Día de chicos

Cinco días transcurrieron de manera repentina. La actividad de la capital de Áeronima no cesaba ni un momento, pero, para mala suerte de Ian, Ivonne fue requerida para guiar y levantar el espíritu a las tropas del continente del elemento del viento en una batalla contra los dos ejércitos invasores. Ella era la única persona que podía despertar el poder del guardián de sus tierras, así que su padre le encomendó aquella importante misión.

Ella se mostró renuente en un primer momento, no obstante, sabía que su viejo estaba en lo cierto. Ahora más que nunca, Áeronima tenía una oportunidad para recuperar terreno y hacer que los enemigos retrocedieran. Con el gran ave guardiana, ella tenía al aliado más poderoso de toda Áeronima. Así que tras pensarlo un momento, decidió partir, dejando angustiado y alborotado a Ian, quien no quería estar lejos de ella.

Aunque su amigo de toda la vida tuvo que intervenir un poco para hacer que el muchacho recordase que la princesa era también una guerrera que también tenía que probarse a sí misma en el campo de batalla. Además, también tenía que permanecer un tiempo más en la capital como parte del plan en el que él no era más que un rehén de su corona aliada.

El pibe entendía la situación. No era de su agrado; empero, confiaba en que la chica que amaba llegaría a salvo al lugar al que debía ir. Cerró sus ojos, respiró hondo hasta que pudo hacerlo con calma. Un bello y anaranjado atardecer que era acompañado por el cántico de algunas aves que despedían a la chica y a un pequeño escuadrón de veinte hombres. Ivonne e Ian se tomaron de las manos. El chamo puso la diestra en la mejilla de su amada antes de besarla con ternura y darle un abrazo de despedida. Su corazón palpitaba intensamente por la idea de dejarla marcharse, pero tenía su fe depositada en ella.

De vuelta a la actualidad, en una mañana soleada, aunque repleta de una brisa fresca que acariciaba con suavidad las mejillas del castaño, habían pasado menos de doce horas desde la partida de Ivonne, situación que le quitaba el aliento con cada segundo que transcurría. Ian quería hacer algo más que quedarse sin nada por hacer. Ya había tenido suficiente de la monotonía en Puerto Estrella, así que tal vez buscaría aprender cualquier cosa de Áeronima, o tal vez entrenar para volverse más fuerte.

Pensando en alguna situación que pudiera levantarle el ánimo, caminó por el gran jardín en el que noches atrás se tuvieron aquellas visitas desagradables de gente de los continentes enemigos. En el lugar era perceptible el aroma de múltiples flores, cuyos variados colores dotaban de vida, belleza y elegancia al parterre. El fluir del agua que provenía de las fuentes atraía a pequeñas aves que se detenían para beber el líquido vital.

En una banca se encontraba, acostado sobre esta, y debajo de la sombra de un árbol, se encontraba Roberto. Este contemplaba tranquilamente el movimiento de las ramas que eran sacudidas por el viento. Lo hacía mientras reflexionaba sobre su vida, y en lo que pudo ser de esta en caso de tener a su padre consigo. No lo podía explicar, pero desde que conoció a Ian e Ivonne, aquella sensación de no tener uno se había vuelto invasiva una vez más. Gimió por agotamiento al recordar que aunque pensara en ello, no podría cambiar nada. Aquellos momentos de su vida en los que más necesitó de una figura paterna ya habían transcurrido sin la presencia de esta.

De pronto, observó una silueta encima de él, una que eclipsaba con el sol. Se trataba del joven rey de Terradamar.

—¿Qué haces aquí, mi compa'? —inquirió Ian, luego de ver a su amigo.

El hijo de la sacerdotisa exhaló profundamente. Aunque era algo que no deseaba compartir, era un mal mentiroso, así que no tenía otra opción que decir la verdad sobre aquello lo estaba aquejando últimamente.

