Capítulo 23: No te metas con la gente loca

Esperaba que el güero se quitara de encima a Liam con un brusco empujón, en cambio, lo que hizo fue mirar al suelo y jugar con los dedos.

—¿Qué tal se la están pasando? —preguntó el anfitrión con animosidad, se notaba que ya estaba borracho—. Pensé que no vendrían, me alegra verlos aquí.

—Necesito otra bebida —mencionó Dylan.

—No te excedas —lo regañé.

—¿Por qué te preocupas tanto por él? —Liam me miró con sorna.

Mordí el interior de mi mejilla, en serio, tenía ganas de darle una patada para que me dejara en paz.

—¡Tráenos unos tragos! —gritó Liam, al tiempo que le hacía una seña a alguien que ni el güero ni yo alcanzábamos a distinguir entre la masa humana.

Casi al instante llegó un vato cargando una bandeja llena de pequeños vasos hasta el tope de alcohol. Reconocí el aroma, era tequila. Un maravilloso chiste xenofóbico de su parte.

¡Salud! —expresó el cumpleañero en un horrible español. Tomó un vaso y lo alzó a la altura de su rostro.

Dylan, omitiendo la regla de chocar los recipientes al dar un brindis, agarró uno de estos y se lo empinó con rapidez. De ser otras las circunstancias, me habría reído, pero lo que hice fue caer en resignación y decidí beber también. Al probarlo solo pude pensar en lo mucho que se quejaría papá al degustar una imitación tan de la verga.

El vato de la bandeja se hallaba ebrio también y al caminar de regreso a dónde se encontraba casi se cae al suelo, de no ser porque chocó con Liam, estampando los recipientes llenos contra su camisa.

—¡Eres un imbécil! —le gritó, exasperado.

Reí por lo bajo. En especial cuando vi a la masa de personas arremolinarse cerca de ellos. Una idea llegó a mi mente, la retuve y me dije a mí mismo que era lo qué mi güero y yo necesitábamos para estar en paz. Aproveché que todos se encontraban distraídos, sujeté la mano de Dylan y me lo llevé casi a rastras fuera del círculo. No me importó empujar personas, solo quería escapar de ahí, incluso, recibí un par de insultos, pero estos dejaron de importarme cuando escuché su risa entre la música. Una vez escapamos, miré a nuestro alrededor, encontrándome con las escaleras al segundo piso. Pensé en cuan arriesgado sería, pero me animé al ver que un par de parejas subían a hallar privacidad.

Entre risas anduvimos por los escalones. Éramos tan torpes que incluso chocamos con la pared, y matamos la pasión que desbordaba una pareja de segundo año besándose a mitad del pasillo. El piso de arriba era amplio, había numerosas puertas, todas color blanco y cerradas. Me dirigí con prisas a la tercera. Mi instinto me decía que esa no estaba ocupada. La predicción fue acertada, además de que me encontré con la habitación vacía de Liam.

Todavía sosteniendo la mano de un divertido Dylan, entré y cerré con rapidez la puerta. Dentro encontramos un enorme librero atascado de ejemplares. Diplomas de excelencia académica en las paredes y casi diez fotografías de Liam recibiendo distintos trofeos y medallas.

—Ya sé por qué dicen que es perfecto —dijo Dylan, admirando el sitio.

—Sigue sin agradarme. —Tiré del cuello de su suéter para estrechar el contacto—. ¿Estás mejor?

—Gracias por sacarme, allá abajo no se sentía bien ni con alcohol. —Pegó su frente a la mía—. Soy un pendejo, debí traer los reductores de ruido, pero ya sabes, me daba vergüenza.

—No te avergüences por usar acomodaciones, las necesitas.

—Es hipócrita que me lo digas cuando a ti te da pena todo.

