Bloqueo: Arco de la guerra en Áeronima.

Había un extraño grupo de raras criaturas gigantes conformados con monstruosas especies tentáculos con púas, hidras gigantes, y peces enormes con grandes y afilados dientes. Estos parecían provenir del cuarto continente, por lo que la gente de Océanova realmente mostraba tener un pacto con la tierra del fuego, pero había un problema. No era visible algún humano. Solamente se veían aquellos feos y aterradores animales.

Los panas, reunidos los cuatro en la cubierta, no podían hacer nada más que observar lo que estaba sucediendo por rededor suyo. Al no haber nada que pudiera resultar una complicación para el plan que estaban trazando en mente, Gelatín decidió sacar provecho con su conexión con el joven rey de Terradamar.

—Joven Ian, permíteme ayudar en este momento en la lucha contra estos enemigos —dijo el slime a su camarada. Este sonrió, pudiendo sentir la determinación de su viscoso amigo.

—¡Pues adelante, Gelatín! —manifestó el ojiverde con buenos ánimos—. ¡Es momento de sacar la basura! —Dio un puñetazo a su palma izquierda,

En ese instante, el slime comenzó a tomar la forma del gran dragón de Trrradamar. Ian subió al cuello de su amigo reptiliano. Estaba decidido a acompañar a este en el combate contra aquellos seres. Ivonne quería ir con él, pero Roberto la detuvo en un pestañeo.

—Al menos que puedas hacer lo mismo con tu guardían, lo menos es que estés aquí —advirtió el pibe de tez trigueña con un aire de aparente calma—. Nosotros solamente representamos un «mega estorbo».

Realmente tenía miedo, pero confiaba en las habilidades del gobernante de su tierra de origen, así como confiaba en la criatura que protegía sus suelos. Cuando era un niño pequeño, su madre le contó innumerables historias sobre la bondad eterna de aquel lagarto cobrizo. Siempre quiso conocerlo, hasta que de pronto, la masa verdosa y pegajosa de Ian se transformó en aquel ser de ensueño. Era tan poderoso y admirable, pero también una figura de imponente respeto. Al no estar a su altura en fuerza, lo único a su disposición eran las plegarias

Se sentó, juntó sus palmas, y comenzó a orar por el bien de su llegada a las tierras del continente del viento. Su corazón pedía y esperaba que sus súplicas pudieran nutrir de fe y energía al dragón, puesto que su progenitora dijo alguna vez que el guardián siempre escuchaba a aquellos que lo veneraban.

Ivonne estaba asustada y preocupada al ver como el morro del que estaba enamorada se alejaba para ir a pelear contra decenas de criaturas enemigas. No quería que él o Gelatín salieran heridos.

—Regresa a salvo a mis brazos, por favor —vociferó la chica. Llevó sus manos a la altura del pecho. Sus ojos estaban vidriosos, y su respiración era agitada.

—¡Ay, el amor! —cherchó Rob. La mirada de Ivonne era de evidente molestia,

—Tü tienes ganas de ir a nadar con los peces, ¿no? —dijo ella. Acto seguido, usó su poder para elevar a este por los aires y arrojarlo contra una de las criaturas de tentáculos, pero su boca impactó con la de este animal.

—¡Ian, ayuda! —gritó el chamo de piel morena, al estar atrapado en una de las extremidades por una de las extremidades de aquel ser—. ¡Una manita no me caería mal, viejo!

»¡Auxilio, me desmayo!

El chico y su compañero de escamas y alas se percataron de que uno de sus amigos se encontraba en problemas, por lo que decidieron ayudarlo primero. Para ello, el dragón arrojó una potente y feroz lluvia de arena desde su hocico. A los pocos segundos, sus garras se volvieron metálicas, brillantes y muy afiladas.

Ian se sujetó con fuerza de donde le era mejor en el lomo de Gelatín, ya que el lagarto comenzó a moverse a gran velocidad con dirección a aquella criatura y al hijo de la sacerdotisa que se encontraba en peligro.