—En lo mucho que te envidio —dijo, mientras arqueaba la ceja derecha—. Tú tuviste dos padres en tu vida, uno que hizo posible tu existencia, otro que cuidó de ti cuando eras chiquito cuando el verdadero quedó todo tieso. —Se levantó para intentar marcharse, pero fue detenido por el joven rey de Terradamar.

El pibe de tez trigueña se quedó paralizado cuando sintió la mano ajena sobre su hombro. Pensó que escucharía quejas del ojiverde; empero, aquel chico castaño lo abrazó. Los segundos transcurrían con esos dos en la misma posición.

—Lamento mucho la situación amigo mío —manifestó el muchacho al de cabello negro—. Nunca fue mi intención incomodarte, Rob.

No era él quien lo hacía sentir así. Tampoco era su culpa. Todo era provocado por aquel que siempre estuvo ausente en su vida. Se trataba de aquel simple desconocido que tanto daño le hizo por nunca estar con él.

—La verdad es que ni siquiera eres la persona que me pone de malas —confesó el muchacho—. No sé qué me pasa, pero llevo días en los que no dejo de pensar en lo que pudo ser de mi vida si tuviera a un padre conmigo.

Ian realmente no podía contestar a la duda de su pana, pero lo que sí estaba en su poder, era compartir parte del día con él, así que lo tomó de la mano, No le importó si el otro se sentía incómodo, solamente deseaba sacarlo de aquella inquietud que le generaba malestar. Después de todo, Rob era como un hermano, uno molesto y ruidoso. El pibe de ojos verdes realmente no recordaba lo que se sentía tenerlos. Era algo que había olvidado hace años, así que decidió que Roberto era el indicado para recordarle sobre el sentimiento de hermandad.

—¿Y a dónde e llevas con tanta prisa? —cuestionó Rob. Sus mejillas estaban enrojecidas.

De pronto, sintió que Ian lo derribó y comenzó a hacerle cosquillas. El vato de tez trigueña comenzó a reír a carcajadas ante tal acto. De pronto, Ian estaba encima de él. Frunció el entrecejo. Era un momento bastante vergonzoso.

—No vas a besarme, ¿verdad? —cuestionó, pero el castaño negó con la cabeza.

—Toca apretarte esa nariz —declaró, llevando a cabo dicha acción.

—¡Eso no es justo! —protestó Roberto, levantándose y tirando a Ian para luego hacerle cosquillas—. ¡Esta es mi venganza!

Pero Ian no iba a perder aquella batalla, así que giró para quitarse a su amigo de encima y volver a hacerle cosquillas. Los dos estuvieron así un rato hasta que ninguno pudo más. Volvieron a reír juntos, mientras tenían su vista en el azulado cielo y veían el lento movimiento de las nubes.

—¿Qué fue todo eso? —inquirió el pelinegro—. La verdad es que nunca me divertí bastante por una tontería.

—Creo que esto es lo que se siente tener un hermano —expuso el joven monarca para su amigo—. Rob, tú eres como un hermano para mí.

Gelatín apareció dando saltitos. Había estado con los hermanos de Ivonne para buscarle un cojín nuevo a su medida, ya que el que tenía en la habitación de su protegido estaba un tanto pegajoso.

—Y aquí viene el mismísimo dragón sagrado de nuestra tierra de origen, pero en la forma de un slime poco común, aunque sí corriente —anunció Rob, siendo testigo de cómo Gelatín saltaba hasta la cabeza del castaño—. ¿Qué se siente tenerlo encima tuyo?

—Verás, Gelatín se siente suavecito y un poco pegajoso —replicó el chico de ojos color esmeralda—. También es muy cálido. Su personalidad amable hace que uno no se sienta ni poquito molesto cuando lo tiene de sombrero, deja un poco viscoso el cabello, pero así no gasto tanto en productos para poderme peinar.