Era la primera vez que lo mencionaban, pero sabía que era algo que más de uno pensaba sobre mí. Siempre decía que me gustaba llevar la contraria y obrar a mi voluntad, el problema era que no tenía idea de que si lo que hacía venía de mí o de lo que se suponía debía efectuar.

—¿Sabes? Creo que me tomé muy en serio el consejo que me dio Julio cuando entré a la primaria. —Resoplé y bajé la cabeza. Nunca pude encontrar las palabras para explicar eso que apenas comprendía—. Él me pidió que no llamara la atención y que hiciera lo mismo que el resto.

De hecho, aún recuerdo con claridad las palabras exactas que mi hermano usó:

—Es tu primer día y si quieres que te vaya bien, hazme caso: no acoses a los maestros con preguntas sobre por qué el mundo es como es, no los interrumpas y mucho menos les digas que se equivocan, aunque sea verdad. Y no te pongas a leer en los recreos, la mayoría de tus compañeros ni sabe, así que ponte a jugar con ellos cosas de niños normales; nada de ponerlos a hacer sumas o restas contratiempo.

Seguí sus consejos al pie de la letra porque se suponía que era lo que me tocaba. Sabía que no debía ser mucho ni para los gringos ni para el resto de los latinos, solo tenía que actuar como uno más, aunque las ganas de dejar de cuidar mi forma de actuar prevalecieron por un buen rato. No obstante, gracias a eso tuve una estancia tranquila en primaria. Sin acoso, con unos cuantos amigos y sin ser el centro de atención. Nunca se lo pregunté a Julio, pero asumí que nos aconsejó lo mismo a todos, no porque yo tuviera alguna peculiaridad que llegara a incomodar al resto.

—Eso pudo haber provocado que enmascararas todo tu potencial intelectual —afirmó Dylan como si hubiese hecho el descubrimiento del siglo.

—Si no te conociera, diría que te burlas de mí cada que mencionas eso —volví a pegar mi frente a la suya—. ¿A qué te refieres con enmascarar?

—A lo que hace una persona neurodivergente para adaptar su conducta a lo que espera la sociedad. Como te darás cuenta, no soy bueno haciéndolo —vaciló.

—¿Qué no todos amoldamos nuestro comportamiento?

—No creo o no lo sé. ¿Alguna vez dejaste de realizar cierta cosa solo para que no pensaran que eres un raro?, ¿ocultas lo que te divierte porque no coincide con los gustos de los demás?, ¿hiciste o dejaste de hacer algo nada más por encajar?, ¿fingiste que no sabías una cosa solo para no destacar?

—Güero, toda mi puta existencia fue así —dije con incredulidad, era como si Dylan hubiera estado presente durante los primeros doce años de mi vida.

—Ahí está —expresó con lucidez—, dicen que cuando pasas mucho tiempo enmascarando llegas a hacerlo casi de forma automática, aunque puede resultar agotador, dicen que provoca serios problemas de autoestima y que luego terminas sin saber quién eres.

Eso era verdad; no tenía idea de quién era, qué me gustaba exactamente, qué quería hacer y para qué estaba hecho. Esa charla empeoró los conflictos existenciales que ya de por sí me arruinaban la vida, así que, con el objetivo de cortarla, estampé mi boca en la de Dylan.

—¿Qué estamos haciendo aquí? —preguntó después del beso.

—No lo sé —dije entre risas.

Mi cuerpo actuó por instinto y tras compartir una carcajada, juntamos nuestros labios de nuevo, pero ahora con más profundidad. Hacía tiempo que no nos besábamos así, porque los momentos en los que podíamos estar en soledad eran escasos. Al terminar este le siguieron otros besos más, no pude controlar mis hormonas y comencé a acariciarlo por encima de la ropa, lo que provocó que se tensara, pero no se quitó o me empujó, de modo que seguí. En un punto, fuimos tan torpes que ambos terminamos cayendo en la cama de Liam.

