Cavernova
Los chicos iban atados de manos en una carreta. Lo cierto fue que a Ian lo soltaron muy rápido y sin consenso tras revelar su verdadera identidad a gente que no veía con buenos ojos a su padre. Pensaban que el hijo del rey estaba allí para causar una nueva calamidad, pero al menos le darían la oportunidad de hablar con su gobernante que se ubicaba en Cavernova tras una exhaustiva petición de los tres jóvenes.
Momento... ¿Gobernante? Así era, al menos esto fue lo que escucharon tras ser capturados. De acuerdo a lo dicho por uno de esos sujetos que vestía una remera roja sin mangas, un pantalón beige amarrado por una cinta de tela blanca y unos zapatos de color chocolate, mismo que destacaba por ser el único que vestía así, el hombre era la mano dura que se necesitaba en Terradamar. Sus cuatro acompañantes, todos ellos con vestimentas informales similares, discutían cosas poco entendibles para el grupo, pero Ian logró escuchar que tenía deseos similares a los suyos de ver prosperar al continente.
«¡Genial! ¡Ahora tengo competencia», meditó después de un rato.
Como si fuera una tradición de Ian el tener una mala suerte, por ser un jovencito desconocido hasta el momento, sus lazos sanguíneos con el rey caído, sospechas de falsa identidad, posible brujería al tener una masa verdosa que imitaba un slime, color de ojos peculiar, y otras cosas más que eran completamente ridículas como su ropa «muy humilde para ser descendiente de la realeza» se encontraban en esta bochornosa situación. Para empeorar las cosas, Ivonne seguía preocupada por su hogar. Las palabras del hombre que acabó con Yaco la dejaron completamente desconcertada. Quería regresar lo más pronto posible a su hogar, a pesar de no tener un método para lograrlo. No pensaba con claridad todo lo demás que sucedía a su alrededor. Quería estar con su padre y hermanos y luchar a su lado.
Parker podía sentir que la chica estaba sumamente distraída por ese sentimiento horrible al no estar en casa como debería. No le gustaba verla preocupada. La prefería tranquila o agresiva. La amaba, pero sabía que si no era su destino estar juntos como pareja, debía apoyarla como el amigo que era. También lo haría como parte de esa alianza que su padre realizó en Áeronima, y a que quería investigar sobre aquello que Yaco le habló.
—La próxima vez, deberías ser más prudente antes de presumir tu identidad —manifestó la chica, nuevamente haciendo sentir mal al vato—. El viejo Daichi nos advirtió que estos sujetos la traen contra tu verdadero padre, y que sería difícil tratar con ellos.
»¡Gelatín, haz algo!
—Y culpando a tu novio de esto no vamos a salir de esta, ni de aquella —reclamó Rob—. Mi mamita me va a matar por llegar tarde a casa.
Los panas iban en dirección a la casa de la sacerdotisa cuando fueron descubiertos por estos sujetos que parecían transportar mercancías provenientes de algún lado. Ian recordó que ellos solían visitar su pueblo, así que les pidió ayuda. Los hombres lo reconocieron, y el pibe no tardó en revelar su verdadero nombre y origen, muy a pesar de las súplicas de Ivonne de no hacerlo. Roberto fue capturado junto a ellos. Al desconocer por completo a su madre, ellos lo creyeron un mentiroso.
—Las sacerdotisas murieron con la caída de la gran Gredesanía —afirmó uno de sus captores, mismo que se encargó de atrapar a Rob.
El que vestía de manera distinta capturó a la chica, y los otros tres hicieron lo suyo con Ian. Se turnaron en la noche para vigilar que no escaparan, y para colmo, Gelatín no hizo nada.
—Estoy agotado, joven Ian —dijo el guardián de Terradamar al vato—. Retomar mi verdadera forma después de varios años requirió mucha de mi energía. Tardaré un poco más en recuperar las fuerzas y podré tomar mi aspecto real cuando lo desee.
