Batalla en la capital de Áeronima: Parte 1

Habían transcurrido unos días desde que Simúneta había sido invadida y el grupo estaba de camino de regreso a Alas Libres. Aquel ataque había formado parte de una distracción para reducir el número de defensas de la capital de Áeronima, por lo que todos sabían que se toparían con un panorama poco alentador al llegar a la capital del continente del elemento viento.

También tenían que cargar con Asha, ya que el chico se había desmayado un par de minutos después de haber sido golpeado por Anan tras otra discusión en la que él deseaba enfrentar una vez más a Flint para probar que sería de utilidad, el último de los hermanos varones de Ivonne que viajaba con ellos.

Roberto se mantuvo en silencio cuando, especialmente Ivonne, se enteró de su boca que podría ser hijo de un hombre perteneciente a las fuerzas de Volcabrama, pero, especialmente, a que sentía que su vida había sido una mentira muy encubierta por su propia progenitora.

Segundos después, la primera persona en vislumbrar Alas Libres fue Ivonne, pero quedó horrorizada al verla.

Los daños a los edificios y lugares importantes de su ciudad eran notables a la distancia. Los demás también quedaron atónitos por la devastación. No podían creer lo que tenían ante sus ojos. Humo salía por todas partes, y los primeros estruendos del combate del día se hicieron audibles para todos. La verdadera guerra en la capital prosiguió sin esperar ni un segundo más al grupo de Ian.

—Nuestros hermanos... Papá... —expresó Ivonne al borde del llanto.

—Nuestro viejo y los otros no son tan tontos —comentó Wyndham a su hermana pequeña con toda intención de tranquilizarla—. Seguro pusieron un plan de acción para salvar a la gente de la ciudad, pero también a todos ellos.

»Ahora que hemos llegado, es nuestro momento de servir a nuestra nación.

—La verdad es que creo que nuestros hermanos entrarían en pánico sin ti —mencionó Anan, lo que desanimó a Ivonne y al resto de los presentes—. Son tontos sin un guía, y tu Wyndham, eres uno de los pilares de la familia. Todos confían en ti. Siempre sabes que hacer.

»En cambios ellos...

—No empeores las cosas —protestó el hermano mayor—. No importa si son unos idiotas, ya que lo importante es que también estén para ayudar en esta lucha que se viene para todos nosotros.

»Lo mejor que podemos hacer en este momento, es apresurarnos.

—Lamento interrumpir, pero habrá que acercarnos para ver la forma en la que podemos ayudar —mencionó un sereno Ian con Gelatín pegado a su espalda—. De todos modos el enemigo parece saber que estaba fingiendo demencia para apoyar al bando en el que mi corazón realmente se encuentra.

—No sabía que Gelatín podía estar así —dijo un asombrado Rob, observando al slime moverse con toda tranquilidad por detrás del ojiverde.

Y mientras algunos soldados cargaban a Asha, la agrupación se acercaba más a la entrada de Alas Libres. Gritos de dolor, explosiones, y otros sonidos de batalla inundaban el ambiente. Se respiraba el humo de los ataques de los volcabramanienses y el tiempo corría a contrarreloj. Habría que actuar pronto para salvar vidas, pero también, para defender el honor de estas tierras.

Y entonces, los perros del infierno hicieron su aparición. Era una cantidad que triplicaba a la que apareció en la segunda ciudad más importante de Áeronima durante la estancia de Ian y compañía. Se veían más feroces y sus ojos rojizos penetraban en el alma de los allí presentes. Sus fauces desplegaban un olor nauseabundo, por lo que posiblemente habían hecho daño a otros.

Todos estaban rodeados, cuando de pronto, fueron atacados por una feroz llamarada. Rob se apresuró para crear una barrera, sin embargo, y para asombro de Wyndham y Anan, volvieron a salir llamas que rodeaban aquello que el moreno usó para proteger a todos los que estaban a su lado.

—¿Combatir fuego con fuego? — se escuchó preguntar a la voz de un hombre que parecía haber llegado a aquel príncipe todavía inconsciente, pues se movió y gimió como si estuviera dentro de un mal sueño.

