Capítulo 21: Lo admito, soy celoso
Estuve preguntándome durante toda mi jornada laboral la razón por la que Dylan no había venido a verme como siempre lo hacía. Llevábamos menos de una semana siendo novios, se suponía que debíamos mantenernos pegados el uno al otro como si fuéramos unas sanguijuelas. Le había mandado un mensaje a mitad del día, pero no recibí respuesta alguna hasta que llegó la hora de cerrar la tienda.
[Mi güero: Ya sé que me mentiste sobre lo de Babi. Necesito que vengas a casa de Sandy. Ahora.]
Si los estantes de cristal no fuesen tan costosos, habría estampado mi cabeza contra ellos para provocarme heridas letales y no tener que enfrentarme a las consecuencias de mis mentiras. No podía culpar a nadie más que a mis celos e inseguridades. Babi solo me pidió que no le dijera a Dylan lo de consejería, pero no mencionó nada sobre todo lo demás. Y tuve suerte de que no saliera antes el tema durante los almuerzos, pues ella se la pasaba enfocada en guías de estudio y tareas. La mesa de la cafetería dejó de ser el lugar de chismes de Babi y Sandy, y ahora entre la pelirroja y Dylan intentaban hacer que ella dijera algo más que un par de monosílabos.
Mientras caminaba a mi motocicleta pensé en lo mucho que necesitaba un cigarro para mermar mi ansiedad. Por desgracia, tiré la cajetilla luego de que Dylan me atrapara fumando y me dijera que existían estudios que afirmaban que su consumo causaba impotencia sexual y reducción en el tamaño del pene.
Intenté concentrarme en el camino, pero mi mente se perdía entre soluciones para mi cagada, aunque no hallaba nada. Cuando llegué a casa de Sandy solo encontré estacionado el coche de Babi. Lo que quería decir que su madre salió, al menos ella no se enteraría de que era un mentiroso de mierda. Tragué saliva e intenté contar del uno al diez antes de tocar el timbre, necesitaba calmar mi mente, pero me harté cuando iba por el cinco y nada más lo hice.
Quien me abrió fue Sandy, y el moño alto que llevaba en el pelo solo acentuaba su expresión decepcionada.
—¿Cómo estás, mentiroso? —preguntó ella, puso las manos a los lados de su cintura.
—¡Solo déjame entrar! —ladré.
La empujé sin ser muy brusco, aunque soltó un quejido. Escuché la puerta cerrarse tras de mí, pero no me detuve, me urgía llegar hasta donde Dylan. Encontré al güero sentado junto a Babi en uno de los sillones de la sala de estar. Me detuve en seco, no podía acercarme demasiado, aunque quisiera hacerlo. Él ni siquiera se volvió a verme, pero sabía que se percató de mi presencia. Entretanto, mi exnovia solo sonrió con ansiedad.
—¿Cómo supiste que te mentí? —le pregunté a Dylan. Di un paso al frente y puse las manos delante de mí.
—No es importante saberlo, lo relevante es que lo hiciste —contestó Sandy por él.
La pelirroja se encontraba detrás de mí y continuó andando hasta acomodarse en el mismo sillón en el que estaban sus amigos.
—¡Ya lo sé! —exclamé con frustración, al tiempo que azotaba los pies contra el suelo.
—No grites, me aturdes. —Dylan se cubrió las orejas con las manos—. Y me enteré porque los sábados por la mañana es cuando Babi y yo solemos reunirnos en su casa a ver documentales. Siempre estaba ahí un par de horas y después me iba a verte a tu trabajo.
Desconocía esa tradición y pude reclamarle por no habérmelo contado, además de que eso solo aumentaba mis celos. Sin embargo, la diferencia estaba en que yo no se lo pregunté, y él sí lo hizo.
—Entonces, fui a su casa y le escribí un mensaje diciéndole que había llegado —prosiguió con el relato—, y lo que ella me dijo fue: ¿Frank no te contó que me escapé de casa?