—Todo es culpa mía —respondió Ian, sintiéndose mal tras recordar los eventos que los pusieron en el punto en el que se encontraban—. Perdón, Ivonne.
»La regué por completo al creer que si decir mi identidad, pensando que no nos causaría tantos problemas.
—Ian, no me hagas darte con la chancla —renegó la mina—. Estoy cansada de todo esto.
»¡Estoy harta de no estar en casa! —chilló con intensidad, mientras Gelatín subía a la espalda del joven—. Mi gente me necesita ahora más que nunca.
—¡Y tus gritos no me dejan dormir, mujer! —bramó el hijo de la sacerdotisa—. Además, tú le hiciste una propuesta indecorosa a tu novio. Le debiste pedir que ya se comieran y asunto arreglado.
—¡Tú ya cállate, tarado! —bramó furiosa, mientras Ian se encogía por vergüenza al sentirse responsable de lo que estaba sucediendo.
Ian se sentía realmente mal por el conflicto que ocurría a unos centímetros suyo, y también por el malestar de la chica. Estaba cerca de llorar, cuando de repente, Rob soltó un bufido.
—Mira, ya estoy cansado de pelear —proclamó con los ojos cerrados—. Ya hasta estás haciendo que tu no novio llore.
»Y tú, baboso, no lograrás mucho si te doblegas fácilmente. Serás presa fácil de otros con ambiciones más enormes y terribles. Debes ser firme también, algo cuidadoso, pero mantén la cabeza en algo. Piensa en una forma de salir de esta. Sé que puedes.
Ambos lo miraron con atención. El hijo de la sacerdotisa tenía razón. Ivonne estaba tan distraía en lo suyo, que olvidó por completo no herir los sentimientos de aquel chico.
—Lo lamento, Ian —dijo ella—. Estoy demasiado alterada. Debí ser más considerada contigo.
En cierta parte tenía razón de culparlo debido a sus descuidos que ya lo habían puesto en aprietos en más de una ocasión, pero no todo era responsabilidad del joven. Ella tenía que entenderlo, y dejar de responsabilizarlo de todo lo malo que sucedía. Gran parte del trabajo también era culpa de los hombres de Volcabrama.
Ian no había causado esta batalla entre la tierra de Ivonne y la del elemento fuego. Él no era la persona que ordenó capturar a los cuatro guardianes. No era siquiera responsable el de los enfrentamientos del pasado. Era alguien que buscaba cambiar las cosas, e incluso no dudaría en salvarla si era necesario.
Por otra parte, el jovencito necesitaba pensar más antes de hablar sobre su verdadera identidad con cualquier extraño que se le cruzara en el camino. También debía de pensar en cierta propuesta que Ivonne le hizo antes de ser capturados. Mientras se tenían noticias de lo que pasó con la reina de Volcabrama, el plan implicaría poner la atención de esta sobre Áeronima.
Ian se levantó pensando en aquello, era en parte seguir con el plan trazado por Yaco, pero sentía que dejaba un enorme peso sobre la gente de la tierra de Ivonne. No sabía qué hacer. Además, tampoco podría simplemente irse y dejar a Gelatín, pues estaba seguro de que este sería necesario en Terradamar.
—Estaré contigo, sin importar lo que decidas, Parker —enunció el todopoderoso dragón para ser escuchado únicamente por el pibe—. Ahora que he adquirido mi verdadera fuerza, y a pesar de volver a esta apariencia, podría seguir cuidando de nuestra gente.
—Gracias, amigo —replicó. De pronto, sus ojos se abrieron. El chico levantó la mirada.
Pudo ver que se acercaban al interior de la enorme entrada de una gran cueva, cuya entrada era iluminada por algo.
Por dentro se podían ver múltiples cristales brillando, similar a cómo pasó en Cristalión, pero también eran notables formaciones de grandes tamaños con una apariencia similar a la de los diamantes. El par que lo acompañaba miró impresionado el lugar. Pero toda la enorme ciudad se encontraba dentro, a diferencia del poblado antes mencionado.