—¿Está bien que hagamos esto en su cuarto y después de haber dejado sola a Babi? —me preguntó entre jadeos. Hizo hacia atrás su cuerpo para recostar la cabeza en la almohada del anfitrión.

—¿Podrías dejar de preocuparte por ella? —respondí con hostilidad, al tiempo que cruzaba los brazos—. ¿De verdad ya no sientes algo por Babi?

—A mí me gustas tú, Frank y odio que te pongas celoso, pero ella me preocupa porque es mi mejor amiga. No soy bueno con estas cosas, aunque estoy seguro de que empeoró desde el drama que hicieron sus padres en casa de Sandy. —Dylan se sentó en la cama—. ¿Crees que esté bien ahora?

Dejé escapar un largo suspiro. Me encontraba en el punto medio entre continuar celoso, comprender sus motivos y también compartirlos.

—Güero, estemos aquí un rato y luego vayamos a buscarla, ¿de acuerdo? —propuse.

Dylan no respondió, en cambio, colocó una mano en mi espalda, instándome a abrazarlo. Bajé, pegué mi cuerpo al suyo y abrí las piernas para que él acomodara en medio de ellas. Le di un beso en los labios y de ahí me moví a sus mejillas. Jamás imaginé que llegaría tan lejos con otro hombre, pero mis experiencias pasadas con mujeres —que solo habían sido dos— me dictaban qué debía hacer y cómo. Acaricié su cabello, bajé las manos a su pecho y a pesar de que su cuerpo se tensó, continué al no sentir un empujón u oír una negativa. Lo conocía, no era de callarse incomodidades aun si estuviese ebrio. Fue por eso por lo que me atreví a colocar una mano en su entrepierna. El güero abrió los ojos tan grandes como pudo y me empujó con brusquedad, haciendo que casi me cayera de la cama. Era más fuerte que yo y apenas caía en la cuenta de eso.

—¡No puedo! —gritó él, volvió a recostarse y se colocó en pose fetal.

Anonadado, sacudí la cabeza y gateé para acercármele.

—Perdón —coloqué una mano en el brazo de Dylan, pero solo recibí un manotazo—, me dejé llevar, ¿estás bien?

—N-no l-lo sé —se acostó bocarriba y miró al techo.

Cerró los ojos, tomó una larga bocanada de aire y de a poco lo dejó salir. Entretanto, yo estiraba mi suéter hacia abajo para ocultar una incipiente erección.

—No fue tu culpa, Frank, es solo que sentí muchísimo. No pude soportarlo y eso que estoy borracho, ¿se supone que eso debe ser así?

—Creo que sí —musité. Me acosté junto a él, dejando un espacio entre nuestros cuerpos—. No lo comprendo todavía, pero iremos con ese tipo de cosas a tu ritmo.

Siempre supe que mi relación con Dylan estaría llena de excepciones a muchas reglas, pero no me había puesto a pensar en que si continuábamos juntos llegaría un momento en el que tendríamos que darle rienda suelta a deseos que él no sabía cómo manejar y yo cómo controlar.

—Seguimos hablando de sexo, ¿verdad? —soltó.

Hice una pedorreta con la boca. Les había agarrado amor a sus comentarios de ese tipo. Si bien me decepcionó un poco su rechazo al contacto, me convencí de que no cambiaría a mi güero por nadie más. Cerré los ojos, concentrándome en la música de abajo y en los pasos y risas en el pasillo, sin embargo, mi momento de relajación terminó cuando alguien del otro lado abrió la puerta de golpe. Quien lo había hecho era Liam, que venía de la mano con Babi. Dylan y yo nos sentamos de un salto en la cama. Me pellizqué el cuello para comprobar que no fuese una pesadilla, pero no, ellos continuaban ahí.

—¡Lárguense de aquí, maricones! —exclamó con fuerza y hostilidad Liam.

Dylan y yo desaparecimos como humo de la escena. Fue tan rápido que no alcancé a cuestionarme lo que hacía Babi con él y por qué entraban juntos a su cuarto cuando se suponía que ella lo detestaba.

