El chico y el dragón
Todo inició con un resplandor. Uno que aumentaba con intensidad. Desde afuera de la tienda de campaña en la que se encontraban las provisiones, un manto bronceado aumentó sus proporciones como una onda expansiva centelleante. Toda aquella enorme carpa salió volando por los aires. Ian había llegado a sentir esa conexión con eso que lo llamaba desde su mente y corazón. La caja que contenía a Gelatín se rompió desde dentro, al mismo tiempo que el pibe volvía a hacer uso de sus poderes. Finalmente, el guardián de Terradamar salió a la luz.
—¿Gelatín? —cuestionó el muchacho, tras ser el testigo principal de la conversión de su slime a un colosal lagarto con alas.
Ivonne también lo vio. Sus ojos, abiertos de par en par; su boca, quedándose entreabierta, mostraban una mueca atónita. Por su parte, el hijo de la sacerdotisa también observó lo ocurrido, pero se distrajo fácilmente con una picazón que sintió en el oído izquierdo en el momento de la transformación del verdoso slime.
—¿Acaso Gelatín se transformó en el guardián de estas tierras? —inquirió Ivonne, observando la escamosa piel en un tono similar al actual de los ojos de Ian en el protector de Terradamar.
—¡Es increíble! —expresó Rob con asombro, y volviéndose a rascar la oreja—. Me comezón en mi orejita.
—¿Crees que me sorprendes con eso, muchacho? —demandó Yaco, pero con un rostro tan tétrico que no parecía ser él mismo. Era como si alguien más estuviera controlando su actuar.
Con una mirada seria, el joven monarca del continente se aproximó al hombre del territorio del fuego, él sabía finalmente todo lo que era su amigo en realidad.
—Gelatín era un pequeño pedazo del dragón que fue dejado para protegerme —mencionó Parker, el joven rey de Terradamar—. Él supo que logré sobrevivir cuando ustedes atacaron mi hogar.
»El hijo de un rey caído estaría destinado a cumplir su destino a su lado. ¡Ese soy yo!
—¡Venga, pues! —bramó el hombre, rodeado por cajas rotas y cerca de la carpa que conformó el lugar en el que estuvieron los suministros de su nuevo campamento—. ¡Te demostraré la razón por la que odio a los traidores, escuincle de mierda!
Al igual que sucedió con Parker, los ojos de Yaco también cambiaron de color. Estos eran completamente negros. Volvió a extender los brazos, su boca dibujó aquella sonrisa perturbadora de un animal a punto de atacar a su presa. Observó con malicia al muchacho que se había convertido en un rey. Pelearía con él para castigarlo y obligarlo a contraer matrimonio con la reina de Volcabrama.
—Ian, te estaré apoyando en el combate —expuso el lagartijo sobredesarrollado—. Eres un joven digno de mi presencia. También he escuchado el sacrificio propio que has realizado en pro de la prosperidad del continente.
»Ni tu padre tuvo un corazón tan noble. Aunque el suyo fue prisionero de las tinieblas, siempre se preocupó por ti. No quería que cayerás en el mismo destino.
—¿A qué te refieres respecto a lo de mi padre, Gelatín? —cuestionó el morro.
Yaco lanzó una feroz y enorme llamarada en contra del joven Ian, y este, ignorando por completo la forma en la que logró hacerlo, pudo protegerse con un gran muro de piedra, quedando sorprendido por lo que había ocurrido. La fuerza que heredó de sus antepasados finalmente le respondía tal como advirtió Roberto tras el beso que se dieron.
—¿Pero cómo? —preguntó el weón del continente del fuego, obteniendo una mirada normal enérgica por un par de segundos, hasta volver a aquella que lo volvía un ser diferente al que Ian y compañía conocían—. Parece que finalmente el mocoso de pacotilla está logrando utilizar una fuerza que se creía extinta.
—Ha nacido una nueva clase de guerrero en este continente —respondió el guardián de Terradamar—. A esta nueva raza protectora de estas tierras la llamaré: Dragón Soñador.
Para el dragón, Ian era un chaval con deseos puros de unir el continente una vez más. Era alguien que podría cometer grandes sacrificios en pro de los demás, y deseaba ser amado y correspondido. Había escuchado a la perfección la propuesta de Yaco para apuñalar a la reina de Volcabrama, y aunque el morro aceptó, fue mediante el miedo. Ahora estaba más conectado a él, y podía sentir el anhelo del corazón de aquel chico por encontrar el la princesa de Áeronima a su pareja ideal.
