Capítulo 9: El arte de la persuación y de ser un entrometido

Mientras estaba en el piso, cerré los ojos y esperé a que mis padres, mi tía o el viejo se despertaran y me cuestionaran lo que hacía. Tendría que crear un pretexto convincente; como que tenía sed y que había bajado por agua, pero con eso no justificaría el que llevase mis botas. De la nada el volumen de la tele incrementó y contrario a lo que pudieran creer, aquello me ayudó, pues fue justo después de mi caída, y gracias a eso logré camuflar el escándalo.

Permanecí en el suelo por algunos segundos hasta que comprendí que nadie bajaría. Me dolían las manos y la barbilla, pero al menos no había sangre. En lugar de subir y abortar la misión, me asomé tras el muro que separaba la sala de las escaleras con el objetivo de averiguar quién de toda la familia continuaba despierto. Me llevé una desagradable sorpresa cuando vi que se trataba del viejo. Él se encontraba acostado en el sillón más grande y la televisión mostraba una película en blanco y negro.

Francisco, te hace falta maña —dijo él en español, nunca nos hablaba en inglés. Despegó su atención de la pantalla y se enfocó en mí.

No me quedó de otra más que dejar mi posición y caminar para ponérmele de frente. No me había delatado, tenía chances de convencerlo de que no lo hiciera y me dejara volver a mi habitación.

Si fueras más listo, habrías bajado por la ventana usando la jardinera —continuó, se quitó las gafas y cruzó los brazos—. Era como solía hacerlo mi hija.

¿Mamá se escapaba así? —pregunté, tenía que seguir su conversación para que se apiadara de mí.

No —hizo un ademán con la mano—, Verónica era una santa a tu edad, la que era así era Aidée. Tuvo un novio que era un auténtico delincuente y le enseñó ese tipo de cosas.

Me sorprendió escuchar eso, jamás supe de esa historia. Crecí con la idea de que los roles eran distintos, solo que sin la adición del delincuente.

Mira, de qué me quejo, si yo fui peor que todos ellos juntos —se burló de sí mismo.

¿Me vas a delatar? —Tragué saliva, había llegado el momento de suplicar compasión.

Él negó con la cabeza.

Si me convence la razón por la que quieres salir a esta hora, dejo de retenerte con mi plática aburrida y no le digo nada a tus padres.

A pesar de que me esperaba de todo menos eso, se trataba de un acuerdo razonable. Había llegado la hora de modificar la verdad a mi conveniencia para controlar la situación.

Voy a ver a mi novia. —Tensé el cuerpo y bajé la mirada—. Nos peleamos en la mañana y quiere que nos veamos para reconciliarnos.

Pinche romántico.

Subí la cabeza e hice una mueca. No funcionó apelar al romanticismo, así que me mentalicé para suplicar por su silencio.

Pero me convenciste, puedes irte —completó con indiferencia—, yo fingiré que me quedé dormido y no me di cuenta.

Él señaló a la entrada y chasqueó los dedos para que me apurara. Detestaba seguir órdenes, pero dadas las circunstancias, solo me quedaba agradecer y obedecer. Me dirigí con celeridad a la entrada, puse una mano en la perilla y, antes de girarla, miré de nuevo al viejo; por primera vez en semanas sentí que podíamos no chocar tanto a pesar de su carácter.

Babi se encontraba en la parada, en completa soledad, abrazándose a sí misma con una mano, mientras en la otra llevaba el casco que le regalé. Se mantenía a alerta de cualquier peligro que pudiera cruzársele en esa noche solitaria. Estaba claro que era la primera vez que hacía algo así y yo continuaba sin comprender por qué se le había ocurrido semejante locura.

Cuando detuve la motocicleta frente a ella, dio un sobresalto al tiempo que pegaba un grito.

—Cálmate, soy yo —dije mientras ponía las manos delante de mí para mostrarle mi inocencia.

Relajó su postura, sacudió la cabeza y me miró avergonzada. Usaba el mismo vestido azul de la mañana, solo que ahora llevaba un suéter blanco encima, traía el cabello amarrado en dos trenzas y usaba gafas de marco grueso.

—No aguanté los contactos —replicó mientras se quitaba los anteojos con la mano libre y los limpiaba con el suéter.

