Guerra: Parte 2

Con un inmenso dolor en el corazón que no le permitía respirar bien, y los ojos empapados en lágrimas, Asha no podía creer que tendría que enfrentar a una persona muy querida para él. No entendía la razón por la que debía hacerlo, pero por dentro, algo dentro de su ser le decía que debía ponerle un alto al que le entrenó y le enseñó a luchar por sus ideales y sueños, proteger la vida y que fue lo más cercano a un padre que tuvo. Sabía bien que Flint estuvo enamorado de su hermana, pero tenerlo frente a frente en un combate era como una puñalada por la espalda que dejó una grave herida.

Podía ver en aquel, una mirada, que antes fue dócil, tenía un brillo perverso y despiadado. Era como una serpiente esperando a dar una mordida letal a su víctima. Era analítico y perseverante. Los suelos del joven de ojos rojos eran llenar de paz al mundo para brindar a todos una sonrisa y libertad, cosa que los hombres que trabajaban para su hermana estaban empeñados en no dejar suceder.

La reina de Volcabrama se había vuelto mucho peor de lo que se decía que fue el padre del joven Ian, el anterior gobernante de Terradamar. El problema, era que aquella mujer fue lo más cercano a una madre para el chico. Tener que enfrentarla implicaría, no sólo ser condenado y ejecutado por traición si es que fallaba en su plan, sino también enfrentarse a las personas que lo criaron y cuidaron de pequeño. No entendía nada y se sentía tan solo, como si cayera a un profundo abismo del que parecía no haber salida alguna.

Asha se abalanzó contra él, interponiéndose en el camino de Ian, quien a su vez fue atacado por un perro del infierno, Ivonne y el gran ave de Áeronima comenzaron una nueva ofensiva contra los soldados del continente en el que predominaba el elemento agua, al mismo tiempo que la princesa se defendía de los ataques que lanzaba Chantara, la mujer de piel grisácea.

La mujer de Océanova decidió que era el momento de usar su as bajo la manga, por lo que llamó a su ejército de criaturas marinas parecidas a aquellas con las que Ian, Ivonne y Rob se enfrentaron en su camino rumbo a las tierras en las que ahora se encontraban.

—Ivonne, aquí mismo, nuestros hombres y tú tienen mi bendición —enunció el guardián al que a Roberto observó desde la distancia y llamó «el pájaro quema Marías»—. Podrán dar lo mejor de ustedes en este momento, querida.

Desde las criaturas con tentáculos, enormes hidras marinas, peces gigantes come carne, medusas de tamaño familiar, megalodones que escupían rayos de energía, hasta peces de aspecto extraño emergieron para hacer frente a la chica y el mítico ser que la acompañaba. Ivonne estaba tranquila. Era su momento de mostrar su verdadera fuerza. Tomó una de sus flechas y como si fuese una coreografía perfectamente ejecutada, la lanzó.

Una una de aire acompañaba a la flecha, golpeando fuertemente a todo aquel que quedase atrás de esta, pero muchos más de aquellos esperpentos emergieron del agua marina, incrementando terriblemente la cantidad de seres hostiles en la ciudad. Ivonne sabía que sería una difícil batalla, pero estaba más preocupada por Ian y el resto de los que luchaban, pues desconocía a los que ellos se estaban enfrentando.

«Ian, ¿qué enemigos estarás enfrentando tu amor mío? Ojalá te encuentres bien y espero que nos encontremos pronto», pensó.

Los enemigos comenzaron con sus ataques en los que arrojaban potentes torrentes de agua que arrasaban con casas, que afortunadamente estaban desocupadas. Cuando ella llegó para apoyar, su prioridad fue poner a los civiles a salvo para evitar pérdidas de vidas inocentes. Madres e hijos, así como quienes fueran jóvenes para apoyar en la lucha, estarían fuera de este conflicto que tenía lugar en Sismónica.

—¡Esto es espantoso! —afirmó la princesa del continente—. ¡Quiero que todos los hombres disponibles impidan el avance a la ciudad de estas cosas!

Ivonne usó un par de flechas más, pero sabía que no tendría las suficientes para todos aquellos oponentes. Estaba en clara desventaja, cuando de pronto, una canción vino a su mente.

«En los días lluviosos
cuando tus ojos se pongan llorosos,
el viento guía tu camino,
toma su mano como si fuera tu fiel amigo.

