Capítulo 20: Problemas de comunicación
Sin mirar atrás y fingiendo un cojeo, caminé hacia mi motocicleta. Como me urgía desaparecer, aceleré más de lo permitido y mantuve esa velocidad durante todo el camino, por suerte, ningún oficial me detuvo. Al entrar a mi casa encontré a mis padres, a Aidée y al viejo conviviendo en los sillones de la sala. Todos se volvieron a verme en cuanto notaron mi presencia, ya sabía lo que iban a cuestionarme.
—El coche estacionado en el patio es de mi amigo Trevor —me adelanté a explicarles—, venía muy borracho de una fiesta y como mi casa le quedaba más cerca que la suya, lo dejó aquí para evitarse un accidente.
—¿Una fiesta que acabó antes de las siete? —preguntó con incredulidad Aidée.
Debía pensar rápido para voltear la situación. No podía decirles lo de Babi, sería largo de explicar y además no tenía su permiso para divulgar la situación.
—Son jugadores de futbol, como iniciación se van saliendo de la escuela a casa de alguien a beber sin control. —Encogí los hombros—. Si quieren le llamo a Trevor para que se los diga, aunque no está sobrio todavía.
Jugué una carta arriesgada, pero sabía que ganaría credibilidad. Hice contacto visual con el viejo, si él hablaba perdería, sin embargo, lo que hizo fue seguir bebiendo de su taza de té en silencio.
—¿Y por qué no se quedó a dormir en la casa? —preguntó mamá, enarcó una ceja y cruzó los brazos.
—No quiso, se puso pesado. —Caminé para acercármeles, necesitaba que vieran que no me escondía—. Vengo de dejarlo en su casa. Así que está bien. Te digo, si quieres le llamamos para que vean que no miento.
Mamá me sostuvo la mirada por un rato y después relajó su expresión. El viejo se estiró y me dio un leve empujón, quizá con eso quiso mostrarme que se enorgullecía de mí y mi habilidad de manipular la verdad. Siendo franco, mi primera impresión sobre él cambió de manera parcial y ya sentía que casi podía confiar en él. Aunque todavía le tenía pánico a su reacción si llegaba a enterarse de mi relación con Dylan.
Fui de regreso a mi habitación a pasos laxos. Estaba cansado y fastidiado. Me tiré en mi cama e hice rebotar mi cuerpo en el colchón. Aún acostado bocabajo, saqué el teléfono de mi buchaca. Tenía un mensaje de Dylan. Tragué saliva, me esperaba lo peor. No obstante, solo me encontré con una fotografía del nuevo arreglo de su pecera.
[El güero de los corales: Quedó bien, las acroporas se ven más azules con ese ángulo.]
Su mensaje no me decía nada acerca de lo sucedido con su tío abuelo, así que decidí ir al grano.
[Yo: ¿Arthur no te dijo algo sobre lo que vio?]
No bloqueé el aparato, sino que me quedé mirando la pantalla como si así ejerciera presión para que me respondiera más rápido. Mi peor temor era que les contara a mis padres lo que vio. Si eso sucedía, no habría mentira o cuento largo que pudiera salvarme de que me echaran a patadas.
[El güero de los corales: Le pregunté si se molestó y dijo que no. Por cierto, encontré esto. Hay que ir.]
Mandó una captura de pantalla de un cartel de un sitio llamado «Mystic Aquarium». Anunciaban una oferta de 2x1 de lunes a jueves y también la apertura de la exposición de peces tropicales.
[El güero de los corales: Se me olvidó preguntar, ¿cómo sigue tu tobillo?]
Solté el teléfono y cubrí mi rostro con ambas manos, ahogando un grito de frustración. Todo esto de mantener una relación en secreto y lidiar con los celos que sentía hacia Babi estaba sacando lo peor de mí.
El catastrófico escenario en el que me llamaban a mitad de una clase para que me enfrentara al director no se cumplió. Y agradecí y maldije en partes iguales que así fuera. Aunque no tenía un plan preparado, tal vez sí necesitaba que algo sucediera, pues la ansiedad que sentía no me permitía escribir apuntes o prestar una mínima de atención a los profesores. Llegó un punto en el que me harté de nada más esperar a que sucediera lo peor, así que decidí que no irías más a clases el resto del día.
