Capítulo 7: La cercanía puede ser problemática
Una vez dentro de mi habitación, reflexioné en el hecho de que estaríamos solos ahí por no sé cuánto tiempo. Sacudí la cabeza para sacarme de encima pensamientos que no debía tener, éramos un par de amigos haciendo un trabajo de Química, no tendría por qué haber algo raro.
Cuando terminé de mentalizarme, solté a Dylan, preparé mis pulmones y con fuerza grité en español:
—¡NO NOS INTERRUMPAN A MENOS QUE SEA PARA DECIRNOS QUE HAY QUE BAJAR A CENAR!
Mi atención se movió a Dylan, quien se cubría las orejas con las palmas y apretaba con fuerza los párpados. La tensión de la situación me hizo olvidar lo sensibles que eran sus oídos.
—Perdón, güero —dije, me dejé caer sobre mi cama y miré a la hélice del ventilador.
Pasaron algunos segundos hasta que el rubio por fin se incorporó. Lanzó un largo suspiro, sacudió su ropa y caminó a donde se encontraba mi cama. Sin preguntármelo, él se sentó en la orilla.
—Tu familia es ruidosa —mencionó mientras le hacía una inspección general a mi habitación.—. ¿Qué fue lo que gritó tu abuelo?
—No te esfuerces en entenderlo, así nos trata a todos. —Me arrastré hasta quedar delante de él—. Es un viejo amargado que odia estar en esta casa.
—¿Y por qué no se va?
—Él vive aquí porque, según mi mamá, él se encuentra enfermo y quiere mantenerse a su lado, pero el viejo anda como si nada, apuesto que tiene más salud que cualquiera de nosotros. —Alcé las manos, mostrando mi frustración—. Yo era el único de mis hermanos que no lo conocía y admito que me emocionaba, pero ya me cansó.
El viejo no se metía conmigo, no obstante, sí criticaba todo lo que hacían mis padres, y también solía escupir uno que otro comentario desagradable. Como la vez que mientras andaba por el pasillo del piso de arriba, lo escuché hablar por teléfono con su hermana y decir: no soporto al puto de tu nieto el repostero.
Ahí me confirmé que debía tenerle cuidado y que no lo quería husmeando en mis cosas.
—¿Cuántos hermanos tienes? —preguntó de nuevo.
Dylan se dejó caer sobre la cama, la distancia entre nuestros cuerpos era poca.
—Cuatro, soy el menor. —Volví a recostarme, pero cuidando la regla del contacto, además, que estuviésemos cerca en esa posición solo se prestaría para causarme pensamientos extraños—. Puede que te sorprenda, pero esta casa antes era más ruidosa. Ahora todos ellos están trabajando en otras ciudades.
Y no sabía si echaba de menos esos tiempos o no, pues era genial tener la habitación para mí solo o que sobrasen más piezas de pan y no tuviera que enfrentarme con alguien por una. Aunque también extrañaba no traer encima tanta atención, así como tener con quien charlar sobre cosas que no podía con nadie más.
—Antes vivía con mi mamá y mi abuelo, solo éramos nosotros tres —mencionó Dylan de repente.
Di un respingo y con rapidez analicé la información; si él no vivía con su padre, entonces existía la posibilidad de que este fuese Sawyer. Estaba muy cerca de averiguar la verdad sobre su origen.
—¿Y qué haces aquí? —pregunté, me había arriesgado, pero no me importó, necesitaba saber más.
—Eleonor se volvió a casar, está embarazada y —tomó una larga bocanada de aire— ya no quería continuar causándole problemas.
—Eres su hijo, obvio se los vas a dar —farfullé—, eso no es motivo para que te vayas, todos les damos broncas a nuestros padres.
—Sí, pero yo cargo con muchos más problemas y necesidades que la gente normal no.
Tragué saliva e hice trabajar mi mente para que formulase de una vez una de las tantas preguntas que llevaba días queriendo hacerle.
—¿Tienes Síndrome de Asperger? —solté de golpe, tenía sospechas desde que interactué la primera vez con él, pero además de que me interesaba indagar más en el otro asunto, aquello no podía cuestionárselo sin contexto.
