Batalla en la capital de Áeronima: Parte 2
Las manos de Flint se rodearon de fuego, su mirada parecía la de un asesino. De él emanaba un aura oscura que pudo ser vista por Asha. El tamaño de sus músculos aumentaba considerablemente. Asha, aunque aterrado y trayendo a su mente la derrota en el anterior encuentro, sabía que sería uno de los momentos más complicados en toda su vida. Ciertamente el hombre de Volcabrama no se iba a contener ante su pupilo, y el jovencito temía que esto fuera a suceder tarde o temprano.
—¡Furia de fuego! —bramó Flint, comenzando una ráfaga de golpes bien asestados contra aquel morro que alguna vez fue su estudiante estrella.
El muchacho, atónito, no podía creer que estuviera no sola en recibiendo gran daño tras este enfrentamiento, si no que, además, su mentor tenía todas las intenciones de que el combate fuera lo más corto posible.
«Pero sus golpes no han sido letales, aunque si me causan daño. ¿Por qué?», reflexionó, todavía siendo brutalmente molido por su contrincante.
Necesitaba encontrar una forma de contrarrestar lo más pronto posible para no ser vencido, además de tomar aire. Tenía una idea, pero gastaría mucha energía en el proceso y pondría todo en riesgo, pero era su única oportunidad de salvar su pellejo. No había opción, tampoco un paso atrás. Debía actuar ya.
Optó por una posición defensiva, su respiración se aceleró y sus ojos volvieron a tomar un brillo rojizo escarlata.
—¡Giro de flamas! —Exclamó el joven príncipe de Volcabrama.
Su cuerpo comenzó a rodearse de un fuego muy brillante, tan parecido al mostrado por el enemigo que enfrentaban Ian y Roberto desde otro punto de la ciudad bajo asedio. Su cuerpo entero dio un giro rápido en dirección contraria a la que los ataques de Flint apuntaban, para luego ir en la misma, provocando que el mayor retrocediera.
Sin embargo, Flint ya tenía preparado darle una patada en el abdomen.
—¡Escupitajo de dragón! —gritó Asha, lanzando una llamarada desde su boca, bloqueando el ataque enemigo para él mismo golpear con su puño cubierto en flamas.
En otro punto de la ciudad, el gran dragón de Terradamar hizo su aparición para cuidar de su protegido de un feroz ataque enemigo de aquel hombre que lo inmovilizó con un poder descomunal. Al verlo, no había duda alguna. Podía ver su parentesco con aquel que acompañaba al joven rey de Terradamar, pero, ¿y si eran solamente coincidencias?
El sujeto no parecía estar muy preocupado de poder estar dañando a su propio hijo.
De pronto, Ian comenzó a usar el acero que había en las ruinas de la ciudad. Rob nunca antes lo había visto usar dicho material como un escudo, pero también lo comprimía con esfuerzo para lanzarlo contra el oponente.
—El acero proviene de la tierra —reparó—. Fue algo que aprendí durante los días que estuve lejos de mi amada Ivonne.
»No obstante, este recurso requiere de mayor concentración y manejo para lograr darle un uso adecuado para la batalla.
Sus ojos brillaron en un tono cobrizo metálico, asombrando a su pana Roberto.era algo increíble ver al linaje del gran dragón usando todos sus recursos disponibles para un combate, y él tenía el privilegio de ser testigo de tal hazaña.
—¡Esto es increíble! —expresó Rob con plena confianza en Ian.
—¿Terminaron con su festival del amor y la amistad?, ¿o me van a seguir haciendo esperar? —demandó el hombre, y entonces, Ian notó algo en él.
Su rostro, especial mente las expresiones que se manifestaban en aquel sujeto tenían cierta peculiaridad. El chico volteó a ver a su mejor amigo humano. ¿Que estaba pasando? La sangre se le heló al considerar la respuesta que parecía ser la más obvia en este instante, pero deseaba que aquello no fuera cierto por el bien del hijo de la sacerdotisa.
—¡Saxea spirae! —bramó Rob, creando un mini tornado con algunas rocas pequeñas envueltas en fuego, y rodeando al tipo que era su objetivo.