Un sujeto alto de cabellera oscura, ojos negros y facciones que recordaban el rostro del amigo de Ian apareció, portando un elegante saco de color rojo por encima de una prenda negruzca con cuello mao alto que tenía dos insignias de dos flamas por ambos lados. Él observó al hijo de la sacerdotisa de manera desaprobatoria. Le era insultante ver a uno de los suyos combatiendo en el bando enemigo, pero no tardó darse cuenta de que además de aquel chico que defendió a aquellas «cucarachas rastreras», también se encontraba Asha, el hermano menor de la reina de Volcabrama.

—¡Ya veo! —Sus ojos se clavaron como cuchillos en aquel que estaba fuera de combate— El príncipe traidor vino con sus nuevos amigos, posiblemente creyendo que lo van a ayudar a derrocar a la reina, pero si algo les haré saber, solamente por mera cortesía, es que esta victoria les será muy difícil de conseguir, ya que yo soy el mentor de aquella que gobierna todo Volcabrama.

»Están perdidos, queridos enemigos míos. —Sonrió con malicia.

Todo mundo estaba confundido con aquellas palabras. Asha había llegado solo a Áeronima, pero sin planes de derrocar a su hermana de quien de hecho, dijo haber huido. Entonces, aquel muchacho de ojos rojizos finalmente despertó de su letargo. Observó al hombre y supo que las cosas estaban por complicarse. Aquel sujeto podía ser el padre de Rob, el que trabajó en las sombras y fue el que vendió información importante a la reina de Volcabrama para la invasión a la caída capital de Terradamar, mas también era alguien que emitía una energía que le resultaba repulsiva y aterradora.
Asha veía la maldad pura en aquel sujeto que fue también el tutor de Edna.

«Tal vez sea el responsable de los horribles cambios que mi hermana tuvo a través de los años», caviló, observando con temor a aquel sujeto que le provocaba ansiedad con su sola presencia.

De pronto, el joven príncipe de Volcabrama notó que Roberto puso su mirada en Ian. Fue en este momento que pudo notar un mayor parecido de aquel masculino con el amigo del ojiverde. Si no eran padre e hijo, las similitudes en la apariencia de ambos era innegable después de todo.

Pronto, aquel hombre observó con curiosidad a aquel que era considerado como persona non-grata en su propio lugar de nacimiento.

—Te pareces mucho a aquella que fue la reina consorte, pero no a aquel que debo supone que dices que fue tu padre, niño —dijo el hombre con aquella misma sonrisa tan tétrica que dejó desconcertado a Asha—. Ahora que lo pienso, tu hermana también tuvo un mayor parecido a su mamá, y también a sus abuelos.

»Es posible que tú seas un caso similar, así que no te preocupes.

Asha prestó atención a la forma en la que la frente de este se arrugaba, algo que ocurría en él también cuando tensaba los músculos de aquella parte de su rostro. Debía ser una simple coincidencia, ya que aquel hombre no parecía estar mas interesado de pasar tiempo con la familia real mas que para lo que era llamado.

—Rob, ayúdame con este sujeto —dijo Ian, estando cansado de escuchar el veneno que soltaba aquel masculino.

—Sí, pero no me mires con esos ojos, compa' —pidió el chico para el peliverde.

—¡Pues ni que te estuviera mirando con ojitos de cachorro! —protestó el joven de cabello castaño.

Mientras aquel par discutía con quien lucharía, Asha dio un paso hacia adelante. Tenía que buscar a su maestro para: ¿salvarlo?

Sabía que algo no estaba bien con aquello que dijo en Simúneta, el maestro Flint no era aquel mismo hombre al que se enfrentó. Era importante dar con él para poder detener algo que lo estaba corrompiendo al igual que sucedía con su hermana, pero cuando intentó alejarse, Ivonne lo detuvo en seco.

—¿Y a dónde carajos crees que te vas? —pronunció la chica con un brillo entre azulado y verdoso en los ojos.

—Tengo que buscar al hombre que cuidó de mí cuando era pequeño —dijo, cabizbajo y tensando la mandíbula.

Las venas de su frente se marcaron. Su sangre se calentaba, al mismo tiempo que sentía algo extraño dentro de su propio ser. Era enorme, como una gran sombra que solamente él podía ver, y al mismo tiempo, era observado y juzgado por esta. Los vellos se le erizaron y se le puso la piel de gallina, al mismo tiempo, sus rojizos ojos brillaron con intensidad.