Mi güero y yo nos detuvimos al llegar a la mesa de bebidas. Lo solté y tomé una larga bocanada de aire para ahogar un grito de frustración. Todavía sentía el sudor frío bajar por mi frente y mis extremidades temblando. Dylan había comenzado a caminar en círculos junto a la mesa, mientras se despeinaba.

—¿Qué hacemos? No creo que tus papás se enteren ahora —dijo con ansiedad—. Nos queda tiempo para actuar.

No tenía una puta idea, la situación era ya de por sí una pesadilla. Luego de eso, Liam soltaría el rumor, estaba seguro. Si este se moría en los pasillos de la escuela, continuaría a salvo, aunque nada me lo aseguraba. Pensé en hablar con mis padres, tal vez sería mejor que lo supiesen por mí, pero no podía hacerlo, me resultaban tan aterradoras las consecuencias que en cuanto lo intentara terminaría diciéndoles cualquier cosa con tal de evadirlo.

—No pensemos en eso ahora. —Traté de tranquilizarlo, aunque creo que lo decía más para mí mismo.

—¿Y si te metes en problemas y nos obligan a separarnos? —Dylan se detuvo frente a mí—. Eso me provocaría una crisis casi tan mala como la del año anterior y no quiero volver a afrontar algo así. Eres parte importante de lo que hace buena mi vida ahora.

Tomé su mano y negué con la cabeza. Lo peor que podría pasar era que me echaran de casa. Eso me destrozaría, pero aun así no acabaría mi relación con Dylan, porque sería lo único que me mantendría cuerdo.

Ambos hicimos un breve encuentro visual y, de nuevo, los ojos de Dylan se enfocaron en un punto detrás de mí, mientras yo admiraba su rostro. Estábamos siendo obvios, pero qué más daba ya Liam se encargaría de regar el rumor y confirmar las sospechas que de seguro ya despertábamos. Nuestro momento romántico se vio interrumpido cuando Babi bajó corriendo por las escaleras. Lo que llamó la atención fue que tenía el rostro bañado en lágrimas y empujaba con violencia a quienes obstruían el paso. Pensé que se saldría de la casa, pero alcancé a ver que se refugió en una esquina. Detrás venía Liam, quien tenía el rostro enrojecido y formaba puños con ambas manos.

—¡Maldita! —gritó él, al mismo tiempo que la buscaba con la mirada.

La música se apagó, de modo que todos escuchamos como Babi en su ansiedad tropezaba con un mueble y hacía caer un jarrón. Dylan me soltó y se preparó para ir con ella, pero Liam lo detuvo tirando de su suéter.

—¡Suéltame! —ladró Dylan, separándose con violencia y quedando frente a él.

Me apresuré a colocarme entre los dos, había tenido suficiente, no iba a permitir que ese maldito se metiera con mi güero.

—¡Todo es tu culpa! —Liam señaló a Dylan—. ¡Le pegaste tu puta enfermedad mental!

No alcanzó a decir más, pues me le fui encima, tomándolo por el cuello de la camisa. La multitud se aglomeró alrededor de los tres. Esperaban impacientes a una pelea entre él y yo; la que nunca vieron cuando dizque le robé a su novia. Miré hacia atrás, topándome con un nervioso Dylan que se cubría los oídos, y con un Trevor que se le acomodaba detrás para contenerlo en caso de una crisis.

—¡¿Ya vas a defender a tu noviecito?! —Liam continuó haciendo más grande el espectáculo—. ¡¿Sabían todos que el frijolero de Francisco Lara y el loco de Dylan Friedman son novios?!

Mordí mi labio inferior y solo percibí a la habitación dando vueltas junto con los murmullos de la multitud. Una cosa era que lo supieran por un descuido o un rumor y otra que nos exhibiera de esa manera. Si había algo que odiaba y temía a partes iguales, era a la humillación pública.

