Malas intenciones

Durante el amanecer, cuando los primeros rayos del sol salieron, acariciando con suavidad el rostro de Ian, mientras este despertaba para levantarse última vez de su muy cómoda cama. Gelatín yacía sobre su cojín. El momento de despedirse llegó al poco tiempo. El padre adoptivo de Ian le brindó un cálido abrazo, seguido de algunas palmadas en la espalda. Su madre, además de abrazarlo, le dio un beso en la mejilla, y le pidió viajar con suma cautela. Los ojos del chico se humedecieron, y algunas lágrimas escaparon por sus mejillas. Dejaría todo atrás por un viaje para proteger a querido slime verde, y también con intenciones de autodescubrimiento en un horizonte desconocido para él.

Después de los abrazos y las palabras de adiós que compartió con sus seres queridos , Ian e Ivonne tomaron sus equipajes, con disposición  de abandonar Puerto Estrella de una vez por todas. El morro se sentía algo ansioso. Una sensación de espirales dentro de su estómago se apoderó de él. Era la primera vez que dejaba su pueblo con rumbos desconocidos, además de que Gelatín no podía avanzar al mismo paso que ellos, por lo que lo pegó a su espalda. El slime parecía estar cómodo allí, sin moverse, nunca tampoco caerse. Ian sonrió para él.

Poco a poco, aquel tranquilo paisajes fue desapareciendo de la vista del inquieto muchacho, hasta dejar por completo su vista. Exhaló con tristeza, posando su mano en el pegajoso cuerpo de su compañero. Sin plan ni nada mas, el chico no tenía ni la más mínima idea de qué hacer ante la situación. No era de su conocimiento todo aquello que encontraría más allá de su pueblo, de la playa, parte del frondoso bosque y la seguridad de su hogar. El mundo era un lugar casi completamente nuevo para él. Fue entonces que Ivonne notó la preocupada mirada del pibe. Para tranquilizarlo un poco, tomó la iniciativa.

—Hagamos un campamento para hablar un poco y tomar una decisión —propuso la mina. Ian asintió con la cabeza, y ella le devolvió el gesto con una mirada. No estaba orgullosa de un plan que venía a su mente.

El chico estuvo de acuerdo con aquello dicho por su compañera de viaje. Había que plantearse algo antes de tomar un camino, además de establecer algunas reglas en caso de viajar juntos. Fue así que la chica tomó un viejo mapa que dijo haber adquirido de uno de los pobladores de Puerto Estrella a un bajo costo durante la tarde del día anterior.

—Espero que nos pueda servir de algo —comentó Ivonne, acomodándose un poco el pelo a una corta distancia del muchacho; no obstante, él la ignoró, ya que estaba bajando a Gelatín de su espalda.

Al llegar la tarde, los chicos habían acomodado unas bolsas para dormir junto a una pequeña lona. En el río, el pibe consiguió un par de pescados para cada uno de ellos, y se dispuso a prepararlos en filetes, ya que había aprendido algunas cosas en casa, como parte de una actividad que solía hacer en familia junto a sus padres, a pesar de que generalmente su mamá lo hacía a solas debido a que ella era la presidenta de un club de cocina del pueblo, y le gustaba hacerlo así para mantener activos sus dotes de cocinera. Con aquel recuerdo en mente, sonrió un poco. A pesar de que era duro haber abandonado el nido, los momentos más agradables también valían la pena ser rememorados.

—Cada día se aprende algo nuevo de tu familia —manifestó la princesa, manteniendo su mirada fija en el joven. Habían tenido una charla sobre varias cosas que Ian hacía en su pueblo.

—Hay muchas cosas que he aprendido y que ahora siento que no les presté mucha atención —dijo el vato, subiendo a Gelatín a su cabeza—. Aunque también debo encontrar la fortaleza necesaria para lo que sea que esté por venir, ¿no crees?

