El barco

Los tres chicos habían sido acogidos en el palacio del emperador de Carvernova. Rob e Ian compartían habitación, mientras que la princesa de Áeronima tenía una para ella sola. Y en ese instante, el joven rey decidió ir a visitar a la muchacha. Tenía ganas de saber cómo estaba. Él mismo quería ir allá para cuestionar al rey de Áeronima sobre lo que le fue contado por Yaco, pero también para aprender más de la gente con la que su verdadero padre formó una alianza y también la razón por la que fue prometido a Ivonne.

Y al llegar a la habitación, notó que la puerta estaba abierta. No había luz, pero escuchó unos sollozos. Estos provenían de la chica. Ella estaba recostada sobre la cama, y fue así que el muchacho tomó el cristal que adquirió para él en Cristalión. Pudo sentir una corriente de energía recorriendo su cuerpo, misma que transmitió al objeto para iluminarlo y así obtener algo de iluminación.

El jovencito se sentó al lado de la mina. La abrazó, dispuesto a escucharla y aligerar la tristeza que la aquejaba. Ella se aferró al pecho de este, preguntando la razón por la que decidió ir a Áeronima a pensar de la forma en la que lo había tratado durante su viaje por Terradamar. Finalmente, enjugó sus lágrimas.

—Mi gente necesita unión —declaró, mientras se aclaraba la garganta—, pero al mismo tiempo, estoy preocupado por las consecuencias en Áeronima.

»¿Soy un cobarde? —inquirió con una mueca seria.

—Eres la persona más valerosa que conozco —respondió ella—. No te voy a negar que tengo miedo, pero estoy segura de que papá te ayudará.

»Al final, esta tierra necesita más la ayuda que la mía, y él siempre pone en primer lugar a otros antes que a él. —Sonrió y colocó su mano en el hombro ajeno.

El pibe la observaba sorprendido.

«Creo que mi padre e Ian comparten muchas cosas», meditó la muchacha.

Después, el joven bostezó. La princesa notó que se veía cansado. Ya era muy tarde. De hecho, se sorprendió de verlo entrar a su habitación, pero no había dicho nada porque su sola presencia le hizo sentirse de mejor ánimo.

Nuestro prota había tenido problemas para dormir, ya que su compañero de cuarto roncaba como camión averiado. Esta fue la razón por la que se alejó de él para buscar relajar su sentido de la audición.

Gelatín, bueno, no se sabía si dormía o se hacía el muerto. Aunque seguramente la estaba pasando de maravilla al tener un cojín para él solo. Le gustaban mucho cuando eran tan blanditos como él.

—¿Tuviste una mala noche? —cuestionó la mina.

—Roberto ruge peor que el estómago de una persona que está pasando por una terrible hambruna al dormir —replicó el vato entre risas.

La chica se unió a él, y más tarde, se acercó para levantarse un poco de la cama y darle un beso en la frente al pibe. Volvió a acomodarse a su lado. El chico estaba confundido y agradecido a la vez de tener su compañía.

—Barth y yo terminamos de trazar los nuevos caminos —afirmó el rey de Terradamar—. Ahora es cuestión de saber más sobre lo ocurrido en Sismónica y Rocalle.

»Tengo fe en que se logrará esta unión que deseo, y que también nuevos poblados pueden surgir.

—¿No tienes curiosidad de ver tu antiguo hogar? —preguntó la princesa de Áeronima, observando los encantadores ojos del jovenzuelo a su lado.

—De acuerdo a lo que sé, Gredesanía es un lugar en ruinas —aseveró el mandamás del continente del elemento tierra. Su mirada estaba en el techo, como si estuviera pensando en algo—. Aunque me muero de curiosidad de estar allí, sólo será buscar fantasmas de un pasado muy difuso.

—¿Desde cuándo le das más importancia a tu presente? —cuestionó la chica a modo de broma, dando un codazo en la costilla del pibe—. Estuviste preguntando tanto de tu familia y el pasado, que ahora me me sorprende escucharte más centrado en el aquí y ahora,

—No todos los días te secuestran, marcan con metal ardiendo y te proponen embarazar a tu peor enemiga —replicó el chaval. Ciertamente, el futuro de lo que podría pasar con la reina era preocupante, pero pensar en lo que veían sus ojos le prendaba una sensación de tranquilidad, a diferencia del pasado o el futuro.