El dragón atacó con sus letales zarpas al monstruo que tenía atrapado a aquel jovencitos, para más tarde, ayudarlo a llegar al barco, pero las hidras se aproximaron para bloquear el paso para los tres.

El cuerpo de Roberto tiritaba de temor, pero también a que el agua estaba más helada de lo que llegó a pensar, además de que el aire en la región provocó que sintiera más frío al estar completamente empapado.

Ian se concentró para tener acceso a sus poderes, ya que dos de sus amigos requerían de su apoyo. Al poco tiempo, y con los ojos igual de cobrizos que las escamas de Gelatín, ya se encontraba preparado para entrar en acción.

El chico usó su fuerza para atacar con imponentes rocas que hacía emerger desde el océano, lanzando múltiples de estas contra las hidras, los peces gigantes come-hombres y las bestias de largas extremidades o de apariencia extraña.

—¡Explosión rocosa! —gritó el muchacho, provocando que más piedras de un colosal tamaño surgieran de lo más hondo del agua, y estas explotaron tras un chasqueo de dedos, haciendo daño únicamente a los enemigos del castaño

Fue de esa forma que Rob llegó sano y salvo a la embarcación, algo aterrado, y aliviado a la vez, por lo que había sucedido momentos atrás.

«Creo que no volveré a meterme con Ivonne», pensó al recordar que fue una broma suya la que lo metió en problemas.

Ian y su escamoso pana siguieron atacando a las extrañas criaturas, pero más aparecieron por detrás del barco. Eran demasiadas, y estaban completamente rodeados de enemigos una vez más. Parecía no haber fin para el ejército de proveniente de Océanova.

—¡No puede ser! —manifestó Ian. La mirada incrédula y llena de temor hacían relucir el verdor de sus ojos que estaban abiertos de par en par—. Son demasiados para nosotros.

»Así me será imposible proteger a Ivonne y a Roberto. —Maldijo y tensó la mandíbula.

—¡No nos vamos a rendir tan fácil, muchacho! —dijo el gran dragón para el pibe—. ¡Gran furia terrestre!

Varios pilares de roca emergían cerca de los monstruos, estallando al contacto con estos, pero para complicar mucho más la situación, decenas de dragones más aparecieron, pero sin jinetes montados sobre sus espaldas. Estos tal vez estaban allí en búsqueda de transeúntes.

—Este sería un buen momento para rogar por nuestras vidas —bromeó Roberto. En realidad, tenía tanto temor, pero nada podía hacer con sus manos—. Creo que debemos retirarnos pacíficamente.

—Eso ya no es una opción —replicó el castaño, volviendo a usar uso de su poder para traer el pedazo de roca más grande que pudo—. Todavía tenemos mucho más que dar.

Movió la zurda, y apuntó en dirección a la imponente masa de piedra. Cerró el puño, y esta colisionó súbitamente, creando centenares de lanzas de roca. Movió ambas manos, dirigiendo sus creaciones a los dragones que acompañaban a las criaturas de roca.

De pronto, los ojos del vato se volvieron de un color marrón verdoso que recordaban a sus viejas ropas. Exhaló. Era la primera ver que intentaba dominical a gran escala el elemento heredado de su madre.

Se concentró en sentir el flúor el agua océanica. Esta se movía como una orquestada danza en compañía del viento, pero también con movimientos más salvajes y rebeldes. Entre más profundo llegaba, más difícil de domar era, a pesar de que logró visualizar menos movimiento.

—El agua está mucho más viva por dentro del mar —dijo el pibe—. Es mucho para mí.

—Al no ser mi elemento, no puedo ayudarte, muchacho —lamentó el protector de Terradamar.

De pronto, logró controlar una gran corriente de agua que respondía a sus movimientos. Usó esta para asestar golpes contra los monstruos marinos, al igual que para buscar sumergirlos de vuelta en el lecho marino.

—Ian está dando lo mejor de sí mismo —comentó al aire, mientras sus oscuros ojos daban vuelta de un lado a otro para observar lo que el chico hacía para protegerla a ella y al joven de tez aperlada.