Desde pequeñas y humildes casas hechas de piedra, hasta monumentos y grandes edificios se hallaban tallados en piedra desde el interior de la caverna. Le hacía buen juego con el nombre del lugar.
Ian tomó aire, pensando en lo que quería hablar con el gobernante de aquel lugar. El slime se posó sobre su cabeza.
[...]
En paralelo a aquel acontecimiento en las cercanías de Cavernova, la madre de Roberto estaba en la cocina, añadiendo algunas verduras tales como vainitas y habas a un guisado que estaba preparando. No tener noticias de su hijo y los otros dos chicos comenzaba a quitarle la paz en su alma. Su bendi podría ser todo un vago cuando se lo proponía, pero normalmente era alguien muy cumplido cuando se trataba de llegar a casa. Ella confiaba que el joven Roberto no se ausentaría si no había una buena razón.
Algo importante debió pasar como para retrasarlos. Así que puso su plena confianza en su retoño y el resto. Meditó por unos segundos, y comenzó a mezclar los ingredientes de aquello que estaba preparando para la comida.
—Espero que al menos esté ayudando al joven rey —manifestó para sus adentros—, o de lo contrario, se va a llevar un buen castigo y una «bombacha cristalionense» por portarse mal.
Aquello que la mujer pronunció al final se refería en una técnica de castigo que consistía en tirar con fuerza y violencia de la ropa interior del culpable, provocando un intenso dolor e incomodidad en el área de la entrepierna y el trasero.
La mujer estaba algo irritada por la ausencia de Roberto, pero era preferible que estuviera acompañando al joven e inexperto nuevo monarca de Terradamar, a que se hubiese escapado de casa por tratar de conseguir un ligue o simplemente andar de vago. Entendía bien que el chico necesitara relacionarse con gente de su edad, pero al mismo tiempo quería protegerlo de un posible encuentro con un ser indeseable. Era alguien que jugó con sus sentimientos y que los había abandonado cuando el muchacho estaba por cumplir los tres años.
En ese mismo instante, alguien llamó por la puerta de la casa de la sacerdotisa, por lo que la mujer se dispuso a bajar el fuego del guiso que estaba preparando, con tal de atender la petición que se escuchaba fuertemente desde la entrada. Posiblemente se trataría de un viajero en apuros o de algún compañero suyo que recibió algunas heridas. Este tipo de trabajos era el que mayormente la tenía ocupada desde que construyó su hogar en el que crió a su hijo.
De repente, algo la detuvo. Era una extraña sensación. Había un olor a cenizas que se le hizo bastante familiar. La mujer retrocedió asustada. Sus músculos se tensaron, y toda ella comenzó a temblar.
—¡Hola, cariño! —profirió una voz masculina que heló la sangre de la fémina—. Ha pasado mucho tiempo desde que vine a este lugar.
»Creo yo que teníamos un hijo o algo así. ¿Dónde está el pequeño Roberto?
—¡No debería de importarte después de que nos abandonaste! —berreó la sacerdotisa de manera rabiosa—. Yo sé que de alguna manera te vi aquel día de la tragedia en la capital.
»¡Sé muy bien que estuviste relacionado con la tragedia ocurrida con la familia real! ¡Eres un desgraciado, Roberto!
»Pero ese ni siquiera es tu verdadero nombre, ¿verdad?
—Veo que me conoces mejor de lo que esperé de ti, cariño —replicó aquel masculino.
[...]
En ese instante, el joven Roberto sintió una extraña sensación que recorrió su pecho. Ian se percató de que algo provocó malestar en su nuevo amigo, así que se acercó para preguntar al respeto de lo que sucedía.
—¿Pasa algo, amigo Roberto? —inquirió el castaño tras percatarse de una mueca de preocupación en el rostro del de tez trigueña.