—Terrible, oremos. —Comentó el tercer miembro humano del grupo, haciendo su aparición—. Uno no se puede dormir porque andan bien juntitos en un cuartito seguramente para aparearse.

—Si me permites, lo voy a mandar a dormir esta vez —comentó Ian después de levantarse. Tomó a Roberto del brazo y se lo llevó a la fuerza.

La princesa solamente se limitó a sonreír.

«Tengo la sensación de que aquí hay algo más», pensó preocupada por el cambio tan repentino en la forma de actuar del emperador Barth.

[...]

Al día siguiente, Ian se levantaba después de poder dormir un poco tras dar un golpe que dejó inconsciente al hijo de la sacerdotisa. Este todavía no despertaba, pero al menos se aseguró de que siguiera con vida. El lugar contaba con una ducha, por lo que fue a tomar un baño fresco, pero cuando salió, estando todo desnudo, Roberto ya habían despertado.

—¡Mis ojitos! —gritó aquel chaval—. ¡Esa cosa es enorme!
El de tez trigueña tapó su vista con las manos. Ian se tapó aquel lugar. Su rostro adquirió distintas tonalidades de rojo ante la «penosa situación». El hijo de la sacerdotisa descubrió un poco su cara.

—¿Volteó para otro lado o tengo que aguantar ver esa cosa monstruosa? —demandó con hastío.

—¡Pues yo no tengo la culpa de que no cierres esos ojos cuando estoy como mamá me trajo al mundo! —bufó el joven rey—. Mejor cierra esos ojos puercos porque me voy a tomar mi tiempo para vestirme.

—Yo mejor me voy a duchar. —Roberto se levantó, y observó con nerviosismo al otro. Se sentía diminuto tras ver aquello que no pidió—. El emperador fue muy amable al darme ropita nueva porque yo ni equipaje traía conmigo.

»Yo solamente estaba allí para apoyarlos a rescatar a la masa verdosa esa, terminé viendo cosas que me van a dejar traumas por toda la vida.

Ian se quedó petrificado ante esas palabras. Había olvidado que Gelatín también estaba en la habitación. Ahora que sabía que era el gran dragón de Terradamar, se sentía más que apenado por sentirse observado por su amigo mientras estaba desnudo,

«Estos humanos y sus cosas triviales», juzgó el guardián.

Afuera de aquella, habitación, Ivonne se recogía el cabello en una coleta hacia atrás. Se puso una ropa similar a la que le fue brindada por los padres del chico allá en Puerto Estrella. El clima era algo caluroso, así que decidió llevar ropa que le permitiera refrescarse. Después, exhaló en señal de agotamiento. Estuvo pensando en qué tan correcto era llevar a Ian a su hogar.

Muchas vidas podrían estar en riesgo si la reina de Volcabrama tomaba la decisión de desatar su furia con tal de buscar a su pretendiente, pero...

«Todavía no sabemos si ella aceptó la proposición de Ian y Yaco», meditó.

Existía la posibilidad de que lo rechazara. Sin un gobernante, podrían darse nuevos problemas para Terradamar si este no se unía y la reina se enteraba de lo vulnerable del continente.

«Podrían pasar cosas peores», reflexionó tras verse al espejo.

—Por ahora, debes apostar de un solo lado del problema —anunció la voz del guardián de Áeronima para la chica—. Habrá que pensar en las alternativas, y tener fe en una propuesta tentadora y peligrosa a la vez.

»El saber que Barth confió en el joven rey, da esperanza a que este pueda preparar planes alternos en caso de que el gobernante absoluto fracase,

»Por el otro lado, eso significa que debemos tener en cuenta que Terradamar tendrá que apartarse un momento de nosotros, salvo por su rey, del que fingiremos su secuestro.

Ivonne volvió a recordar los gestos sonrientes de Ian, el color de sus ojos, el calor del contacto con su piel, pero también recordó aquella mirada vacía cuando fue rescatado, o su mirada inquieta al contar que el miedo lo llevó a tomar una decisión de la que ahora estaba arrepentido.

