Capítulo 31: Prejuicio contra prejuicio
Luego de mi confesión, el silencio reverberó en la mesa. La ausencia de sonido era tal que incluso era capaz de escuchar el ruido de mi respiración. Miré al frente, a la silla vacía de Dylan y volteé hacia las escaleras. Por suerte, él continuaba arriba.
—Perdón por no haberlo dicho antes —retomé, todavía asustado.
—No puede ser. —Mamá se levantó de la silla, cruzó los brazos y me observó fijamente.
Tenía que hacerles el cuestionamiento que me atormentaba, si no lo sacaba, iba a enloquecer.
—¿Les molesta que sea bisexual? —les pregunté a todos, hasta al viejo y a mi tía, quienes permanecían en silencio.
—No, solo es impactante —atinó a responder Aidée.
—Lo siento, yo fui el que hice el mal chiste, no te preocupes, Frank —mencionó papá con vergüenza—. No tiene nada de malo.
Eché la cabeza hacia atrás y volví a soltar aire. No fue la reacción violenta que esperaba. Ni parecía que me iban a correr a patadas de la casa o desterrarme para siempre de sus vidas. Sin embargo, sentía que no podía relajarme del todo. El viejo no había hablado y temía a su repudio. Me dolería bastante, pues nuestra relación se sentía cada vez más cercana.
—Pero sí tenemos que estar preocupados —refutó mamá, acabando con toda esperanza de que la situación se apaciguara—, es decir, sí me sorprende que tengas novio. Una parte de mí lo sospechaba y otra apenas está aceptando que te puedan gustar los hombres, pero ¿por qué él?, ¿por qué alguien así?
—No entiendo. —También me levanté de la silla—. Pensé que Dylan te agradaba.
—Sí, le tengo cariño y me gusta que sean cercanos, pero como amigos, no como novios. —Insufló ella—. Frank, tú jamás dejas que nadie te ayude, crees que puedes con todo; hasta con las necesidades de alguien como Dylan. Él es una persona con discapacidad y como su pareja, estás obligado a cuidarlo. No vas a poder hacer las cosas que hacías con Babi y, en cambio, vas a cargar con otras que no te van a gustar.
No sé si era por mi estado mental, pero me costaba procesar lo que decía.
—¿Estás diciendo que no te importa mi orientación sino el que vaya a tener que cuidar de Dylan? —cuestioné con estupor.
—Vero, creo que vas muy lejos —intentó mediar papá—, entiendo qué quieres decir, aunque no es como si ese muchacho fuese un bebé. Solo es... —hizo una mueca— muy diferente.
El eufemismo me enfadó, sin embargo, mucho más lo hacía el argumento de mi madre. Dylan no era una carga, era mi novio. Y sí, hubo momentos en los que tuve que cuidarlo, pero también estaban aquellos en los que él lo hizo por mí.
—¿Y lo qué sucedió con la malteada? —Mamá nos confrontó a ambos—. En su distracción se la bebió y terminó en el hospital, ¿y si vuelve a pasar y es peor? No puedes cargar con un paquete así de difícil.
—Eso fue un error de ambos, algo que hubiese sucedido aún si Dylan no fuera autista —expliqué, tratando de controlar mi desesperación.
—Tu madre tiene razón, es mucha responsabilidad. Vas a tener que cuidarlo —agregó Aidée. Me mordí la lengua para no gritarle que no se metiera en mi vida—. Y no podrás mantener una relación normal.
De nuevo esa maldita palabra que ya comenzaba a detestar, ¿qué chingados era lo normal? Nosotros tampoco lo éramos si nos poníamos muy estrictos con la definición.
—¡Me enferma lo pendejos e insensibles que suenan! —exclamó el viejo, también se puso de pie y apuntó a su hija con la mirada.
—No es ignorancia, Vero está siendo realista —replicó Aidée.
—Eso no son más que chingaderas. —El anciano negó con la cabeza—. Mi mejor amigo en la juventud me recuerda muchísimo a Dylan, el tipo era un excéntrico, imprudente e hiperactivo. Creo que lo que Joel tenía era un déficit de atención que jamás se atendió, ¿cómo se iba a tratar en esa época? Ni idea, pero a pesar de todo, él era capaz de hacer su vida igual a cualquiera. Es más, yo era el incompetente a su lado.
No me salían las palabras, pero de haber podido, le habría agradecido por meterse. La persona a la que más le temía era la que me estaba defendiendo. Lo juzgué mal todo el tiempo.
—Joel era tu amigo, no tu novio —refutó mi madre.
—Verónica, yo cometí muchos errores de los cuales me arrepiento, pero jamás te inculqué esa ignorancia que estás demostrando.
—¡Papá, mi hijo no va a ser el cuidador de nadie! —chilló.