Aquel individuo se libró fácilmente del ataque de aquel chico que acompañaba al joven gobernante de Terradamar. Parecía deleitarse al verlo usando dos elementos distintos en un mismo movimiento, pero era torpe todavía. No parecía tener mucha experiencia en combate. ¿Sería acaso que sus sospechas eran ciertas después de todo?
Su rostro esbozó una sonrisa que dejó perplejos a sus contrincantes. Tenía ante sus ojos a aquello que buscó tiempo atrás en Terradamar, pero que Lilith no quiso develar aquella vez que...
—¡Venga! —Extendió sus brazos—. ¡Muéstrame todo el poder que tienes, mi pequeño Roberto!
»¡Muéstrale a papá que eres un digno hijo y candidato a ser un gran sirviente del perro del infierno!
Aquellas palabras dejaron sin aliento a Rob. ¿Acaso finalmente encontraba al hombre que le dio la vida? ¿Su padre realmente era un enemigo al que debía vencer? ¿Sería por eso que su madre no le hablaba mucho sobre el tipo de persona que fue?
Muchas más preguntas llegaron a la cabeza del morro todo meco. Estaba en shock y no podía mover ni un único músculo. Quería más respuestas. Todo su mundo giraba de manera caótica y se desmoronaba. Ian no sabía qué hacer para ayudar a su pana. Aquello fue un gran impacto, pero se confirmaron por fin las sospechas.
«Gelatín, ve y ayuda en otros asuntos de esta guerra, por favor. Rob me va a necesitar para esto y el tiempo corre», clamó desde sus adentros el ojiverde, confiando en que el gran dragón de Terradamar escuchaba plenamente sus palabras.
—Aunque usted sea el hombre que ayudó a darle vida a mi amigo, voy a acabarlo —comentó el gobernante de Terradamar, y sus ojos parecían los de un reptil—. No tiene derecho a llamarlo hijo al abandonarlo a él y a su madre.
»Rob nunca lo tuvo a su lado. ¡Usted no estuvo en su vida, viejo horrible!
El hombre comenzó a reír a carcajadas, mientras su bendi seguía atrapado en la horrible realidad que acababa de escuchar con anterioridad. Sus manos temblaban al compás De las risas de su progenitor, y amargas lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas. El impacto había sido tal que sentía que la revelación había sido una pedrada en el corazón.
—¿Y eso qué? —inquirió el padre de Rob—. Sigue siendo mi hijo, y gracias a mí existe en este mundo.
»Es como si a ti te dijeran que siempre serás hijo del rey caído y no de su hermano menor quien te cuidó de pequeño.
—Eso a usted no le importa —replicó Ian con una expresión desafiante.
—Entonces nos entendemos mutuamente, muchacho —contestó el hombre—. A mí no me incumbe quién es tu padre, lo mismo debe ser para ti sobre mi retoño.
—Una cosa es que me hayan cuidado personas que se preocuparon por mí, y otra es que usted haya abandonado a un hijo —pronunció Ian. Sus colmillos y uñas crecieron a tal punto que adquirió el aspecto de un animal salvaje.
Cerca del santuario en el que entrenaban las sacerdotisas y sacerdotes en Áeronima se libraba el combate entre Wyndham e Ivonne contra la mujer proveniente del continente del elemento agua. Allí el hermano mayor de la princesa estaba por soltar su próximo movimiento en contra de su oponente.
—¡Tornado látigo! —exclamó Wyndham, para atacar a Chantara con un artefacto que creaba corrientes de viento que le hacían difícil moverse a la fémina.
Aquello también le permitía tener un mejor alcance para dirigir otros ataques a su objetivo, pero también le daría una oportunidad a su pequeña hermana.
—¡Confío lo siguiente en ti, hermanita! —enunció el mayor para Ivonne.
En ese instante, Ivonne aprovechó la oportunidad para usar su arma favorita: el arco.
—¡Triple flecha! —anunció la chica. Sus flechas seguían sin ninguna dificultad a la mujer de Océanova. De hecho, el viento creado por el hermano mayor parecía ayudar a impulsarlas contra aquella enemiga, dividiéndose cada una en tres.
A pesar de que el movimiento de Ivonne pudo tener un grandioso resultado, ella fue defendida por sus criaturas que se sacrificaron para mantenerla con vida, pero todavía muchas de ellas sueltas en espera de las órdenes de su ama.