—Sé que no confías en mí, y lo entiendo —manifestó el chico—. Tampoco tus hermanos, novio y el otro chico, pero hay cosas que solamente yo debo de hacer.

»No busco derrocar a mi hermana, ni pelear con mi pueblo —dijo con una sensación amarga—, pero si me duele no hacer algo para detener lo que sea que esté pasando.

»De niño me costaba tanto escuchar que mi hermana era alguien que estaba causando el sufrimiento de otras persona, ya que siempre fue tan cariñosa y amable conmigo, al igual que mi maestro.

»Sé que hay algo más, y es mi deber averiguarlo.

—Yo confió —replicó Anan.

Miraba con curiosidad a aquel chico de ojos rojos. No detectaba malas intenciones en este, además de que podía ver que estaba sufriendo y quería encontrar la explicación a aquello desconocido. A pesar de que ahora la mirada de Asha mostraba un aumento de fulgor, se notaba perdida y repleta de pesadumbre.

Definitivamente, sólo él podría enfrentar ciertos desafíos y retos que la vida le había impuesto. No era un enemigo como la gran mayoría de aquellos que provenían de su misma tierra natal. Aunque no lo podía comprender del todo, Anan prefería depositar un poco de fe en este muchacho.

Ahora, Anan también tenía que hacerle frente a sus propios asuntos para luchar por la vida de sus seres queridos y evitar una gran desastre en la capital de Áeronima.

«Es importante para que el pueblo no pierda la esperanza en una batalla que se gane o pierda, ayude a dar un paso de unidad en esta guerra», caviló, mientras echaba un ojo a sus hermanos que estaban con él.

—Wyndham, Ivonne... —Anan se detuvo en seco, mientras sus ojos se posaban en los aludidos—. Me pesa decirlo, pero confiaré en ustedes dos para buscar al resto de nuestros tarados hermanos y a padre.

»Yo me quedaré con los soldados para luchar contra los dogos malos y feos y aligerar el trabajo de Ian y el bufón que lo acompaña.

—¡Ya les dije que no soy un bufón! —protestó Rob—. ¡Soy el hijo de una sacerdotisa de Terradamar!

Un muro explotó, interrumpiendo la charla, y tras el sujeto de Volcabrama aparecieron hordas de sapos y ranas gigantes. Las dimensiones de los anfibios de tamaño familiar dejaron boquiabiertos a los presentes, cuando de pronto, algunos fueron cortados en pedazos, dejando sorprendidos a los presentes.

Moe había aparecido, usando cuchillos como arma junto a un Sikus.

—No me gusta sacar mis juguetes a pasear, pero ya me cansé de ustedes —vociferó con una mirada asesina—. Odio que crean que nosotros somos débiles solamente porque jugaron bien sus cartas.

Comenzó a tocas su instrumento, y de pronto, una decena de anfibios gigantes explotó.

Y así, Wyndham e Ivonne anunciaron su retirada. Anan tendría algo de ayuda con las bestias invasoras, mientras que el combate entre los panas y el «viejo feo» según Rob estaba por dar inicio.

Ian avanzó, colocándose al frente de aquel que era su amigo. Gelatín estaba sobre su espalda, en espera de poder tomar su verdadera forma y así ayudar en la lucha que se estaba librando. Además, el ojiverde no gustaba de crear más tensión en Roberto. Había una posibilidad de que se encontrase con su padre en esta batalla.

Pero aquel sujeto no iba a esperar más. Tenía que deshacerse de aquellos mocosos, especialmente del joven rey de Terradamar.

«Ese pequeño bastardo será una lata para lo que tengo planeado», pensó, para luego mirar en dirección a Roberto, sonriendo a este.

—¡Golpe solar! —bramó ferozmente el hombre de Volcabrama, creando una llamarada luminosa que hizo que los pibes se cubrieran los ojos debido a la intensidad del brillo—. ¡Y eso que no es todo mi poder, ya que no estoy en mi tierra natal!

Entonces, Rob, sin vacilar por un solo segundo, se decidió por hacer algo para defender a su amigo y también su propio pellejo. No iba a ponerse a llorar o distraerse de nueva cuenta. Tenía que luchar también. No sabía quedarse quieto, y una batalla no lo llevaría a la banca, especialmente una en la que participaba aquel chico que fue el primero en considerarlo su amigo en la vida.