—Tú sientes algo especial por una persona, Parker —recordó el guardián al jovencito. El amor del muchacho era el combustible que necesitaba. Él tenía que ser honesto con la chica, para que pudiera retomar su fuerza por completo.
—Espero que no sea yo —masculló Roberto, recordando con asco aquel beso con el joven monarca.
—Es-este... ¿En serio era necesario delatarme así? —cuestionó Ian al dragón, y este clavó sus ojos en el chico mientras evadía una bola de fuego arrojada por el comandante enemigo.
—Es necesario para completar nuestro lazo, y también para que seas libre de aquello que te aqueja —replicó el lagarto con alas—. Yo los protegeré de los ataques enemigos, mientras tú hablas con honestidad.
El guardián rugió con fuerza. Yaco y todo lo demás se vino abajo. No iba a permitir interferencias hasta que su protegido pudiera declarar su amor por la chica de la que estaba enamorado, y por la cual su corazón latía de alegría.
El morro fue acercándose lentamente hacia la mina del continente del viento. Las mejillas de esta se tornaron rojas al imaginar lo que el vato del slime le diría. Estaba nerviosa por escucharlo. El joven la tomó de las manos, sonrió, pero su mirada se tornó triste.
—Ivonne, no merezco nada de ti —pronunció el chico—. Me estás ayudando a pesar de darle la espalda a tu pueblo con mi pésima decisión por ser un cobarde que no soporta el dolor.
Cerró los ojos y tomó aire, mismo que expulsó lentamente por la boca. Abrió los ojos y miró de frente a la chica que tenía tan sólo a unos centímetros.
—Es a ti a la mujer que amo —confesó—. Espero que un día puedas perdonar mi canguelo. Si la reina de ese continente termina embarazada, debo responder por mis acciones.
—Te entiendo, Ian —respondió la chica—. Sea cual sea el resultado, respeto tu decisión. Te agradezco tus palabras, también.
»Puede que también sea un buen plan, pero ahora que estás con tu guardián, deberás inventar una buena excusa para convencer a esa mujer de que siga a tu lado.
—Siempre arruino las cosas, ¿no es así? —bromeó el chico con una sonrisa que mezclaba alegría y tristeza. Aunque se se tía satisfecho de escuchar que no lo odiaba, había preferido escuchar si ella sentía o no algo por él.
—¡Soldado caído! —gritó Rob con chanza—. ¡Repito! ¡Soldado caído!
Ivonne, con el cejó fruncido, se acercó al hijo de la sacerdotisa con el fin de propinarle un buen coquito que lo hizo gemir de dolor. La mina sentía algo por el pibe, aunque para ella primero era el deber antes del romance, especialmente uno que podría ya no tener sentido alguno... O tal vez...
«Con el gran dragón en las manos de Ian, esta alianza es más que necesaria», meditó. Sonrió para sí misma, ya que tenía un plan que podría no alejarla de aquel chamo.
—Su festival del amor y la amistad me da nauseas —protestó Yaco, levantándose finalmente. Creó un látigo de fuego con el el intentó atacar a la morra. Ian fue más rápido y logró protegerla del ataque mediante una barrera de arena.
Rob ayudó también con un campo de fuerza ondeante.
—Esta es mi herencia como el hijo de una sacerdotisa —presumió Roberto—. Mi deber es el de proteger el legado del gran dragón, así que si este chico es el nuevo gobernante de Terradamar, mi trabajo está con él.
Aunque en realidad la mayoría de sus movimientos eran curativos, y unos pocos de soporte. También tenía algunos que no estaba dispuesto a compartir, ya que requería de contacto labial.
—Muchas gracias, amigo Rob —declaró el pibe de ojos verdes como un par de esmeraldas redondas—. Debo dar todo de mí en esta batalla. Siento algo siniestro dentro de Yaco.
El gran dragón de Terradamar también era consciente de aquello. Sentía algo poderoso y temible. Aunque no lo sintió en su viejo camarada, creía que era una fuerza responsable de algo que también ocurrió con el padre de Ian.
—Te encargo que solo les metas el susto de sus vidas —pidió el morro todo meco al ancestral lagarto—. A pesar de que ahora son nuestros enemigos, quiero evitar muertos, Gelatín.