¡Oh, bosques de fresco aire,
acompáñame en este sutil baile,
tú que forjas las armas que viajan en el viento
y que del reino construiste el primer cimiento!

La madera, con una punta de hierro puntiaguda.
Punzante, cortante, fliplante, danza en armonía con este elemento.

Concentra tu energía en la verdad y calor de la batalla,
con gloria en mente y amor por proteger a tu gente.

Derriba aquella muralla,
lleva contigo la victoria, y de fuerza de los tuyos se fuente.

Contigo están siempre, las flechas sagradas de la arquera original.
La estrella prometida para el hijo de la luz.

Su amor sea la cruz,
de las promesas de amor eterno.

Su amor sea la cruz,
de las promesas de amor eterno.

¡Oh, bosques de fresco aire,
acompáñame en este sutil baile,
tú que forjas las armas que viajan en el viento
y que del reino construiste el primer cimiento!

La madera, con una punta de hierro puntiaguda.
Punzante, cortante, fliplante, danza en armonía con este elemento.

Concentra tu energía en la verdad y calor de la batalla,
con gloria en mente y amor por proteger a tu gente.

Derriba aquella muralla,
lleva contigo la victoria, y de fuerza de los tuyos se fuente.

Contigo están siempre, las flechas sagradas de la arquera original.
La estrella prometida para el hijo de la luz.

Su amor sea la cruz,
de las promesas de amor eterno».

Aquella era una vieja canción que su padre de vez en cuando solía cantar para ella cuando era pequeña tras leerle cuentos, especialmente aquel del que supo después, se trataba del ancestro de Ian en relación con una antepasada suya. Las vidas de ambos resonaban a la perfección con dicha melodía, ya que el hijo de la luz solía forjar las flechas que usó la mujer de la que se enamoró, pero que fue forzada a dejar atrás.

Y con tan sólo traer de vuelta viejas memorias a su mente, su corazón se relajó. Sabía que ella podía dar más batalla de la que estaba ofreciendo. Su corazón sabía que tenía que hacer algo, y recordó a Wyndham iluminando el largo pasillo de aquel túnel subterráneo por el que viajaron por días. Ella algo debía hacer para sacar a relucir la casta de la familia real de Áeronima. Su mano comenzó a moverse como si tratara de coger una flecha, aunque no era así. Cerró sus ojos y sintió el poder del viento fluyendo por rededor suyo. Era una brisa fresca la que recorría suavemente sus dedos, creando una flecha que tomó y lanzó, pero que impactó contra el suelo cercano a Chantara.

—¡Creo que necesitas usar lentes, niña estúpida! —Aquella mujer se pitorreó por la puntería de la princesa, pero esta sonrió, confiando en su acción anterior.

De pronto, una gran luz dividida en verde y azul, se volvió turquesa, misma que estalló, provocando que los enemigos cerca de aquella mujer fueran lanzados varios metros atrás de esta, incluyendo a la propia Chantara.m quien logró crear un escudo que la protegió de terminar en un peor estado.

«¿Cómo es que una diminuta mierda como esa tipa pudo hacer algo así?», pensó una irritada Chantara.

—¡Juguemos juntas, querida! —expresó Ivonne, volviendo a lanzar una flecha similar a la que creó.

Otra explosión tuvo lugar, inquietando a Ian, ya que era cerca de donde pudo ver volando al gran ave de Áeronima. Sabía bien que su amada Ivonne estaría cerca del lugar de los hechos, por lo que decidió ir aproximarse al sitio, pero los perros del infierno aparecieron en gran cantidad, bloqueando el paso para el ojiverde. El gran dragón de zterradamar tampoco la tenía fácil. Una gran horda de estos canes rodeaban a su protegido, por lo que también tenía que ayudar a toda costa.

Dando vueltas de un lugar a otro, comenzó a lanzar arena por el hocico, en lugar de grandes llamaradas, como era parte del elemento que representaba.

Rugió majestuosamente, elevándose por los aires, para luego, descender y tomar a algunos desprevenidos enemigos con sus patas traseras y hacerlos caer desde gran altura. También tomaba a algunos con el hocico, y estos se desintegraban al impactar con la superficie.

—¡Vamos, Ian! —manifestó el dragón— ¡Juntos vamos a lograr que puedas ir a con el amor de tu vida!

»El amor entre ustedes dos es lo que nos impulsa a nosotros, los guardianes de las tierras que los vieron nacer.

