lo había protegido antes en diferentes ocasiones, por lo que había llegado el momento perfecto para devolverle el favor por todas esas múltiples ocasiones en las que él fue quien lo cuidó. Ian no podía dejar de pensar en su querido amigo viscoso. Lo quería abrazar, pegarlo a su espalda o usarlo de sombrero. Sólo él parecía entender lo que aquejaba a su corazón. Jamás lo juzgaba.
—Joven Ian, encuéntrame —dijo una voz en la cabeza del muchacho—. Estoy listo para demostrar mi verdadero poder.
»Mi presencia requiere de tu valentía, y de que aceptes los sentimientos que tienes por alguien más.
Rob notó que el pibe estaba distraído, por lo que lo tomó del brazo, y este reaccionó confundido. El hijo de la sacerdotisa hizo un ademán para pedirle que siguiera avanzando al ritmo de los demás y no levantar sospechas. Estaba seguro de que estaban cada vez más cerca del slime que era prisionero de Yaco. Ivonne también lo presentía al detectar anomalías en las corrientes de viento a menos de un kilómetro de distancia.
Los morros seguían atentamente por el camino por el que los otros güeyes avanzaban, y entonces, Ivonne escuchó susurrar a alguien decir que Yaco tomaría un rumbo para acercarse a Cavernova, la población de Terradamar a la que Ian e Ivonne se dirigían días antes de conocer a Roberto y su madre.
Para Ian aquello no tenía buena pinta, así que decidió averiguar un poco sobre el asunto.
—¿Cuál es la razón por la que el comandante iría a tal lugar? —inquirió el morro.
—¿Y por qué lo preguntas, muchacho? —inquirió el soldado cuyo rostro estaba cubierto por un casco al igual que el de los menores—. ¿No deberías ya de saberlo?
—Nosotros recién llegamos, y se nos informó que los soldados de Volcabrama eran requeridos —expresó la princesa, recordando algunas cosas que escuchó, mientras la madre de Roberto les sacaba información a los enemigos que venció a las afueras de su casa.
—Los nuevos también fuimos requeridos, amigos míos —dijo Roberto, siguiendo lo mencionado por la princesa, con tal de salvar más la situación en la que fueron metidos por el descuido del joven monarca.
—Ahora que recuerdo —pronunció el hombre—, escuché que vendrían algunos novatos para blindar una base que se planea construir en este asqueroso continente.
»Sean bienvenidos. El escuadrón del comandante Yaco es quizá el más unido de todo Volcabrama.
—¿Y a qué se debe eso? —inquirió Ian, esperando no haber vuelto a meter la pata.
—No me corresponde decirlo —comentó el sujeto—. Si el propio Yaco desea decirlo, lo hará.
»Nosotros solamente seguimos sus órdenes en agradecimiento por la ayuda que nos ha blindado.
—La gente de Cavernova tiene un repudio total por el rey caído y su forma de gobierno —replicó un hombre que se unió a la conversación—. El comandante quiere establecer una alianza con dichas personas, ya que corre el rumor de que un joven príncipe sobrevivió a la caída de Gredesanía.
»También se dice que la princesa de Áeronima está en estas tierras, y es de suma importancia dar con su paradero.
El castaño recordó también al viejo Daichi, advirtiendo de los peligros que podría afrontar a su llegada a Cavernova. Había mucha gente que realmente no quedó con una buena impresión sobre su progenitor. Debía ser cuidadoso si llegaba a tener la oportunidad de ir allá. Los tres chicos se dispersaron un poco del resto de la multitud. Tenían muchas cosas en que pensar, antes de elaborar un plan de acción.
Ian se mantuvo pensativo. ¿Debía seguir con el plan de Yaco? ¿Qué haría si llegaban noticias del embarazo de la reina de Volcabrama? ¿Cómo darse a escuchar para otras poblaciones que le faltaba por visitar en su propia tierra? Eran muchas más preguntas las que le venían a la cabeza, que de pronto, llegó a sentirse abrumado.
—Eres el único que puede lograrlo, joven Parker —resonó la extraña voz de momentos atrás—. Debes confiar en que puedes finalizar estas tareas y desafíos que tienes al frente.
»Yo te estaré apoyando, jovencito.
Tras recibir aquellas palabras, Ian trató de divagar en su ser. Sentía una especie de conexión con una entidad muy poderosa. Tal vez el mismísimo guardián de su tierra lo estaba llamando desde las entrañas de Gelatín, pero...