—Fue mi culpa —sacudí mis cabellos—, debí habértelo dicho antes.
Miré a Babi, quien solo jugueteaba con sus dedos. No era culpa suya. A pesar de ser igual de buena para mentir que yo, quizás asumió que yo se lo habría contado a Dylan. Se suponía que ese tipo de cosas no debían ocultarse entre parejas. Y no podía argumentar que no sabía que así funcionaba, porque sería mentirle otra vez.
—Sí, pero no lo hiciste —él se puso de pie y cruzó los brazos—, ¿con qué más me has engañado?
—Con nada —escupí, aunque también fue una mentira, no podía dejar de hacerlo, era un mecanismo de defensa automático—. No volverá a pasar.
—Me cuesta saber cuándo otros me están engañando —el güero bajó los brazos e hizo el rostro a un lado.
Por primera vez en meses pensé en lo disfuncional que podría ser nuestra relación; yo era un experto manipulando la verdad y él era el peor para ver a través de los demás.
—No tengo razones —volvía a acercármele—, créeme, no lo haré de nuevo.
—¿Y cuáles fueron tus motivos esta vez? —preguntó devuelta Sandy.
Babi le dio un golpe en la cabeza. Era la que mejor me entendía, también le ocultaba cosas a una de las personas que más quería.
—Sí, ¿por qué lo hiciste? —insistió Dylan.
—Porque... —tomé una bocanada de aire, había llegado el momento de humillarme y vulnerarme—. Estaba celoso. —Cubrí mi rostro con ambas manos para que no notaran mi vergüenza.
De haber podido, me habría tirado al suelo a hacerme un ovillo y balancearme. Nunca admití algo como eso y no imaginé que llegaría a suceder. El silencio se formó en la sala, solo escuchaba mi respiración agitada. Sincerarme apestaba, por algo evitaba hacerlo la mayoría del tiempo.
—¿Estás celoso de mí? —preguntó Babi, salvándome de ahogarme en la ausencia de sonido.
Mordí mi labio inferior, al mismo tiempo que asentía y apretaba los párpados.
—¿Crees que yo te voy a engañar con Babi? —Dylan la apuntó y después se dejó caer de espaldas al sillón.
—No —negué, continuaba mirando al suelo—, es como una paranoia, porque ustedes son muy unidos y...
—Solo somos amigos, los mejores —me interrumpió Babi—, y ya se los he dicho a ambos: no tengo cabeza para noviazgos y esas cosas. Si yo quisiera que Dylan fuese mi novio, no lo habría rechazado en primer lugar.
—Además, ella sabe que ya no me gusta. —El güero untó las manos e hizo chocar los pulgares—. No hay una doble intención y si la hubiera, de seguro lo notarías porque se te da leer a las personas y yo soy malo disimulando.
Relajé mi postura y lancé un largo suspiro. Al menos logré salir ileso de nuestra primera pelea. Y si ya de por sí no tenía mucha dignidad, creo que después de eso me quedaba en números rojos.
—Bueno, ahora que arreglaron sus diferencias —Sandy se levantó del sillón y sacudió sus pantalones—, ¿vamos por una pizza? Frank invita porque es el mentiroso y de paso le voy a llamar a Trevor para hacerlo peor.
Le enseñé el dedo de en medio y ella rio. Era un trato cruel porque recién me habían pagado, pero era lo justo y lo menos que podría hacer para compensar mi cagada.
Los cuatro salimos de la casa. Dylan caminó a mi altura y el hecho de que tomara mi mano sin avisar me confirmaba que las cosas se arreglaron. Sandy y Babi cuchicheaban entre sí, al menos se veía más animada que en la escuela y eso también debía celebrarse.
—¡Barbara!
Era la voz de una mujer y aunque no la reconocí al instante, al mirar a la aludida me hice una idea de quién había sido. Mi exnovia se abrazó a sí misma, al tiempo que negaba con la cabeza. Estaba delante de uno de sus grandes temores: enfrentarse a sus padres adoptivos. Sus ojos se aguaron, mientras su pecho subía y baja. Ellos estaban justo delante de Babi; desgarbados, ansiosos, con los ojos hinchados y los labios pálidos. Ella abrió la boca y retrocedió un paso, casi chocando con Sandy. Nosotros también nos detuvimos y sujeté con fuerza la mano de Dylan.