—Te lo agradezco, mi fiel amigo —respondió el muchacho, mientras golpeaba el suelo para lanzar varias rocas a múltiples objetivo que lo tenían cercado.

No muy lejos de allí, Anan y Wyndham pudieron observar que el muchacho de ojos verdes se encontraba en problemas, al igual que notaron que Asha se encontraba enfrentando a Flint, el hombre que intentó secuestrar a Flácido Domingo durante una noche en el castillo.

—Creo que ese chico se merece mi voto de confianza —enunció Anan—. Me refiero al hermano de la reina.

»Esta peleando codo a codo con ese otro tipo que entró al jardín de nuestro hogar.

—Puede ser una trampa de todos modos —profirió Wyndham—. Podría intentar ganar nuestra confianza para apuñalarnos por la espalda.

—De verdad es que eres demasiado desconfiado, Wyndham —expuso Anan—. Hay algo que he visto en él.

Podía ver los ojos llorosos y rojizos del muchacho. Era un enfrentamiento que seguramente debía ser muy difícil para Asha, como si estuviese enfrentando a un querido amigo o a un familiar. Era similar a ver a su padre hablando de las terribles historias en las que fue obligado a enfrentar y acabar con sus hermanos para llegar al trono, siendo él el único en pie de todos los hijos del abuelo.

Era verdadero dolor y sufrimiento lo que expresaba el rostro de su viejo con aquellas anécdotas. Su voz se entrecortaba y hacía que Anan se cuestionase las acciones de anteriores reyes, ya que su abuelo también lo tuvo que hacer en su tiempo. Fue su padre el encargado de eliminar este mal que había aquejado a los herederos y posteriores portadores de la corona de Áeronima.

«Yo no podría enfrentarme a ninguno de dos babosos que tengo por hermanos, y es que los aprecio tanto, que me sacrificaría al instante por ellos», pensó, mientras echaba un vistazo más al enfrentamiento entre un príncipe exiliado y uno de los hombres más temibles de Volcabrama.

Los hermanos sacaron una vez más sus mejores armas para el combate, reuniendo energía del elemento viento para atacar a los soldados y esbirros del perro del infierno que les impedían llegar con Ian.

—Estúpido hermano mayor, ¿te parece si juntamos nuestro poder de viento para hacerlos explotar?

—¡Me encanta la idea, hermanito pendejo! —Respondió Wyndham—. Nos abriremos paso para ayudar al novio de nuestra hermanita.

Los dos empezaron a reunir energía del elemento viento en su armónica y en la flauta. Comenzaron los fuertes y calurosos vientos en el área, por lo que tendrían una ayuda extra del ambiente en el que se encontraban. Tenían que darlo todo en esta batalla. Su gente los necesitaba, y podían sentir sus corazones ardiendo por sed de justicia y victoria para con los habitantes de Simúneta.

Ambos se prepararon para un ataque en conjunto, el viento a su alrededor comenzó a formar ventiscas tan poderosas como unos mini tornados. Ellos lanzaron aquel poder acumulado en contra de los enemigos, y estos, como danzando con el viento, eran disparados en distintas direcciones.

Estaban listos para repetir la hazaña, y podían sentir que su hermana también estaba peleando con todo su poder. Ella era valiente y fuerte, además de que era el orgullo de la familia por lo similar que eran su sonrisa a la de su madre, a la que solamente podían recordar con cariño.

«Mamá, ¿tú te sientes orgullosa de nosotros», caviló Wyndham.

«Ma', ¿nos estás apoyando desde el lugar en el que te encuentras?», meditó Anan, mientras una mujer muy parecida a Ivonne llegó a su mente. Era su progenitora, a la que no dejaba de echar de menos cada día. A veces se le dificultaba recordar su rostro, y su corazón, ante esto, se llenaba de angustia.

Dentro de las calles de la ciudad, Rob se echó detrás de una enorme roca. Estaba bastante agotado después del arduo trabajo que realizó. Había sanado muchas heridas de las tropas del continente del elemento viento. Parecía que todavía tenía mucho por aprender para ser de verdadera utilidad. Se sentía terriblemente mal. Se había cansado a pesar de las enseñanzas y nuevos aprendizajes que tuvo en el hogar de la polola de su pana, y tenía tantas ganas de maldecir por no poder más.

—¡Odio quedarme atrás! —rugió el moreno—. ¡Mamá, debiste enseñarme a luchar también!

»¡Soy un inútil! —bramó con fuerza—. ¡No sirvo para nada!