«Y si aparece el dragón, ¿qué sucederá con mi amigo?», reflexionó el jovencito tras recordar al slime asimilando el cubo que contenía al guardián de Terradamar.
Él no quería sacrificar a su slime para poder llamar al protector de su continente, pero todo el lugar podría estar en peligro de no hacerlo. Usar su poder sería más que conveniente en una posible batalla contra Yaco y sus hombres. Incluso si llegaba a tener que pelear contra cualquiera de sus dos opciones de matrimonio.
—No debes temer, muchacho —entonó la voz con suavidad—. Te prometo que nada malo va a pasar.
»Te pido que confíes en mi palabra —agregó, buscando relajar al muchacho del slime.
Ian decidió confiar en la voz que susurraba en su interior. Se notaba distraído, mientras que Ivonne observaba el entorno. Múltiples soldados se amontonaban alrededor de un campamento parecido al que encontraron al joven monarca de Terradamar. Todos ellos portaban vestimentas en color rojo iguales a las que el muchacho y sus panas portaban. En la espalda, estos trajes tenían unas líneas onduladas que terminaban en punta, y con algunos puntos en medio de estas. Llevaban botas en color negro. Algunos estaban armados con esos artefactos que disparaban dardos.
Los que no portaban protección para la cabeza estaban hablando y riendo. Otros más degustaban algún bocadillo, o parecían estar sumidos en sus pensamientos. El pibe pudo ver que había un sentimiento de camaradería en el ambiente en el que se hallaba. Recordó, pues, que Yaco dijo haber rescatado a gran parte de esos soldados, y estos se unieron a él como agradecimiento.
Comenzó a cuestionarse sobre las intenciones de Yaco para derrocar a la reina de su hogar.
—¿Pasa algo, viejo? —preguntó Rob al weón de Parker tras verlo abstraído en su propia mente.
—Hay que darnos prisa para salvar a Gelatín —enunció—. La verdad, no quiero estar mucho con estos sujetos.
Los pibes asintieron. Estaban de acuerdo en lo dicho por el jovencito, por lo que avanzaron más y más, hasta llegar a una habitación improvisada en la que estaban colocando una mesa. Allí, a la distancia, pudieron ver que Yaco comiendo una tortilla de maíz con trozos de carne en su interior.
El nuevo y joven gobernante del lugar trató de acercarse, pero Ivonne lo detuvo. Debían ser cuidadosos, o este los podría descubrir fácilmente. Roberto aprovechó el momento para dar unos frascos que contenían una suerte de poción.
—Esto nos va servir para esas cosas que dejan inmóviles a las personas —aseguró—. Mi mamita las hizo ayer en la noche.
Los tres tomaron aquello, y vieron que Yaco se les acercaba. Los tres se pusieron nerviosos, pero al no verse sus rostros por el casco que llevaban puesto, el hombre parecía no haber descubierto sus identidades.
—Ustedes tres, necesito su ayuda con algo especial.
—Justamente por ello llegamos, señor —profirió Rob, intentando hacer un saludo—. Estamos aquí para asistirle en lo que nos sea posible.
—¿Cuántas veces tendré que decirle a los «nuevitos» que odio que se refieran a mí de esa forma? —cuestionó Yaco, clavando una mirada feroz en el hijo de la sacerdotisa— Prefiero que me llamen por mi nombre. Me llamo Yaco.
»Y hablando de nombres, ¿cuáles son los suyos, enanos?
Los tres cabros se pusieron completamente nerviosos ante la demanda del hombre. Alguien se acercó a Yaco para susurrar algo en su oído. El güey exhaló un poco. Sonrió e hizo una seña para que lo siguieran.
—El almuerzo está listo, así que la tarea que tengo en mente será para después —profirió, mientras era seguido por los chicos.
—Sería preferente que nos asigne nuestra tarea, seño... Yaco —sugirió Ian.
Su estómago rugió con intensidad, suplicando por algo de comida. Yaco comenzó a reír. Era obvio que no estaban en condiciones de hacer nada si necesitaban comer. Así que siguió su rumbo hacia el comedor que se había instalado para que estos tres pudieran deleitarse con lo que se había preparado.
—Deberían de aceptar —expresó el hombre, colocando sus manos sobre los hombros izquierdo y derecho de Ivonne e Ian respectivamente—. Parece que necesitan recargar energías antes de trabajar.
Los tres no tuvieron más opción que aceptar comer para llenar el tanque de gasolina, por lo que tuvieron que seguir a comandante de Volcabrama, a pesar de que Ivonne fulminaba a Ian con la mirada, aunque el chico no se daba cuenta de ello debido a aquello que subría su rostro.