Un muro de fuego impactó contra aquella llamarada brillante lanzada por el desconocido. Sin embargo, los demás presentes estaban confundidos, a excepción de Ian. Los hermanos de Ivonne no tuvieron mucho tiempo para quedar en dicho estado, tenían que seguir peleando contra los dogos malos.

Ian, en cambio, no sabía qué pensar. Era la primera vez que veía a su amigo usar el elemento fuego. El propio Rob miraba sus manos. Ya lo había visto antes, pero ahora era mucho más grande y parecía querer no dejarlo descansar sobre aquellos pensamientos de ser el hijo de un hombre que pudo hacerle daño a su madre.

—¿Por qué? —cuestionó al aire—. ¿Por qué tengo este maldito poder?

»¿Quién rayos es mi padre?

Ian se acercó a él para brindarle un abrazo. No lo iba a dejar a su suerte. El moreno era su mejor amigo humano y casi al que quería como a un hermano, uno que sus padres adoptivos no pudieron brindarle.

De pronto, aquel hombre comenzó a pitorrearse de aquellos dos jóvenes contra los que debía luchar. No representaban una amenaza para el, y con gusto acabaría con ellos para proseguir su camino rumbo al castillo.

—¿Qué pasa? —demandó cada vez más impaciente—. ¿Recién se dan cuenta de que les será inútil pelear contra mí, pequeños bastardos?

»Ya que me caen bien, les haré el recordatorio de que la reina fue mi pupila, así que ella está a mi nivel. Así que si me derrotan, creo que podrán hacer lo mismo con mi querida estudiante.

—¿Al mismo nivel que la reina? —preguntó Ian, confiando en que aquello era cierto—. Puede que está sea mi oportunidad para saber que tan fuerte es esa mujer, aunque sea luchando contra el hombre que la instruyó.

»Rob, te necesito. Tú defiendes y yo ataco.

Pero el vato seguía sumergido en sus pensamientos, mismos que le imposibilitaban seguir adelante.

Ian se dio cuenta de que su pana estaba distraído, así que lo derribó cuando una bola de aquel luminoso fuego se acercó a ambos. Recibió una quemadura en el hombro, pero era mejor que perder a un amigo.

—¡Despierta, Rob! —clamó el ojiverde, logrando sacar del trance al moreno.

—Lo lamento —dijo el hijo de la sacerdotisa—. La verdad es que todavía me cuesta trabajo creer que yo también puedo usar fuego.

»¡Santos dragones, tu hombro! —chilló al ver la herida en el joven gobernante de Terradamar.

—Prefiero esto a perderte, amigo —contestó Ian con una sonrisa en el rostro.

Roberto sintió un nudo en la garganta. Las palabras de Ian eran reconfortantes, además de que lo hacían sentir necesitado e importante durante la batalla, pero era duro enfrentar a un ser que parecía querer buscar la paz y destrucción, todo lo contrario a lo que le fue enseñado cuando era pequeño.

Cuando era joven y vio al primer paciente de su madre, ella no lloró como lo hizo la familia de este, un hombre mayor que cuando fue recibido estaba muy enfermo.

El chico no lo entendía, la esposa e hijo de aquel sujeto lloraba, pero este se había ido luego de sufrir mucho.

—Aunque es bueno luchar por preservar y cuidar la vida, hijo mío, también hay que saber que llega un tiempo en el que la batalla no se puede ganar —la mujer acarició suavemente las mejillas de un Rob de siete años—. Pero también es normal que sus familiares sufran con la perdida, ya que era una persona a la que querían mucho y que ya no estará más con ellos.
—¿Tú siempre estarás conmigo, mamita? —inquirió el pequeño para su madre.

—Nadie puede estar siempre con las personas que aman, Roberto. —Depositó un beso en la frente de su bendición—. Aunque quisiera estarlo, seguramente un día buscarás tu propia independencia y tal vez te cases con una bella chica y tengas tus propios hijos, mi vida.

