V

Elián

Cada día la miraba, no de forma enferma o mala, solo me gustaba observarla esperando a que la valentía se hiciera presente para hablarle.

No parecía nada muy complicado si lo pensaba, era levantarme de mi asiento en cuanto la clase acabara, ya que ella tendía a irse apresurada en cuanto el timbre daba el final de las clases que compartíamos.

Pero nunca podía, permitía que se fuera y yo seguía siendo solo una sombra de todo lo que sucedía alrededor, pero ella no se daba cuenta por escribir en sus tantos cuadernos.

Siempre quise saber que escondían estos, quizá era como su diario y hablaba de sus días, de sus tormentos que deseaba ayudarle a cargar cada que veía como le pesaban y la marchitaban.

O quizá solo eran notas de la escuela, una agenda o dibujos, quizá estaba tan aburrida que garabateaba.

Mas sea lo que sea la consumía en una burbuja y no notaba nada fuera de sí, nunca se dio cuenta de mis miradas fugaces no tan discretas como pensaba eran, mi mejor amigo se encargó de burlarse de ello casi un mes.

Aún lo hace de vez en cuando al atraparme en media clase, pero ya sigo la broma aceptandolo y ya no le parece  divertido de esa forma.

Cada día me hago historias en mi mente sobre que escribe, dónde ella me lo cuenta por sí misma todo lo que parece atormentarla.

Río negando con la cabeza por mi pensamiento. Vaya, que cobarde el que quiera que ella de el paso de hablarme cuando de seguro ni siquiera me nota.

Podré tener la atención de otras chicas lindas que mis amigos terminan por terminar de espantar al ver cómo son de testarudas, no aceptan un no.

Pero el que fuera tan negativo con tener citas o salidas o bueno, cosas más íntimas con ellas las había llevado a dos conclusiones: una, que era gay y dos, lo tomaron como el chico misterioso y se esmeraron más en lograr un sí que nunca tendrán.

Al parecer ser rubio con ojos de color de inmediato llama la atención como si fueras un Ken que solo busca una conquista.

Pero a este rubio exclusivamente le interesa una chica tan misteriosa como yo les hago parecer a la que no me atrevo a hablarle. Me gusta pensar que es solo para seguir creando mis tantas teorías que me distraen de las aburridas clases sobre ella.

Claro que es cobardía, pero me gusta respaldarme en ella.

Pero el día que la oportunidad se presentó en bandeja de oro no la pude dejar ir.

Ella apareció apurada ese día, era la primera hora y yo había llegado mas temprano para regresar algo que tomé, por lo que estaba solo esperando en el salón el inicio de clases.

Y como siempre, ella ni siquiera me notó, paso de mí corriendo apurada hasta el cuaderno que había dejado el viernes.

Yo había tomado el cuaderno, cuando acabó la clase tuve que volver, ya que olvidaba un cuaderno, al llegar estaba solo el salón, pero un cuaderno debajo de su banca llamo mi atención.

Y no cualquier cuaderno, era el cuaderno, aquel que tanta curiosidad me provocaba desde el inicio del curso o bueno uno de ellos, cada tanto lo cambiaba pero siempre eran iguales.

Color negro, sin espiral, un marcapáginas que siempre cambiaba de color entre amarillo, azul y rosado, nunca entendí el porque, pero ahí estaba, esperando alguien lo tomase y se lo guardara.

Estaba seguro de que si lo dejaba alguien lo encontraría y quizá tiraría o leería y divulgaría por ahí, no lo podía permitir, debía cuidárselo.

Más tarde o temprano sabía que pasaría, lo leería a pesar de saber lo mal que estaba, pero quería saber que tanto distraía a la chica dueña de mis pensamientos, tan perdida que no lo notaba.

Al abrirlo encontré tantas y tantas historias cortas, no mas largas de dos hoja, contando tantas cosas atrapantes y hermosas pero siempre acababan tristes.