—Te ves más acorde a tus calificaciones —dije con una sonrisa ladina.

Subió las comisuras de sus labios, tras esto se montó a mi vehículo, se colocó el casco y se abrazó a mí, pegando sus pechos en mi espalda. Mi rostro se calentó y apareció un hormigueo en mi estómago. Me sentí satisfecho, pues eso quería decir que ella continuaba gustándome y que lo que me pasaba con Dylan no era nada.

Puse la motocicleta a andar y aproveché que la calle estaba sola para subir la velocidad. Me encantaba sentir el viento de la noche en el rostro, nuestros cabellos volando y ver como la ciudad se distorsionaba conforme avanzábamos. Dejamos pronto las casas, los departamentos, los bares neón con música a tope y atravesamos un bosque de árboles frondosos que formaban un camino en apariencia inacabable. El mismo que me recordaba que mi existencia era finita e irrelevante. Aquellos gigantes desaparecieron de a poco, para dejar paso a un arenal que muy al fondo tenía un negro más intenso que el de la noche misma, se trataba del mar.

—No sé por qué te pedí venir hasta acá —dijo de repente mi novia.

—Tal vez tantas tareas y racionalidad te frieron el cerebro —respondí vacilante.

—O todas las mentiras que me dijeron hicieron que perdiera la cordura.

No dije nada más, seguí andando, porque, así como era la vida misma, no me quedaba de otra más que continuar hacia adelante.

El arenal se volvía más espeso y esa masa oscura que era el agua bajo la luz nocturna se acercaba. Supe que habíamos llegado cuando vi el muelle que se sostenía sobre el mar. Algunos yates reposaban por ahí, así como un viejo faro ayudaba a la luna a iluminar. Detuve la motocicleta antes de entrar en la arena, la estacioné junto a una roca y recé en mis adentros para que no hubiese alguien cerca que quisiera robársela.

Babi fue la primera en bajar, dejó el casco sobre el asiento y después se echó a correr hasta la construcción de madera. Me quité el mío e hice como ella. Nos detuvimos cuando estuvimos a punto de caer al agua. Babi extendió los brazos, cerró los ojos y alzó el rostro. La abracé por detrás, haciendo que su cabeza quedara a la altura de mi cuello y que su nariz me rozara la piel. Pensé que íbamos a besarnos, pero lo que pasó fue que Babi se dejó caer, y de no ser por mí hubiera azotado contra la madera. La ayudé a apoyar las rodillas en la superficie y después se aferró a mi cuello. Sentí sus lágrimas mojando mi chaqueta y no me quedó más que colocar las manos en su espalda.

—Descubrí que soy adoptada —escupió entre llantos.

Abrí los ojos con sorpresa, no me la creía.

—¿Qué? —Fue lo único que alcancé a decir,

—Mis padres no son mis padres —se separó, colocó sus manos en mis hombros y me miró a los ojos—. Lo descubrí el día que Dylan vino a comer a mi casa, por eso estoy tan mal.

Me quedé callado, analizando sus palabras y buscando entre mis memorias de su familia algún indicio. Lo único que despertaba sospechas era que mi novia no se parecía a sus progenitores. Su madre era de piel oscura y brillante, sus ojos negrísimos me sonrieron la primera vez que la conocí y su cabello era todavía más rizado y negro que el mío. Entretanto, su padre era un hombre grueso, de pelo corto, crespo y con la piel un poco más lechosa que la de su esposa, pero sin llegar a ser trigueña como la mía. Me llamó la atención aquello cuando los conocí, incluso fui tan obvio que Babi lo notó y me dijo que sacó la piel blanca, los ojos azules y el cabello claro de una tía abuela.

No le pregunté nada más, porque según todos yo era idéntico al viejo que tenía viviendo en mi casa.

—Siempre supe que éramos distintos —continuó—, pero caí en esa historia sobre la tía abuela. Ahora que encontré un certificado que destruye todo lo que creía conocer de mí misma, supe que siempre fui una tonta.

—¿Y tus padres no saben que te enteraste? —pregunté con dificultad, me estaba costando procesar toda esa información.

Ella negó con la cabeza.