—¿En verdad son tan tontos como para creer que no vengo bien escoltada? —demandó la frívola mujer, mirando con cierto interés en dirección a Ivonne—. De verdad ustedes son bastante patéticos.
»Ya me cansé de sus juegos de niños y de tener clemencia, Debo ir a cumplir mi objetivo de ver derrumbado el gobierno de esta apestosa tierra, empezando con asesinar a su querido padre.
»Y si me sobra tiempo, haré lo mismo con el prometido de la reina de Volcabrama. No se preocupen por la revelación de su estúpida actuación. Se le dirá que murió luchando contra ustedes luego de recuperar el control su mente.
Ivonne estaba ardiendo de rabia. Ella sabía que tendría más probabilidades con el guardián de Áeronima a su lado, más sabiendo que las raras criaturas del mar estaban atentas a cualquier indicación. Wyndham sabía lo que su tata planeaba y confiaba en ella para guiar a Áeronima a la victoria. Necesitaban al gran ave de estas tierras para hacerle frente a la compañía de aquella desquiciada persona. Había mucho en riesgo si no se daban prisa.
De pronto, un gran viento azotó a Chantara y sus esbirros. Una enorme y majestuosa silueta eclipsó al sol, y sus ojos se iluminaron para lanzar rayos láser a aquellos seres, además de que arrojó fuego por el pico.
Aprovechando la distracción, Wyndham repitió el movimiento que usó antes, al igual que hizo Ivonne, obteniendo el mismo resultado por otra horda de criaturas que apareció a la izquierda de ambos.
«Esta maldita seguramente tiene más de esas cosas escondidas y en espera de sus órdenes, así que tendremos que acabar con estos antes», caviló la princesa de Áeronima.
Anan y Moe estaban con los soldados que habían viajado desde Simúneta de vuelta a la capital. Ellos combatían contra los perros del infierno que andaban por el acceso trasero a la ciudad. Habían logrado llamar la atención de estos para que los muchachos de Terradamar se concentraran en el desconocido que provenía de Volcabrama.
Los hermanos combinaban sus armas. Anan hacía uso de su armónica, mientras que Moe de su sikus que usaba a para aturdir a los canes del continente del elemento fuego.
Para ayudarles apareció el gran dragón de la tierra. El fiel compañero de Ian llegó para demostrar su poder y valía, lanzando enormes cargas de arena desde su hocico y creando tornados de tierra para aturdir a los perros.
—Esa lagartija sí que es enorme —pronunció Moe con una mirada fugaz, sintiendo gran admiración al verlo en acción—. Ojalá pudiéramos tener uno así en nuestro continente.
—Tranqui, hermanito —replicó Anan—. Aquel asombroso ejemplar de lagarto con alas sobredesarrollado es bastante amigable, sobre todo cuando es una cosa viscosa, que es cuando se la vive todo el tiempo pegado al novio de nuestra hermanita.
Y al tanto que ambos tantos seguían con su charla, el majestuoso guardián de Terradamar dispuso de lanzar grandes chorros de arena y unas estructuras parecidas a agujas gigantes y enormes clavos que quedaban más que impregnados en la piel de los enemigos.
También usaba su propio cuerpo para atacar con sus patas y filosas además de potentes garras desde el cielo. Era como una enorme lagartija cazando a algún animal salvaje que estuviera desprevenido.
—Viene por aquí —advirtió Anan, observando los movimientos del verdadero mejor amigo del joven e inexperto rey del continente del elemento tierra—. Lo mejor es mover nuestros traseros para no hacerle estorbo, ni para terminar como unos verdaderos puercoespines al final de todo esto.
Moe no podía estar más de acuerdo con Anan, pero justo cuando los dos se disponían a alejarse un poco, decenas de perros del infierno comenzaron a emerger desde el suelo para impedirles el paso. Moe tuvo que usar su instrumento musical, y aunque el gran dragón de Terradamar trató de asestarle a él, algunas agujas y clavos dieron con el brazo y pierna derecha del vato, y este cayó al suelo, gimiendo de dolor.
—Esos malditos perros son más listos de lo que creí —comentó Moe tras quitarse algunos de aquellos artefactos y observando a Anan luchando contra uno de aquellos canes.