El gran dragón aceptó la petición del chaval, por lo que se alejó un poco para proceder a espantar viejos y viejas que estaban en el lugar, comenzando su ataque con una feroz tormenta de arena que provocaba al batir sus alas con gran agilidad y destreza. Seguido de esto, varias partículas de polvo comenzaron a amontonarse en todas direcciones, provocando que varios de los presentes tuvieran que huir despavoridos.
Después de ello, Ian dio un gran golpe en el suelo, y una enorme roca emergió de este. Segundos más tarde el muchacho dio una patada a esa piedra, dirigiendo esta en el lugar en el que se encontraba Yaco, quien la evadió de un salto. Ivonne y Rob solamente atinaron a huir para salvarse del impacto, pues ahora iba directo a ellos.
—¡Más cuidado, baboso! —reprochó Roberto, pero tuvo que agachar el cuerpo cuando vio una caja acercándose a él rápidamente debido a los vientos provocados por el guardián.
Al poco tiempo, el brazo derecho del ojiverde se cubrió de una armadura de piedra, lo mismo que sus piernas. Sus ojos tenían aquella coloración única que mostraba cuando usaba su poder, y sus pupilas adoptaron una forma vertical similar a las de algunos reptiles. Sus manos se alargaron de tal forma que parecían garras, y sus colmillos se pronunciaron.
Mediante un majestuoso salto en el que su silueta era detallada como una sombra que cubría el sol, el muchacho dirigió un golpe a aquel hombre que era su oponente. Yaco estaba preparado para el impacto. Sus brazos eran abrazados por unas llamaradas serpenteantes, y aquella sonrisa tan característica de su persona se dibujaba en su rostro, acompañada de una mirada sombría y los colmillos ensangrentados.
El hombre no tocó con aquellas extremidades al joven monarca. En cambio, abrió su boca, lanzando fuego por esta. Las rocas cubrieron por completo al morro para evitar daño alguno por el fuego enemigo. Estas se derritieron como velas.
—¡Urge que te laves los dientes, «cochinote»! —manifestó Ian al evadir el ataque de Yaco—. ¡Aquí viene tu castigo por no hacerlo, marrano!
El chico era rodeado de un aura en un tono bronceado, similar al que habían visto Ivonne y el comandante de Volcabrama durante la invasión en Puerto Estrella. El pibe tuvo en mente el hacer una demostración lujosa del poder suyo que ahora controlaba. Sus ojos observaban ferozmente a su oponente. En su interior reinó una sensación de autoconfianza y autodeterminación para ganar el combate, así como el de averiguar aquello que ocurría con su oponente.
«Ya veremos si eres capaz de lograrlo, muchachito», dijo una voz grave e inaudible para el pibe y los demás a su alrededor
Lejos de allí, algunos de los soldados de Volcabrama huían despavoridos al ser atacados por el gran dragón de la tierra. No estaban listos para enfrentar tal semejante poder sin ayuda de su propio guardián; empero, alguien más observaba desde los árboles cercanos. Una sonrisa tétrica se asomó en su rostro, siendo este su único rasgo visible, pues el resto estaba cubierto de una capucha. Parecía regocijarse de la situación a unos metros de distancia de su ubicación. El temor causado por el guardián de Terradamar sobre sus propios camaradas era como su propio combustible. Aquellas vidas parecían significar poco o nada para él.
De vuelta a la tensión que se tenía en la batalla de Ian y Yaco, el primero logró evadir algunas bolas de fuego que fueron lanzadas contra su integridad física, pero el mayor logró distraerlo lo suficiente para colocarse sobre su espalda y propinarle un golpe a traición que lo derribó.
El vato se levantó sin dificultad alguna, pero había sentido como si una aguja lo atravesara por la espalda. Su vista estuvo borrosa por unos segundos, pero no tardó en recuperar todos sus sentidos.
—¡Venga pues, muchacho! —expresó Yaco, rodeándose también de un aura misteriosa rojiza que le era proporcionada al ser un caballero fiel al guardián de Volcabrama—. ¡Espero que me brindes una buena pelea, sabandija estúpida y traicionera!
»¡Creí que tú serías la luz que se necesitaba para salir de las sombras! ¡Ahora me doy cuenta de que prefieres a la nieta de una vil criminal!
Se alejó un poco, mientras que con su mano retaba a Ian para que este se lanzara al ataque.