—Es sólo una rara sensación, Ian —replicó aquel morro que ignoraba la situación peligrosa que su madre debía estar enfrentando actualmente—. Mejor háblame de lo que harás para conquistar a Ivonne.
Ian simplemente se puso completamente rojo ante el cuestionamiento lanzado por el hijo de la sacerdotisa, mientras Ivonne veía a aquel par con repudio.
«Estoy rodeada de idiotas, pero al menos Ian es uno agradable. Quisiera volver un poco en el tiempo, y evitar que fuera secuestrado por Yaco. Tal vez habría sido mejor enfrentar y eliminar a ese hombre de vuelta en mi tierra», reflexionó la muchacha.
«Ivonne sigue centrada en trivialidades del pasado. Si no se da cuenta de que necesita abrir su corazón muy pronto, temo que cosas malas sucedan. Al menos su plan podría estar dirigido a lo que en realidad desea», pensó el guardián de Áeronima.
En ese instante, los tres fueron conducidos por un extenso camino de tierra. No había ningún solo árbol cerca, a diferencia de Cristalión. Ian notó algunas lámparas que eran iluminadas por piedras preciosas. Aquello se debía al poder de su verdoso amigo que fue un regalo para el continente entero. Al recordar que el slime era en realidad el guardián de su amada Terradamar, el chico se alegró. Sonrió cuando este dio un salto sobre su cabeza.
—Gracias por acompañarme desde que mis verdaderos padres y hermanos murieron —comentó a Gelatín, tomándolo con los brazos, hasta llevarlo a la altura de su pecho y abrazarlo—. Eres el más grande tesoro que encontré por aquí.
«Creo que cuando vuelva a Puerto Estrella, les daré un sustito a todos los que me rechazaron cuando quería tener amigos», pensó el pibe, dibujando una sonrisa malévola en su rostro.
—No estás solo, Ian —dijo el gran dragón al chico, comunicándose telepáticamente—. Siempre estaré contigo, muchacho.
»Pero tampoco creo que sea correcto hacer ese tipo de bromas.
—Tienes razón razón —contestó el muchacho, estando arrepentido por su pensamiento macabro—. Gracias, querido amigo.
»Por cierto, ¿tienes un nombre? No sé si seguir llamándote Gelatín. Tal vez Reptilín sea más adecuado ahora que sé que eres el guardián de estas tierras.
—No te preocupes por algo tan diminuto para mí, jovencito —respondió el dragón—. Los guardianes no tenemos nombres. Vivimos de la adoración que ustedes tienen por nosotros, a cambio de brindar nuestra protección. Es por esta misma razón que Puerto Estrella no ha sido azotado por feroces huracanes.
Al ver que el rey adolescente hablaba solo, Roberto frunció el entrecejo, y comenzó a preocuparse por la salud mental de este. Ivonne vio aquello con atención. Parecía entender bien por lo que pasaba con el ojiverde.
—Debe estar hablando con el Gelatín —aseguró ella—. Eso, o está bien fuerte la esquizofrenia.
—¿Y tú cómo sabes eso? —cuestionó el weón de Roberto.
—Soy muy observadora, y tú, un tarado.
—¡De verdad caes mal, mija! —refunfuñó el muchacho, dándole la espalda a la mina, mientras ella posó su mirada en Ian.
«¿En qué estará pensando ahora?», reflexionó ella, preocupada en volver a caer en más problemas cuando estuvieran frente a frente con el emperador de Cavernova.
Conforme avanzaban, algunas casas más grandes a las ubicadas se hicieron presentes. Eran de dos o hasta más pisos de altura. Todo en ellas era de piedra, incluyendo las puertas y parte de las ventanas. Hubo una construcción que llamó la atención de los chicos. Era una más grande y antigua.
—Ese debe ser el palacio del lugar —aseveró Roberto—. Mamá me dijo que varios años atrás, fue una estructura construida para venerar a nuestro guardián.