—Así es —respondió ella, cruzando miradas con el otro. Ella observó con detalle la nueva ropa que traía puesta el muchacho. Consistía en una camisa verde, unos pantalones en marros oscuro, acomodados por unos tirantes extra. Llevaba puesto también un nuevo calzado que le había obsequiado su viejo.

Pero lo más importante para la chica, fue notar que ya no se veía tan deprimido por dejar el lugar que lo vio crecer. El brillo había regresado a sus ojos de color esmeralda. Sonreía de vez en cuando, y se veía más relajado con la masa verdosa sobre su cabeza.

«Es un buen chico», meditó.

«Lo malo para él será cuando se dé cuenta de que el mundo es en verdad un lugar muy cruel, especialmente en tiempos de guerra». Ella seguía observando al joven. Había un pensamiento que se le cruzó en la cabeza. Debía usar todo lo que estuviera a su favor para lograrlo.

—¡Pues a clavar el diente aunque nos haga falta un pancito! —parloteó Ian, lleno de entusiasmo al presentar un filete bien cocido junto unas verduras perfectamente cocinadas. Infló el pecho, sintiéndose orgulloso de lo que había conseguido preparar para la comida.

El par de jóvenes comenzó a degustar lo hecho por el príncipe de Terradamar. Ivonne parecía haber quedado encantada con los dotes culinarios de su compañero de viaje, mismos que adquirieron una textura suave y un sabor a finas hierbas. En tanto, Gelatín sólo estaba allí, sin moverse o comer algo, cosa que le pareció curiosa a la chica.

El slime sólo aportaba su presencia, pero para Ian no había nada de raro en el comportamiento de su amigo. Así había sido desde siempre. No comía, ni se sabía si alguna vez dormía. Era todo un enorme misterio, ya que tampoco parecía ser un slime común y corriente. Siempre mantenía con su forma redonda. No hacía movimiento alguno si Ian no se movía de cualquier sitio, y casi todo el tiempo permanecía cerca de él.

—Tal vez tu slime sea una masa poseída por el espíritu de un viejo cochino al que le gustas demasiado —bromeó Ivonne, esperando la reacción del pibe.

—¡Mi Gelatín es incapaz de esas cosas sucias! —protestó Ian con el rostro arrugado—. Al menos eso quiero creer.

La princesa comenzó a carcajearse ante el comentario del muchacho. Ian se sonrojó ante lo incómodo de la situación, aunque al menos aquello era mejor que estar peleando en todo momento. Él notó de nuevo aquel olor que tanto le gustaba. Una suave ventisca jugó con los cabellos de la joven, y mientras ella se acomodada el pelo, Ian quedó deleitado con lo que veía.

«No me debo hacer ilusiones. Es solamente una nueva compañera de viaje, sin importar que nuestros padres nos hayan comprometido», pensó, recordando su mala racha con las féminas.

La chica finalmente terminó de acomodar su melena en una bola. Aprovechó que el joven parecía haber sido cautivado por su belleza.

«Es demasiado fácil meterse con él. Lo tendré que engatusar para sacarle provecho, y averiguar más de su persona y su cosa verde. Aunque no me siento bien con eso», pensó Ivonne.

Al cabo de unos minutos, y para romper un silencio que se interpuso entre los dos, la mina y el vato comenzaron a darle un vistazo al mapa que la primera logró conseguir en Puerto Estrella. Por lo que se veía en las ilustraciones del objeto, Gredesanía fue una ciudad enorme. La más grande de todo Terradamar. Era lógico que fuera la capital de Terradamar en sus mejores días. Ian sintió una punzada en el pecho, acompañada de un deseo de visitar las ruinas de su lugar de nacimiento para poder conectar un poco más de sus orígenes. Una sensación extraña en el pecho lo hizo retroceder. ¿Qué encontraría en aquel lugar?

—Debió ser un lugar hermoso —comentó el muchacho, mostrando cierta nostalgia en su mirada. Momentos después, sintió la mano de Ivonne sobre la suya. Sintió un ligero cosquilleo en las mejillas, mientras la notó sonreír.