Aquellas palabras tomaron por sorpresa a Ivonne. ¿A qué era aquello a lo que el hombre de Volcabrama se refería? Tal vez tenía relación con la única abuela a la que jamás conoció, y de la que sus hermanos decían tampoco tener dato alguno.
Ian apretó los dientes. Él no había dicho nada de eso a Ivonne. Quería buscarla y ponerla lejos de aquel hombre, pero sabía que no conseguiría nada. Mostrando una increíble destreza, realizó una pirueta en el cielo que lo colocó frente a Yaco.
Los dos comenzaron a luchar a puño limpio, pero con aquel incremento extra de poder que les brindaban los protectores de sus tierras de origen. Ambos recibieron múltiples golpes del otro, pero no cedían terreno. La forma en la que se movían parecía una coreografía de pura fuerza y extremidades golpeando o protegiendo. Los puños y patadas destacaban, hasta que de un momento las manos de ambos contrincantes chocaron unas con otras.
Se soltaron y retrocedieron, solamente para retomar la danza de fuerza y virilidad. Ivonne llevó su mano derecha a la altura del pecho. De acuerdo a su hermano mayor, Yaco era un hombre temible, pero aquel joven de dieciséis años parecía darle bastante pelea. Era aquel mismo muchacho que vio aterrado cuando ocurrieron los hechos en Puerto Estrella.
—Ian es impresionante —vociferó, al mismo tiempo que no podía ocultar su preocupación—. Es tan fuerte, y tan noble a la vez.
—Tú ya deberías admitir que te lo quieres «comer» de una buena vez —susurró Roberto al oído de la joven fémina. No contó con su agilidad para tomarlo del cuello y aplicarle una llave de lucha libre.
—Y tú mejor deberías cerrar el hocico cuando nadie te llama, Robertito —bufó la princesa de Áeronima, soltando de inmediato a aquel weón cuando vio que Ian recibió un golpe en el abdomen que lo dejó sin aire por un par de segundos.
El pibe ojiverde tenía algo importante en mente. Necesitaba un leve momento para distraer a Yaco y darle el golpe decisivo, por lo que concentró todo su poder en ambos brazos, cosa que el hombre también notó. También usaría todo de su arsenal. Los dos lanzaron la energía acumulada en dirección al otro. Rob tomó a Ivonne de la mano, ya que sentía que el choque de poderes podría provocar una explosión. Ivonne miraba con preocupación aquel lugar en el que se desarrollaba el conflicto principal.
—Mejor nos alejamos más antes de que esto se ponga mucho más feo, princesa —advirtió el vato.
—Pero Ian nos puede llegar a necesitar —respondió la mina sin sosiego al ver como aquel muchacho de gran corazón enfrentaba a un poderoso enemigo.
—Normalmente alguien con mi capacidad para ayudar debería estar sirviendo a la nobleza, pero es mejor ponernos a salvo o no podremos volver a ayudar en nada nunca más —sugirió el hijo de la sacerdotisa—. Momento, ¿qué es lo que en realidad sientes por ese jovenzuelo que está dando su mejor esfuerzo en aquel combate, princesita?
»Puedo ver en tus ojos que realmente estás más que preocupada por ese chico.
La mina lanzó un canto rodado en la napia de aquel chamo a modo de respuesta a su comentario anterior.
—¿Tú no tienes otro lugar para decir estupideces? —inquirió la princesa con la ceja derecha arqueada.
—No, hoy no —respondió el chico, frotando sutilmente el lugar que había sido golpeado la roca que le fue arrojada por la princesa—. Tú y yo mejor nos vamos. Más vale que digan que aquí corrió que aquí murió.
—¿No querrás decir: «más vale prevenir que lamentar»? —inquirió ella, volteando un leve segundo en dirección a los otros dos. La cantidad de fuerzas desplegadas la dejó boquiabierta,
—¡Pero bien que entendiste! —proclamó Roberto. Notó que ella estaba distraída, así que la volvió a tomar del brazo—. ¡Y no me ignores!
—¡Suéltame, asqueroso! —El hijo de la sacerdotisa negó con la cabeza.
A pesar de que ella seguía a la negativa, no había mas que pudieran hacer por el momento. Rob de igual forma la alejó del lugar, pero tomaron rumbo en dirección contraria a la que corrían los soldados enemigos. Debían al menos estar algo cerca del gran dragón de la tierra.