—Y lo fue —dijo la voz del dragón para Ian—. El lugar no fue tanto de mi agrado, porque a diferencia de Gredesanía, el lugar es más reducido.
—¡Traemos a otro impostor que será juzgado por nuestro emperador! —gritó el de vestimenta diferente a los otros que lo acompañaban.
—¡Es el chico castaño! —anunció uno a su izquierda.
Algunas personas salieron de sus casas para abuchear al pibe. Otros más lanzaron objetos en su contra. Ivonne y Roberto trataron de protegerlo, pero él negó con la cabeza. No estaba allí para causar más problemas de los que de por sí ya había provocado.
—Debo soportar esto para ganar la confianza que se ha perdido
—Princesa, tu novio está bien tarado —manifestó Rob.
—Ni es mi novio, ni tampoco te imaginas todo lo que ha cargado sobre su espalda desde que comenzó a dar con información sobre su familia —replicó ella—. Pero siento que hay mucho que no cuadra.
Mientras más se acercaban al palacio, Ian logró observar que la enorme puerta de la entrada tenía algunas piedras de alto valor incrustadas. Esta se abrió para recibir tanto a los hombres como a los chavales.
—¿Qué es lo que harás allá, muchacho? —entonó una voz gruesa—. ¿Destruirás a aquel que busca quedarse con lo que te pertenece por herencia?
El pibe volteó en todas direcciones, buscando con la mirada el origen de esta voz. Al no dar con nada, se asustó.
—¿Qué sucede? —preguntó la morra de Áeronima—. Te noto distraído.
—Me pareció escuchar algo extraño —replicó—. También tuve una extraña sensación en la espalda.
»No le he dado importancia, pero ha sucedido desde que llegamos a Cristalión.
—Pues yo opino que está fuerte la esquizofrenia —comunicó Roberto, ganando una mirada de repudio de Ivonne.
—¿Habrá un día que tomes las cosas con seriedad?
—Tú te las tomas con tantísima, que por eso el Yaco ideó un plan para que la reina de Volcabrama te robe el ganado. —respondió el morro, apuntando a Ian con el dedo índice derecho.
El referido suspiró en señal de agotamiento. Si bien una discusión era más interesante que estar cautivos, tenía muchas otras cosas más para pensar en toda una vida. La propuesta de Ivonne era muy riesgosa. Daría paz también a su gente. Estaba cargando con una enorme responsabilidad en sus hombros.
«Es todo o nada. Yo soy quien me puso en esta posición», meditó.
Mientras avanzaban por el interior del palacio, Roberto se percató del brillante piso blanco del lugar. A los lados habían varias estatuas del gran dragón de Terradamar, hoy en día, un slime. Al fondo los esperaba una enorme escultura de una cabeza de un enorme reptil que en el centro tenía un gran asiento rodeado de paredes de oro. Estaban en la sala del trono.
El hombre de vestimenta diferente tomó a Ian del cabello y lo hizo arrodillarse.
—Emperador, traigo ante usted a un impostor que dice ser hijo sobreviviente del rey caído —anunció. La fuerza con la que apretaba al vato lo hizo estamparse contra el suelo.
Dos guardias apostados a los lados del trono observaron con interés a los tres jóvenes y a la masa verdosa que les hacía compañía. Nadie sabía nada de un verdín con dicho aspecto debido a su peculiar forma redonda.
Una figura alta e imponente se alzó ante la mirada de los cabros, Barth era un hombre de mediana edad, y tenía un rostro muy masculino. Llevaba puesta una ropa fina digna de la realeza en tonos morados, rojos y con detalles dados por hilos dorados. Él tenía una corona que... ¡Algo andaba mal!
Ian podía recordar a su padre portando dicho artefacto en un pequeño flashback que tuvo de los últimos recuerdos que tenía de este.