«Ivone, me arrepentido de este plan. No debería seguir adelante, pero, estoy aterrado de que la reina de Volcabrama haya aceptado la alianza», dijo el pibe a través de un recuerdo que vino a la mente de la mina antes de que esta última revelara su plan con el que tal vez podría brindarle un respiro.

«Me ha costado perderlo para admitir lo que siento por él», reflexionó la chica. Salió de la su habitación, una bastante sencilla, hecha de roca, y en la que había un cuarto de baño a la derecha, una cama, y una cajonera de madera de roble para guardar ropa.

Aunque estaba acostumbrada a los lujos, aquello le brindaba mucho espacio, pero solamente sería por unos días, así que pensó que se desharía de varias cosas al volver a casa. Estar lejos le brindó nuevas perspectivas sobre la vida de otras personas.

Los tres panas caminaron por los pasillos, practicando al mismo tiempo. A la morra le llamó la atención ver al castaño apretando los dientes y con el rostro marcado por sus venas de la frente, además de una coloración rojiza dada por la cólera que tenía al estar cerca del otro. Roberto tampoco lucía una buena cara.

El joven gobernante absoluto y supremo de Terradamar quería destruir al hijo de la sacerdotisa, y este lo fulminaba con la mirada como respuesta.

—¿Y qué les pasó a ustedes dos, locos? —inquirió la vata.

—Hay enormes problemas de los que prefiero no hablar —respondió Roberto a regañadientes.

—Pues bien que estuviste de chismoso en lo que no es tu problema —contestó Ian al de cabello negro.

Los dos intercambiaron miradas cargadas de tensión, cuando de pronto, una chica de una edad similar a ambos apareció. Tenía cabello negro a la altura de su barbilla, una tiara de plata con incrustaciones de piedras preciosas, un vestido blanco que dejaba al descubierto sus ojos, pero que hacía resaltar su femenina figura. Llevaba unos zapatos de plataformas en color beige.

«Por mujeres tan hermosas como esta chica, estoy dispuesto a llamar suegro al Barth», pensó Roberto.

Ella lo ignoró y fue directamente a ver a Ian.

«¡Qué injusticia! ¡Yo estoy más hermoso que ese otro!», bufó en su mente, mientras ellos parecían conversar.

«¡Tal vez Ian tiene la intención de competir conmigo, y por eso mostró su porquería, pero creo que a Kaia le puede gustar alguien que cuide de ella, y no un canalla que cree que por su bestia sin patas va a dejar locas a las mujeres», juzgó, rechinando los dientes.

—Mi padre desea hablar con usted, majestad —profirió la muchacha con la mano a la altura de la boca y una mueca repleta de alegría y nerviosismo en su rostro.

Ella se acercó a él para murmurar algo, lo que no fue de agrado para el chico de cabello negro, ya que al notar el sonrojo en el rostro del otro, creyó que Ian estaba coqueteando con ella, ya que este hizo exactamente lo mismo.

—Ahora permítame llevarlo con mi papá —pronunció la mina, e Ian aceptó. Hizo una ademán para que los otros dos también los siguieran, y ellos caminaron por detrás de los miembros de la alta sociedad de Terradamar.

—No es justo que sólo se fijen en él —balbuceó Rob con molestia—. Habemos otras bestias sexis por aquí.

—Pues además de Ian, no veo a otro galán —dijo Ivonne a modo de broma, lo que provocó un descenso en el estado de animo del vato—. Sólo hay un intento y fracaso de imitar una bestia.

Kaia estuvo cerca de caerse, pero fue salvada de manera oportuna por el pibe. Ella agradeció dando un beso en la mejilla a Ian, para más tarde, continuar con su caminata,

—E Ian sigue de facilote  —protestó Ivonne con el entrecejo fruncido.

El grupo fue llevado a la sala del trono del emperador. El hombre se encontraba sentado, con su codo derecho apoyado sobre uno de los bordes, y la mano a la altura de su barbilla. Tenía una mirada engreída,

—Hay algo que quiero mostrarle, joven alteza —confesó Barth—. Se trata de algo con lo que su padre viajó a Áeronima en varias ocasiones.