Empero, mientras el castaño pan tenía el ritmo de aquella batalla, otros lagartos alados hicieron acto de presencia. Esto comenzaron a lanzar llamaradas en dirección al barco. Roberto usó todo su poder para defender el navio. Pudo sostenerlo hasta que el ataque de fuego cesó, pero cayó agotado,
—Este fue mi límite —dijo con la respiración agitada, y molesto por no ser tan fuerte como el pana montado sobre el gran dragón.

«Él es el elegido, después de todo», pensó con desánimo.

Golpeó el suelo, indignado por no ser más fuerte. Le frustraba no poder hacer más de lo que le fue enseñado por su madre. Su alma anhelaba luchar, y entonces, retrocedió.

«Un sacerdote debe dar marcha atrás si es necesario. De él o ella pueden depender las vidas de sus compañeros, hijo. Nosotros somos quienes nos aseguramos de su bienestar tras una batalla». La voz de su progenitora hizo eco en su cabeza.

«Ahora tiene sentido, pero sigo molesto porque no me enseñaste a mantener reservas tras una situación así», meditó, tras el recuerdo de sus entrenamientos en casa.

Los dragones comenzaron a volar en todas direcciones. Parecían inspeccionar con cuidado y determinación lo que había en el barco. Ivonne estaba cansada de no hacer más, por lo que elevó su brazo, y lo giró en repetidas ocasiones.

El viento respondía a su llamado, creando poderosos vientos que dificultaban el avance los enemigos reptilianos. Esto hizo más fácil que Ian pudiera controlar el agua de la superficie del mar, por lo que usó su otro poder para seguir sus ataques defensivos contra los enemigos en el mar; no obstante, sus ojos miraban con gran atención y asombro la energía aérea desplegada por la chica de la que estaba enamorado.

Juntos estaban dando lo mejor de ellos para continuar sus rumbos. Ambos rugieron con ferocidad. Ian y Gelatín se alejaron un poco de su grupo, con intenciones de seguir combatiendo contra las criaturas del continente del agua.

Roberto se sentó, rodeando sus piernas con sus brazos. Al carecer de movimientos de ataque, no quería mirar más del combate. Estaba cansado, además de que se sentía inferior.

—Ni siquiera la masa verde esa está disponible para hablar conmigo en estos momentos —recriminó al aire—. Espero que en Áeronima pueda aprender más cosas de utilidad, ya que no serví de mucho en este momento.

Ian seguía desplegando todo lo que tenía a su disposición en el océano, provocando que varios monstruos fueran sumergidos de manera violenta al mar, mientras las corrientes de aire provocadas por Ivonne habían alejado ya a varios dragones enemigos.

—Siento que puedo salir en cualquier momento, princesa —comentó el ave que protegía las tierras del continente del aire—. ,e siento en sincronía con tu determinación.

—Yo también siento algo único en el pecho —declaró ella—. Es caliente, pero que me permite seguir adelante.

»Quiero ayudar a Ian, e incluso voy a cuidar del tarado de Roberto. —Sonrió—. Espero que no de más problemas, o lo volveré a arrojar al mar.

La chica pudo escuchar risas provenientes del guardián que la acompañaba, mientras el aludido estornudo. Ella estaba contenta con lo que había logrado, y también podía sentir que su conexión con aquel especial ser había aumentado.

«El gran ave de Áeronima tenía razón al decir que primero debí aceptar lo que siento por Ian, lo que es algo por lo que ahora estoy dispuesta a luchar», meditó con una mueca alegre en el rostro, mientras tenía la vista clavada en su enamorado.

Pero la emoción duró poco, cuando de pronto, un kraken lanzó una lluvia de púas en dirección al gran dragón de Terradamar y el chico sobre su lomo. Ambos trataban de esquivar los golpes, pero una hirió a Ian en el hombro derecho, aunque también le hizo perder la concentración y el equilibrio, cayendo al mar.

—¡Ian! —gritó Ivonne, totalmente despavorida.