—¿Por qué hay dos chicos atados de manos con ustedes? —inquirió el emperador, clavando sus ojos en los más jóvenes—. El otro trae una soga en el cuello.
—Uno de ellos puede ser un impostor o alguien que viene a causar problemas —declaró uno de los tipos que atraparon a los muchachos.
—¿A qué te refieres? —demandó el hombre.
En ese momento, uno de ellos le picó con un palo la costilla derecha a Ian, y él se quejó.
—Todo es por mi culpa —contestó el jovencito—. Yo... La verdad es que no quiero problemas con ustedes. Sin embargo, no puedo con la duda. Esa corona era de mi padre, ¿no es así?
—¿Tu padre? —preguntó el hombre, mirando de una forma amena al pibe—. ¿Quién eres tú, jovencito?
«Creo que a esto se refería Ivonne cuando dijo que ese menso ya los había puesto en malas situaciones en más de una ocasión», pensó el hijo de la sacerdotisa.
—Mi nombre dado por mi familia adoptiva es Ian, pero mi nombre real es Parker —replicó, tratando de evitar la mirada de aquel posible contendiente al trono, dado que ya había tenido suficientes problemas para toda una vida—. Soy hijo del rey y la reina caídos durante el primer roce con Áeronima.
»Actualmente, tras que mi pueblo llamado Puerto Estrella fuera atacado, me encuentro en un viaje para unir nuevamente al continente. Antes de dejar mi hogar, mi padre y tío, me contó la verdad. Él era hermano del rey, mi padre verdadero.
»Sin embargo, acepté la propuesta de un soldado de Volcabrama para crear una alianza con este continente al enviar mis simientes a la reina. Si ella queda embarazada, tal vez se concrete una unión matrimonial.
«¿Acaso Ian no aceptó mí propuesta?», meditó Ivonne.
—¿Después de todo lo sucedido te atreves a traicionar al continente y decir que eres un descendiente al trono? —Los ojos azules de Barth mostraban un repudio total sobre Ian. El pudo sentir el reproche, pero aunque se arrepentía de la decisión, algo podría hacer.
—Por herencia legítima soy el rey —afirmó. Observó al emperador con firmeza—. Si debo hacer este sacrificio, tendré que enfrentarlo, pero surgió también otra alternativa que parte de este mismo plan.
El pibe volteó la mirada en dirección a Ivonne. Ella sintió un calor recorriendo sus mejillas. Puso su atención en aquel noble muchacho.
—Ivonne, la princesa de Áeronima, me ofreció la alternativa de fingir mi secuestro y acompañarla a su continente —prosiguió el monarca—. Si me voy, y la reina termina embarazada, ya que el hecho de aceptar mi semilla sería lo mismo a aceptar el trato, su atención se pondrá en este otro continente vecino.
»Gelatín, la actual forma del gran dragón de Terradamar, me ha dicho que me acompañará en cualquier decisión que tome.
—¿Me estás diciendo que esa cosa que llevas de sombrero es nuestro gran dragón? —cuestionó Barth, bastante incrédulo de lo que acababa de escuchar—. De ser así, exijo verlo transformarse en nuestro protector.
»No creeré nada más hasta tener evidencias.
—Este está loco si cree que me voy a transformar ahora, Parker —respondió Gelatín—. El edificio entero podría colapsar.
El emperador pidió pruebas al chamo, pero el slime se comunicó con él para decirle que no pensaba transformarse dado que podía provocar que el lugar colapsara.
—Gelatín dijo que sería demasiado arriesgado hacerlo en este momento —afirmó el muchacho.
—Tal vez puedas mostrarme tus poderes —demandó el hombre—. Debes poseer la fuerza de nuestro guardián si es que eres genuino.
La barriga del chamo suplicó por comida. La sensación de hambre le restaba energía y concentración.
—Es que me muero de hambre —contestó el vato, apenado por la situación cada vez más complicada.