Ian intercambió miradas con Ivonne. Ella estaba sorprendida, y feliz a la vez de estar cerca de regresar a su querido hogar. Ambos parecían estar muy complacidos con la información que el padre de Kaia les brindó.

—Sin embargo, tengo una condición para mostrar tal objeto, muchacho. —Su mirada se tornó fría y cortante. Un agujero se creó debajo de él, tragándoselo al instante, pero, sorprendentemente, apareció frente al pibe.

Ian se colocó frente a sus dos amigos con la intención de protegerlos ante un posible ataque de Barth, pero esto no ocurrió.

—Seguramente tiene sus dudas, alteza —profirió el hombre—. Le pido que recuerde algo. Usted va a una misión peligrosa. Como emperador y aliado, es mi deber ver si está preparado para lo que tiene en mente.

»He escuchado de poderosas bestias surcando las profundidades de los océanos, así como  de un enorme escualo que se alimenta de viajeros.

—¿Quiere decir que me me está poniendo a prueba? —demandó el morro, y el emperador asintió con la cabeza.

Ian cerró los ojos y respiro profundo. Volvió a abrirlos y se acercó más al retador.

—Aceptó el desafío. —Con una mirada firme, estaba dispuesto a demostrar su valía.

—Perfecto —comentó Barth, mirando de frente a su oponente—. Hay una arena a unos cuantos metros por debajo del trono.

El hombre chasqueó los dedos y una una puerta se abrió a dos metros frente a su asiento real. Parecía un enorme túnel.

Gelatín saltó a la cabeza del vato, y se escuchó la voz de la progenitora de este último, alumbrando las gemas y piedras preciosas que había en este camino. Ivonne y Rob decidieron ir a observar el combate entre eso dos, por lo que los siguieron. Kaia iba detrás de ellos, sonriendo y observando fijamente a la bendición de la sacerdotisa a la que no conocía en persona.

Ian estaba nervioso, aún así, confiaba en que las cosas saldrían bien para él. Tenía que dar su mejor esfuerzo y ganar el combate. Barth se veía calmado. Sabía que el chamo no tenía mucha experiencia en combate o en el uso propio de sus poderes, para él, esto sería un duelo rápido. Además, tenía otro motivo más para ponerlo a prueba.

«Fue demasiado ingenuo para aceptar el trato de enviar su semilla a una reina enemiga, y dejar Terradamar para fingir su secuestro e irse a Áeronima es la confirmación de que necesita aprender a la mala», juzgó el hombre.

Tras el pasar de unos minutos, todos llegaron a la superficie. Ian notó que había una arena con unas gradas que estaban vacías.

—¿Cuál es la utilidad de este lugar? —cuestionó el monarca.

—La audiencia puede tomar asiento —comunicó el emperador para responder la duda del jovencito—. En este lugar nuestros mejores guerreros miden sus fuerzas. Es el turno de los dos representantes de nuestro continente lo hagan.

Ivonne y los otros se sentaron en el Lugar destinado para el público. Ellos eran los únicos que observarían el combate que habría entre la nobleza del continente del elemento tierra, El hombre que quitó parte de su vestimenta, dejando al descubierto su torso desnudo y bien definido.

—¡Está mamadísimo! —bramó Rob con los ojos bien abiertos y la boca entreabierta.

—Imagina que sales con su hija, y un día la haces enojar —susurró la princesa para el de cabello negro—. Ese hombre te destruiría en segundos.

Completamente aterrado, Roberto comenzó a temblar. Definitivamente Barth sería un suegro al que tendría que mantener contento, al igual que a su retoño. La idea le hizo reflexionar si era buena idea acercarse a la chica.

Aunque a Ian no le gustaba mucho la idea de que lo vieran con el torso desnudo, también se quitó la parte superior de su vestimenta. Roberto notó que el rostro de Ivonne se tornó rojizo.

—¿No decías que él no te gusta ni poquito? —demandó el muchacho con aire sarcástico.

—¡No fastidies! —protestó la chama.

Fue así que Barth dio la señal para dar inicio al enfrentamiento. Los dos se alejaron un poco de sus contrincantes, estando a la espera del primer movimientos entre alguno de ellos.