—Ya no se utiliza ese término —respondió, comenzó a tamborilear con los dedos en mi cama—, quedó en desuso desde 2013, ahora son condiciones del espectro autista. Todavía hay una discusión sobre si estuvo bien o mal, pero no me abruma meterme en eso.
Vale, había aprendido una cosa nueva sin necesidad de preguntárselo a Internet. Mis conocimientos sobre autismo se limitaban a lo que programas como The Good Doctor mostraban. Medité por un rato mis palabras, se notaba que Dylan no estaba cómodo luego de habérmelo dicho, lo sabía por la forma en la que se cubría los ojos y movía los pies. Quizá habría sufrido rechazo o alguna cosa así por ser como era y mi deber era mostrarle que nada cambiaría entre los dos.
Porque no existía un motivo para que eso sucediera, la percepción que tenía sobre él no era diferente.
—¡Oye, eso explica mucho! —Chasqueé los dedos al tiempo que esbozaba una sonrisa nerviosa.
Él se sentó en la cama y me miró sorprendido, lo que acabó por confirmar mi hipótesis. Aún desconocía muchos detalles sobre su vida, pero no volvería a soltar preguntas así; pese a que me mataba la curiosidad, no deseaba indisponerlo y causarnos broncas a Babi y a mí con el director.
O peor aún, que Dylan quisiera alejarse de mí.
Mamá miraba con una combinación entre sorpresa y halago a Dylan devorarse el sexto taco dorado de tinga. Solo le hacía falta uno más para superar el récord de papá, quien en una ocasión se comió siete. Yo también me hallaba impresionado, porque durante los almuerzos el rubio luchaba por acabarse los alimentos y se tomaba más tiempo que mi novia o Sandy.
—Señora Verónica —la llamó Dylan, se limpió la boca con una servilleta de papel—. ¿Cree que pueda llevarme algo de comida a mi casa? Es que me gustó mucho lo que preparó.
—Y tú decías que no le iban a gustar. —Señalé con sorna a mamá.
—Cuando quieras puedes venir a comer aquí —mencionó ella mientras se levantaba de la silla y tomaba los platos sucios para llevarlos a la cocina—. Todos los amigos de Francisco son bienvenidos.
Estuve a punto de tener una crisis interna de pena ajena, pero en vez de eso me levanté y para ayudarla. Mi silenciosa tía hizo lo mismo y Dylan pronto se le unió; el único que se mantuvo ajeno fue el viejo, quien se limitó a sentarse en el sillón y prender el televisor. Esa era otra cosa que detestaba; jamás ayudaba en nada y actuaba como si el resto le debiéramos algo. Hice a un lado mi molestia y me dirigí a la cocina para dejar los platos sucios. Ahí, mi mamá lavaba la vajilla, mientras Aidée guardaba en recipientes la comida restante y a la vez le preparaba a Dylan un túper lleno de tacos dorados.
Desde la cocina escuché la troka de mi padre aparcando afuera, junto con el chillido del botón de las llaves. Había llegado tarde, los sábados solo trabajaba medio día y no jornada completa, supuse que tal vez venía de hacer horas extras. No le di importancia a ese detalle, las peleas entre mis padres por trabajar jornadas excesivas se quedaron atrás luego de que ambos llegasen a la conclusión de que se trataba de un mal necesario.
—¡Frank, te tengo una sorpresa! —expresó papá desde el salón.
Dejé lo que estaba haciendo y me dirigí a donde se encontraba. Tras de mí venían mi madre, Aidée y Dylan, aunque este último más bien ignoró la presencia del recién llegado y se ocupó en guardar el túper lleno de tacos en su mochila. No lo juzgué, a mí también me incomodaba saludar desconocidos por mera cortesía, y si ya quería irse estaba bien, habíamos terminado el proyecto completo gracias a que usamos el que hice el año pasado con Babi como base.
—¿Qué cosa? —le pregunté a mi progenitor.
Él se mantenía sonriente, todavía estaba de pie bajo el dintel.
—Traje tu motocicleta del taller —completó, me miró a los ojos y después señaló a la salida.
Contuve mis deseos de pegar un salto de la emoción, pero en lugar de eso me dirigí con premura a la puerta y emergí con mi padre detrás. En la parte trasera de la troka se encontraba el vehículo que por semanas me había hecho falta. Papá se me adelantó, abrió la compuerta y yo corrí a ayudarle para bajarla. Apoyé las manos en el manubrio de la motocicleta y miré a la entrada, donde mamá y Aidée observaban conmovidas la escena. Estuve a punto de acercármeles, pero me detuve al ver que Dylan también emergió de la casa con su mochila en la espalda.