Y me dolió, me di cuenta de que solo alguien con una perspectiva muy triste y perdida de la realidad podía dar esos finales siempre.

Entre todas esas páginas sus tormentos estaban escritos y fue cuando una sonrisa se adueñó de mi rostro, ya tenía mi excusa para hablarle, la conocía un poco más a partir de sus tantas historias.

Y aunque fue mala mía, cambie varios finales, los mejore a como para mí debían ser, ese es el caso de los cuentos, ser felices, alejarte de lo verdadero, no tan devastadoramente reales.

Así que ese era mi primer movida, era mi turno de entrar a la tormenta que la acechaba y cubrirla, asegurarme de sacarla de ahí, enseñarle los rayos del sol.

Necesitaba verla brillar y cuando conocí su sonrisa me sentí aún más seguro de ello.

Pero la espante en mi primera oportunidad de hablarle, no sé porque se le hizo tan raro que quisiera convivir con ella.

Aunque las tres frases que me dijo debo aceptar que me dejaron algo embobado, tiene la voz más dulce y linda que he escuchado, más nunca lo aceptaré delante de nadie, vaya cursilada.

Pero ese día la vida me dio otra oportunidad cuando me chocó en el cambio de clases, ya tenía un plan mediocre dónde me le acercaría para entregarle los apuntes de la clase y quizá conseguiría caminar con ella al salón que le tocara.

Sin embargo no fue necesario y me contuve de voltear al cielo y soltar un gracias al mundo, una mala costumbre que tomé de mi madre.

Adam entendió de inmediato lo que planeaba y se fue dejándome solo con ella.

No permití que soltars mi mano y la jalé hasta el patio cerca de las canchas de fútbol.

—Ven, siéntate —palmeo el lugar junto a mí para que se recargue en el árbol—. Sería de mala educación rechazarme dos veces en solo un día.

Una pequeña sonrisa cruza su rostro fugazmente relajándose un poco.

—Supongo no estás acostumbrado a que te rechacen —esta vez la sonrisa permanece sentándose.

—Mírame, ¿en serio crees alguien me rechazaría? —sonrío señalando mi rostro.

—Demasiado perfecto —murmura negando con la cabeza.

—Así que piensas que soy perfecto.

Un sonrojo pinta su rostro y abre los ojos sorprendida, supongo ni siquiera se dio cuenta de que lo dijo.

—Yo...no quise...es que —comienza a tartamudear nerviosa intentando levantarse pero no lo permito.

—No importa, ahora —me pongo serio enfocándome en lo que necesito saber —¿te estaban molestando?

Se queda callada mordiendo su labio nerviosa pero no puede hacer eso sin distraerme. Levanto la mano dirigiéndola a su rostro.

—No hagas eso —susurro y ella lo deja de hacer al instante agachando el rostro avergonzada— es tierno que te sonrojes tan fácil.

—Deberías ir a clase, estoy bien sola.

—Necesito saber si te estaban molestando las chicas, no puedo permitir que te dañen —la tomo de la barbilla buscando sus bonitos ojos grises una vez más.

—¿Por qué te importaría? Ni siquiera me conoces —parpadea confundida evitando mirarme.

Si tan solo supiera.

—Me enseñaron a ayudar a cualquiera sin importar que. No te dejes ir por mi apariencia, prejuicios o estereotipos —ladeo la cabeza mirándola confundido por su reacción— Intentemos una vez más, ¿te hicieron algo?

Se queda callada un segundo pensando su respuesta y asiente sin poder mirarme.

Y no necesito más para sentir mi sangre hervir, aprieto los puños levantándome.

—¿Cómo se atreven? —murmuro entre dientes caminando a dónde estaban las chicas.

—No, por favor, Elián —Sofia intenta detenerme y aunque sus ojos de nuevo están llenándose de lágrimas y un profundo terror los embarga no consigue detenerme.

Llego hasta ellas y de inmediato adaptan una postura coqueta ignorando mi clara molestia.


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