Los soldados de Áeronima también estaban dispersos por el lugar, siendo auxiliados por el guardián de las tierras aliadas. Y justo cuando Moe terminó, un viento luminoso, de forma semicircular y que daba vueltas en una danza caótica de viento se posó sobre su mano izquierda.
—Viento de sanación —vociferó con calma para dar inició a su propia atención de sus heridas, pero cuando inició esta, uno de aquellos perros se abalanzó en su contra; no obstante, el compañero de Ian tomó al atacante con el hocico, elevándose por los cielos para dejarlo caer desde una gran altura, encontrándose así con su final.
Los canes malvados se lanzaron contra nuevamente aquel par de carnales por detrás de estos, pero fueron interrumpidos por un sonido que parecía dejarlos aturdidos mucho más de lo que lograba hacerlo la herramienta de Moe.
Una gran ventisca prosiguió a aquello que los dejó perplejos, al tanto que se escuchaban lentos y serenos pasos que eran acompañados por el eco de unos pasos que se volvía cada vez más amenazante conforme avanzaba en dirección a los consanguíneos de la princesa de Áeronima.
Neil había aparecido con un cuerno de guerra en sus manos, siendo acompañado de una feroz mirada.
—Fue tan solo una pequeña probada de mi poder —reparó aquel recién llegado—. Ya estoy cansado de estos tontos juegos y ya se ha perdido bastante.
»¡Prepárense para conocer su final de una maldita vez!
De pronto, Moe y Anan notaron un tono rojizo y lágrimas en los ojos de su hermano. Ambos temían lo peor, pues su hermano solía ser muy tranquilo, y aquella actitud ni siquiera era la que solía mostrar en el campo de batalla.
Y sin mayor dilación, Neil volvió a tocar su cuerno, lanzando por los aires a una decena de perros del infierno, apuntando varias veces a aquellos seres creados con el poder del guardián de Volcabrama.
Soldados enemigos comenzaron su ataque, pero Moe y Anan crearon un escudo, para que luego el primero de estos usara su instrumento para crear corrientes de un viento que se movía de manera violenta a medida de contraataque.
—¡Neil! —gritó Anan—. ¡Qué está pasando?
»¡Tú no sueles ser muy violento!
Volviendo con los panas de Terradamar, Ian seguía intentando llamar a su amigo, pero este, aturdido aún por la noticia que recibió de golpe, no daba respuesta alguna. Su rostro estaba empapado en lágrimas, y no podía creer que tuviera a su progenitor enfrente, luchando contra él. Aquel que decía ser su padre le miraba con atentamente con un gesto que calaba en su alma como una navaja clavada en el corazón.
—Todos estos años pidiendo tener un padre, o que pudiera conocerlo un día... —pronunció con la voz entrecortada—. ¿Por qué mamá no me dijo nada?
»¿Por qué es que esto me está sucediendo?
Roberto se llevó las manos sobre la testa. Se sentó, aturdido e ignorando lo que sucedía a su alrededor. Estaba destrozado. Quería gritar, llorar. Necesitaba una explicación para entender todo. Quería que su mamá estuviese allí para que dijera la verdad.
De pronto, su propio padre lo miró como una serpiente que estaba a nada de atacar a su presa, y sucedió en la forma de una gran llamarada luminosa.
—Veamos si te salvas de esta, hijo mío —enunció el hombre, quien dirigió aquel golpe a su propia sangre.
—¡No voy a dejar que usted le haga daño a mi hermano! —bramó Ian, recordando aquel momento en el que dijo a Roberto que lo veía más que un simple amigo.
Roberto reaccionó finalmente, viendo que Ian estaba frente a él, extendiendo los brazos. Sabía lo que haría por él, pero era demasiado tarde.
El joven gobernante de Terradamar recibió el impacto en lugar de su amigo.
—Ian... —pronunció Rob con voz temblorosa—. ¿Por qué?
Sollozó al ver el fuego rodeando a su mejor amigo, y volvió a caer en un pozo de amargura del que no parecía haber salida alguna.
«¿Por qué me salvaste si solo soy un estorbo?», pensó.
Sintió que alguien lo jaló con fuerza del cabello. Era su padre quien lo veía de la misma forma de antes.
Con sus ojos vidriosos y observando aquel puño que apuntaba a él, Roberto sabía lo que seguía en la lista de crueldades de su progenitor, y así, recibió un golpe en el abdomen. Luego otro, y uno más, y la descarga continuó.