El hombre dio un impresionante salto, dispuesto a atacar con un golpe a Ian, pero este logró crear una barrera de roca, y tras el impacto, el chico dejó de estar a la vista de todos los presentes,

—«¡Salavorgo!» —exclamó el muchacho de cabello negro al notar que el ojiverde no estaba por ningún lado—. ¿A dónde se fue nuestro muchacho?

Una mano surgió de la tierra, tomando al hombre de un pie, pero este se percató de lo que su oponente trataba de hacer. Saltó nuevamente, con el objetivo de usar pierna libre para librarse del weón y mandarlo contra el suelo.

El chaval gimió de dolor tras la caída, pero todavía le quedaba mucho para dar en el enfrentamiento. Dado el físico bien trabajado y la agilidad de su contrincante, una pelea a puño cerrado sería una gran desventaja para él, por lo que necesitaba ganar con estrategias, fue así que pensó en algo que podría definir la disputa.

—Eso es muy peligroso —dijo el gran dragón para la mente del joven monarca,

—Es un gran riesgo que estoy dispuesto a tomar, amigo —replicó el muchacho con un ardiente fuego en su mirada—. Estoy dispuesto a darlo todo para vencer fácilmente a mi oponente sin provocar muchos daños.

—Eres bastante noble, Ian.

La voz de la verdadera forma de Gelatín dejó de escucharse. El castaño testaba completamente seguro de que se debía a que su compañero le estaba dando el voto de confianza.

El cuerpo de Ian comenzó a cubrirse de un manto de energía de tonos anaranjados y cobrizos. Irradiaba más fuerza y esplendor que en la batalla contra Yaco. Ivonne y Rob sabían que eso le ayudaría a aumentar su resistencia, pero no estaban seguros de si sería buena idea atacarle desde la distancia. Un combate cercano con Ian sería lo mejor para el oponente del chico en este estado.

El emperador estaba pendiente de los movimientos del chamo, por lo que le invitó a atacarlo. Conocía a la perfección la fuerza de la nobleza de Terradamar, así que estaba preparado para un contraataque.

El pibe reunió parte de esa energía en las manos para lanzarla en la forma de dos esferas que se dirigían directo a los pies de su rival.

—Está cometiendo semejantes idioteces —comentó la princesa—. El emperador posee gran fuerza en las piernas.

El hombre saltó lo más alto que pudo, y al descender, el suelo comenzó a sacudirse de forma violenta de tal manera que el pibe perdía el equilibrio. Este usó su poder para mantenerse firme sobre la tierra y no caer, pero el emperador Barth se preparó para su siguiente movimiento,

—¡Adiós, Alteza! —afirmó el hombre, y el chico cayó por la enorme grieta—. Si se deja vencer así de fácil, quiere decir que no está listo para proseguir con sus planes.

»Me veré forzado a tomar el liderazgo del continente tras su muerte,

Aquellas palabras preocuparon a Ivonne, mientras Ian luchaba por no ser apretado por la grieta que se estaba cerrando alrededor suyo con cada segundo.

—¡Papá, detente!  —rogó Kaia—. ¡Por favor, no mates al chico!

Mantener lejos la tierra de su cuerpo era atenuante para el chamo. Comenzaba a sentir mucho dolor en todo el cuerpo, pero estaba dispuesto a soportar más dolor para seguir con su plan y ganar el combate contra el otro miembro de la realeza en el continente. También lo hacía porque quería llevar a Ivonne a su hogar. De pronto, sintió un hormigueo en la espalda. En las gradas, Gelatín comenzó a agitarse.

—¿Qué pasa, Gelatín? —cuestionó la princesa de Áeronima—. ¿Ian está en peligro?

No hubo respuesta alguna del slime...

La grieta se cerró, Ivonne soltó un grito ahogado ante lo ocurrido. Rob se quedó petrificado, y la hija de Barth llevó sus manos a la altura de la boca. De pronto, un montículo de tierra apareció, y se hizo más grande. Ian emergió de allí. El aura que lo rodeaba había tomado la forma de una armadura que tenía algunos detalles como alas y cola parecidas a las de un dragón.