Él, ignorándonos a todos, caminó hasta salir de mi patio delantero. Aun sin tener el casco a la mano, me subí a la motocicleta y la puse a andar. Ya se encontraba en óptimas condiciones y no iba a desaprovechar la oportunidad de conducirla de nuevo.
—Vamos, güero, te llevo —mencioné, hice avanzar el vehículo para quedar frente a Dylan.
—No me da confianza —susurró, volteó hacia atrás y con una seña se despidió de mi familia—, ¿tienes licencia?, ¿por qué no usas casco?
Luego de la charla que tuvimos en mi cuarto antes de trabajar, me propuse ser más paciente con él y con las cosas que le angustiaban, aunque para mí fueran solo disparates.
—Solo son unas cuantas calles hasta tu casa —farfullé—. Y sí, tengo permiso desde hace un año.
Dylan apretó el tabique de su nariz y asintió, al mismo tiempo que cerraba los ojos. Celebré en mis adentros y tras esto, le expliqué cómo subirse y qué posición debería tener. Una vez con él arriba, comencé a andar, pero el rubio se aferró a mi cintura en cuanto lo hice. Mis mejillas se colorearon de carmín, mientras sentía un cosquilleo en mi estómago. Me concentré en que era irónico que rompiese su regla del contacto físico y no en lo mucho que me gustó tenerlo tan cerca.
Mientras andábamos el viento alborotaba mis cabellos y admiraba un atardecer rojizo que de a poco se transformaba en morado. Las calles y las casas de aquel vecindario se mimetizaban frente a mis ojos, mientras el ruido del motor me recordaba por qué ahorré durante meses para poder cambiar mi baika por ese vehículo.
—No es tan malo —susurró Dylan, todavía tenía la mejilla pegada a mi espalda.
—Soy buen conductor.
—¿Oye, es cierto lo que dijo tu mamá? —preguntó de repente, manteniéndose temeroso.
—¿Qué? ¿Eso de que solo mi papá comió más tacos que tú?
—No, quiero saber si es verdad que somos amigos.
Bajé la velocidad y miré hacia atrás, su rostro muy rara vez mostraba expresiones; me costaba saber con qué intención decía o no las cosas, y eso me conflictuaba, porque yo modificaba mis respuestas basándome en eso. Sin embargo, recordé que cuando se tratara de Dylan debía decir lo que era.
—¡Obvio sí, güero!
Él me soltó, esbozó una enorme sonrisa y, volviéndose osado, alzó los brazos para celebrar. Yo me mantuve estupefacto, pero cambié de parecer al imaginarme que tal vez era la primera persona que lo llamaba de esa manera en sus dieciséis años de vida.
Tenía la mala costumbre de quedarme dormido viendo vídeos en el teléfono, por eso la mayoría de las veces amanecía con el aparato estampado en mi cara. No era algo que me molestara, ya me había acostumbrado, el problema era cuando recibía una llamada y me despertaba de golpe con la vibración del aparato.
Aquello me sucedió el lunes, luego del sábado que Dylan pasó en mi casa. Casi salto de la cama en cuanto lo percibí, pero me controlé. Me senté en el colchón, tallé mis ojos y esperé a que mi visión se aclarara lo suficiente como para ver qué hora era. Según el reloj eran las seis en punto de la mañana. Tomé mi teléfono, dispuesto a responder con una serie de insultos en dos idiomas distintos, pero di un respingo en cuanto vi que se trataba del número de Dylan.
Tragué saliva, no le permití a mis pensamientos viajar en posibilidades de lo que sucedía y solo respondí.
—Frank —me llamó él del otro lado.
—¿Qué pasa, güero? —pregunté, intenté ocultar mi preocupación.
Lo escuché suspirar.
—Quiero pedirte un favor. —Hizo una pausa—. Sawyer llegará horas después a la escuela porque tiene una cita de rutina con su doctor, lo que se traduce a que yo también estaré tarde si no me subo al autobús, pero tú ya sabes que...
—Lo sé, lo odias —interrumpí, todavía adormilado.