Él no podía responder. Solamente gemía de dolor y sentía que el ataque lo dejaba sin aire.
No entendía lo que sucedía. Los padres que veía junto a sus hijos estaban allí para hacerlos sentir seguros y cuidar de sus retoños. ¿Por qué el suyo lo golpeaba? ¿Acaso lo dejó de pequeño por hacer algo malo?
A cada golpe sentía que su corazón se agrietaba, y para horror suyo, vio a Ian chillar de dolor mientras seguía ardiendo.
—Ya es suficiente —enunció Roberto con una voz débil—. Por favor, papá.
»¡Ya no más! —Con los ojos cubiertos en lágrimas, Roberto chilló, cansado de ver el fuego rodeando al ojiverde, quien solo quiso ayudarle.
«Por favor, que alguien detenga esta locura», caviló, todavía siendo golpeado repetidamente por su padre.
El muchacho cerró los ojos. No sabía cuánto más soportaría. Lo único que deseaba era que su pana saliera bien librado del combate. Ya no le importaba nada más.
Más adentro de la capital, Asha acumulaba energía en todo su cuerpo. Era el momento de intentar algo que su maestro desconocía en él, pero que podía representar un peligro para ambos si no lograba controlarlo. Fue que leyendo antiguos textos en la biblioteca del castillo de Volcabrama que logró darse cuenta de lo que podía ser un movimiento único y diferente que muy pocos lograban controlar a la perfección, pero él trató en sus ratos libres. Pocos con sangre de la realeza del continente del elemento fuego pudieron, siendo el último su abuelo materno, quien aunque no estaba directamente en la línea de sucesión, sus antepasados lo estuvieron mucho tiempo atrás.
Todo el cuerpo del vato de ojos rojos se cubría en llamas. Aquello llamó la atención de Flint, pero para mal.
—¿Vas a intentar hacer un escudo de fuego con eso? ¡Patético! —protestó el hombre para bostezar después—. ¡Llegó tu final ahora mismo!
»Ya estoy cansado de tener que contenerme.
Y observando la cruel y asesina expresión de su maestro, Asha, llorando, recordó una vez que su maestro lo cargó hasta su habitación cuando solamente tenía seis años. Lo cobijó casi como un padre haría con su pequeño hijo, depositó un beso en su frente.
—No sé qué me pasa, que eres como si fuéramos familia, Asha —dijo Flint con una sonrisa repleta de cariño—. Quiero que sepas que un día La Paz llegará al mundo, y me gustaría que puedas correr en libertad, jugar, aprender y mostrar que eres alguien digno de gobernar.
—Pero Edna es la reina —replicó el chico, para luego sentir las suaves caricias en la nuca que le brindó su mentor.
—Tal vez ella te dé a gobernar una ciudad como Candelascuas —respondió el hombre, observando con dulzura al pequeño Asha—. Lo importante es que te conviertas en una buena persona libre de los caminos oscuros que... —Flint se detuvo en seco.
—¿Qué sucede, maestro? —inquirió el jovencito con curiosidad.
—Asha, una vez leí una historia de seres oscuros que están al acecho —comentó Flint—. Dicen que están en un lugar en el que no podemos verlos, pero ellos a nosotros sí.
»¿No es un poco aterrador?
El chico asintió con la mirada.
—No sé la razón, pero cuando estás cerca es como si la luz existiera y no la oscuridad, pero cuando veo a tu hermana, temo que su brillo se pierda y no sea aquella mujer tan cariñosa que suele hacer contigo.
En ese instante, el muchacho no dijo más. Tenía curiosidad por las palabras que evocaba su tutor. Tal vez una importante enseñanza vendría de estas.
—Tal vez sea solamente el hecho de gobernar —pronunció Flint, encogiéndose de hombros—. Puede llegar a ser una actividad bastante estresante.
Asha trató de comprender aquellas palabras, pero no entendía; no obstante, su mentor parecía estar preocupado. Flint notó que el chiquillo lo observaba, así que se sentó a su lado y besó su frente.
—Perdón por preocuparte, pequeño príncipe —enunció el mayor—. Descansa.
—No puedo creer que que, hombre que hoy tengo enfrente sea el mismo que cuidó de mí de pequeño.