La respuesta de Ian no parecía haber dejado satisfecho a Roberto, mas, este admitió que nunca había visto a Ian despeinado. De pronto, y sin preaviso, los dos panas escucharon los gritos furiosos de dos de los hermanos de Ivonne.

El escándalo provenía de Guthrie y Anan. Ellos peleaban por un filete que uno decía no haberse comido, pero el otro le culpaba de su misteriosa desaparición. Fue en ese momento que Wyndham apareció detrás de los jóvenes.

—Aquí tienen al responsable de los hechos —enunció. En su mano derecha llevaba a un gato de pelaje anaranjado con rayas oscuras en el lomo—. El gato de la familia se lo comió mientras discutían por una chica, par de mensos y tarados.

Los dos empezaron a disculparse por la discusión que tuvieron momentos atrás. Wyndham avanzó en dirección a sus carnales para propinarles un tremendo coscorrón a sus hermanos pequeños.

—Y eso se lo ganan por zopencos entre ustedes, par de idiotas —pronunció el hermano mayor de ambos—. Ya les he dicho que no coman cerca de este animal que es mucho más astuto que sus dos cerebros juntos.

El sermón del hermano mayor se alargó tanto que los panas decidieron que lo mejor que podrían hacer era irse a otro lado para evitar ser partícipes de aquel vergonzoso espectáculo d e parte de los hijos del rey de Áeronima.

—Esos tipos se pelean mucho como para ser hermanos —vociferó Roberto con un aire pensativo.

—Debo suponer que también es algo que hacen los hermanos —replicó el ojiverde para su amigo, mientras los dos caminaban rumbo a un pastizal para sentarse.

—¿Y no recuerdas ni un poquito a tus carnales? —cuestionó Roberto, ya que tenía curiosidad sobre la familia biológica del chamo de cabello castaño.

—Yo... —Tragó saliva—. La verdad es que no recuerdo mucho de mis hermanos. —Exhaló con abatimiento—. Sus rostros están borrosos en mis recuerdos cada que trato de traerlos a mi mente. Debo ser un mal hermano por eso.

—Ni uno poco —respondió el otro vato—. Eras muy pequeño e inocente. Ahora eres tan indecente que seguramente piensas en puras guarradas con Ivonne y... —En ese momento, Ian y Roberto sintieron el verdadero terror cuando ambos voltearon la vista hacia atrás cuando sintieron que alguien los tocaba del hombro.

Detrás de ellos se encontraba Wyndham. El hermano mayor de Ivonne había escuchado aquella última frase que provino de los labios del hijo de la sacerdotisa de Terradamar.

—¿Qué dijiste, estúpido? —demandó un furioso Wyndham.

Unos segundos después, Rob estaba tendido bajo el suelo luego de recibir una paliza por parte del hermano mayor de Ivonne. Ian se había quedado congelado ante la escena violenta, por lo que posiblemente se salvó de pasar por lo mismo gracias a su no actuar. Afortunadamente, el tato de su polola ya se había marcado tras dejar medio tieso al hijo de la sacerdotisa de Terradamar.

El castaño al menos estaba aliviado de ver que el morro de tez trigueña seguía vivo, cuando de pronto, escuchó algo más; a unos metros, los ruidos de espadazos eran audibles. Neil y Caelus estaban practicando entre ellos para mejoras sus habilidades en esgrima. Ninguno de los dos parecía estar dispuesto a ceder terreno. Por cada estocada, uno avanzaba más. En sus miradas se notaba que competían por demostrar cuál de los dos era el mejor.

En ese mismo instante, un recuerdo comenzó a inundar la mente de Ian. Su padre lo cargaba mientras una de sus hermanas practicaba con la espada junto a uno de sus hermanos. Pero los rostros, nombres y palabras... Los detalles más importantes estaban borrosos y distorsionados. Por más que trataba de aclarar el momento, no podía lograrlo.

—¿Qué pasa, Ian? —preguntó Rob a aquel chavo, sin importar que todavía se hallaba en el suelo.