En ese instante, la piedra ovalada emitió un resplandeciente brillo en color turquesa, elevándose por los cielos, llamando la atención de la muchacha y del hijo de la sacerdotisa.

—¡Ve con él, Ivonne! —ordenó la voz del guardián de Áeronima—. ¡Yo los protegeré a ambos!

La mina asintió, lanzándose al mar. Ella también era sus ojos, así que si algún monstruo trataba de acercarse a ella, o al chico, el protector del continente del elemento viento lanzaba una corriente de agua para alejarlo de aquellos jóvenes.

Y de pronto, aquella roca comenzó a aumentar de tamaño. Roberto se levantó, juntó ambas manos y comenzó a orar en voz baja, pidiendo por el bienestar de sus dos amigos.

—Admito mis celos por lo fuertes que ambos son, pero no quiero que nada malo les ocurra —dijo. Sus ojos vidriosos, la nariz enrojecida y el temblor de su cuerpo eran percibidos por las criaturas legendarias a pesar de la distancia.

Pronto, el gran ave tomó forma. Era un enorme pájaro de plumas en tonos verdosos, rojizos, anaranjados y amarillentos. Este soltó un potente bramido, muy parecido al de un dragón joven.

Se elevó por los cielos, batió las alas, creando poderosas ventiscas que hicieron caer a una veintena de lagartos alados, y provocando temor en los restantes que huyeron despavoridos. Su contraparte del elemento tierra buscaba a Ian, concentrándose en una forma de ayudarlo.

En el fondo del ocaso, Ian seguía descendiendo. Sintió que le faltaba aire. Le dolía tanto el hombro que le era imposible hacer algo.su vista se volvía blanquecina, cuando de pronto, dejó de respirar. Cerró los ojos, esperando el inminente fin.

«Papá, mamá, Ivonne, Roberto, Gelatín, lamento tanto haberles fallado», pensó.

Sintió una mano tomando la suya. Abrió los ojos y vio una borrosa silueta femenina, cuyo rostro estaba cubierto por una extraña circunferencia. No respiraba, pero tampoco le faltaba aire.
Una hidra se aproximó a ambos a gran velocidad, pero fue arrojado en dirección contraria por una corriente de aire que entró al agua sin previo aviso. Lo siguiente que sintió fue que algo lo empujaba afuera del agua junto a aquella otra silueta.

—Ya puedes obtener el oxígeno que necesitas de tu otro elemento, mi querido Parker. —Escuchó hablar a su progenitora—. Estoy orgullosa de ti, mi pequeñín.

Aquella palabras encendieron la llama de la felicidad en el corazón del pibe, quien sonrió al instante. Se dejó llevar por lo que fuese que estaba sucediendo a sus espaldas, y al poco tiempo, él y aquella silueta abandonaron el lecho marino junto a una nueva isla.

Ivonne lo rodeó con ambos brazos, retirando aquella púa del hombro del muchacho. Este gimió de dolor y cerró los ojos, empero, sintió una cálida brisa, muy similar a la de la ocasión en la que la morra la quitó la camisa. Abrió los ojos, mismos que fueron eclipsados por los de su chica.

Ivonne sonrió y besó al vato.

Los monstruos emprendían la retirada, y los guardianes de Áeronima y Terradamar se acercaron a la pareja para ayudarlos a volver a la embarcación en la que les esperaba el hijo de la sacerdotisa de Terradamar.

—Gracias a ti he vuelto a recuperar mi verdadera forma, Ivonne —pronunció el gran ave—. Has demostrado ser también una jovencita muy valiente y fuerte.

»Eres el vivo retrato de una arquera que conocí en el pasado, muchacha.

La chica se sonrojó, y tomó a Ian de la mano.

—Y tú, Ian, te has vuelto muy fuerte también —comentó Gelatín—. No puedo estar más contento de tener al descendiente de un gran amigo.

»Aunque eres como su vivo retrato, tú brillas por poseer el corazón más noble que he llegado a ver en mi larga vida.