El chico se lanzó en contra del emperador. Ambos comenzaron un forcejeo. Pero el menor de ellos ahora tenía un mayor control de sus poderes, uno que parecía estarle dando una ventaja sobre su oponente, ya que este comenzó a retroceder. Era imposible para el emperador mantenerse al margen de la verdadera realeza del continente te, especialmente cuando tenía el favor del guardián de Terradamar.

De pronto, el hombre se hincó ante la fuerza y poder del muchacho. Era una labor imposible para él. Su mirada reflejaba la sorpresa que tuvo al sentirse superado por un joven que tenía poca experiencia. Sonrió al aceptar su derrota.

—¡Suficiente! —gritó Ivonne—. Creo que queda demostrado que Ian es el ganador de este encuentro.

El chico cayó al suelo, no estaba inconsciente, solo hambriento, situación que fue evidente en el momento que su estómago rugió con intensidad. Uso energía de más y sin haber desayunado.

—¡Vaya que se ha ganado mi respeto y una buena comida, alteza! —rugió Barth entre risas—. Antes de mostrar lo prometido, y de que se vaya de viaje, se preparará una buena comida para usted y sus amigos.

[...]

Los tres panas estaban encantados con toda la cantidad de comida que había para ellos. Ninguno de los dos chicos de Terradamar se había dado un festín de ese calibre, mientras que para la princesa era algo normal ver unas cantidades groseras de diversos platillos. Aquello le hacía recordar los días en su hogar junto a sus padres, hermanos mayores y amigos.

—¿Pasa algo, Ivonne? —preguntó el prota, más no recibió una respuesta.

—Seguramente está preocupada una vez más por su hogar —comentó Rob—. Es algo natural por lo que ese sujeto odioso que acabó con Yaco nos dijo. La verdad es que yo estoy preocupado por mi mamá.

—Deberías volver con ella —dijo Parker a su mejor amigo humano.

—No es que no quiera —profirió tras una profunda exhalación—, es una más bien que sé que debería de estar aquí, bro.

—¿Estás seguro, Rob? —preguntó el ojiverde , mientras el otro le clavaba el diente a una pierna de pollo rostizado.

El otro chico solo hizo un ruido para confirmar que estaba seguro de su decisión. Quería aprender cosas nuevas en Áeronima, situación a la que no llevaría si decidía volver con su madre. La amaba, pero debía dejarla en algún momento de su vida para buscar su propio camino.

—Rob está en lo cierto —declaró la princesa después de un rato—. Me preocupa que nuestro nuevo plan salga mal, así como la situación de la guerra en mi tierra.

»Perdón por no responder antes, es sólo que la ansiedad y pensar en el futuro no me dejan tranquila. Ian, te amo. Te amo tanto.

Ian quedó sorprendido ante la declaración de la chica. No estaba seguro de si estaba diciendo la verdad, pero cuando ella se le acercó y lo miró fijamente, pudo ver que también había arrepentido en sus ojos.

—Ahora que siento que en parte te estoy perdiendo, me doy cuenta de lo mucho que significas para mí —reveló, colocando sus manos en las mejillas del vato. Se acercó más para sellar sus penas con un beso—. Confieso también que es la razón por la que te pedí que viajaras conmigo.

»¡No quiero perderte! ¡Soy tan egoísta, que no me importaría si cambias de opinión!

Ian abrazó a la chica. Dejó que esta se desahogara. Rob se limitó a observar, cuando de repente, Kaia se sentó a su lado.

—¿N-no cr-crees que debería-deberías comer? —cuestionó con timidez—. Me dio la impresión de que tenías, ya sabes, mucha hambre.

—Tienes razón —replicó con rubor en sus mejillas—. Me tomó por sorpresa lo que pasó con esos dos.

Barth se limitó a observar con interés la situación.

«No tengo la mínima idea de lo qué pasa por la mente de estos muchachos, pero se nota que han sufrido tantas cosas y han hecho elecciones difíciles», pensó el emperador.

«Desde dejar sus hogares, aventurarse a lo desconocido, renunciar varias veces a lo que su corazón les pedía, hasta tomar la dura elección de una alianza problemática en el caso del muchacho», se aclaró la garganta después de meditar la situación.