El chico estaba nervioso ante aquel contacto.

—Estoy segura de que así fue —respondió la muchacha—. Debió ser bello lugar como lo es la capital de mi amada Áeronima. Ian, ¿de verdad no tienen ninguna memoria de Gredesanía?

—Ningún tipo de recuerdo —respondió el morro anteriormente llamado Parker—. Ni a mis verdaderos padres o hermanos. No recuerdo nada de la cruel batalla. Me siento siento triste. Pero a la vez, agradezco a mi nueva familia por darme una nueva oportunidad. ¿Qué hay de ti?

El pibe evadió la mirada de la joven. No se sentía cómodo de hablar del tema. Todavía era confuso y abrumador el hecho de sentir que vivió una mentira. Necesitaba descubrir más por su cuenta. Era algo que su alma rogaba en cada instante. Así tal vez encontraría La Paz necesaria para sus adentros.

—Mi familia y amigos se quedaron en Áeronima —replicó la joven princesa, mirando al cielo con un aire de nostalgia—. Ellos me pidieron proteger lo más importante de mi tierra natal.

»Se trata de ese objeto que el comandante ese trató de robarme, ya que en este se encuentra el guardián de mis tierras.

—Espero que tu gente siga a salvo, Ivonne —replicó él, tomando la mano de la princesa—. Ellos te tienen mucha fe. Yo también creo que puedes llegar a ser una buena reina.

»Aunque si tu familia te pidió proteger algo muy importante, tal vez no se referían exclusivamente al guardián de tu territorio. Estoy seguro de que también se referían a ti. Yo creo que eres tan apreciada por ellos como lo ha de ser el homólogo del gran dragón de Terradamar.

Una brisa cálida subió por las mejillas de Ivonne. Ella clavó su vista en los ojos esmeralda y en aquella boca que trazaba una sonrisa blanquecina sonrisa, acompañada de la suavidad y calor que transmitían las manos ajenas.

—¿Tú vas a convertirte en el nuevo rey de estas tierras? —inquirió la chica con curiosidad, al recordar que el chamo era el heredero al trono de la capital caída en desgracia.

—No —contestó el chavalo—. No sé, ni quiero gobernar.

El morro llevó su mirada al paisaje lleno de pasto verde y tierra que tenían a su alrededor, mismo que era rodeado por grandes montañas y algunos árboles. Escuchó el sonido de las aves y algunos roedores que se paseaban por allí. Vio a su derecha, a un pequeño lagarto pegado a una piedra.

—Quiero ayudar en otras formas, al mismo tiempo que averiguo más de mí mismo. —Alzó un poco los brazos, mientras observó a Ivonne. Ella escuchaba con atención sus palabras—. Debo detener la ambición de la gente de Volcabrama sobre el resto del mundo.

»También deseo que la gente de mi amada Terradamar vuelva a estar conectada, para que la prosperidad vuelva al continente y nos podamos defender de mejor forma ante otros escenarios.

Pueblo Estrella se había salvado gracias a él, pero también por la intervención divina de Gelatín tras comerse el cubo en el que se hallaba gran dragón del elemento tierra. Pero la gente necesitaba su propia fuerza. Necesitaba unión. Esto permitiría estar a los habitantes estar mejor blindados y evitar más muertes. Ian creía fervientemente que la gente necesitaba un ligero empujón para el crecimiento del continente.

—Tan sólo quiero ser el puente, pero no estoy seguro de que me aceptarán tan fácilmente —declaró en un aire pensativo—. Soy un desconocido para más de medio Terradamar.

Mientras seguían revisando el mapa, el par de no tórtolos descubrió un poblado al suroeste, el cual también parecía estar cercano a las ruinas de Gredesanía.

Gelatín se movió un poco, quedando sobre la cabeza del morro. Este parecía contento con el actuar del slime. Ivonne encontró peculiar la relación entre esos dos. Seguía pensando que el ser verde y viscoso escondía algo en su interior. Algo más allá de comerse al protector de Terradamar.