—¡Vuelve a la casa! ¡Hemos estado muy preocupados! —le gritó su padre—. ¡Déjate de tonterías y hablemos de una vez!
Ella negó con la cabeza, al mismo tiempo que comenzaba a llorar. Creo que también le aterraba la idea de que Sandy se enterara de la verdadera razón por la que huyó de casa.
—¡No quiero hablarles! —respondió Babi entre llantos desesperados.
—¡Por favor, aclaremos la situación de una vez! —suplicó su madre.
—¡Y ustedes dos! —el hombre señaló a Dylan y a la pelirroja—. ¡¿Por qué la escondieron todo este tiempo?!
—Sandy, incluso cuando te preguntamos dónde estaba juraste que no lo sabías, que no te lo dijo —retomó la mujer con la misma dureza.
Los padres de Babi creían que ambos confabularon para esa perfecta huida. Sandy tenía algo de responsabilidad, pero la otra parte de la culpa no le pertenecía a Dylan, sino a mí. Mi güero soltó mi mano, se cubrió los oídos y comenzó a balancearse. El ambiente era cada vez más hostil y si se me ocurría confesar que yo colaboré, solo empeoraría la situación. Abracé a Dylan por detrás para tranquilizarlo e intenté llevármelo de ahí, pero puso resistencia. Entretanto, Sandy se limitó a observar con atención, debía estar desconcertada.
—Hablemos, aunque no aquí y con mis amigos presentes, por favor —suplicó Babi, intentó subir la voz, pero apenas y tenía fuerzas para eso.
El hombre tomó de la mano a su esposa y asintió por ambos.
—Debe ser un sitio neutral y nos iremos separados —continuó ella, era evidente que le costaba sonar convincente y no tirarse a llorar al suelo—. Síganme.
Mi exnovia miró hacia atrás y se despidió de nosotros con una escueta seña, mientras en su mejilla resbalaba una lágrima que no se molestó en limpiar. El matrimonio entró con rapidez a su vehículo y aguardaron a que su hija hiciese lo mismo para que los guiara. Babi se dirigió a su coche y era tal su nerviosismo que falló a la hora de abrirlo. Dudaba que pudiera conducir hasta donde quería llegar, pero no podía ayudarla, no me lo permitiría. Una vez ella arrancó y dejó el estacionamiento de Sandy, el coche de sus padres hizo lo mismo. Y luego, ambos vehículos desaparecieron delante de nosotros.
En vez de volver a casa de Sandy, los tres nos quedamos sentados en las escaleras de su pórtico. Dylan se balanceaba en su asiento, al tiempo que abría y cerraba las manos. No pronunciaba palabra alguna e insistí preguntándole cosas para qué dijera algo, pero Sandy me detuvo. Ella me explicó que lo que debía hacer era dejar que se regulara para no detonarle una crisis. De mi mochila saqué mis audífonos, se los coloqué y después puse un álbum de los Smiths en mi teléfono para que se relajara escuchándolos.
—Explícame qué fue lo que pasó en realidad con Babi y sus padres —me exigió ella. Apoyó los codos en sus rodillas—. No voy a tragarme el cuento de lo del rechazo universitario, porque estoy segura de que lo que acaba de pasar no tiene nada que ver.
Le pedí perdón a Babi en mis adentros, me atraparon y debía decir lo que por tanto tiempo cuidó. Miré a Dylan, en busca de su aprobación, pero él continuaba perdido en la música. Resignado, le conté a Sandy todo lo que sabía sobre los problemas que cargaba Babi. De vez en cuando hacía pausas, quizás esperaba que mi güero me interrumpiera, pero no sucedió, de modo que tuve que seguir. La pelirroja me observaba con atención, aunque a veces achicaba los ojos y fruncía los labios.