—No se le ocurra morir, alteza —pidió la bendición de la sacerdotisa—. Por favor, regrese sano y cal... Sano y salvo.
—Ian... —murmulló una angustiada Ivonne que soltó un par de lágrimas—. Por favor, no mueras.
»Vuelve con nosotros. Vuelve conmigo.
La piedra que la chica en su hombrera se iluminó con un destellos verdoso por un par de segundos.
Con desasosiego en su corazón, la chica se preguntaba si aquel caballero con el que soñó era realmente aquel chico con aquella masa verdosa que lo seguía a todos lados. Varias explosiones más tuvieron lugar en el campo de batalla, muy cerca del lugar en el que se desarrollaba el evento principal. Ella deseaba que regresara a su lado. Tenía un plan para que él no se alejara más. Estaba preparada para correr el riesgo, incluso si un día tenía que dejarlo ir.
«También soy una traidora», pensó con una terrible pena.
El dragón terminaba de espantar viejos y viejas, mientras se percataba de la presencia de los amigos de Parker, pero no veía al muchacho. Entonces, sintió dos presencias muy poderosas cerca del campamento destruido. Algo lo puso en alerta.
—Te dejo el resto a ti, jovencito —comentó el alado y enorme reptil de color cobrizo—. Confío en ti, Parker... Quiero decir, Ian.
Los golpes de energía de Ian y Yaco habían colisionado uno contra otro. El ganador sería el que pudiera derribar al otro, no obstante, la manera en la que ellos se levantaron anunciaba que todavía no se acercaba el final del enfrentamiento. Seguía batiéndose en un frenesí que parecía eterno.
—¡Es mejor que te rindas, basura asquerosa! —guarreó el comandante enemigo, apretando los dientes y desfigurando su rostro mientras seguía el ritmo del combate contra su joven contrincante—. Se nota que no has entendido nada de lo corrupto que es este mundo.
—¡Te equivocas! —respondió Parker a su oponente, mostrando una determinación total—. No todo en este mundo es de esa forma.
»Entiendo que tengas un resentimiento muy bien fundamentado contra aquellos que tienen el poder en sus manos. También debes entender que yo desconozco mucho de ese bajo mundo. Detente, y luchemos juntos, por favor.
»Quiero que seamos aliados en una lucha, porque la causa por la que has ayudado a tantos de tus seguidores me dice que en realidad añoras que se haga justicia. No caigas en la venganza, ya que te traerá más dolor.
Ian recordó que un par de años atrás, él arrojó al río a una chica de la que se enamoró junto al nuevo novio de esta. Ella lo había rechazado tras confesar su amor un par de semanas atrás al decirle que era «el baboso y raro acompañado de una bola de baba». Las fuertes corrientes los arrastraron un par de metros, pero el arrepentimiento pudo más, así que ideó una forma para salvarlos con unas cuerdas y árboles cercanos. Lo logró justo antes de que un viejo árbol colapsara.
De vuelta en el pueblo, confesó lo que hizo. No solamente se ganó un buen castigo en casa, también palabras de odio y otras más que le fueron hirientes por semanas. Estuvo por meses sin salir de casa ante la vergüenza y miedo que le provocaba el rechazo. Ya lo habían repudiado antes de aquel evento. Ya no podía más.
Sus papás estuvieron a su lado, brindándoles ánimos, y una noche, antes de dormir, sintió algo cálido que le brindó ánimos y fuerzas para salir de casa. Al día siguiente encontró a Gelatín encima de su abdomen.
«Gelatín me ha observado desde siempre, incluso cuando yo cometí aquella equivocación tan terrible que pudo costar vidas», meditó.
—¡Ya cállate, mocoso! —bramó el hombre. Su rostro estaba rojo, mientras que volvía a desplegar aquella energía siniestra.
«Esa cosa no lo deja pensar con claridad», pensó, lleno de tristeza.
Yaco rugió con todas sus fuerzas, pero tras recordar a las personas que lo adoptaron como su hijo, Ian no iba a permitir de perder un encuentro tan importante importante. Además de la familia que le brindó un nuevo hogar, Ivonne, el viejo Daichi, Gelatín, la sacerdotisa, y hasta Rob formaban parte de un importante lazo para él. Todavía había más de su poder en su interior, así que haciendo uso de este, lo lanzó contra su oponente, acompañado de un grito feroz con el que anunciaba que tenía tanta energía como para pelear el día entero.