—¿Qué más sabes de los otros continentes?

—Existe un cuarto llamado Océanova —respondió la vata, sorprendida por la pregunta

«¿Acaso planea ir a la guerra?», pensó la piba.

—Este otro lugar es aliado de Volcabrama en la guerra —dijo la jovencita, retomando sus palabras—. Sus dominios son los océanos y mares del mundo, por lo que tuve que venir aquí por medio del aire.

En ese instante, el ojiverde recordó la extraña máquina en la que la princesa llegó a Puerto Estrella. Aquello dicho la chica tenía todo el sentido del universo. Tal vez las historias de criaturas marinas que le contó su viejo eran ciertas después de todo.

«Ahora más que nunca, tengo miedo de viajar por mar», meditó. Ivonne lo notó preocupado y ligeramente tembloroso. Tal vez sabía más cosas de lo que aparentaba. De todas formas, se dispuso a sacarlo de aquellos pensamientos.

—Ian, ¿qué piensas de la alianza ente nuestras tierras? —cuestionó la chica al muchacho, sonriendo y acercándose un poco el rostro del vato. Él se sonrojó ante tal contacto.

—No sé qué decir, pero me alegro de contar con una aliada como tú —replicó con nerviosismo ante la cercanía de la morra en su rostro. No estaba acostumbrado al contacto femenino, más bien, al rechazo.

En ese momento, Ivonne se acercó todavía más a Ian. Los nervios del chamo estaban por las nubes, pero la morra no lo dejó moverse ni un poco al tomar su mano.

—Pensando en nuestro compromiso arreglado por nuestras familias, ¿crees que tú y yo nos casaremos?

El chico no supo responder. No le agradaba mucho la idea de casarse de manera arreglada, y unos segundos después, Ivonne colocó sus manos sobre su rostro, mostrando una sonrisa, y unos ojos brillantes. La suavidad y calor que le transmitía el contacto con su piel lo tomó por sorpresa. Sus mejillas emitían sentía una especie de ligera fiebre en los cachetes y el naso. Ella  se acercó un poco más, y robó un beso al joven príncipe, mismo que abrió lo hizo abrir los ojos ante el estupor provocado por aquella acción.

Aquel era el primer beso de ambos. Ian no sabía cómo responder. Aquello era una novedad para él, pero la princesa parecía decidida, rodeando al muchacho con sus brazos. Sus labios seguían chocando con los de él. El chico la apartó y la alejó con una excusa patética.

—¡Gelatín nos está viendo! —expresó un apenado Ian con el rostro más rojo que un tomate.

—¡Tonto!—respondió Ivonne con enojo, volviendo a acercarse a Ian, para volver a besarlo. Comenzó a desabotonar la camisa nueva del muchacho.

—¡Espera! —suplicó Ian, cuyo rostro repleto de ansiedad mostraba distintos rojizos.

—Descuida —contestó ella con una seguridad que transmitió al otro—. No haré más que un simple beso. Pero quiero ayudar a sanar tus heridas del combate. A pesar de que evadiste muchos de los ataques de Yaco, recibiste algunos muy potentes. Para ello, necesito ver esas heridas, limpiarlas y cuidarte bien.

La mina sonrió. Ian estaba un poco indeciso, pero ella aseguró que estaría bien. Con una cálida sonrisa, ella le volvió a desabotonar la camisa, brindando también su ayuda para remover los vendajes.

—Nunca me imaginé que alguien me vería así —parloteó el muchacho. Estaba bastante apenado y se sentía ansioso por la amabilidad y demasiado cariño que la morra mostraba hacia él. Era algo completamente nuevo para su inexperiencia con las jóvenes de su edad.

—Tranquilo —dijo Ivonne con suavidad. Respirando cerca del cuello ajeno, lo que provocó que el muchacho sintiera con fuerza los latidos de su corazón—. Si te incomoda que te vea el torso al descubierto, sólo cierra los ojos.