—Solo lo saben Dylan y tú. —Hizo una pausa para tomar aire—. Esa tarde no usé el autobús porque un amigo de mis padres se ofreció a pasar por mí, ¿recuerdas a Jeff?

Asentí, era el mismo hombre que me miró feo la primera vez que fui a su hogar.

—Me encontré a Dylan en la salida esperando y yo pensé en ganarme su confianza invitándolo a comer en mi casa; así él le hablaría bien al director de mí y me daría una mejor carta de recomendación —prosiguió—. Él se lo pensó un rato y aceptó, aunque ya sabes, me hizo prometer que solo serían un par de horas.

Babi se limpió las lágrimas con la manga del suéter, le costaba expresarse.

—Luego de terminar de comer, le pedí apoyo para buscar algo en el ático. Necesitaba tomar de una pila de cajas una en donde venían unos libros viejos que eran de mi abuelo. Lo que pasó fue que, al momento de tratar de tomarla, se colapsaron las demás y todo se cayó. Los dos intentamos recoger y en medio de ese caos encontramos un certificado de adopción con mi nombre y el de mis padres.

Ella se cubrió el rostro con ambas manos y agitó la cabeza con desesperación.

—Por eso le hice el favor de llevarlo al acuario, porque necesito ganarme su confianza para que no diga nada —dijo sin descubrirse la cara, apenas era entendible lo que pronunciaba—. Si más gente se entera, mi reputación está acabada. ¡Toda mi vida era perfecta hasta que descubrí ese maldito certificado!

Verla sufrir así me hizo darme cuenta de que los últimos días no había hecho más que comportarme como un imbécil.

—Perdóname, Babi —puse una mano tras su cabeza para pegarla a mi pecho—, no tenía idea, fui un insensible.

—Discúlpame tú a mí. Debí fingir mejor.

Permanecí en silencio, nada más abrazando su cabeza y permitiéndole sollozar lo que llevaba semanas reprimiendo. No sé por cuanto tiempo estuvimos así, solo sé que en un punto Babi dejó de llorar y se apoyó en mi pecho. Me recosté sobre el muelle con ella aún en mis brazos. Estábamos a punto de caer dormidos. Las consecuencias del mañana habían dejado de importarme, solo quería perderme en mis sueños con Babi pegada a mi cuerpo; sin embargo, el timbre de su teléfono nos despertó de aquella fantasía.

Ella lo sacó de su bolsillo al instante, su expresión me lo dijo todo: eran sus padres. Iba a proponerle mentir sobre su paradero para que se evitara broncas, no obstante, el mío también comenzó a sonar.

No tuve que ver el remitente, era obvio lo que nos sucedería.

Odio la popularidad que adquirí desde que me volví novio de Barbara Palmer. Detesto tener la atención de tanta gente encima, así como el hecho de que mis amistades del barrio me hayan dejado de lado por andar con una gringita ojo azul. Pero mentiría si dijera que no me gustan los privilegios que adquirí —como tener un buen lugar en la cafetería, que la gente que apenas te conoce te pasara las tareas, etc.—. Sin embargo, ser el foco de otros te vuelve propenso a reprimendas y pocas cosas me angustian y enervan más que eso, de ahí que optara por pensar en todo y en nada mientras conducía por la calle en la que vivía mi novia.

Frente a casa de Babi se encontraba estacionada la troka de mi padre, así como las luces del inmueble estaban encendidas. Tragué saliva, se venía lo peor. Después de bajar de la motocicleta, tomamos nuestras manos y caminamos juntos a enfrentar esa sentencia. Mi novia abrió la puerta de su casa sin soltarme y en cuanto entramos nos topamos con cinco pares de ojos atacándonos. En lugar de seguir sosteniendo la mano del otro, nos soltamos. Era la primera vez que ella veía a mis padres y pude deducir por su expresión que les tuvo un auténtico temor. Sin embargo, pronto mi atención se movió a la madre de Babi, quien tenía los ojos hinchados de lo mucho que había llorado y era consolada por su esposo.

—¡¿A dónde te la llevaste?! —El primero en hablar no fue el padre de Babi o el mío, sino el mismo amigo de la familia que tanto mencionaba mi novia; el tal Jeff.