—¿Y por qué esa perra no me lo dijo antes? —preguntó ella al término de mi relato, se sobó las sienes y bajó la cabeza.
—Quizá por miedo a ser juzgada por ti. Más bien, por todos.
—Tengo que disculparme por haberla hecho pensar así —sus ojos verdes se cristalizaron y alcanzó a tallárselos para evitar el llanto—, pero créeme que, si alguien que no fuera yo la molestaba por eso, yo misma me encargaría de que la pasara muy mal.
El comentario me hizo gracia. Sandy siempre fue grosera, desconsiderada y egoísta. A mí me molestaba, pero no como a los otros e incluso ella y yo teníamos algo parecido a una amistad basada en tratarnos mal. Yo tampoco era el epítome de la moral, a veces me reía de la mierda ofensiva que soltaba de otros o agregaba una que otra crítica mordaz al chisme que compartía con mi exnovia. Además, jamás la detuve cuando la veía ofender a alguien a la cara o hacerle una broma pesada.
La Babi de antes tampoco era diferente, incluso diría que era peor que yo. Solía preguntarme por qué ambas se llevaban tan bien, pero quizás en el fondo tenía la respuesta: las dos eran terribles. Era posible que la Babi de ahora se arrepintiera de eso, sin embargo, también había algo más allá en esa amistad que ser un par de malditas. Sabía que mi exnovia dejó que la pelirroja se quedara a dormir en su casa por dos semanas luego del divorcio de sus padres. Recordaba también que Sandy cancelaba fiestas y entrenamientos con las porristas porque le daba prioridad a ayudarle a Babi a escogerse un vestido para unas olimpiadas del conocimiento o algún otro concurso.
Eran incondicionales, pero los defectos de cada una las habían distanciado en esa situación tan crítica.
—¿Crees que Dylan Friedman y Barbara Palmer sean novios?
En cuanto escuché a una chica escupir esa pregunta en los pasillos de la escuela, tuve deseos de estrellar la cabeza contra mi casillero para espantarlas, aunque lo que hice fue mirarlas de refilón.
—Los veo todo el tiempo juntos. Siento pena por el pobre de Frank, es tan tonto que almuerza con ellos a pesar de que Barbara lo dejó —le respondió la otra—. Aunque me hace sentido, digo ella está muy cambiada y ese tipo, Dylan, es raro, pero tengo que admitir que se ve guapísimo desde que se cortó el pelo.
Incapaz de soportar más la charla, cerré con violencia la puerta de metal de mi casillero, haciendo que las dos chicas pegaran un respingo. Caminé con celeridad para alejarme, detestaba que las personas sacaran conclusiones de cosas que no sabían, pero tampoco podía juzgarlos, pues yo me divertía haciendo lo mismo.
Con el objetivo de distraerme, saqué el teléfono de la buchaca de mi chaqueta. No había nuevos mensajes de Dylan, solo aquel que me mandó a primera hora en donde me avisaba que acordó llegar a la escuela con Babi. Guardé el aparato y lancé un largo suspiro. Ya habíamos tenido una pelea por mis celos y aunque salió bien —si omitimos lo que sucedió después— todavía no los superaba. Ambos eran mejores amigos y Dylan hallaba tranquilidad ayudándola, sin embargo, no era como si pudiera aceptarlo de la nada.
Detuve mi andar cuando llegué al casillero de Dylan. Ahí se encontraba él, acomodando sus libros, como siempre, absorto en sí mismo e ignorando al resto.
—¿Qué tal, güero? —Apoyé un brazo en el casillero de junto.
Lo que obtuve fue un sobresalto de su parte y luego silencio.
—¿Todo bien? —insistí.
Dylan sacó su teléfono de la buchaca y, tras unos segundos, me mostró la pantalla con la aplicación de notas abierta.
[Tenme paciencia. Estoy en un apagón verbal, pero puedo escucharte.]