»Ahora recuerda bien, vive tu vida al máximo y se feliz. Habrá quienes busquen dañar a otros, pero quiero que hagas tu esfuerzo para darles una pequeña esperanza. Aunque no me guste la idea, es posible que un día veas a esas personas que sólo hacen el mal a costa del sufrimiento ajeno.

—Pero si tú me has dicho que nada malo ha pasado desde que cayó la capital, mami

—Y desearía que sea así por siempre, mi pequeño. —Lo rodeó con sus brazos—. No quiero que salgas lastimado, porque sé que tienes un buen corazón.

«¿Entonces es por qué soy débil?», se cuestionó, pero vio que una bola de fuego más venía hacia ellos. Se concentró en crear una barrera, ya no le importaba si estaba cubierta de fuego o no, ya que no iba a permitir que le hicieran daño a su bestie.

—¡A mi nadie me va a volver a subestimar! —gruñó, mostrando un fulgor rojizo en sus ojos, mismo que fue notado por el oponente al frente suyo, y este, en respuesta, sonrió con malicia.

«Parece que después de todo si es a quien busco», dijo para sus adentros.

Aprovechando la barrera creada por el moreno, Ian dio un golpe en el suelo, mismo del que emergieron varias rocas con formas de lanzas puntiagudas, después, con un pisotón, varias rocas más surgieron.

Siguiendo los movimientos de sus manos, como si fuera una danza llena de fiereza, estas salían disparadas contra aquel hombre, pero todo aquello fue una distracción, ya que también se concentró en encontrar una fuente de agua para atacarlo por detrás, provocando que el enemigo cayera bocabajo en el suelo.

El chico apretó el puño, y la tierra debajo de este se abría, pero saltó con gran destreza, evitando caer al abismo.

—Parece que te subestimé, chico —comentó el hombre, mostrando una sonrisa tenebrosa que parecía ser un rasgo característico de la gente de Volcabrama, salvo por excepciones como Asha—. Quería terminar de jugar antes, pero parece que me veré obligado a extender el evento principal.

Un aura rojiza comenzó a cubrirlo, por alguna razón, Ian no podía moverse, lo mismo ocurría con su pana de tez trigueña.

—Solamente haré esto una vez porque me da flojera hacerlo —pronunció aquel hombre con una sonrisa llena de maldad en su rostro—. ¡Onda explosiva!

Aquel gesto terrorífico se intensificó en este hombre volcabramaniense. Tanto Ian como Roberto sintieron que este podría ser el final de ambos, pero cuando todo parecía perdido para ellos, el gran dragón de Terradamar había emergido, aprovechando que el hombre le prestó poca atención.

«Apareció la lagartija», caviló el sujeto.

El caos y la destrucción eran cada vez más presentes en las calles de la capital de Áeronima. Dentro de estas, Wyndham y su carnala seguían su rumbo al castillo para buscar al resto de sus hermanos. Unas series de explosiones tuvieron lugar cerca de ellos, y entonces, una hidra apareció, lanzando un poderoso torrente de agua contra Ivonne.

—¡Latigazo de viento! —rugió el hermano de la princesa, logrando salvarla de forma oportuna antes de que ella pudiera recibir el impacto de aquella temible criatura.

Detrás de aquel aterrador ser, Chantara apareció. Ella estaba acompañada por un grupo de hidras pequeñas y de tiburones con piernas.

—Mis nuevas creaciones les envían saludos — dijo aquella mujer con una risilla burlona—. Un príncipe y una princesa, así que tendré la oportunidad de matar dos pájaros de un solo tiro.

»¡De verdad se me sirvió en bandeja de plata lo que es una grandiosa oportunidad de tener un gran triunfo en nombre del continente de Océanova!

—¡Eso crees tú, vieja bruja! —respondió Ivonne, tomando su arco y dedicando un gesto desafiante a aquella fémina—. Les vamos a dejar bien pateados sus feos traseros llenos de algas.

—¡Así se habla, hermana!

Wyndham se colocó de espaldas a su hermana. Era el momento de actuar y cubrir todo terreno posible.

—Es el momento de que nosotros brillemos, Ivonne —aseguró el tato mayor.

—En eso estoy de acuerdo, hermano —replicó la chica con una sonrisa en el rostro—. No por nada somos los orgullosos hijos del rey actual de nuestra amada Áeronima.