Deambulaba por los pasillos sin rumbo, solo cuidándome de no llamar mucho la atención, pues tampoco quería que un maestro se diera cuenta de que me hacía pendejo y me delatara con dirección. Sería como entregarme al verdugo. Cuando pasé cerca de la oficina de consejería vi a Babi saliendo de ahí. Mi exnovia dio un sobresalto y escondió el rostro tras una cortina de cabello castaño. Ya no era la chica de los peinados elaborados, ahora optaba por llevar su melena suelta y desprolija.
—¿Todo bien? —le pregunté. Tal vez fue insensible o imprudente, pero no podía solo pasar de ella, éramos amigos todavía.
—No, aunque lo intento —respondió en un susurro. Dejó de esconderse tras su cabello y me sostuvo la mirada—. Por eso vine aquí, necesitaba desahogarme un poco de todo lo que ha pasado. Y no sé, debes pensar que soy tonta por venir aquí en lugar de hablarlo con Sandy, cuando ella me lo ha estado preguntando y...
—Calma —la interrumpí, me esforcé por no sonar brusco—. No eres tonta. A veces confiar en gente que apenas conocemos es más fácil.
Ella abrió la boca, quería decir algo más, sin embargo, un vato pasó junto a nosotros para entrar a consejería. Ambos nos movimos en silencio, no podíamos charlar a gusto en un sitio que nunca dejaban de visitar.
—Mis padres siguen preocupados y molestos, pero al menos ya no me insisten —retomó Babi.
—Es normal, te escapaste.
—Una cosa curiosa es que Jeff me ha estado llamando, tanto o más que mis padres. —Sonrió con amargura—. Al final se rindió y me mandó un mensaje enorme.
—¿Y qué decía ese entrometido? —Quise sonar hilarante, aunque creo que solo fui pendejo.
—Que me dejara de estupideces y volviera a casa. Y entiendo por qué ve así lo que estoy haciendo, pero es que... —Frunció los labios—. Necesito tiempo fuera de mi hogar, ¿comprendes? Me estaba ahogando ahí.
Asentí. La entendía tanto. Nunca me escapé por más de unas cuantas horas, pero cuando había broncas en casa, aunque no tuviesen algo que ver conmigo, se me daba por irme sin avisar y no volver hasta que me sintiera mejor.
—No le digas a Dylan que me viste saliendo de consejería, por favor —expresó con súplica, incluso juntó ambas manos—. Se va a preocupar por mí y ya no quiero causarles molestias a otros.
Lancé un largo suspiro. Tendría que mentirle otra vez. Lo peor era que no lo hacía con el único fin de evitarle preocupaciones, sino por celos; entre menos pensara en Babi mejor para mí.
Lo sé, muy egoísta de mi parte.
—Lo haré. Aunque no me causa gracia ocultar tantas cosas al principio de una relación —vacilé, en un torpe intento por bajar la tensión.
Ella rio, aunque no supe si lo hizo de forma genuina o por compromiso.
—Por cierto, ¿cómo les va en su noviazgo? —preguntó Babi mientras me daba un ligero codazo.
Mordí el interior de mi mejilla. Dejando de lado que Arthur nos atrapó besándonos en su casa y mis mentiras, todo iba de maravilla, pero no podía ignorar esos dos grandes detalles.
—Hoy en la tarde iré con Dylan a «Mystic Aquarium» —dije, me era más sencillo contarle sobre esa salida que hablar de lo demás—. Hacen descuentos del 2x1 y hay exposición de peces tropicales.
—Eso suena increíble, me alegra que a pesar de que sean dos chicos, solo tengas que ocultárselo a tu familia y no al resto del mundo.
—En realidad... —me detuve en seco y bajé la cabeza— acepté que fuéramos porque está a las afueras de la ciudad, donde no podremos toparnos con nadie que nos conozca.
—¿Te avergüenza tu relación? —también se detuvo.