La gente comenzó a dudar del chico, pero entonces, Gelatín saltó para salvar el pellejo del chico y sus amigos. Nuevamente comenzó a escucharse la voz de la madre de su protegido.
Los cristales brillaban con más intensidad que los del otro pueblo visitado por Ivonne y Parker. También parpadeaban y cambiaban el color de su brillo al ritmo de la canción, al mismo tiempo que apaciguaba los corazones de los presentes.
—Puedo sentirlo —comunicó Ian, con una sensación de calidez en su pecho —. La recuerdo muy contenta. Siempre estaba haciendo algo para que me sintiera feliz a su lado.
»Ahora su voz no es más que un recuerdo. Ya no está aquí conmigo. Tampoco mi padre.
Algunos pilares de piedra comenzaron a emerger. Vegetación comenzaba a brotar en el interior palacio y por rededor de este, atrayendo algunas miradas curiosas que estaban cerca del lugar de los hechos.
Ian se sentía repleto de energía, por lo que aprovechó ese buffo que le fue otorgado por su mejor amigo en el mundo para que sus ojos pudieran cambiar de color, y crear un muro de roca que más tarde destruyó de un golpe.
—Esto fue gracias a Gelatín —confesó Ian, sintiéndose algo cansado—. Disculpen, sigo teniendo mucha hambre, y me excedí con la fuerza que mi amigo me compartió.
Cayó sobre su retaguardia. Tras mirar aquello, el emperador aceptó hablar con el chico.
—También tengo algo importante que anunciar —declaró el vato, recibiendo una mirada seria de Barth, misma en la que podía ser observador de su determinación—. Hace poco, por miedos y pensar en la incertidumbre, acepté un trato en el que debía de enviar mi semilla a la reina de Volcabrama.
Tomó aire, y se acercó lenta y cuidadosamente al emperador de Cavernova.
—El objetivo de ese plan vino de la mente de un soldado de Volcabrama que odiaba a la reina. —Volvió a abrir los ojos—. Este consistía en arreglar un matrimonio falso con ella para ganar su confianza y así poder exterminarla.
—El asunto es que ese sujeto se nos fue a «Tiesolandia» y para continuar con el plan, la princesa que viene con nosotros tuvo una brillante idea —interrumpió Roberto. Ivonne estaba roja como tomate. Quería hacer daño a ese chico que no paraba de hablar sin seriedad alguna.
—El nuevo plan consiste en fingir mi secuestro por parte de la corona de Áeronima —aseguró Ian—. Tanto el plan original del soldado volcabramaniense como el de Ivonne, tienen como objetivo dar un respiro a Terradamar mientras se vuelven a unir las poblaciones restantes y se fortalece militarmente hablando en caso de que sea necesario.
—¿Estás diciendo que vas a abandonar nuestras tierras, muchacho? —inquirió Barth. Su mirada estaba tan firme y dura como un muro de concreto.
—No deseo más muerte o destrucción en mi amado continente —afirmó el pibe. Llevó su mano a la altura del corazón y se arrodilló. Esto llamó la atención de los demás presentes—. Ivonne me dijo que normalmente otros se inclinan ante un rey.
»Yo digo que un rey puede hacer lo mismo para pedir la cooperación de los demás. Así que pido su ayuda para forjar nuevos caminos y comercios entre los demás poblados de nuestra tierra. Traemos un mapa que nos puede ayudar.
Mientras la charla seguía avanzando, Roberto pensó en lo que podía hacer para ayudar.No era gran cosa, pero tampoco quería volver a la monotonía de su hogar. Sabía fabricar pociones, podía usar hechizos, cánticos con diferentes usos, ya había perdido su oportunidad de besar a alguna chica con problemas con sus poderes por besar a Ian... De repente, una joven que portaba un largo vestido blanco que llegaba a la altura de sus pies apareció. Calzaba unos zapatos en color negro, y en su cabeza reposaba una diadema con motivos florales. Un dulce aroma parecía desprenderse de ella, uno que fue percibido por el hijo de la sacerdotisa.