De pronto, el pibe se tomó por debajo a la mina, y luego, la elevó a la altura de su pecho. El protector de Áeronima creó un campo de fuerza que fue conduciendo poco a poco al barco. Los dos jóvenes humanos observaron con alegría el ahora tranquilo panorama océanico, luego de pelear con todas sus fuerzas para cuidarse mutuamente.

Roberto los recibió a ambos con un fuerte abrazo, pero también con sollozos de alivio.

—¡Qué alivio que hayan vuelto! —chilló entre un már de lágrimas—. ¡Soy un completo inútil para estas situaciones!

»¡Perdón por no ayudarles!

—Protegiste el barco con todo lo que pudiste —enunció Ivonne.

—Lograste hacerlo a pesar de que eran varios enemigos atacando al mismo tiempo —afirmó Ian, abrazando al moreno—. No digas que eres un inútil, porque defendiste nuestro barco con todas tus fuerzas, y ahora podemos continuar con nuestro viaje al continente del viento, amigo.

Las palabras del chaval hicieron eco en el perturbado corazón de aquel otro chico. Este se sentía halagado de hacer algo para ayudar a sus dos queridos panas.

—¡Gracias, Ian! —exclamó, abrazando de vuelta al otro, y llorando para descargar el sentimiento que apretujaba su alma con fuerza.

[...]

Cenergiza, capital de Volcabrama.

Durante el anochecer, un joven castaño, de ojos anaranjados y con un uniforme de la milicia de Volcabrama, entró a un cuarto de maquinaria diseñada para viajar por en el océano. No eran barcos, si no que estos prometían un desplazarse en lo profundo del mar. Se prometía que estos objetos podría ayudar a llegar a aguas enemigas sin ser detectados por las torres o navíos de Áeronima.

El muchacho entró a uno de estos, y por fuera, el acontecimiento de su marcha fue captado por una cámara de seguridad ubicada en el recinto. Una mujer alta, de tez blanquecina y satinada, ojos que combinaban el rojo y el naranja, de cabello oscuro que estaba acomodado en dos trenzas que se unían en una forma semiesférica veía con atención la grabación. La fémina, que portaba un elegante vestido rojo de seda, portaba una corona de oro puro, acompañada por incrustaciones de rubíes y apatitos.

—Así que después de todo el sucio traidor se marchó —dijo ella, tensando los músculos de su boca—. No me importa.

»Ahora que esa sabandija está lejos, no tengo a nadie que quiera robarme mi corona, pero debo buscar a mi prometido.

En ese instante, un hombre de camisa verde, pantalón grisáceo, y de chaqueta de traje sin mangas del mismo color que la prenda inferior, entró a toda marcha.

—Hemos recibido una importante noticia, su alteza —dijo, arrodillándose ante la mujer.

De su bolsillo derecho del pantalón sacó un papel enrollado.

—¡Dame eso! —ordenó la fémina con una mirada fulminante—. ¡Ahora mismo!

El hombre se puso de pie y se acercó a la reina. Esta tomó el objeto con sus manos, desenrollando este rápidamente, para luego, leer su interior.

El masculino clavó su mirada en la máxima autoridad del continente del fuego, y notó como esta apretó los dientes. Sus ojos mostraban una aterradora ferocidad,

—¿Ocurre algo, majestad? —inquirió el sujeto que le entregó el mensaje.

—¡A mí prometido se lo llevan a Áeronima! —gruñó la reina de Volcabrama—. ¡Quiero un grupo que vaya a su rescate!

—Su majestad, desplegamos hace no mucho a los tres más grandes rumbo a Áeronima —aseveró el hombre, llamando la atención de la mujer.

—¡No me importa! —proclamó ella. Una enorme llamarada se posó sobre la diestra—. ¡La que manda soy yo idiota!

Arrojó aquella flama a aquel hombre del cual se escucharon sus gritos de dolor y de súplica. Su cuerpo calcinado cayó al suelo en menos de un minuto. La reina se levantó de su trono.

—¡Soldados, exijo que desplieguen al comandante Flint y a mi antiguo maestro al campo de batalla para traer a mi prometido! —decretó con total autoridad—. ¡El rey de Terradamar fue secuestrado por nuestros enemigos!