—No, es que esta ciudad es pequeña y si algún conocido nos ve, hay posibilidades de que mis padres se enteren —expliqué, incómodo—. Y no quiero pensar en lo que podría pasar si eso llegara a suceder.
Babi hizo un mohín, pero no dijo nada más. Era una chica perceptiva, conocía las consecuencias a las que me enfrentaría si mi secreto salía a la luz.
Supe que me jodí cuando me topé con Arthur a mitad del pasillo. Deambular por ahí durante todo el día fue mala idea, pero al menos me sacaría esa preocupación de encima. Además, Dylan dijo que no se encontraba molesto y tendría que recordármelo.
—Necesito hablar contigo en mi oficina —me pidió con un tono que no pude descifrar.
Tensé el cuerpo y apreté los dientes. No dije nada, tampoco asentí, solo caminé detrás de él. Cuando entramos me quedé de pie, con la espalda apoyada en la pared y observando cómo se sentaba en una silla giratoria. Ya había estado antes en circunstancias similares, pero ahora arriesgaba algo mucho más allá que una nota o varias tardes en detención.
—No tengo malas intenciones con Dylan —expliqué con prisas, en casos como ese no quedaba más que confesar—, usted mencionó que no quería que lo metiera en problemas, pero no lo he hecho hasta ahora. Ayer salí así de su casa porque me puse nervioso y me arrepiento de haber inventado el cuento del tobillo —desvié la mirada, necesitaba evidenciar mi vergüenza.
—Hace unos meses tuve que ir por Dylan al bosque —dijo él, ignorando mi historia y disculpas—. Y aunque lo encontré empapado y confundido, no quise atosigarlo con preguntas.
Suspiré, al menos ahora sabía cómo logró volver a casa luego del incidente de nuestro primer beso.
—No fue mi intención que pasara, él escapó de mí —me defendí.
—Al día siguiente, Dylan llegó de ir a verte a tu casa con la ansiedad al tope y tuve que preguntarle con qué tipo de gente se estaba juntando —prosiguió—. Él me lo dijo tal cual: estoy pasando el tiempo con personas increíbles que creí que jamás en la vida me iban a hablar.
No pude evitar que las comisuras de mis labios subieran; era lindo que alguien a quien adoraba tanto pensara así de mí.
—También me dijo que ese era el problema: que no sabía qué chingados sentía y por qué. —Rio, supongo que le causó gracia el hecho de que se lo dijera en español—. Me preocupé y le prometí que hablaría con Barbara y contigo, pero él se negó y me dijo que no quería perderlos. Tuve que preguntarle entonces si le gustaba alguno de ustedes dos.
Hice una mueca, la charla estaba volviéndose más incómoda.
—Me dijo que no era «gustar» de solo agradar o caer bien, sino algo como deseo o atracción, aunque no sabía si era por Babi o por ti. —Él apretó el tabique de su nariz—. Sé que estuvo mal, pero lo persuadí para que se enfocara en ella y te dejara de lado.
Controlé mis deseos de insultarlo y aunque me era difícil, una parte de mí comprendió sus motivos. Todavía quedaba algo del hombre conservador y prejuicioso del que hablaban mis hermanos.
—Esto que te estoy diciendo no lo digo como tu director, sino como un familiar preocupado. —Tomó una bocanada de aire—. ¿En serio deseas ser novio de Dylan?
Abrí los ojos con sorpresa. No era el tipo de charla que esperaba, aunque mis defensas bajaron.
—Sí, ¿por qué no? —respondí con seguridad.
—No me quiero meter en esto, pero le prometí a mi hermano que cuidaría de su nieto. —Se levantó de su silla y dio media vuelta—. Cuando te llamé esa vez en mi oficina, lo hice con la esperanza de que también lo ayudaras a integrarse. Como te habrás dado cuenta, Dylan es...
—Es Dylan —lo interrumpí.
A pesar de hallarse casi de espaldas, pude ver cómo esbozaba una ligera sonrisa.
—No te voy a mentir, me gusta que él pueda hacer cosas de adolescentes irresponsables —retomó—. Pero tampoco negaré que me preocupa. Ha pasado por situaciones delicadas, y aunque lo vea bien, me asusta que recaiga.