—Perdónenme por generar esta discusión entre ustedes —expresó de repente Dylan.
Él regresó a su lugar, pero no se sentó, nada más colocó las manos sobre la mesa y se mantuvo cabizbajo. Tenía las miradas de toda mi familia encima, mientras yo hacía el esfuerzo por mantener la compostura, no podía flaquear en ese momento.
—Y lo que dicen es verdad. —La voz de Dylan temblaba al igual que sus extremidades. Me ardía el pecho de verlo así y no poder hacer nada—. Fui diagnosticado como autista a los cinco años. Mis padres sospecharon que había algo malo en mí porque no podían llevarme a la calle sin que comenzara a gritar y porque solo les dirigía la palabra cuando necesitaba que ellos hicieran algo por mí.
Con lo poco de entereza que me quedaba intenté interrumpirlo, pero Dylan colocó una mano delante de sí para que lo dejara continuar.
—Mis necesidades de apoyo se inclinan más a las de nivel dos que al uno, eso quiere decir que requiero de ayuda notable —prosiguió—. Y a diferencia de otras personas iguales a mí, yo no puedo enmascarar y pasar desapercibido. No se necesita ser un profesional para saber que algo sucede conmigo, incluso ustedes lo supieron sin que se los dijera. La gente nunca ha comentado no parezco autista cuando se los cuento, sino que me dicen: Ah, todo tiene sentido. —Soltó una sonrisa amarga que se enmarcó entre dos lágrimas que resbalaban de sus mejillas—. Creo que fue por eso por lo que el año pasado, cuando intenté dejar la educación en casa y entrar a preparatoria, recibí una horda de acoso, lo que me llevó a odiarme y a pensar en muchas cosas que me duele mencionarles ahora.
» Y a pesar de que vivo lejos de mi madre y no lo he hecho tan mal los últimos meses, sí tengo una discapacidad, requiero de ajustes y acomodaciones. Hay cosas que jamás voy a poder lograr; como conducir, viajar solo, ir a un festival de música o realizar trámites complejos. Sí, necesito que de vez en cuando alguien me salve y entiendo por qué no desean que Frank lo haga. Hasta mi padre se negó a hacerlo en su momento, pero yo adoro estar con su hijo y apuesto que él también. —Se volvió a ver a mi madre, quien ya había bajado los brazos y destensado su postura—. Les prometo que no se convertirá en mi cuidador y que yo lo protegeré siempre que pueda hacerlo.
Una vez terminó su discurso, se incorporó y miró alrededor. Antes de que alguien pudiera decir algo más, él corrió en dirección a las escaleras, solo dejando como prueba de su desesperación el frenesí de sus pasos. Quería seguirlo, abrazarlo, consolarlo y decirle que yo jamás lo vi igual a un estorbo, pero mi cuerpo no me respondía, solo sentía una intensa necesidad de llorar, una que por reflejo reprimía.
—Es horrible que hayan orillado a ese pobre muchacho a decir todo eso. —El viejo apuntó a sus hijas—. Nadie es 100% independiente. Verónica depende de Erick para mantener la casa. Aidée depende de ustedes para tener una vida más o menos digna. ¿Eso los vuelve despojos? No lo creo.
—Gracias, abuelo —musité con la voz hecha un hilo.
—Y tú eres el peor —el viejo me apuntó con el dedo—. No seas cabrón y ve corriendo con tu novio, ¡vamos! —Aplaudió.
Como si hubieran presionado un botón de piloto automático, mi cuerpo por fin obedeció. Salí disparado hacia las escaleras, intentando ignorar una discusión que continuaría por tiempo indefinido. Durante ese corto recorrido, pensé en cómo no se me juzgó por mi orientación, pero sí por quién elegí amar.
Al llegar a la habitación, vi a Dylan llorando, al tiempo que sujetaba con fuerza su mochila. ¡Maldita sea, verlo así era una completa tortura! Cerré la puerta con seguro y, antes de que pudiera decirme cualquier cosa, me abalancé a él y lo rodeé con los brazos.
—¿Qué haces? —preguntó, hizo el esfuerzo por separarse de mí, pero no lo dejé—. Debo irme, no me quieren aquí.
—Lo que ellos digan no importa. —Estreché el abrazo y él se quedó quieto, con la respiración entrecortada—. No deseo que te vayas.
—Pero... —Tomó una bocanada de aire—. Lo que dijo tu mamá es verdad. Seré una carga para ti.
—Nunca lo has sido. —Pegué mi nariz a su cuello.
—Te he causado muchos problemas; como la cena de Acción de gracias, la fiesta de Liam o lo de la malteada. —No se resistió, solo aferró sus manos a mi antebrazo.
—Eso hubiera pasado aun si fueses distinto, y ya te lo he dicho montones de veces: a mí me gustas tal cual eres.