—Tuve una especie de recuerdo de mis hermanos —dijo mientras llevaba su mirada al cielo—, pero no conseguí traer todos los detalles. No puedo recordar bien a mi propia familia, y es algo que me carcome el alma.

—Mira, no sé para donde va el asunto, solamente relájate y no lo fuerces —el chico se levantó para dar unas palmadas en la espalda de su amigo—. ¡Anímate un poco!

—Es que quisiera recordarlos —confesó Ian. En tanto, Gelatín se pegaba a su espalda.

—Los hermanos de tu media naranja seguramente te ayudarán a recordar esos días, o al menos te harán rememorar aquella sensación de ser parte de una hermandad. —Roberto se frotaba por debajo de la nariz con plena confianza en lo que decía para su compa'—. Te lo prometo.

—¡Yo tengo ya a un hermano! —anunció ante un desconcertado Roberto—. ¡Eres tú, Rob!

—¡No digas mamadas, Ian! —profirió el de tez trigueña—. ¿Cómo un don nadie como yo puede llegar a eso?

—No eres un don nadie —aclaró el chico con el slime ahora de sombrero—. Eres mi mejor amigo humano y hermano.

Más tarde, los dos morros caminaron un poco más, y observaron a Wyndham y Moe montando a caballo juntos. Para el de cabello oscuro fue un grandioso espectáculo. Sus ojos, centelleantes, veían con gran admiración el espectáculo fraternal de aquellos dos hombres. Era un evento único, salvaje, y a la vez, masculino, del que quería ser partícipe.

—Parece que te ha gustado mucho ver a los hermanos de Ivonne a caballo —pronunció Ian para Roberto.

—Algunos sujetos que acudían con mamá para sanar sus heridas me enseñaron a montar cuando era chiquito y todo menso —comentó Roberto con una mueca repleta de alegría—. Uno siente y se enamora de la sensación del viento recorriéndole las mejillas. Es como estar en completa libertad, amigo.

—Creo que no me opondré en nada a lo que dices si ya lo has experimentado —manifestó el ojiverde, mientras observó que el caballo en el que amor andaba saltaba algunas vallas con gran destreza.

Wyndham notó al par de weones hablando, así que hizo una seña para detener la cabalgata a su hermano. Aquel hombre sentía bastante curiosidad ir a hablar con Ian y el otro güey. Ambos le miraron cuando se les acercó, obviamente, el moreno estaba asustado luego de una paliza que recibió momentos atrás, así que se fue a la espalda del castaño.

—Lo noto algo inquieto, joven rey —dijo el hermano de Ivonne a Ian, pero este no quiso responder—. Creo que sé lo que pasa. —Colocó la zurda en el hombro derecho de aquel pibe—. Los extrañas, ¿no? Me refiero a tus hermanos y hermanas. No los conocí a todos, pero tú eras la adoración de aquellos que si tuve la suerte de poder conocer.

—Yo...

—También se peleaban mucho entre ellos, pero te amaban, muchacho. —Wyndham tenía los ojos vidriosos, ya que después de todo, algunos de los hermanos de aquel chamo habían sido amigos suyos—. Todos ellos trataban de estar contiguo, y tú, siendo tan pequeño, parecías estar muy feliz a su lado.

Ian se sentía mal de no recordar esos días. Recordaba a sus padres, pero cuando trataba de hacer lo mismo con sus hermanos, los momentos seguían borrosos. Tal vez, tan solo tal vez, podría buscar en sus futuros cuñados lo que había perdido años atrás.

—¿Crees que te pueda llamar «hermano»? —preguntó el chico a Wyndham, Lo que incluso sorprendió y entristeció a Rob por celos que sintió al escuchar el cuestionamiento.

—Vale, vale —replicó el onii-sama de Ivonne sin pelos en la lengua—. Supongo que si mi hermanita y tú están destinados a estar juntos, serás como un hermano menor para nosotros.