Pero ya había tomado una decisión. Usaría aquello, incluso si tenía que poner su propia vida en riesgo. Tal vez así ahorraría el trabajo a su hermana de asesinarlo, o también existía la posibilidad de que el impacto de su muerte la hiciera regresar a ser aquella mujer que conoció y que era amable con él.
«Es mi única esperanza», caviló, listo para atacar.
Tal como Ivonne lo previno, ella y Wyndham ya habían derrotado a varias de las criaturas que Chantara invocaba, pero dar con ella era algo difícil dado a que más de estos seres seguían apareciendo para darles más trabajo por hacer.
«Su plan es el de agotarnos, seguramente», reflexionó la chica.
Fue en ese momento que las campanas de la ciudad comenzaron a escucharse, dejando algo inquietos a ambos hermanos, quienes temieron la peor de las noticias posibles en este punto.
—¡No voy a desaprovechar esa oportunidad! —vociferó Chantara con una sonrisa malévola, extendiendo sus brazos en dirección al cielo, y concentrando parte de su energía sobre sus manos—. ¡Ojo diabólico!
Un orbe de energía tomó la forma de un ojo, y todo aquel poder concentrado fue disparado a los dos hermanos. El mayor se adelantó para proteger a su pequeña hermana; no obstante, la chica miró horrorizada el abdomen de Wyndham, Él fue atravesado por el movimiento de la mujer de Océanova.
—¡Wyndham! —gritó la morra.
Acababa de ver morir a su hermano frente a sus ojos, y poco antes escuchó aquellas campanadas que seguramente anunciaban la muerte de su padre. Era el protocolo que las campanas se escucharan con intensidad ante la muerte del rey o su familia. Quería huir de aquel combate y buscarlos a todos, pero debía continuar para proteger al resto.
Los primeros en recibir la terrible noticia serían Anan y Moe por parte de su hermano de Neil. No podían creerlo. El rey fue encontrado muerto en la destruida sala del trono. Fueron encontrados algunos rastros de agua, por lo que debió ser alguien proveniente de Océanova.
El gran dragón de la tierra se comunicaba telepáticamente con Ian para darle aquellas malas noticias. El joven gobernante de Terradamar no podía creerlo. Su suegro había perecido en combate. Y así, finalmente se liberó de las llamas, curando automáticamente sus heridas.
—Parece que este fue el final del rey, jóvenes —bosticó el papá de Rob—. Joven gobernante de Terradamar, se acabaron los juegos para nosotros en este combate.
El hombre arrojó a su retoño al suelo con crueldad. Roberto está cubierto de morenotes y de heridas en todo el cuerpo. Ya no salían más lágrimas. Su cuerpo estaba cansado.
—¿Por qué, papá? —cuestionó el moreno. Tiritaba de dolor y estaba perdido en la confusión de todo lo que estaba sucediendo a su alrededor—. ¿Por qué trabajas con el enemigo?
»¿Por qué abandonaste a mi madre? ¿Por qué no estuviste a mi lado todo este tiempo? —Se sentía destrozado. La herida se abría más y más a cada segundo—. Yo... Yo siempre quise tener a mi padre conmigo.
—¡Cállate, escoria! —profirió su progenitor—. Tu madre no fue más que un instrumento para acercarme a la corona. Ella fraternizaba con la reina.
»Si la llegué a preñar fue porque estaba aburrido y quería crear nuevos planes que tengo para este mundo.
»Pudo matarme el día del ataque a la caída capital de Terradamar, pero la muy idiota decidió perdonarme porque tenía a un asqueroso hijo que cargaba en sus brazos.
Aquellas palabras dejaron un muy amargo sabor de boca al chico. Su padre parecía no quererlo ni un poco, pero la sangre de Ian ardía.
El chico rugió con todas sus fuerzas. Tan así que llamó la atención de aquel ser que miraba desde las profundidades del abismo.
—Parece que el joven Parker tiene lo que necesito para ser libre de nuevo. ¡Eso es, muchacho! ¡Saborea el poder de la furia y aniquila a tus enemigos! ¡Dame esa energía!
Una risa macabra se escuchó desde las profundidades de aquel oscuro abismo. Varios ojos amarillentos aparecieron en una misma habitación y el eco de un profundo siseo se hizo presente.
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