En otro punto de la ciudad, Asha se mantenía alerta. Tuvo que pelear contra los suyos y aquello le dejó un amargo sabor de boca. Ahora se encontraba a solas, en espera de encontrarse una vez más con el hombre que fue más un padre que un maestro para él. Cada vez que enfermaba o tenía miedo, él estuvo a su lado.

«No quiero tener que hacerle daño a una de las personas más importantes para mí, y eso hace que me contenga, pero si quiero hacer algo, debo dar todo de mí», reflexionó al son de una lágrima que escapó de su ojo izquierdo.

Flint estaba en el techo de una casa con parte de su fachada destruida. Asha le vio cuando escuchó el sonido de una pequeña roca que fue lanzada muy cerca de él. Tendría que pelear y vencer a su maestro para no sólo demostrar lo aprendido, también para salvarlo de sí mismo y de una guerra que no tenía sentido continuar, al igual que necesitaba investigar sobre su cambio, si es que lo hubo.

«¿Y si realmente él y mi hermana querían verme crecer solamente para verme sufrir al entender mejor que realmente me odian?», meditó, pero negó con la cabeza.

Tenía dulces recuerdos al lado de ambos que era imposible creer que aquello fuera verdad.

«Ya no hay vuelta atrás cuando tomas decisiones duras, pero aunque debo mantener mi paso firme, quiero que sepas que estaré siempre para protegerte, Asha, porque eres mi pequeño hermanito», dijo la voz de su hermana dentro de sus pensamientos.

Hubo una vez que un hombre de Áeronima se coló en el castillo de Volcabrama e intentó hacerle daño a un Asha de siete años. Tanto Edna como su maestro Flint se dieron cuenta de ello, logrando evitar que aquel sujeto pudiera apuñalar con su cuchillo al jovencito.

—No entiendo la razón por la que ese sujeto querría hacerle daño a mi hermano —comentó la reina, vistiendo de manera deslumbrante ante los ojos de Flint.

—Majestad, son tiempos difíciles e incluso hay gente de nuestras tierras que no quieren ver un futuro maravilloso para nuestro continente —replicó Flint, abrazando cálidamente a Asha quien sollozaba por el temor que le provocó el ataque del que fue rescatado.

—¿Te han dicho que serías un excelente padre, Flint? —inquirió la reina, sonriendo vivazmente al ver al hombre reconfortando a su pequeño tato.

—No, pero espero un día serlo, y no me molesta tampoco cuidar de mi pequeño aprendiz —contestó el hombre al tiempo que acariciaba suavemente la nuca y espalda del muchachito—. Lo quiero como si fuera un hermanito.

Tras escuchar aquellas palabras, Asha se aferró al pecho de su mentor. Se sentía protegido y seguro cerca de él, y amado al escuchar la voz de su hermana mayor.

—¿Otra vez vienes a pelear conmigo? —preguntó el maestro a su alumno, volviendo a traer al presente a este último—. Será mejor que te retires, pues no pienso contenerme en esta ocasión.

»Te asesinaré, muchacho.

—¿Por qué, maestro? —demandó el ojirrojo—. ¿Por qué usted, la persona que me enseñó que el mundo debe ser pacífico hace esto?

»¿Por qué de pronto se volvió tan sanguinario y obsesivo con el conflicto?

—Porque admito que jamás creí que fueras a traicionar a la corona; sin embargo, en el combate anterior me hiciste ver qué sigues siendo débil. —pronunció aquel hombre con una mirada penetrante—, Tuviste un mal desempeño.

»Ni sacando toda tu furia pudiste hacer algo. El fuego interno de la gente de Volcabrama brilla con sus emociones, pero tú, eres patético. Te doy cinco segundos para acabar tu teatro. ¡Vete o acabaré contigo!

Asha apretó sus puños. Le dolía escuchar aquello, pero estaba allí para luchar. No sé iba rendir. Era terco, como lo era buena parte de la gente de su tierra de origen. Su maestro le enseñó a seguir luchando tras fracasar. Eso era justo lo que iba a hacer.

—¡Ni loco! ¡Usted me enseñó a no ignorar mi terquedad!

»Todavía no le muestro mi verdadero fuego interior.

Y así, los combates que se librarían por la defensa de Alas Libres ya estaban definidos.

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