Dylan cerró los ojos y dejó que mi boca se moviera de su mejilla hasta alcanzar sus labios. Él se dio media vuelta para quedar frente a mí y volvimos a besarnos, al tiempo que nos tomábamos de las manos.
—Hay qué dormir juntos —propuse.
—Pero son las seis.
—No importa, podemos ponernos el pijama, echarnos en la cama y ver vídeos hasta quedarnos dormidos.
Yo sonreía, no sé si por amargura o auténtica felicidad, pero lo hacía, y mi güero imitó ese gesto aun con los ojos llorosos. Se quitó la camisa junto con los pantalones. Tragué saliva y no tardé en hacer lo mismo. Ambos, en ropa interior, volvimos a besarnos, pero no hubo manos de por medio. Saqué de mis cajones el pijama, mientras Dylan sacó el suyo de su mochila. Cuando acabamos de vestirnos, nos tiramos en mi cama, distendimos con prisas las colchas y pronto quedamos cubiertos por una gruesa capa de tela que nos hacía sentir seguros.
Un rayo de luz se reflejó en la ventana y chocó con mi rostro. Todavía con los ojos cerrados, fruncí los labios y de a poco despegué los párpados. Cuando estuve más despierto que dormido, miré a mi alrededor, encontrándome con que continuaba abrazado a Dylan y que el reloj digital que tenía colgado en un muro marcaba las doce del día. Se me hizo tarde para ir a la escuela y nadie me despertó y me forzó a ir. Eso hubiera sido una victoria en otras circunstancias, sin embargo, me preocupaba no poder esconderme de mi madre luego de la discusión de ayer. Aunque también me aliviaba el hecho de que no dejaría a Dylan solo.
Con cuidado retiré mis brazos y los estiré para destensarme. Me senté en la cama, sacudí mis cabellos y pensé en cuan cansado continuaba. Mi estómago rugió, me urgía probar alimento, sin embargo, me daba terror bajar a la cocina y encontrarme a mi madre, pues ella había dicho que se tomaría el día. Me armé de valor, caminé hasta la puerta, la abrí un poco y asomé la cabeza por ahí. No había nadie en el pasillo, el cuarto de mis padres estaba cerrado y solo escuchaba el sonido de la televisión de la sala.
—¡Es seguro, Vero se fue a trabajar en lugar de tomarse el día! —exclamó papá desde abajo.
Di un sobresalto, sacudí la cabeza y una vez me repuse, suspiré, aliviado. Bajé las escaleras, haciendo todo lo posible por volver sigilosos mis pasos. No había peligro, pero me costaba estar tranquilo. En la sala se encontraban papá y el viejo comiendo cereal mientras veían una película en blanco y negro. Al parecer, los dos pasaron de apenas tolerarse a llevarse bien.
—¿Te sientes mejor? —me preguntó papá.
—No lo sé —respondí, al mismo tiempo que me dirigía al comedor, pues fue ahí donde ellos dejaron los ingredientes para el desayuno—. Ahora mi madre desaprueba mi relación y todo está bien pinche tenso. —Serví una cantidad exagerada de cereal de manzana y canela, y cuando le vacié la leche casi provoco un derramamiento—. Pero me fue mejor de lo que pensaba, digo, creía que me iban a echar de la casa.
Salió terrible, aunque al menos pude pasar la noche abrazando a mi güero.
—Ni tu padre ni yo lo permitiríamos —dijo el viejo sin volverse a mí, solo puso en pausa la película—, Verónica está siendo muy ignorante, pero tengo la esperanza de que cambie de opinión.
Me senté junto a papá y coloqué mi desayuno en la mesa de centro. Una serie de pasos aletargados interrumpieron la incipiente charla, los tres volteamos a las escaleras, encontrándonos con un Dylan recién levantado. Él saludó con una escueta seña, replicó mis acciones, con todo y la parte de servirse una exagerada porción de cereal, y se sentó a mi lado con el tazón a reventar.
—Estoy sorprendido, creí que serías tú el que me juzgaría y haría que me echaran de casa. —Apunté al anciano con la cuchara.
Si ya había sido honesto con algo tan complejo, nada me costaba serlo con ese tipo de cosas.
—¿Yo? —El viejo me miró indignado—. No entiendo qué idea te has hecho de mí, pero yo sería el último.
—Es que la otra vez te escuché hablando por teléfono con tu hermana y dijiste algo como: no soporto al puto de tu nieto el repostero —contesté, imitando su tono de voz rasposo.
—¡Eso! —El viejo hizo un ademán con la mano—. A ver, hablé así de su nieto, el Joel, porque es un cobarde que se niega a tomar riesgos en su emprendimiento de postres y esas cosas, y no lo soporto, pues siempre sale con un pretexto pendejo.