—¿En qué? —interrogué, confundido.
—Será mejor que él te lo cuente —suspiró—. El hecho de que Dylan sea Dylan le ha traído incomprensión, rechazo de mucha gente, burlas, abandono y otras situaciones dolorosas.
Tragué saliva, cada palabra que el hombre profería me confundía y preocupaba más, aunque a la vez me esclarecía lo que pudo haberle sucedido en Nueva York.
—Entiendo y a mí también me importa que él esté bien —repliqué—. Y puede estar seguro de que no lo lastimaré o volveré a mentirle, aunque tampoco me gusta que usted lo subestime de esa manera.
Él se volteó, pensé que me reclamaría por decirle eso, pero se limitó a asentir. Entendí lo que quiso mostrar con eso y también que mi secreto continuaría a salvo.
Dylan se quedó un buen rato delante de un letrero que servía para informarle a los visitantes del acuario el tipo de especie que se exhibía en el tanque. No profería palabra o ecolalia alguna, solo lo miraba con atención.
—¡Este dato es incorrecto! —exclamó él con fastidio.
—Con ese ya van cinco que señalas en todo el día —vacilé.
—Es que el género de corales más grande en términos de especie es el de las Acroporas, no las Coralliidae. —Juntó ambas manos—. ¡De todos los que he encontrado este es el peor!
No entendía ni la mitad de lo que dijo. De hecho, dejé de comprenderlo una vez comenzamos el recorrido por el acuario. Aunque no podía negar que me resultaba adorable y que la idea de saltarnos la rutina del gimnasio para ir allí no fue mala.
—¿Me vería muy raro yendo a reclamar a la administración por la información incorrecta? —me interrogó.
—No lo hagas, por favor. —Sacudí la cabeza—. Ahora que lo pienso, jamás te pregunté por qué te gustan tanto los peces y los corales.
Dylan tomó mi mano y tiró de ella para que continuáramos el recorrido. No solo elegimos bien el sitio, también el día, pues casi no había personas. Que anduviéramos así, sin escondernos o disimulando, me hizo olvidar mis broncas.
—¿No vas a responder mi pregunta? —expresé con indignación, aunque no hice esfuerzo por zafarme, amaba que fuese él quien tuviera la iniciativa para romper su regla del contacto físico.
—No me preguntaste nada, solo dijiste que nunca lo hiciste.
Solté una pedorreta con la boca, ese fue mi error.
—Está bien: ¿Güero, por qué te gustan tanto los peces marinos y los corales?
Nos detuvimos delante de un enorme tanque que albergaba una réplica de una parte de La gran barrera de coral de Australia. Dylan alzó el rostro, abrió grandes sus ojos grises y con la mano que tenía libre comenzó a tamborilear en sus muslos.
—El océano es enorme y misterioso. Hay tanto que no sé y que puedo aprender, que me emociona y a la vez me abruma, pero no es angustioso; no sé si me entiendas —respondió sin despegar su vista del contenedor—. Cuando era niño, podía pasar horas enteras frente a la pecera de la recepción del edificio en el que vivíamos. Había algo en esos colores luminiscentes que me hipnotizaba.
El modelo que teníamos delante de nosotros era increíble, sin embargo, la maravilla más grande se hallaba mi lado. Miré con atención su perfil iluminado por las lámparas fluorescentes, delineé sus rasgos y mi corazón dio un vuelco cuando sus ojos se encontraron con los míos por unos segundos.
—Eleonor se dio cuenta de que ver los peces me calmaba en momentos de crisis —continuó, volviendo a mirar al frente—, entonces, me compró todos los libros que pudo sobre peces y acuarios. Y llegó el momento en el que logré hacerme de mi propia literatura en Internet. Cuando tenía catorce, mi abuelo aprovechó que en octubre suelen llegar crías de peces a las costas de Nueva York y me llevó a atrapar uno. A partir de ahí, construí mi primer acuario.
A pesar de no ser el adolescente más expresivo, noté ese atisbo de melancolía en su voz. Ya me sabía el final de ese regalo tan especial y era evidente lo que le dolía. Me acerqué más a él y aumenté la fuerza con la que sostenía su mano.