Tomó un puñado de tierra y lo arrojó con desesperación. Sentía que tenía mucho más por dar y quería seguir apoyando, pero estaba sin una gota de energía.

Y entonces, un ruido comenzó a llamar plenamente su atención. Era una mujer que corría tomando a un chico de unos cinco años de la mano. Parecían correr de algo o de alguien, y miraban atentamente de un lado a otro.

Aquello le trajo recuerdos de su infancia. Él y su madre huían de una enorme bestia que los perseguía. En ese momento, Roberto tenía una edad similar a la del chico que corría junto a esa mujer que recién acababa de ver segundos atrás.

La bestia que daba caza a la fémina y su bendición apareció tras un gran salto. Este era un perro del infierno. Rob recordó a su madre enfrentando a la bestia, una que no podía traer con claridad a su memoria, misma que les hizo la vida imposible por un periodo de tiempo. No quería que lo mismo ocurriera, pues su progenitora quedó con marcas de en su espalda que nunca pudieron desaparecer.

El can del mal rugió con todas sus fuerzas. Estaba preparado para atacar a la familia de dos, cuando de pronto, Rob les protegió con una barrera, sacando fuerzas de reservas que no creyó que tuviera. A pesar del agotamiento y de que su vista comenzó a nublarse, o del calor corporal que estaba en aumento, quería proteger a aquella madre de familia a la pequeña cría de esta.

Tenía ganas de volver a casa, extrañaba los guisos de su madre y la sabrosa carne de cerdo silvestre que ella preparaba. Deseaba volver a Terradamar, recorrer las grandes y pobladas calles de Sismónica y comer un helado de lagarto, y lo más importante, pues aunque él escribía a diario, no tenía la oportunidad de enviar las cartas que hizo a mano para su querida Kaia a la que deseaba volver a ver. Quería abrazarla y volverla a besar una vez más, así como sentirse acompañado por aquella hermosa chica de la que estaba profundamente enamorado y que provocaba que su corazón se sintiera contento.

En su punto de combate, Asha lanzó una rueda hecha a base de bolas de fuego contra Flint, su viejo maestro, mientras que el hombre las deshizo fácilmente con un látigo de llamas ardientes de color rojizo que creó con su propia energía. Sin darse cuenta, todo ese poder utilizado en la batalla que se daba entre ellos terminaba siendo absorbido por un plano paralelo en un ambiente lleno de oscuridad.

—Sigan peleando, escoria que vive en el plano de la luz —comentó una voz gruesa. A los pocos segundos de esa misma voz, se escucharon risas maléficas detrás—. ¡La tensión que generan dos seres que en un pasado eran similares a un padre e hijo me nutre!

»¡Nada menor que un lazo de amor y amistad roto ante la influencia de mi poder!

Flint se lanzó con una patada contra el joven, haciendo que este último cayera al suelo sobre su propio culo; empero, el muchacho de ojos rojos se levantó al instante. Le echó una mirada furibunda a su antiguo maestro. Este último sonreía. Al fin todo su esfuerzo en entrenar a aquel «mocoso sin futuro» había válido la pena.

De repente, Asha rugió con todas sus fuerza, y sus brazos se rodearon de voraces llamas, mismas que utilizó para asestar un golpe en el pecho a Flint, dio un giro, pateando de manera similar al hombre de alto rango del ejército de su tierra natal, y este último gimió de dolor, llevando también sus manos a la altura de su abdomen.

El jovencito saltó, dirigiendo su pie derecho a la cara de su antiguo tutor, per, en aquel instante, un recuerdo vino a su mente. Era pequeño y había enfermado del estómago, le dolía tanto, que no pudo continuar con el entrenamiento de ese día. Flint, sonriendo, lo acicaló y lo cargó, regalándole también un beso en la frente.

—Descansa, pequeño príncipe —pronunció el hombre, llevando la cabeza de Asha a su hombro—. Cuando te sientas mejor, tú y yo volveremos a entrenar, pues así no podrás hacer mucho, y yo deseo que puedas seguir conmigo, pero tan sonriente y lleno de curiosidad como sueles ser.

«¿De verdad todos esos momentos juntos siempre fueron una mentira?», pensó Asha.

El tiempo en aquel recuerdo fue suficiente para que Flint pudiera recuperarse, y también, para que tomara a su antiguo pupilo del pie, logrando detener el impacto. Sonrió para el chico, antes de arrojarlo al piso.