En ese instante, Ian abrazó a Wyndham y comenzó a llorar. Se preguntó si estaría bien aquello que estaba haciendo. Sólo quería volverla a sentirse en un una familia. Extrañaba mucho esa sensación, e incluso quería volver a abrazar prontamente a aquellos que vio como sus verdaderos padres durante muchos años.

Wyndham no sabía qué decir, pero dejó que el vato pudiera desahogarse un poco. Era lo mejor para que este pudiera sentirse mejor. Lo rodeó con sus brazos, y no lo soltó hasta que finalmente paró el llanto. El hijo de la sacerdotisa era testigo de aquello, pero se sentía desplazado. Ahora que sentía que tenía a alguien parecido a un hermano, veía que ese lazo parecía ser algo pasajero.

El tiempo pasó, y era una tarde calurosa en la que Ian y Rob habían quedado llenos de sudor tras ayudar a plantar algunos cerezos y duraznos en el jardín. Querían darse un baño, pero ambos recibieron una invitación para ir a las aguas termales junto a los carnales de la jaña del castaño.

Así que los dos iban llegando al lugar, juntos y solamente cubiertos por una toalla desde la altura de la cintura hasta las rodillas.

—Si quieres, te adelantas en lo que yo pongo a Gelatín en un lugar seguro —comentó Ian a Rob, mientras tanto, buscaba con la vista un lugar para poner el cojín de su slime.

—Está bien. —El de cabello oscuro se encogió de hombros—. Tampoco es que tenga algo más por hacer en este día.

Y así, Roberto se encaminó en dirección a las aguas termales. Pero se llevó el susto de su vida cuando vio a todos los hermanos de Ivonne dentro. No estaba acostumbrado a estar desnudo frente a otro sujetos, por lo que se quedó paralizado y con la respiración agitada.

—Es el bufón de Terradamar —advirtió Moe a los demás—. Un momentito, ¿no falta el pololo de nuestra hermanita?

—Anda buscando un lugar para ponerlo —dijo Roberto—. Me refiero a ese slime que siempre lo acompaña.

—¿Puedes contarnos una broma, bufón? —pidió Guthrie al pana de Ian.

—No puedo, porque no soy... —De repente, el muchacho tropezó con una piedra y cayó directo a las aguas termales, los hermanos de Ivonne pensaron que había hecho una buena actuación de una caída.

«Lo peor es que creen que fue a propósito», juzgó el chico de tez morena.

No tardó mucho en sentirse relajado. La cálida temperatura del agua era agradable al tacto, siendo también que cada músculo de su cuerpo se relajaba. Era un momento de mucha tranquilidad. Era como si el agua lo cobijase con ternura.

«Adoro los baños calientitos», pensó el morro.

Y luego de dejar a Gelatín, Ian se aproximaba, Rob se tapó los ojos, cuando de pronto, escuchó a Anan soltar una broma sobre el descomunal tamaño de Ian en esa parte que él tuvo la desgracia de ver en sus últimos días en Terradamar.

—¡La vas a matar con esa cosa enorme, perro! —gritó Anan, aludiendo y payaseando a la vez sobre un posible encuentro carnal del chico e Ivonne.

—¡Tarado! —bramó Wyndham, dando un coscorrón a su hermano menor.

Ian se tapó sus «vergüenzas», pero los hermanos de su media naranja lo invitaban a sumarse a ellos. No le gustaba ser visto en total desnudez, pero no podía rechazar la invitación ya estando en aquella penosa situación. Retrocedió un poco, todo con el objetivo de dar la entrada de su vida, cuando de pronto, corrió aceleradamente. Si silueta eclipsó por un momento de encima del sol.

Los tatos de Ivonne se hicieron a un lado, pero Roberto no tuvo la misma suerte. El castaño iba a caer sobre é, cuando de pronto, ocurrió un momento bastante bochornoso sobre ambos. La cintura para abajo cayó sobre el rostro del moreno y ambos se hundieron.