Hice una mueca y, de haber sido más temerario, le hubiese preguntado qué chingados hacía ahí.

—Solo salimos —respondí, impasible.

El hombre dio un paso al frente, yo retrocedí y apoyé la espalda en un muro. A ese entrometido podría considerársele joven, según Babi apenas pasaba de los treinta y cinco, además de que en su cabello castaño no se asomaba cana alguna.

—¡¿Y dónde se supone que estaban?! —mamá se acercó a mí, haciendo que el entrometido retrocediera—. ¡Y más te vale que sea algo creíble! —me apuntó.

Era lo de siempre: ella gritaba, él solo observaba.

—En realidad, me fui a casa de Dylan, el chico que llevé a comer la otra vez. —Babi se acomodó delante de mí y miró a sus padres—. Frank no se escapó conmigo, solo vino por mí ahí cuando lo llamé. —Mordí el interior de mi mejilla, su mentira fue hábil—. Lo único por lo que deberían castigarlo es porque me obedeció.

—¡Gracias, amor! —espeté con sarcasmo, quería darle realismo.

Le agradecí a mi novia por haber mentido para no meterme en broncas, sin embargo, tampoco quería que todo se fuera de su lado, iba a confesar algo de culpa en el asunto, pero, antes de que de mí saliera palabra alguna, ella me interrumpió:

—Me fui a escondidas de casa porque tuve una crisis de estrés por tantas tareas pendientes y ahora metí en problemas a Frank. —Ella se volvió hacia mis padres al tiempo que me señalaba—. Lamento que hayamos tenido que conocernos bajo estas circunstancias.

Cuando vi la expresión de mamá relajarse, supe que era muy tarde para intentar llevarme algo del peso, porque no se me ocurría nada que encajase, y a esas alturas decir la verdad arruinaría lo que Babi logró.

—Prometo que no volverá a pasar. —Ella juntó las palmas y después entrelazó sus dedos entre sí—. Fue una crisis en la que arrastré a mi novio. Somos adolescentes estúpidos, es normal, aunque no estuvo bien.

Escuché una risita, era la de su padre. Babi lo miró y le respondió subiendo las comisuras de sus labios. Deduje que había sido porque su hija aprendió bien el arte de la persuasión, señal de que iba en buen camino para seguir sus pasos y convertirse en una respetable abogada como él.

—Tenemos que irnos —nos ordenó mamá a su esposo y a mí—, y ni creas que mañana vas a poder faltar a clases por la desvelada que te diste —me señaló.

Era cruel, pero justo. Relajé mi postura y caminé para quedar frente a ellos.

—¿Qué? —les pregunté a ambos—. Debo cometer al menos una tontería de este tipo para consagrar mi adolescencia.

Ninguno rio, no me libraría del castigo.

—Barbara, no vuelvas a hacer eso. Me tenías preocupado —expresó el entrometido de Jeff, cruzó ambos brazos y la miró a los ojos—. Pudiste haberme marcado para que pasara por ti, o no sé, algo mejor que no tener noticias tuyas.

Me percaté de que aquel sujeto seguía en pijama, su cabello se había convertido en un nido y ni hablar del hecho de que tenía puestas unas pantuflas con garras de dinosaurio. Me limité a hacer una mueca y pensar en lo ridículo que era que se preocupara así por la hija de unos amigos.

—¿Y tú, Jeff, estabas de pijamada con mi papá? —Mi novia le preguntó entre risas.

El aludido hizo un mohín.

—Déjala irse a dormir, Jeff. —La madre de Babi puso una mano sobre su hombro y él se tensó.

Sin proferir nada más, mi novia obedeció, corrió hasta las escaleras y se despidió de mí con una escueta seña. Mientras la veía marcharse, solo me imaginé que tal vez tendría ganas de no despertar hasta ser de nuevo la perfecta Barbara Palmer.

¡Hola, coralitos! ¿Sabían que la siguiente actualización será dentro de seis días y no de siete? De a poco iré quitando un día de por medio. 

¿Qué opinan de la situación de Babi?

¿Extrañaron a Dylan?

¿Creen que lo que siente Dylan por Frank sea solo confusión?

¿Alguna palabra que use Frank con la que tengan dudas?


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top