Su sobrino-nieto se llamaba igual que su mejor amigo fallecido y el amante de juventud de la abuela de Dylan. Me pareció un gesto tierno que lo hayan nombrado de esa manera, pues eso quería decir que no dejarían morir el recuerdo de Joel mientras pudieran.
—No le dije puto porque fuera gay y si lo fuera, no tendría por qué hablar así de él —prosiguió—. No estuvo bien que lo llamara así, pero me acostumbré a usar el término de esa manera. Una disculpa.
Hice una pedorreta con la boca. Había juzgado mal a mi abuelo por una simple palabra, pero no era culpa mía, las cosas se prestaron para que pensara así.
—Además, ¿nunca les conté de cuando quise vivir la experiencia gay? —retomó el viejo de la nada.
Papá, Dylan y yo negamos con la cabeza, al tiempo que lo mirábamos con impresión. Se venía otra historia acerca de su juventud. Le había agarrado gusto a escucharlo hablar sobre aquellos años, pero ese tema no era muy cómodo que digamos, en especial con mi progenitor al lado. Aunque papá también me demostró que me apoyaba y no se cerraba en ideas conservadoras, ya era mucho, considerando que siempre elegía mantenerse al margen de las broncas de la familia.
—Sucedió en mi primer año de universidad, era un poco más grande que tú en aquel entonces —me señaló—, hicieron una fiesta en casa de alguien y mi amigo Joel y yo estábamos muy borrachos. Ya sabía que a él le gustaban tanto los hombres como las mujeres, porque me contó que tenía un enredo con uno de los líderes del comité de la universidad —suspiró—. En fin, ya por el final de la noche, a los dos se nos ocurrió colarnos en una de las habitaciones sin que nadie nos viera. La idea era solo dormir, pero fui yo quien, por algo que llamaré curiosidad, lo besó.
Abrí los ojos tan grandes como pude, mientras papá se quedó con la cuchara a medio camino de su boca, por su parte, Dylan continuaba escuchando sin hacer movimiento alguno.
—Él me respondió y, hubo varias manos y otras cosas —prosiguió el viejo. El relato se estaba poniendo muy incómodo, pero nadie hizo nada por cortarle el rollo—, no obstante, a pesar de estar borracho, me di cuenta de que no me sentía cómodo. Qué, aunque quería intentarlo, porque en aquel entonces había llegado a la ciudad a probar de todo, no pude, por algo no lo disfrutaba. Así que le dije que se detuviera. Joel solo me empujó y se marchó.
—¿Y qué pasó al día siguiente? —interrogó papá, metió la cuchara a su boca y comenzó a masticar—. ¿Se enamoró de usted y lo decepcionó?
Él era el de las imprudencias, mientras su esposa era la del carácter fuerte; y entre los dos engendraron cinco hijos mal humorados e insensatos.
—¡Para nada! —exclamó el viejo—. Nos vimos al día siguiente en clases y todo seguía igual. Cuando volvimos a tocar el tema en privado, él se burló de mí. —Sonrió con amargura, como cada vez que recordaba a su mejor amigo—. Meses después conocí a Ana Valenzuela y tuve el amorío prohibido que tanto buscaba. —Cerró los ojos y lanzó un largo suspiro.
—Cada día me sorprendo más con tus historias —mencioné con la boca llena—, sé que no es mi culpa, pero me siento como un pendejo por haber asumido que serías tú el de los prejuicios.
—Es irónico, porque tú tuviste un prejuicio sobre mí —vaciló—. Aunque, vuelvo a disculparme si en algún momento te hice creer que no podías confiar en mí, y de paso por embarrarte en mis broncas el fin de semana.
En mi familia muy rara vez pedíamos disculpas, por eso recibirlas de su parte fue importante. Negué con la cabeza, luego de que me ayudara a defender mi relación, eso había quedado saldado. Es más, yo estaba en deuda con él.
—Lamento ser la causa de la pelea de ayer —se disculpó Dylan.
—Relájate, no fue tu culpa —replicó papá, hizo el ademán de darle una palmada en la espalda, pero se detuvo, tenía presentes las reglas de Dylan, aunque no se las hubiéramos compartido.
—Les prometo que me esforzaré para que mi hija cambie de opinión —dijo con firmeza el viejo.
¿En verdad ese era el anciano gruñón que llegó a casa hace meses? No sé si él cambió o nada más mi perspectiva se esclareció, lo importante era que me había hecho del mejor de los cómplices.
¡Hola, Coralitos! ¿Se esperaban la reacción del abuelo de Frank y la del resto de su familia?
¿Cómo creen que se pongan las cosas ahora?
¿Sabían que nos quedan ocho capítulos para que la historia termine?
¡Nos vemos por la mañana!
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