—¿Qué sucede, padre? —preguntó la muchacha de cabellera castaña, larga y sedosa, además de hermosos ojos azules como dos zafiros.
—Kaia, hija mía, parece ser que ante nosotros tenemos al verdadero heredero de la corona de Terradamar —respondió el hombre, removiendo la corona de su cabeza, y estando dispuesto a entregarla al hijo delante caído.
—No tiene que hacerlo —enunció un contento Ian—. El rey y el emperador pueden coexistir por el bien de nuestra tierra.
»Ofrezco mi amistad a su pueblo, siempre y cuando su gente viva vidas dignas y la prosperidad exista. Es mi única petición para que usted conserve su corona.
—¿Y ese chico es? —inquirió la mina con una voz angelical que dejó sin aliento a Roberto.
Ella le parecía muy hermosa a aquel otro muchachito del continente del elemento tierra, momento que Ivonne aprovechó para reírse de él.
—¿Y ahora quién es el enamorado? —inquirió.
—No fastidies —replicó Rob—. Una chica tan bella y de voz encantadora como ella jamás se fijaría en un vago como yo.
—Es un gusto conocerlo, alteza —manifestó la chavala ante gobernante absoluto de Terradamar, y muy a pesar de que su padre seguiría siendo el emperador.
—Acepto su petición, joven rey —respondió el hombre. Este hizo una reverencia, seguido de su hija.
Ella le extendió la mano al muchacho, seguida de una sonrisa.
Aquello sorprendió al jovencito, quien aceptó el noble gesto de la hija de Barth. La belleza de Kaia era envidiable, especialmente para Ivonne. Y algo digno de ser amado, lo que era notorio para Rob.
—Parece que te están quitando el ganado, Ivonne —afirmó Rob para la princesa de Áeronima.
—¡Cállate, zopenco! —gruñó la chica, dando un coscorrón al hijo de la sacerdotisa—. Al menos yo no veo con ojos cachorro a la hija del emperador Barth.
—Tienes razón —replicó el chico, todavía adolorido ante el golpe que recibió—. A Ian lo vez con toda la lujuria del mundo.
»Estoy más que seguro de que te habría gustado mucho tener la habilidad que me enseñó mi mamita para ayudar a la descendencia del gran dragón. O tal vez te habría encantado estar en el lugar de la reina de Volcabrama.
Roberto seguía hablando, mientras la paciencia de Ivonne iba disminuyendo cada vez más. Apretó su puño, en espera de que el chico hiciera otro comentario más para golpearlo.
Mientras ellos dos estaban en lo suyo, Ian preguntó al emperador si conocía una forma de llegar al continente vecino, pues fue advertido por un poderoso enemigo proveniente de Volcabrama que un mayor conflicto se estaba llevando allí.
Aquello fue escuchado por Ivonne. La chica soltó a Roberto tras haberlo zarandeado de forma violenta en múltiples ocasiones.
—Ese será asunto para mañana —contestó el emperador Barth—. Por ahora, me gustaría crear junto a usted las nuevas rutas hacia nuestros pueblos. También me gustaría escuchar sus planes para devolver la inestabilidad perdida.
—Claro, señor. —dijo Ian al hombre, lleno de esperanza de comenzar una buena amistad con aquel sujeto—. Como petición, me gustaría que me enseñara más cosas sobre nuestro hogar.
»Quiero aprender de todos ustedes para que a mi regreso, ayude con mis propias manos a construir un mejor futuro.
La hija del emperador estaba feliz también, así que dio un beso en la mejilla al chico, y este se sonrojó.
—¡Ese Ian es un «facilote»! —espetó una molesta Ivonne.
—¡No es justo! —refunfuñó Roberto—. Kaia es muy hermosa para Ian. Merezco que también se fije en mí.
Y pesar de la calma, el emperador tenía en mente un desafío más para el joven monarca.
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