—Pero tampoco quiero ser impuntual, eso arruinaría el día —dijo con desesperación—, ¿puedes pasar por mí? Será solo hoy, por favor.
Solté un largo suspiro. Quería sorprender a Babi llegando por ella a su casa y aunque desconocía con exactitud la manera en la que Dylan se sentía —y se me hacía absurdo angustiarse y no alegrarse por llegar tarde a clases con justificante—, sabía que eran cosas que le conflictuaban.
—Te veo entonces a las siete con cuarenta en tu casa —murmuré.
—Mejor a la media, así no habrá riesgo de que nos retrasemos.
Fruncí el entrecejo y crucé los brazos al tiempo que me repetía que debía de ser paciente.
—Vale. —Eché mi cuerpo hacia atrás y me dejé caer en el colchón—. Cuelga, necesito seguir durmiendo.
Dylan obedeció sin siquiera despedirse. Luego de reír por eso, cerré los ojos y volví a caer dormido.
Lo irónico fue que desperté quince minutos después de mi hora programada; lo peor era que todavía me sentía adormilado, pero hice el intento por hacer mi rutina lo más rápido que me fue posible. Cuando terminé y bajé, mamá ya se había ido a trabajar y solo quedaban Aidée y el viejo. La mujer se encargó de servir un vaso enorme de jugo de manzana junto con dos rebanadas de pan con mantequilla. Me lo bebí con rapidez y no sé cómo, pero casi me tragué los panes. Revisé el reloj, me quedaban diez minutos para llegar a la casa de Dylan a la hora acordada. Tuve que optar por el desesperado recurso de no lavarme los dientes y mascar chicle.
Con premura me coloqué el casco y subí de un salto al vehículo, lo puse en marcha y por poco rebaso el límite de velocidad, sin embargo, me contuve, la última vez que lo hice terminé en la comisaría. Mi hermano Brandon tuvo que salvarme y él me obligó a hacerle por un mes completo sus ensayos de la escuela —porque era de las pocas cosas que se me daban— para que esa información siguiera siendo un secreto.
Mis cálculos acertaron, llegué a la casa de Dylan solo un par de segundos antes de que él saliera.
—¿Traes otro de esos? —me preguntó cuando estuvo delante de mí. Él señaló a mi casco.
Negué con la cabeza. La única persona que había subido era Babi y a ella le regalé en su cumpleaños pasado un casco de color azul pastel.
—No se va a poder, porque el trayecto es más largo ahora y no hay tiempo para conseguir otro. —Dylan colocó las manos a los lados de su cabeza, mostrando su desesperación—. ¿Qué hacemos?
Tomé una larga bocanada de aire y me quité el casco.
—Ponte el mío —dije, al mismo tiempo que lo alzaba con una mano.
—¿Y tú? —Tomó el casco.
—Me da igual, no vamos a ir lejos. —Encogí los hombros.
Dubitativo, Dylan se lo puso en la cabeza, ajustó los tirantes para que no se le cayera y se subió a la motocicleta, ahora abrazando mi cuerpo desde un inicio. De nuevo sentí el cosquilleo, solo que esta vez se extendió por todo mi ser. Puse el vehículo en marcha y luché con mi mente para mantenerme atento en el camino y no en el vato atractivo que tenía sobre mí.
Las mañanas eran tranquilas en esa parte de la ciudad, de modo que atravesamos con rapidez las avenidas y llegamos puntuales a nuestro destino. En cuanto arribamos, aparqué el vehículo en la parte designada a motocicletas y baikas, que se encontraba en la entrada principal de la escuela.
—Frank, ¿por qué no me dijiste que ya la repararon? —Escuché de golpe el reclamo de Babi.
«Paciencia, Frank, paciencia», me pedía a mí mismo mientras la veía aproximarse a nosotros.
¡Hola, coralitos! Espero hayan disfrutado el capítulo de hoy, porque este de los que más me gustan, ya que disfruto ver a Frank y Dylan juntos, aunque quizá le cause problemas con Babi.
¿Creen que ella explote?
¿Creen que Dylan y el director sean padre e hijo no reconocido?
Ahora vamos con las palabras que usa Frank:
Baika = bicicleta
Troka = camioneta
Túper = recipiente
¡Nos vemos el próximo domingo!
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