Los dos salieron sanos y salvos, salvo que Rob estaba molesto por lo ocurrido unos momentos atrás.

—¡¿Por qué siempre me tiene que pasar esto a mí?! —reprochó el de cabello negro—. ¡Ya estoy cansado de ser al que le pasen cosas extrañas contigo!

—No era mi intención, viejo —respondió el castaño—. También tuviste oportunidad de moverte antes de la tragedia.

—¡Me largo de aquí! —chilló Rob, antes de salir del agua.

—¡Oye, de verdad dije que lo lamento! —insistió el joven rey de Terradamar.

—¡Me valen tres hectáreas de lo que me cayó encima! —bramó el trigueño.

Ian quería ir tras su amigo, pero Moe lo detuvo. Querían invitarlo a platicar, además de que era el invitado de honor.

—Debes de darle su tiempo también —pronunció Anan—. Puede que si enojo parezca algo que se deba solucionar de inmediato, pero él tiene que expresarlo de todos modos.

—Creo que eso es verdad —enunció Ian, pensando en una forma de comenzar a su amigo—. Ya veré cómo me las arreglo con él, es que es lo más cercano a un hermano en Terradamar y aquí también.
»Aunque sea un menso, un ruidoso y a veces se pase con sus bromas, es alguien a quien aprecio mucho.

Y tras terminar de tomar una ducha, Rob estornudó.

—Creo que alguien está hablando de mí —dijo a Gelatín, ya que este lo estaba siguiendo—. Bien, me vestiré y regresaré a mi dormitorio, al jardín o tal vez entrene un poquito lo que un sacerdote me enseñó.

»Tú deberías estar buscando al baboso de ojos verdes —reclamó el muchacho al slime—. Después de todo, eres su amigo y protector.

El moreno se sentó en una banca que había en el jardín, tomó una bocanada de a8re, y cerró los ojos.

Ahora estaba de vuelta en casa, cuando tenía ocho años. Un hombre cargaba a su pequeño de seis años que había enfermado del estómago, pero que había sido atendido por su madre. El sujeto se mostró agradecido por la ayuda brindada por la progenitora de Rob, y este, con una mirada curiosa y triste a la vez, veía como padre e hijo se marchaban tras pagar con unas cuantas monedas de oro. Una mujer se reunió con ellos. Era la esposa de aquel hombre y madre del chiquillo.

«¿Por qué mi papá no está en casa?», meditó un infantil Rob que añoraba tener un padre en casa.

—Mami, quiero tener un papá, por favor —clamó el chamito con unos ojos de cachorro triste.

—Rob, no estoy interesada en contraer matrimonio, pequeño —replicó la sacerdotisa al compás que su mano pasaba con suavidad sobre la nuca de su bendición—. Ya te lo he dicho antes, no pienso darle mi corazón a alguien ahora, y si lo hago, tiene que aceptar que te tengo aquí conmigo, porque eres tú lo más importante en mi vida, mucho más que cualquier hombre.

—Pero no es justo que yo no tenga papá —berreó el joven Rob, mientras hacía pucheros.

—Hijo, tu padre desapareció cuando fue a buscar unos puros rumbo a un pequeño pueblo llamado Puerto Estrella cuando tenías dos añitos, y jamás volvió.

—¿Y si un día vuelve, a él si lo vas a querer? —cuestionó el inquieto infante—. Yo sí quiero que vuelva para que me cargue y me enseñe muchas cosas. Me gustaría saber lo que hizo estos años que estuvo perdido. —Se sentó en una de las sillas que rodeaba la mesa del comedor.

—Y todavía lo está, no se te olvide, hijo. —Interrumpió su madre—. Así que si no aparece jamás, no podremos saber qué va a suceder.