—Parece que te juzgué mejor de lo que en realidad mereces, bastardo —dijo el hombre con aire burlesco—. Tu madre fue una zorra que se acostó con otro hombre cuando su esposo estaba moribundo.

—¡Eso no es cierto! —bramó el chico—. Mi madre fue una buena mujer, de eso estoy seguro.

—Ella pagó con su vida, y pronto te irás con ella —respondió Flint, dando una patada en el abdomen al ojirrojo—. Los bastardos como tú no merecen ser felices.

»Lo único que haces es estorbar en la vida. Te odio tanto, que siempre quise matarte, pero preferí a que tuvieras edad para entender lo mucho que te te detesto.

Verlo tan molesto y con los ojos repletos de un profundo odio, hizo que los ojos del muchacho se llenaran de lágrimas. No podía entender ni un poco aquel cambio de actitud.era impresionante y a la vez, hiriente, que las personas que lo criaron le estuvieran dando la espalda, y que ambos, por distintos caminos, decidieran odiarlo.

Volvió a recibir otro golpe en el vientre y se encogió de dolor, sintiendo que sus fuerzas disminuían considerablemente. El muchacho se inundó en tristeza y sentimientos de inferioridad por lo que había escuchado. Su orgullo estaba lastimado, al igual que su corazón, el cual se agrietaba con cada insulto recibido por aquel hombre al que le tenía mucho aprecio.

Sentía que su vida nunca tuvo un verdadero sentido, y la llama que ardió en él se apagaba a cada segundo.

«¿Para qué vivir si nunca fui amado?», pensó con desasosiego y  sin brillo en sus ojos el muchacho

A metros de distancia, Ian y el gran dragón de la tierra atacaban con pilares de piedra y lanzando rocas contra los dogos infernales; mas, el castaño, siendo un ser humano, era aquel que se estaba agotando a cada segundo, pero deseaba con todas sus fuerzas dar lo mejor de sí mismo para poder reunirse lo más pronto posible con el amor de su vida, quien también seguía luchando con todas sus fuerzas.

—Se me ocurre algo, pero... —El muchacho tarareaba de comunicarse con su fiel compañero, pero se mordió el labio inferior—. Tengo mucho miedo con lo que tengo en mente en este mismo instante,

»Voy a necesitar de tu ayuda.

—¿Qué es lo que estás pensando ahora mismo, joven Ian? —preguntó el alado animal al chico de los ojos verdes.

—Hay que acabar rápido con esos animales —expresó el chico, Al mismo tiempo que evadía el ataque de un can enemigo y lo golpeaba posteriormente con una gran roca—. Abramos un gran agujero en el suelo, amigo.

»Muchos caerán, pero también, esto va a requerir mucha energía —Miró al suelo—. Tengo miedo de que no resulte y me quede sin energía suficiente para seguir de pie.

—Tienes que confiar en que lo lograrás, muchacho —replicó el poderoso lagarto para su protegido

El mismo guardián de Terradamar sabía bien que la propuesta del castaño tenía ciertos peligros, pero confiaba en que el poder de ambos sería lo suficientemente fuerte, al igual que la conexión que compartían, para lograr detener a sus enemigos.

En la ciudad, Ivonne y el gran ave de Áeronima estaban preparados para el ataque contra las bestias invocadas por Chantara. La mina sabía que debían de concentrarse en aquellos primero, ya que estos destruirían todo a su paso, por lo que se volvieron su prioridad, cuando de pronto, una nueva horda de soldados provenientes de Océanova apareció desde el mar.

—¡No puedes ser posible! —proclamó la mina, pensando en que ella podría sucumbir en cualquier momento ante todos los enemigos que aparecieron.

—Confía en ti misma y en el poder de nuestras tropas —pidió en el gran ave a la chama—. Juntos lograremos superar este obstáculo que se nos ha presentado.

Un viento cálido, al que Ivonne interpretó de amistoso, recorrió sus mejillas. Para ella fue sentirse acompañada, no solamente del guardián de Áeronima, si no por todos sus seres queridos a los cuales deseaba ver una vez más. Su momento de brillar era este. Debía demostrar que ella era una princesa y una formidable guerrera.

—De acuerdo —pronunció la chica, creando unas cuantas flechas con su propia energía—. Vamos por esas bestias asquerosas.