»Y bien, también quiero saber si ya tienen los resultados de mi prueba de embarazo.

Otro sujeto de vestimenta similar al anterior apareció. Se arrodilló también. De su zapato derecho en color negro, tomó un papel minúsculo.

—Este es el resultado del laboratorio, alteza —bosticó con ansia al estar cerca de la autoridad suprema—. Usted está embarazada.

—Gracias por la noticia, pero tenía que entregarme el resultado, no decírmelo. —Implacable, también terminó con aquel desgraciado,

Él debió seguir el protocolo, entregando la nota a la reina. Así era con los mensajes escritos, y este lo era.

—Quiero que este mensaje llegue también para el comandante Flint y mi maestro —enunció al mismo tiempo que se acercaba a sus soldados de armaduras rojas—. Además de traer sano y salvo a mi prometido, quiero que eliminen a Asha.

»Su existencia es una amenaza, ya que él tiene importante información de nuestra tecnología y métodos que pueden comprometernos a todos —levantó la ceja—. No me importa si todavía lo consideran miembro importante de la realeza de nuestras tierras. La escoria como él deja de ser familia cuando abandona sus obligaciones sin el consentimiento del gobierno en turno.

Algunos hombres intercambiaron miradas. Era inédito el tener a un joven de la talla del referido como un delincuente que amenazaba la paz del reino. Para algunos esto podría significar un problema para los dos comandantes que serían enviados a Áeronima por su relación con él.

—También quiero que alguien limpie la basura que hay en el piso —manifestó la mujer, para después, retirarse.

Nadie se percató de una extraña esfera de una peculiar energía oscura estaba allí también, misma que desapareció cuando la reina se marchó.

[...]

Durante el amanecer, Ian lavarse la cara y acomodarse un poco el cabello. Recordó parte de lo que leyó en el diario de su progenitor, y también del libro que encontró en la habitación que tomó como suya.

«¿Soy yo el hijo de la luz? ¿Qué significa esto?», caviló, mientras se lavaba los dientes.

Gelatín saltó a su cabeza, y este lo recibió entre risas. Pudo arreglar de mejor forma su cabello. Lo tomó con sus brazos y sonrió para su más querido amigo.

—Gracias por cuidar de mí todo este tiempo, así como de ayudarme en los combates más difíciles que he tenido. —Volvió a colocar al verdín sobre la testa, y abandonó el cuarto de baño.

Allí se encontró a su verdadera amada. Ivonne lucía feliz, y sobre su hombro reposaba una bola esférica de slime azulado. El gran ave de Áeronima había tomado aquella forma tras la batalla que a duras penas habían logrado ganar ellos dos juntos.

—Buen día, Ivonne.

—Buen día, Ian. —La morra se acercó al pibe para rodearlo con sus brazos y depositar un beso en la mejilla de este.

—Voy a darme una ducha, cariño. —El vato asintió, mientras ella entraba al lugar del que el chico recién había salido, pero salió a los pocos segundos —. ¿Puedes cuidar a este slime mientras tomo la ducha?

El morro asintió.

—Ahora no soy el único con problemas viscosos cuando se trata de tener privacidad —bromeó, mientras la chica rió antes de volver a entrar al baño.

Ian caminó sobre la cubierta. El mar estaba tranquilo, y esperaba no volver a encontrarse con centenares de enemigos como el día anterior. Quería descansar, luego de una batalla que lo dejó exhausto, y entonces, decidió que caminaría para hablar con Roberto. Este permaneció callado luego del combate, algo bastante inusual en su forma de ser.

El hijo de la sacerdotisa se dio cuenta de que el rey de Terradamar entraba al cuarto del capitán, pero continuó en silencio. Sintió la mano del ojiverde sobre su hombro y sus ojos se cruzaron con los de él.

—Has estado demasiado quieto para tu propio bien, Rob —enunció Ian, preocupado por el de tez trigueña—. ¿Te ocurre algo, amigo?