El chico hizo caso a aquel raro consejo. La chica pasó su mano en las zonas lastimadas, y el muchacho comentó sentir una brisa fresca que se hacía cálida al contacto con su piel. Era una sensación bastante agradable.

Y mientras Ian se estaba sintiendo mejor, Ivonne realmente pensaba en seducirlo para ganar un potencial gran aliado. Realmente detestaba la idea, pero estaba dispuesta a usar al jovencito para sus propios fines.

—También sané las heridas de tu espalda, Parker.

—No uses mi antiguo nombre, por favor —pidió Ian a la mina.

Ella seguía usando su poder para ayudar a que el cuerpo del pibe sanara más pronto; no obstante, tenía que ser cuidadosa para hacerlo caer.

—Lo siento, pero si buscas unir de nuevo a los pueblos y ciudades de Terradamar, te será más fácil si te identificas como el príncipe sobreviviente. Eres el hijo menor del rey y reina caídos.

—Supongo que...

Ella colocó su dedo índice en la boca del otro para que dejara de hablar.

Finalmente, el proceso de curación del día había concluido. La princesa colocó nuevas vendas sobre las heridas del joven príncipe, ya que su piel necesitaba un descanso. Tocó con gentileza la espalda del muchacho, recargando un poco su rostro en él. Lo rodeó con sus brazos, y con la mano derecha aferrada al pecho de Ian, pudo sentir el palpitar de su corazón.

—Me gusta estar a tu lado —declaró. No se imaginó que realmente lo disfrutaría. Aunque también se aferró a él más con sus malas intenciones.

Ivonne acercó su cara, mientras Ian volteó a observarla. Ella volvió a besar al desprevenido chico.

—Seré tu reina.

El rostro del muchacho adquirió nuevas tonalidades de rojo, y dejó que la princesa lo volviera a abrazar.

—Estás tenso —afirmó la morra—. Quiero que te sientas seguro y amado.

Ian no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Realmente era cierto lo que le estaba diciendo aquella jovencita que acababa de conocer? ¿Realmente era posible comenzar un romance así?

La noche se hizo presente. Al calor de la fogata, Ivonne pidió dormir sobre el pecho del pibe. Eso era otra estrategia más para su plan de seducirlo. Ian todavía tenía dudas, pero con su mano, hizo una seña para acceder a la petición de la princesa. Una parte de él realmente disfrutaba de aquella cercanía. Quería pensar que aquello era algo bueno. Tal vez ya nadie más lo rechazaría.

Gelatín se acercó un poco. Después de todo, siempre había permanecido cerca de aquel vato.

Al amanecer, Ian seguía un poco incrédulo de su primer beso, de permitir algo de tacto con aquella chica. Todo esto seguía siendo una novedad para un muchacho que falló con anterioridad en conseguir una pareja.

—¿Qué pasa, amor? —inquirió la chica, mostrando una mueca con la que aparentaba estar preocupada por el chaval.

—¿Amor? —Entonces, vino algo a la cabeza del joven—. Esos besos y palabras fueron simples mentiras, ¿no es así?

—¿Qué? ¿De qué hablas, Ian?

—Hace rato era «amor». Ayer fui «Parker», pero ahora soy «Ian». Pero tus palabras... Tus palabras de ayer me hacen pensar que quieres hacer esto por mera desesperación por necesitar a un aliado.

El jovencito se había dado cuenta de que el repentino cambio de actitud de Ivonne era una farsa bien elaborada para intentar atraerlo. Su corazoncito sintió un duro y amargo golpe de realidad; empero, su cabeza le decía que se encontró con lo que realmente sucedía. Nadie podía enamorarse de golpe de otra persona.

Ivonne lo negó, en un intento de salvar su plan.

—Si lo que dices es cierto, mírame a los ojos. Bésame y dime que es lo que amas de mí. Dejaré que me tomes si es necesario —recriminó, dolido por lo que sabía que era una falsedad—. Necesito acciones y no palabras.