Al chico le pareció que su madre parecía estar disgustada en aquel momento. El,a solía ser tranquila, salvo cuando tenía que regañarlo por hacer una travesura, pero él quería seguir fantaseando con un día encontrar a su viejo con vida, así que se le ocurrió una idea.

—¿Y si vamos a Puerto Estrella a buscar a mi papá? —demandó el chico.

—Ya hemos estado un par de veces allí, hijo — contestó su madre—. ¿No recuerdas que estuviste jugando con un chico de cabello castaño hace un año?

Aquel era un chico que además de tener una cabellera en color avellana, tenía unos ojos verdes, y había un slime que lo seguía todo el tiempo. Había dicho a Rob que estaba solo debido a que sus padres estaban en una reunión importante para el pueblo, así que estuvieron jugando hasta el atardecer.

—Ese día me divertí mucho —respondió el trigueño—. Ese slime que lo acompañaba era muy divertido.

—E hijo, no hubo ni una sola señal de tu papá —aclaró la mujer—. Tal vez ya esté muerto de tantos días de no saber el rumbo que debía tomar para volver a casa.

—Pero, mami...

—Ya es suficiente de estómago Roberto. Mejor ve a practicar con el muñeco de entrenamiento labial o te haré una bombacha cristalionense.

—¡Eso no es justo, porque esa cosa es aterradora y fea! —protestó el chiquillo, pero al ver la mirada amenazante de su madre, supo que se metería en problemas si no obedecía.

Y sin percatarse antes de su presencia, volvió al presente con Ian enfrente suyo, con la diestra sobre su hombro.

—Ya volviste —anunció el muchacho—. Te estuve hablando, pero no me hacías caso.

—Estuve pensando en varias cosas. —Desvió la mirada, recordando a aquel chico con el que jugó hace varios años atrás—. ¿De casualidad alguna vez jugaste con un chico que no era de tu pueblo hace unos ocho o nueve años?

—Ahora que lo recuerdo, sí —replicó el castaño—. Llegó con su madre para ayudar con un parto y también para curar a una pareja que padecía del estómago.

Los recuerdos de la charla con su madre, y ahora, las respuestas del joven rey de Terradamar, ahora confirmaban las dudas que él tenía. Aquel chico fue el niño con el que jugó hace años. Tenía allí a un viejo y verdadero amigo, pero lo seguía sintiendo demasiado distante.

—El niño con el que jugaste fui yo —aseguró el moreno, dejando boquiabierto a Ian—. Fue un día bastante divertido, pero, ahora, siento que no encajo en ningún lado. A pesar de que eres mi amigo, siento que no valgo mucho para ti, y que prefieres estar con los hermanos de Ivonne.

—No pienses eso, amigo. Ya te dije que eres como un hermano para mí, y lo serás siempre. —declaró el pibe de ojos en color esmeralda.

—Creo que tienes razón —respondió un cabizbajo Roberto—. Es que tanto tiempo encerrado en casa me ha vuelto bastante inseguro y alejado de otros, por cierto, ¿alguna vez llegaste a ver a un hombre parecido a mí?

Ian negó con la cabeza.

—Ya veo —pronunció el chico—. Tenía la esperanza de que supieras algo de mi padre, ya que mamá dijo que fue a buscar puros a tu pueblo y que posiblemente se perdió en el camino.

—Lamento no saber más —afirmó el castaño para su pana—. Tal vez podamos buscarlo cuando volvamos a casa.

«Si es que un día volvemos», meditó el otro joven.

Ian se dispuso a permanecer al lado de su amigo. Quería saber más de él y de todo lo que lo aquejaba. Entendía a la perfección la sensación de no encajar con otros y de sentir que no tenía a nadie más que su familia. Por mucho tiempo, pensó que a nadie más le importaría, hasta que conoció a la chica de la que estaba profundamente enamorado y a su mejor amigo humano.

Tal vez no era una cuantiosa compañía, pero los momento a su lado, hacían que su vida se llenara de alegrías e incontables buenos momentos.por esto, su corazón pedía no dejar solo a quien se sentía desdichado.