—No —replicó, ante la mirada inquisitoria del castaño—. Fue un día agotador el de ayer.

»Terminé cansado, y quiero entrenar con los sacerdotes y sacerdotisas en Áeronima para aprender más cosas con las que pueda ayudarlos a ustedes —exhaló—. Aunque ayer ustedes me dieron ánimos, quiero mejorar mis habilidades.

—Eres un sacerdote en entrenamiento, pero también te puedo ayudar a entrenar un poco con nuestro elemento —profirió el chico que era acompañado por dos slimes—. Naciste en Terradamar, y seguramente puedes aprender algo ofensivo también y...

—No, gracias —interrumpió el morro—. Mamá solía decirme que los sacerdotes tienen su lugar en el campo de batalla, y seguramente aprenderé otros trucos con ellos.

Su mirada vacía hizo un esfuerzo por dibujar una sonrisa.

—Quiero estar solo, por favor —se mordió el labio inferior—. Por favor, Ian.

»No insistas, que no quiero perder la poca calma. Habrá otro momento para decidir si entreno contigo o no, es que Ivonne y tú están fuera de mis limites.

»Acompañados de dos de los guardianes, son una imponente fuerza que admito que me asusta un poco.

—No era mi intención molestarte —comentó Ian, alejándose de aquel otro muchachón. El corazón de Rob fue invadido por la amargura y arrepentimiento por la forma en la que él mismo cortó aquella conversación.

El rey dejó aquel cuarto, mientras el de cabello negro siguió dirigiendo el barco al destino indicado. Los dos slimes se colocaron sobre sus hombros. Ellos querían reconfortarlo, ya que estaban agradecidos con la ayuda que él brindó a sus protegidos anteriormente.

—Ni crean que voy a caer en su juego —protestó al arquear la ceja, y de pronto, algo llegó a su campo de visión.

Usó un telescopio monocular que había en el cuarto para poder observar con mayor exactitud el raro objeto que se acercaba a ellos desde el mar.

—Parece un enorme barco de metal mucho mejor elaborado que este —dijo—. ¡Tórtolos, parece que tenemos compañía!

Ivonne recién salía del baño, encontrándose con Ian en el camino. El hijo de la sacerdotisa volvió a usar aquel artefacto, notando que no era uno, si no una decena.

Varias embarcaciones comenzaron a aparecer ante los ojos de todos.mEstas traían consigo el blasón del continente del viento.

—¿Más problemas? —preguntó el hijo de la sacerdotisa, llegando al lugar en el que se hallaban los chicos de la nobleza.

—No —replicó Ivonne, mientras sus ojos se tornaban brillosos.

Ella se sentía aliviada al ver que llegaban soldados de su tierra, algo tarde después de un enfrenta con criaturas enemigas, pero era mejor que volver a tener un combate como el del día anterior.

—Ellos son mi gente. —Soltó en ella yo, e Ian la llevó a su pecho, donde ella se sentía segura.

Gelatín se colocó sobre la espalda del castaño, y brilló para brindar calma a los corazones de los pibes. En su forma de slime por el momento no poseía tanta energía, pero podía ayudar a tranquilizar a los que estaban por rededor suyo.

A pesar de los contratiempos, las cosas estaban mejorando. Y minutos más tarde, apareció un barco al frente de los demás. Este llevaba a un hombre en sus treintas, con uniforme de marine, cabellera azul acomodada en cola de caballo y ojos del mismo color de los de Ivonne.

—Es Wyndham, el más grande de mis hermanos.

El hombre notó la presencia de su hermanita pequeña, y con una gran sonrisa en el rostro le saludó con la mano.

—¡Ya estás a salvo, hermana!

—Así parece —dijo la chica, no pudiendo contener las lágrimas de ver a un familiar suyo a salvo—. También necesito ayuda para alguien especial.

En ese momento, Wyndham notó las presencias de Rob y de Ian. Estaba dispuesto a ayudar a aquellos que viajaban con su pequeña hermana, pero habría imaginado que ella llegaría acompañada de un ejército aliado, no solamente de dos jovencitos.

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