Estaba al borde del llanto. Se sintió usado y menospreciado.

—No me conoces lo suficiente para llamarme «amor» —continuó, lleno de la amargura de la verdad—. Lo dijiste sólo para hacerme caer en tu juego. Yo no puedo amar a alguien así de fácil, y seguramente tú tampoco.

Sintiendo que había sido acorralada, Ivonne sacó una daga con la que apuntaba al pibe, con la intención de obligar a Terradamar a participar en la guerra contra Volcabrama al llevarse al último descendiente del rey caído.

—Te estás volviendo igual a esa gente que tanto odias —contestó el chico a la princesa, tomando del brazo a Ivonne. Sus ojos habían vuelto a cambiar de color.

Colocó el brazo de la muchacha en un punto en el que el cuchillo quedó a la altura de su corazón.

—No iré contigo a tu tierra —comunicó el joven—. No de esa forma. Si tras lo que dije, me quieres matar, adelante. Sólo hay dos personas que seguramente van a llorar mi muerte. Soy un desconocido. No soy soy nadie. Tú en cambio, eres la princesa de un continente. Posiblemente tu familia te espere. Tienes amigos. Yo ni siquiera me di ese último lujo en mi pueblo. Si mi vida termina...

—¡Ya cállate! —bramó Ivonne con enfado y una mirada llena de resentimiento.

A los pocos segundos, los dos se separaron rápidamente cuando notaron un pequeño pilar de tierra emerger. Había sido Gelatín. Quería evitar la confrontación entre este par. Al menos esa era la impresión que daba al joven príncipe

—¡Entonces me llevaré a esa cosa que se comió al dragón!

Ivonne corrió para tratar de tomar al slime, pero un mucho más ágil Ian se interpuso, siendo herido en la espalda por el arma punzocortante de la chava.

—Te dije que así no —manifestó el muchacho, cayendo rendido, lo que provocó que el slime comenzara a atacar a diestra y siniestra. También con la intención de una posible huida de la princesa. Pero ella... Ella estaba arrepentida.

Ivonne se acercó al chico, usando aquella técnica del día anterior sobre la herida que ella misma provocó.

—Parece que esa masa gelatinosa no me va a dejar ir —refunfuñó la mina tras notar que el chico despertaba.

—Es porque te dejaste ganar por la desesperación —mencionó el pibe—. Pude verlo en tu mirada. Pude sentirlo mientras me heriste. Lo único que Gelatín quiere, es que reconozcas que te has equivocado para que no vuelvas a un lugar oscuro. Yo también quiero eso. Sólo así seré tu aliado.

Ian se levantó una vez más, extendiendo también su mano a Ivonne, todavía dispuesto a ayudar a la chica.

Ella se tragó su orgullo.

—Lo siento mucho —pronunció con la mirada baja, aceptando la mano de su compañero de viaje—. Tienes razón. Quiero irme a casa.

Ian estuvo en lo cierto respecto a sus sospechas, aunque todavía se sentía lastimado por alguien que realmente le gustaba. ¿Acaso era un tipo de maldición?

—Avancemos juntos de todas formas —comentó Ivonne—. Soy buena orientándome con el viento

«De todas maneras, puedo sentir que disfrutas mucho de la compañía de este muchachito», pensó el ave de Áeronima.

—¡Qué alivio! —expuso un relajado Ian, dando un abrazo a Gelatín—. No me gustan mucho los conflictos y sólo quería evitar una pelea innecesaria entre nosotros.

Con mejor ánimo, el par de la realeza de sus respectivas tierras continuó con su plan de viajar al pueblo más cercano que les fue indicado por el mapa. Pero al anochecer, ya con Ivonne dormida, Ian sollozó en silencio. Por vez primera sintió algo cercano a sentirse amado por alguien del sexo opuesto, pero fue una completa farsa.

—¡No es justo! —chilló, abrazando a su fiel amigo—. ¡No lo es!

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