El ave, soplando fuerte para alejar a Chantara y dar tiempo a Ivonne de subirse encima, comenzó a sobrevolar las aguas de la ciudad que se encontraba en una zona desértica y marítima que rodeaban los escombros y los edificios de adobe de la que fue una hermosa ciudad en la cúspide de su esplendor. Las criaturas con tentáculos intentaron alcanzar a ese par, pero les era prácticamente imposible.

—Puedo sentir una corriente de viento frente a nosotros —comentó la princesa de este continente—. ¡Tenemos que usarlo a nuestro favor!

—Tienes mucha razón, Ivonne —expresó su compañero de batalla—. Además, hay gente que nos está ayudando, mira a tu alrededor.

La princesa pudo ver que además de soldados de su querida tierra, Wyndham y Anan estaban luchando cerca de ellos contra varios esbirros de perros del infierno. Pudo ver las tierras del desierto moviéndose al compás del baile orquestado con el viento, mismas que podrían brindarle una ventaja a su favor. Aunque no lo veía cerca de zona, también oodía confiar en que Roberto estaría cerca.

—Todos los que están aquí, los que no están, los que no pudieron llegar a este día... —expresó una sonriente Ivonne—. Mi deber con mi pueblo y mis seres queridos, es el de acabar con mis enemigos.

—Mejor dicho no puede estar —pronunció el gran ave—. ¡Acabemos con ellos!

El ave comenzó a mover sus alas para calentar un poco más el aire, todo gracias al poder que emanaba de esta.

Una explosión de viento se dio a los pocos segundos. Wyndham y Anan habían conseguido derrotar a un gran número de soldados enemigos, pero más de estos aparecieron cerca de ellos.

—Esto es bastante extraño —comentó el mayor de los carnales de Ivonne—. Es como si quisieran retenernos.

»Raramente atacan, o lo hacen con poca ferocidad que en batallas anteriores en otras ciudades y pueblos en los que hemos peleado.

—Tampoco me gusta del todo, hermano idiota —respondió Anan—. Son demasiados enemigos para una ciudad como está. Además...

—Pareciera que están formando un muro para que no podamos avanzar —prosiguió el más grande de ellos dos—. ¿Crees lo mismo que yo?

—Efectivamente —contestó el menor—. Parecen más dispuestos a darnos una distracción que verdadera acción.

»Traman algo, Wyndham —apretó los dientes—. No me gusta esto.

En las calles de la ciudad, de la barrera que había creado para proteger a una madre y su hijo, emergieron llamas, dejando muy desconcertado a Rob. La mujer y su hijo cayeron al suelo. No sabían qué pensar ante lo que estaban presenciando, pero aunque seguía en shock, el moreno dirigió su mirada a las personas que estaba cuidando.

—¡Váyanse de aquí, por favor! —ordenó Rob—. ¡Háganlo ahora que todavía tengo oportunidad de seguir cuidando de ustedes!

La mujer asintió y tomó a a su hijo, comenzando una carrera para ponerse a salvo.

Roberto no podía de sacar de sus pensamientos lo de hace un instante, especialmente por ver todavía llamas rodeando el escudo que seguía manteniendo de pie. Hacía todo lo que estaba en su poder para evitar que los canes rompieran esta.

—No tengo tiempo para ponerme a analizar todo esto —dijo mientras apretaba los dientes—. Voy a darles tiempo de huir a esa mujer y a su bendición.

Sintiendo que su cuerpo se llenaba de una extraña energía, misma que recorría su brazo derecho, y causando malestar, Rob lanzó un gran y potente ataque; sin embargo, era una enorme y feroz llamarada que fue directo al perro del infierno. El chico ya no sabía qué más pensar. ¿Por qué era capaz de usar un poder distinto? ¿Por qué poseía algo que solamente los enemigos de su lugar de origen también? ¿Sería acaso que su padre no era un hombre de Terradamar?

Ahora más que nunca, la forma evasiva en la que su madre trataba el tema comenzaba a tener sentido.

Ian, desde el lomo del gran dragón de Terradamar, comenzó su descenso al suelo a toda velocidad, siendo cubierto por  manto anaranjado por rededor de todo su cuerpo. Su alado amigo lo protegía de los ataques enemigos, usando lanzas de metal o escupiendo chorros de arena a estos.

El pibe concentró su poder en el puño derecho. Ya sabía lo que tenía que hacer para vencer a esos dogos feos.

—¡Agujero de tierra! —exclamó el vato a todo pulmón.

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