—Ivonne, eres tú a la mujer que amo —anunció el joven rey-—. Esta es la razón por la que voy contigo, pero también para dar tiempo a esta tierra de florecer. Me siento como un cobarde, pero...

—Es suficiente —interrumpió Barth—. Su alteza, en su nombre, diré que lo conocí y que me puso a cargo para llevar los proyectos que ambos elaboramos para conectar nuestra tierra.

»Si la gente de Volcabrama se presenta, diré que me confió Terradamar en su ausencia, esperando a volver a verlo con vida.

«Si el chico hizo que su slime se convirtiera en el protector del continente, significa que no debe olvidarse del amor que hay en su corazón. Uno que va más allá de la chica que ama, pero que es la raíz del todo», juzgó Barth.

—Agradezco su ayuda —contestó Ian—. No sé lo que haría sin una mano aliada como la suya.

—No olvide que nuestro guardián también está conectado a usted y a su corazón —pronunció el hombre—. Puede parecer un débil slime, pero se nutre de sus sentimientos.

El muchacho miró a su mejor amigo. Tenía todo el sentido del mundo que tuviera una conexión especial con él. Lo colocó sobre su cabeza, y con los ojos y boca cerrada, dio gracias a través de sus pensamientos.

—También te agradezco por ayudarme a retomar mi verdadera forma, Ian —replicó el lagarto con forma de verdín.

[...]

Después de la comida, los tres fueron llevados a una parte más interna en la cueva. La humedad y algunas gotas de agua se hicieron presentes. Había un poco de neblina, y el clima era gélido. Al detenerse, pudieron ver un pequeño de metal.

—Fue un obsequio del padre de la chica que hoy lo acompaña para el padre de usted, alteza —aseveró el emperador—. Ahora es todo suyo.

—¿Puede hablarme de mi padre? —demandó el monarca.

—No —comentó el hombre como respuesta—. Habrá escuchado distintas versiones de él. La suya debe encontrarla o...

—Sólo quería saber cómo sé conocieron —dijo el chico—. Lo he visto en mis sueños.

»No hay más necesidad de abrumarse.

Mientras aquellos dos caballeros hablaban, Roberto sintió que un par de brazos lo rodeaban. Alguien besó su oreja derecha. Sintió un pequeño cosquilleo, pero al notar el rostro de la hija del emperador, se soltó rápidamente, más que nada ante lo extraño que le pareció la situación.

—Perdóname —dijo la chica cabizbaja—. No debí... Es que eres un chico lindo, y no sé cómo acercarme.

Se cubrió el rostro, y estuvo al borde del llanto.

—perdóname tú a mí —mencionó el chico—. No creí que una bella y hermosa dama pudiera fijarse en un tonto y simple pobretón como yo.

La chica se acercó al hijo de la sacerdotisa. Sonrió penosamente y lo tomó de las manos.

—Cuando regreses, quiero tener una cita contigo, Rob —expuso la piba.

—Por supuesto, mi querida Kaia —mencionó el chico. Llevó la derecha a la altura de su nuca—. Me gustaría decir que te voy a escribir, pero sería difícil que llegue el correo de Áeronima a Terradamar.

»Tampoco quiero ser la razón por la que salgan mal las...

Ella lo besó. Con los ojos bien abiertos, y lleno de incredulidad, tardó un poco en responder con sus labios. Cuando lo hizo, su alma se llenó de felicidad. Aquella chica lo flechó con su belleza y personalidad.

—Te amo, Rob —soltó la mina.

—Y yo a ti, Kaia —afirmó el joven de tez trigueña—. Todavía no me voy, y ya te extraño.

Su voz es escuchó entrecortada. La chica le dio un piquito antes de despedirse.

—Te estaré esperando, mi amado.

—¡Es hora de irse, Roberto! —Escuchó gritar a Ivonne.

—¡Ya voy! —anunció este, viendo a los otros dos tomados de las manos.

Las aventuras estaban por continuar fuera de Terradamar, pero los peligros seguramente estaban acechando en el territorio de los otros aliados de Volcabrama: el océano.


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