El trío de reales consiguió la oportunidad de darse un agasajo con una variedad de carnes, guisos a base de verduras, algunas sopas, y bebidas hechas a base de frutos del bosque. Yaco ni siquiera estaba presente. Estaba en un lugar diferente. Tenía que asistir un parto. De repente, Ian sintió un llamado cada vez más intenso en su interior.
—¿Pasa algo, mi bro? —cuestionó Rob, pero el pibe ignoró su pregunta.
—¿Qué te ocurre, Ian? —preguntó Ivonne, siendo ella quien llamó su atención.
—Es de nueva cuenta una sensación que he sentido en el pecho —contestó el vato, haciendo que el otro chavo frunciera el ceño al sentirse ignorado—. ¿Será una conexión con Gelatín?
—Lo mejor es irnos de aquí y buscarlo —sugirió Ivonne—. Podemos aprovechar la distracción.
Y mientras se retiraban, Yaco se asomó un poco. Debían esperarlo para que se les asignara una tarea en el área de entrenamiento. Odiaba mucho la irresponsabilidad de los novatos. Segundos después, el trío juvenil avanzaba hasta una tienda de campaña más amplia, siguiendo la corazonada de Ian.
Dentro se hallaban muchas cajas enormes de madera que contenían suministros, uniformes y también armas. Más al fondo, Ian pudo reconocer el contenedor metálico en el que se encontraba su amigo. Había cierto olor a humedad, y también a rosas. Se aproximó a la prisión de Gelatín. Estaba feliz de encontrarlo, pero...
—¿Cómo se abre esta cosa? —preguntó el chico al aire, ya que era un artefacto muy sólido y resistente.
—¿Y qué es lo que exactamente hacen en este lugar? —demandó Yaco, haciendo su aparición en el lugar.
—¡Hemos venido a rescatar a mi amigo! —manifestó Ian, quitándose el casco que era parte del traje, dejando al descubierto su identidad ante el enemigo.
—Parece que decidiste serle un perrito fiel a tu princesa a pesar de las cosas horribles que te dije de su continente y del plan que tú y yo tejimos, ¿no es así?
—¿De qué habla este demente, Ian? —demandó la morra.
—¡De igual manera, este será su final, sabandijas! —bramó el hombre, extendiendo los brazos y las manos. Dos enormes bolas de fuego aparecieron sobre sus palmas, y él sonreía maliciosamente.
Algo no andaba bien. Ian sintió náuseas, y pudo ver un aura oscura, solamente visible para él, rodeando a aquel hombre. Esta se hacía cada vez más intensa. Era repugnante, y provocaba que el aroma usual del comandante cambiara a uno de rosas marchitas y hundidas en un tanque de agua estancada.
El chico escuchó una voz que lo llamaba desde su interior. ¿Acaso sería Gelatín?
No. Era aquella misma voz que le habló y le pidió su confianza.
El contenedor del slime comenzaba a agitarse, lo que llamó la atención de los presentes, especialmente de Ian y Yaco. El chamo podía sentir que de su amigo provenía el llamado. Podía sentir la conexión que había entre ellos. Era algo único y poderoso.
—Puedes sentir mi llamado, ¿no es así, Parker?
—Sí. Tengo, tengo miedo... —respondió el muchacho.
—Es normal sentirlo, jovencito. —pronunció la voz—. Es la primera vez que logro conectar contigo, y al mismo tiempo ver que algo más oscuro y peligroso pasa con Yaco.
Ivonne y Rob estaban preocupados, pues el vato estaba hablando solo. La mirada de Yaco se tornó oscura. Su sonrisa era bastante aterradora. Sacaba espuma por la boca, mientras sus ojos adquirían una negra tonalidad. La princesa embistió al chico cuando notó algo en la prisión del slime.
La caja contenedora comenzó a eclosionar. Los ojos de Parker volvieron a ser anaranjados, dejando ver que ya tenía control total de sus poderes.
—No voy a seguir con tu plan —anunció Ian. Yaco rugió como si fuera un animal salvaje, llamando la atención de los presentes.
En ese mismo momento, Gelatín era liberado, pero en su lugar había otra cosa.
Un soldado de Volcabrama veía con gran atención lo que estaba sucediendo. En su boca se dibujó una sonrisa similar a la del comandante. Era el mismo sujeto que habló de las intenciones del comandante para con Cavernova.
—Jamás me agradó ese Yaco. Espero que lo hagan papilla, o uno de mis títeres lo hará en su lugar.
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