III
Sofia
El lunes a primera hora salgo corriendo de casa dejando pasar el comer algo, no me importa, es más importante el que recupere mi cuaderno. Que alguien lo encuentre y lea acabaría con toda la muralla que he creado alrededor de mí, esas historias son mi alma y mente entera.
No quiero repetir la ocasión en que una maestra me saco un cuaderno el año pasado y me obligo a leerlo en voz alta, alegando que, ya que no le ponía atención, lo menos que podía hacer era mostrar que me era más relevante a su voz.
Papá llevaba alrededor de cuatro meses de haber fallecido, en la historia hablaba de esa noche, de lo que paso, de la culpa que me embarga desde ese día.
Después de leerlo me obligaron a ir a sesiones con la consejera escolar, llamaron a mamá, no vino, llamaron a mi hermano y tampoco, mando a su novia en su lugar y ella tuvo que pasar toda una plática conmigo, donde me hicieron leer mis historias como si eso sirviera de algo más alla de hacerme pasarla mal.
Tuve que pasar por esa experiencia horrorosa, llena de miradas lastimeras al lado de una completa extraña para mí y el que haya sido ella la que estuvo presente, me destrozo, mi familia no quería verme, no se preocupó ni un segundo a pesar de la clara preocupación que mostró mi director, si, así de lejos fue.
Sacudo la cabeza sacando esos tiempos de mi cabeza, no me hacen bien.
Doy los últimos pasos entrando al salón dirigiéndome a la silla donde me senté el viernes, donde deje la libreta y ahí estaba, cuando la tuve en mis manos sentí como me volvió el alma al cuerpo.
Suspiro con una sonrisa de tranquilidad, pero no tarda en desaparecer cuando el movimiento de una silla me llama la atención.
Espantada suelto un grito dando dos pasos atrás, levanto la mirada encontrándome a un chico caminando hacia mí con las manos en los bolsillos.
-Nunca te había visto sonreír -me dice ladeando la cabeza con una sonrisa- te ves bien, deberías hacerlo más.
-Lo siento... yo no... no sabía que había alguien. Adiós--balbuceo torpemente caminando hacia atrás chocando con las bancas sin cuidado.
-No es necesario que te vayas, podemos hacernos compañía mientras llega la maestra -se devuelve a su asiento palmeando la banca junto a él.
Frunzo el ceño confundida decidiéndome si hacer caso o salir corriendo, no soy fanática de... las personas, solo saben dañar o te dejan solo, no me gusta establecer ninguna clase de relación, odiaría perder más de lo que ya perdí.
Niego con la cabeza sin poder decir nada y su sonrisa cae por un segundo, decepcionado por mi rechazo, pero ¿por qué?
-No, no quieres relacionarte conmigo, créeme -murmuro bajando la cabeza.
- ¿Por qué lo dices?
- ¿Eres nuevo? -pregunto frunciendo el ceño.
Lo escaneo con la mirada, empezando desde su lacio y rubio cabello, sus ojos verdes que me miran brillantes como si le interesara mucho lo que diga, mi presencia y sus facciones marcadas haciéndolo ver algo intimidante, pero derrocha un aura de tranquilidad y confianza que me confunde aún más.
No soy tan observadora, por lo que conozco a pocas personas, me encierro mucho en mi mundo y me pierdo de lo que pasa alrededor, podría llevar dos años estudiando con estas personas, pero pocas las reconocería por la calle.
-No, llevo aquí desde el primer día -responde divertido, disfrutando de la atención.
-Si estás conmigo ya... -no te hablaran mas que para tratarte como la misma mierda, te criticaran por todo, por no ser perfectos como la sociedad exige, como se creen todos aquí-... solo no te conviene.
-Solamente te estoy invitando a sentarte conmigo, no es nada importante -responde devolviendo su sonrisa.
Aprieto los labios sin saber que hacer, no quiero dañarlo, solo esta siendo amable conmigo, a pesar de que seguro sabe que nada bueno viene conmigo, todos lo saben.
- ¿Quieres una? -ofrece alzando en mi director con una bolsa de donitas azucaradas en la mano.
Dirijo la mirada a mi estómago fugazmente apretando los labios, trayendo las palabras que mamá se ha encargado de repetirme cuanto pudo.
«No, necesitas adelgazar, usar tanta ropa grande no te deja verlo, pero solo... tus cachetes, cariño debes empezar una dieta»
«Antes cabías dos veces en esos pantalones»
«Gorda nadie te querrá cariño, no quiero estés sola el resto de tu vida y tenga que lidiar contigo en mi vejez»
Sus miradas de desagrado vienen a mi mente las que tanto quise ignorar las últimas semanas donde empezó con sus comentarios.
Niego con la cabeza mordiéndome el labio, mamá tiene razón.
No me doy tiempo de observar su reacción y salgo corriendo hacia los baños, dudo siquiera piense en seguirme, seguro encontrara la forma de burlarse de lo que paso esos cortos minutos en cuanto lleguen sus amigos.
Respiro agitadamente sintiéndome mareada cuando logro llegar al baño, me recargo en la pared y me dejo caer intentando recuperar el aire.
Debo comer algo, no como nada desde ayer por la mañana, no podia con el estres de lo del cuaderno y las palabras de mamá.
Abro mi cuaderno con la intención de desahogarme con alguna historia nueva, pero en cuanto lo abro para buscar la página donde voy me doy cuenta.
Alguna persona se tomó la libertad de leerlo. Salí del baño luego de mojarme la cara logrando relajarme y mientras caminaba al salón de regreso lo abrí dándome cuenta de que no solo lo leyó, los finales de mis historias estaban tachados con lápiz y debajo los cambiaba por otros donde las cosas mejoraban con una no tan delicada letra.
Tal como siempre quise hacerlos pero no lo lograba.
Me senté en una banca que encontré en mi camino sin importarme el llegar tarde a mi primera clase y comencé a leer, sonrisas cada tanto se formaban en mi rostro y aunque quizá debí sentirme molesta por el allanamiento contra mi privacidad, no estaba molesta, me sentía... tranquila.
Leí hasta donde el desconocido llegó con sus nuevos finales y adelanté las páginas hasta llegar a la última escrita, lista para escribir algo nuevo, sintiéndome sorprendentemente tranquila y calmada pero había una historia más, escrita a puño y letra del extraño.
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