—¿Necesitas ir a la enfermería?, ¿le digo a Arthur para que te deje volver a casa? —pregunté preocupado, corté la distancia entre los dos, lo que lo tomó por sorpresa y lo hizo retroceder hasta apoyar la espalda en el casillero.
A pesar de lo inorgánico de su posición, Dylan se las arregló para escribir una nota y mostrármela.
[Además de lo que sucedió con los padres de Babi, esa tarde discutí con Eleonor por llamada porque sigue insistiendo con que debería volver a Nueva York. Así que no he podido regularme del todo. Necesito tiempo, estar lo más retraído posible y mantenerme alejado de estímulos. No quiero preocupar a nadie y tampoco faltar a la práctica de laboratorio de hoy.]
Volviéndome consciente de la posición tan sugerente en la que nos hallábamos, retrocedí y guardé las manos en mis buchacas. Bajé la cabeza, mirando al suelo y reflexioné sobre lo que debería de hacer. Me incorporé cuando oí el portazo del casillero de Dylan. Lo vi caminar solo por los pasillos con sus libros y cuadernos pegados al pecho. Como ya no podíamos platicar, pensé en alcanzarlo para ayudarlo a cargar sus cosas. Siempre hacía eso con Babi, en especial cuando se hallaba estresada y lo único que salía de su boca eran quejas.
Estuve a punto de pedirle a mis pies que se movieran, no obstante, el temor de verme obvio delante de mis compañeros hizo que plantara mis raíces en el suelo. Tenía el permiso del director y mi secreto estaba a salvo, sin embargo, nada me aseguraba que el resto de los estudiantes no hicieran volar el rumor y que este llegara hasta mis padres.
En lugar de ponerme a jugar ajedrez en el teléfono, miré al frente, al enorme patio en el que nos encontrábamos. El grupo optó por almorzar ahí, pues la cafetería era ruidosa y siempre estaba llena de personas, lo que sería arriesgado para el estado en el que se hallaba Dylan. Él seguía sin pronunciar palabra alguna y ni siquiera se le dio por escribirme una nota nueva. Menos mal que su tío abuelo informó a todos los profesores y por eso no tuvo conflictos con las clases.
Babi no se encontraba entre nosotros, quizá no quiso unírsenos, no lo sabía; los únicos que interactuaron con ella, luego de lo de sus padres, eran Dylan y Sandy. A la pelirroja parecía no importarle, solo veía vídeos en el teléfono junto a Trevor. Ese día me sentía apartado de todos ellos, más que siempre. Además, no iba a forzar a mi güero a contarme su día al igual que lo hacía durante los almuerzos; aunque por mi mente pasó la idea de comenzar a hablarle de peces para comprobar si diciéndole cosas que le interesaban podría orillarlo a charlar y, por ende, volver a sentirlo cerca. Descarté la idea, pues temía empeorar ese apagón verbal. Aquello me dejó en la misma posición: no sabía cómo interactuar con él sin hablarle y sin verme sospechoso.
Tendría que seguir aparentando, pues gracias a lo que pasó el fin de semana, aprendí que muchas mentiras tenían fecha de caducidad. Me resigné a permanecer en el pasto, con la espalda apoyada en un árbol, con un rayo de sol besándome el rostro y con los ojos bien cerrados. Escuchaba el baile de las ramas y hojas, combinado con el cantar de los pájaros y risas y cuchicheos juveniles.
—¡Ba-babi! —exclamó con torpeza Dylan.
Aquello provocó que despegara los párpados de golpe y que viera cómo el güero se levantaba del pasto para correr en dirección a su amiga. Mordí mi labio inferior. De nuevo estaba celoso. ¡¿Cómo era posible que con Babi sí se esforzara por hablar?!
¡Hola, Coralitos!
¿Ustedes cómo le harían si fueran Frank para lidiar con los celos?
¿Molestos porque Frank todavía le oculta cosas al güero?
¿Creen que el mantener la relación a escondidas mate el romance de nuestos bebés?
Nos vemos mañana.
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