Hubo una explosión en el lugar. Ante los ojos incrédulos de Ivonne y Roberto, la onda expansiva se acercaba a su ubicación. El gran dragón de Terradamar se dio cuenta de ello, así que creó una barrera de tierra para proteger a los amigos de su protegido.
Ivonne gritó el nombre del chico, en desesperación por saber de él. Estaba altamente alterada por no verlo. Él no merecía morir de esa forma. Era un muchacho con buenos ideales y deseos de crear un mejor futuro para su tierra de origen. También era el chico de sus sueños, uno que en realidad merecía un mejor futuro y vida.
—Deberías hacerlo tuyo si sigue vivo, princesita —bromeó Roberto—. Pobrecillo de ese chico.
»¡Seguramente va a necesitar mucho amor y cariño de tu parte!
—¡Ya cállate, imbécil! —reclamó Ivonne, aplicando un tirón de orejas que hizo que este tuviera que suplicar y pedir disculpas.
—El joven Ian está a salvo, muchachos —anunció el reptil a los panas de su protegido—. No hay razón para sentirse mal.
Y era cierto. A pesar de la explosión, tanto Ian como el otro sujeto estaban vivos. Ivonne y Rob llegaron al lugar, viendo que su amigo era el primero en levantarse. Los dos corrieron a abrazarlo. La morra se sintió más que contenta de verlo a salvo. Soltó en llanto mientras se aferraba al pecho de este.
La ropa del joven estaba en mal estado. Peor que lo que estuvo cuando la mina lo conoció. También tenía algunos raspones, cortes, estaba sucio y bastante despeinado. A Ivonne no le importaba. Solamente se alegraba de verlo con vida. Tampoco le importaba si olía a sudor y sangre.
—¡A veces el amor lastima! —mencionó el muchacho a sus amigos, ya que estaba cansado y adolorido. El apretón que ellos le daban no aminoraba aquella sensación, sino, todo lo contrario.
—¡Lo siento! —expresó Ivonne apenada. Se limpió las lágrimas y sonrió para el chico.
—Lo que ella dijo, por dos —anunció Roberto
Unos segundos más tarde, y ante sus miradas temerosas, Yaco también se puso de pie. Sin embargo, parecía reconocer su derrota y a su rival como un digno adversario con una sonrisa que alivió a Ian. Ya no podía detectar aquella energía extraña. Yaco le estiró la mano.
—Será un honor pelear contigo para librar al mundo de otro tipo de sabandijas —profirió el hombre de Volcabrama—. También me gustaría enfrentarte, pero otras condiciones. deseando volver a enfrentarlo un día, pero en diferente condiciones. Lamento también ponerte en una difícil situación, así que me encargaré de la reina con mis propias manos.
»Eso quiere decir que debo marcharme lo más pronto posible para anular mi plan de una alianza con ella, y por supuesto, aquel embarazo. Después, comenzaré mi lucha para librar al mundo de otros males. Puedes unirte cuando lo desees.
—Espero que tengas éxito, Yaco —respondió el joven y todo meco gobernante de Terradamar, acercándose a él para estrechar lazos. De pronto, y sin previo aviso, un escalofrío recorrió el cuerpo de Ian.
El soldado misterioso apareció, usando una lanza para atravesar el pecho de Yaco. Los tres jóvenes se sorprendieron ante tal acto. ¿Por qué lo había hecho?
—Eres patético, Yaco —vociferó aquel otro sujeto, todavía con el rostro cubierto por la capucha y una tela negra que cubría parte de su rostro a la altura de los ojos—. Te derrotan de la manera más patética y ya haces amigos con los enemigos.
»En fin, tu misión aquí era la de recuperar el orbe del guardián de Áeronima y llevar el cubo del dragón a casa. Fallaste en ambos encargos, así que no hay razón para seguir en este sucio lugar.
Aquel hombre era de tez trigueña. Sus patillas delataban un cabello negro. Veía con curiosidad a los tres jóvenes, hasta que de pronto, su vista se fijó sobre Roberto. Sonrió con malicia, mientras este retrocedió unos cuantos pasos ante el miedo que le provocaba.
—Yo conozco esa voz —declaró Yaco—. Tú eres... Tú eres...