Y fue cuando observó algo extraño sobre la espalda de aquel otro pibe. Había una especie de flama oscura levitando sobre su espalda.

—Rob, hay una cosa rara... —Parpadeó, pero aquello ya no estaba.

—¿Hay qué, dónde? —demandó el aludido con una ceja arqueada.

—Creo que sólo fue mi imaginación —respondió Ian, pero había cierto desconcierto en el ambiente que le hacía creer que aquello fue algo real.

El hijo de la sacerdotisa bostezó. Estaba agotado tras un día bastante extenso en cuanto a caminatas y charlas, cuando de pronto, sintió que él entró lo volvió a abrazar sin previo aviso, acción que lo incomodaba.

—Te quiero mucho, Rob —dijo Ian sin vacilar—. Te pido que no pienses más que estás solo y que no vales nada. No hay un mejor amigo que tú, que te esfuerzas al máximo para destacar.

»Confió en que serás un grandioso sacerdote, y que instruirás muy bien a futuras generaciones. —Guiñó el ojo—. También debes recordar que hay una bella chica esperando por ti en Cavernova.

—Si eso fue un intento para levantarme los ánimos, creo que voy a dejar de sentirme mal para que no lo vuelvas a intentar —replicó el moreno—. Así que , la verdad es que tengo mucho sueño y flojera como para moverme a otro lado, así que aprovecharé ese abrazo para usarte de cobija.

Ambos bostezaron, quedando juntos bajo el nocturno cielo, y las luces que daban un toque de exuberante belleza al jardín. Gelatín saltó encima de ambos muchachos, que ya estaban dormidos, uno cerca del otro.

Roberto soñaba con aquella vez que visitó Puerto Estrella y jugó con Ian. Había olvidado que ya lo conocía, pero aunque una triste memoria lo hizo rememorar, estaba contento de saber que tenía todavía a ese viejo amigo de la infancia al lado suyo, por lo que ahora descansaba plácidamente.

Caminando por aquel hermoso y floreado paisaje, Moe y Wyndham se percataron de que los pibes yacían dormitando en el lugar cuando patrullaban por si encontraban enemigos como días atrás. El mayor se quitó la túnica que llevaba puesta y la colocó sobre ambos, para que estos pudieran sentir algo de calor mientras seguían pernoctando.

—Estos dos me recuerdan un poco a nosotros —expresó Wyndham, caminando hacia su hermano—. Aunque a veces peleamos mucho, Nos preocupamos el uno por el otro. Lo noté porque ese bufón se preocupa mucho por el joven Ian; sin embargo, hay cosas que me preocupan.

—¿Qué pasa, Wyndham? —preguntó Moe al mayor de sus cofrades.

—¿Cómo reaccionaría Ian si supiera la verdad del padre de su amigo? —cuestionó Wyndham con un aire preocupado.

—¿Qué verdad? —inquirió su carnal.

—Una que llevo la desgracia a toda Terradamar, por lo que llegué a escuchar de algunos sacerdotes que sobrevivieron al ataque a Gredesanía —pronunció el mayor—. En fin, dejemos que este par goce de la grandiosa amistad que poseen. No somos nadie para romper un gran vinculo.

Gelatín permaneció inmóvil ante la presencia de los tatos de Ivonne, pero sintió curiosidad por lo dicho por estos. Él no conocía personalmente al hombre, pero sabía que él era proveniente de Volcabrama, ya que esto lo llevó a escuchar de los rezos que hacía la madre del trigueño.

Al día siguiente, los dos panas despertaron en el jardín. Alguien los había cubierto con una túnica, así que quedaron desconcertados. Los pibes estaban incómodos por la distancia a la que estuvieron toda una noche, pero se carcajearon al recordar el día anterior que tuvieron. Realmente disfrutaron de hacerse compañía.

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