—¡Cállate! —grité con impotencia.

Sentía un nudo en la garganta y mi brazo apenas me permitía sostenerlo, pues no podía dejar de temblar, pero, aun así, me preparé para romperle la cara.

—¡Anda, golpéame! —me incitó, en su mirada no había temor, nada más deseos de seguir burlándose—. Si lo haces, no solo te van a expulsar, sino que iré a decirle a la policía que un frijolero como tú me violentó a mí, un chico blanco.

Apreté los dientes del coraje e impotencia. Liam me había humillado y no podía hacer nada contra él. Si el castigo me lo hubiese llevado solo yo, lo habría golpeado de todos modos, pero no podía hacer pagar a mi familia por mis estupideces. Lancé un largo suspiro, exhibieron mi secreto de la peor manera y no pude defender a mi novio sin poner en riesgo la situación migratoria de mis padres.

Sobre mis hombros caídos sentí una mano, era la de Dylan.

—Déjamelo a mí —susurró él.

El estupor que me corroyó no me impidió obedecer, dejé caer a Liam y este, en lugar de levantarse, se quedó sentado en el piso, mirándonos como si fuésemos un chiste. Dylan lo cogió por el cuello y sin esfuerzo hizo que se pusiera de pie. En vez de soltarlo, lo jaló para que quedaran cerca, juraría que casi podían respirar el aliento del otro.

—¿Qué vas a hacer, loco de mierda? —volvió a burlarse Liam.

Dylan hizo un puño con su mano libre, pero, en vez de golpearlo, le propinó un rodillazo en el estómago que después remató con el tan esperado puñetazo en el rostro. Tallé mis ojos para comprobar que era real lo que acababa de ver. Liam cayó de nuevo al suelo, estrelló la espalda contra la mesa e hizo que las bebidas se le fueran encima.

—¡Nunca insultes a la gente loca! —Dylan lo señaló enervado. Tenía una especie de mueca en el rostro, que, combinada con su mirada inexpresiva y adormilada, lo hacían ver peligroso—. ¡Y si intentas acusarme, te recuerdo que el director es mi tío abuelo! ¡Tú me lo dijiste una vez: tengo inmunidad diplomática!

Adicional a lo que ya sentía por mi güero, se le sumó admiración. No me daba gusto que golpeara a Liam, pero sí me quedaba claro que en un pasado Dylan se había dejado amedrentar por otros y ahora era capaz de defenderse.

Hubo un asfixiante silencio que se vio interrumpido por el eufórico aplauso de Sandy, uno que después siguió Trevor. El par de malditos solo hicieron más grande la humillación de Liam, pues pronto casi todos los presentes se unieron, hasta yo. Tal vez era la ebriedad y necesidad de sentirnos parte de algo o puede que en verdad Liam no les agradara tanto y aquella forma tan despectiva en la que se refirió a Dylan y a mí fue su punto de quiebre.

Yo, al borde de la confusión y euforia, me acerqué a mi novio y pegué mi frente a la suya. Luché contra la vergüenza que me caracterizaba y le planté un beso. Aquello provocó que los aplausos de la multitud se volvieran más fuertes y se dirigieran hacia nosotros.

¡Hola, Coralitas! ¿Felices de que Dylan le haya dado su merecido a Liam?

¿Cuál creen que sea la consecuencia de que el secreto de Frank y Dylan se sepa?

¿Qué creen que Liam le haya hecho a Babi? Los que leyeron la versión anterior no suelten spoiler. 

Por cierto, una neurodivergencia se refiere a toda condición o trastorno del desarrollo que haga que la manera de pensar o ver el mundo se salga de lo establecido como normal. Una persona autista, una persona con TDHA, con dislexia, con Altas capacidades intelectuales, etc, sería algo neurodivergente. ¿Cuál de todas creen que tenga Frank? 

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