El comandante no terminó la frase. Murió por la herida que se le había hecho momentos atrás. Ian y los demás estaban aterrados, pero este sujeto tenía un as bajo la manga.
—Terradamar es realmente aburrido, ¿saben? —dijo con guasa—. La verdadera acción y diversión se encuentra en estos momentos en Áeronima.
—¿Eso qué significa? —inquirió el joven monarca.
—La reina nos ordenó acabar con el antiguo gobierno y su gente para poder extender nuestros territorios.
—No es posible... —expresó Ivonne con una mueca de repleto terror.
—Lo es, princesa —afirmó el desconocido, buscando al tercero del grupo con la mirada—. Pero si usted me acompaña ahora, tal vez nos retiremos de su ciudad.
—No debes confiar en las palabras de ese sujeto —anunció Ian, clavando sus ojos en aquel extraño. Avanzó hacia adelante. Todavía podía luchar.
El hombre de pitorreó ante la imprudencia del joven rey. Todavía tenía que crecer bastante antes de brindarle el espectáculo que deseaba.
Ivonne cayó de rodillas, había una posibilidad de que las palabras de aquel masculino fueran ciertas. La mejor opción que tenía ahora era su propia rendición.
—No lo hagas, Ivonne —clamó el morro—. Yaco me dijo que la gente de Volcabrama suele apuñalar a otros por la espalda, así que creo que él te traicionará y acabará contigo sin pensar dos veces. Es demasiado riesgoso.
—¿Y piensas que yo no arriesgo nada? —reprochó la morra—. Mi familia y verdaderos amigos están en mi ciudad.
»No puedo... No puedo dejarlos así.
La chica estaba por irse con el aquel extraño, cuando de pronto este atacado por un objeto lanzado por alguien más. Era una multitud de entre cuarenta y cincuenta personas, todos ellos eran gente que trabajó pasara el comandante de Volcabrama al que asesinó.
El hombre emprendió la retirada a pesar de las súplicas de Ivonne de llevarla con él. Había jugado con la mente ella para dejarla llena de desasosiego.
—No puedo... Mi gente...
—Parece que al final se retira ese sujeto también —manifestó el guardián de Terradamar—. Mi deber por ahora es seguir al lado del joven Parker.
Y entonces, el dragón volvió a tomar la forma de Gelatín. Ian estaba feliz de verlo nuevamente, así que le dio un abrazo, mientras sus ojos se empapaban en lágrimas de una más que enorme felicidad al ver nuevamente a su mejor amigo, pero también en la tristeza de ver la muerte de alguien que aparentaba maldad y que tenía el deseo de hacer algo más. Yaco tuvo sus propios motivos para trabajar bajo el mando de alguien a quien en realidad detestaba.
—¡Me hace feliz haber recuperado a mi amigo! —declaró el chico, mientras abrazaba fuertemente a su slime.
«Pero ahora, toda esta gente requiere de ayuda y no sé qué hacer», reflexionó el joven monarca de Terradamar.
De pronto, una mano se posó sobre la suya. Creyó que se trataba de Ivonne, pero había sido Roberto. Él sonrió al verlo a salvo. Ian le devolvió el gesto, aunque apenado de pensar que había sido la chica
—Bueno, amigo, tú debes decidir qué camino tomar ahora —pronunció con una mueca alegre—. Tú eres el mandamás de estas tierras.
De pronto sintió que alguien lo rodeó por detrás. Esta vez si se trataba de la chica. El castaño no pudo evitar sonrojarse, así como sentir que la felicidad lo invadía por completo. Ella era su estrella caída del cielo. Era su prometida inicial también. Era la chica de sus sueños.
—Ian, quisiera saber más de lo que hablaste con Yaco —pidió la chica—. Creo que hablaron de más cosas. Además, ahora que lo veo, tal vez su plan no sea del todo descabellado.
Aquello llamó la atención del pibe. Ella lo soltó y avanzó lentamente hasta que sus miradas se cruzaron. Las mejillas de la chica estaban enrojecidas. Quería gritar que amaba al vato, pero no tuvo la valentía aún para hacerlo.
—Papá me dijo que no hay nada mejor que ayudar a quien lo necesita —dijo ella—. Tú necesitas más ayuda que mi pueblo en estos momentos. Tengo un plan que puede servir para atraer la atención a mi continente, pero también debes estar allí.
Ian levantó la ceja. Quería escuchar aquello.
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