—Serás un fantástico Biólogo marino.
—No estudiaré eso, seré Ingeniero Químico. Tengo un interés especial caro y no quiero disponer siempre del dinero de mis padres, así que debo estudiar una carrera que me permita tener un trabajo con el que pueda mantenerlo. Y no me entristece, hace un par de años la idea de que pudiese ir a la universidad era lejana, casi una incoherencia.
—Tienes tu futuro tras el colegio mejor planeado que yo —me burlé de mí mismo—, cuando me gradúe, me limitaré a buscar un trabajo de lo que sea que me dé para dejar de ser una carga.
Era difícil de admitir, pero no solo me abrumaban los celos y ocultar mi relación, también lo hacía la idea de que mi existencia era una cosa insignificante y que no fuese a efectuar nada grandioso o memorable jamás. Y sí, entendía que una vida tranquila era dignificante, lo asumí como a los doce años, pero de vez en cuando me ponía a pensar en lo grande que era lo que me rodeaba y eso empeoraba esa sensación de inferioridad y vacío.
—Deberías replantearte eso —dijo, todavía mirando al tanque.
—¿Para qué? Aun si tuviera la oportunidad, no tengo idea de qué estudiar y la escuela me harta. —Encogí los hombros, lo mejor que podía hacer era mostrarme cínico—. No vinimos aquí a hablar de eso, paremos el tema.
—Está bien, nada más agregaré que te extrañaré luego de que te gradúes. —Suspiró con pesadez—. Me asusta la idea de quedarme solo de nuevo, porque todos mis amigos dejaran la escuela en unos meses.
—Siempre puedo reprobar y quedarme un año más —dije entre risas.
Dylan lanzó una risotada, aprendió bien a captar mis bromas.
—Estar contigo, no importa donde, me calma tanto o más que enfocarme en las cosas que me gustan —dijo de repente.
Retrocedí un paso, aunque no dejé de agarrar su mano.
—Me gustas muchísimo, Francisco —continuó, intentó sostenerme la mirada, pero fue incapaz y se enfocó en un punto tras de mí—. Tanto, que no puedo evitar involucrarte en mis pasatiempos, porque es, de manera literal, cuando mejor estoy. Y olvido toda la mierda que pasé y me siento como una versión renovada de mí mismo.
Mis mejillas se pintaron de carmín y agradecí que las luces neón las disimularan. Sacudí la cabeza, no tenía idea de qué decir. Seguí mi primer instinto, aun a expensas de encontrarme en un lugar público, ¡qué chingados importaba! Me hallaba lejos de mis vecinos chismosos y de mis conservadores padres, nadie más nos conocía y las habladurías se perderían.
Tiré de la mano del güero con la intención de acercarlo, coloqué la que tenía libre en su hombro y me alcé de puntas para estar a la altura de su boca. Aunque se confundió al principio, comprendió lo que quería hacer y atrapó con sus labios los míos. El terror de ser expuesto continuaba acechándome, no obstante, pronto me olvidé de que había más personas a nuestro alrededor. Pasé a ser yo, junto al chico que cultivaba arrecifes y nada más.
—Entonces, ¿quieres ser mi novio? —me preguntó Dylan tras terminar el beso.
Di un sobresalto y lo observé con estupor.
—Pensé que ya lo éramos. —Solté su mano y me di una palmada en la cara—. Digo, creí que quedamos en eso en Año Nuevo.
—A ver, lo que recuerdo era que estábamos a punto de besarnos y nos interrumpió tu abuelo.
—¡Pero nos dijimos que nos gustábamos! —expresé con frustración.
—¿Por qué nunca me explicaron que un «Me gustas» es igual a un «Seamos novios»? —Dylan pasó la mano por su cabello, arruinando su peinado—. O sea, Babi me dijo que le gustaba, pero si eso equivale a una declaración oficial, ¿por qué me rechazó? Además, ya no quiero ser su novio. ¡Es todo tan confuso!
Estuve cerca de explicarle por qué ambas expresiones eran distintas, pero que podrían equivaler a lo mismo dependiendo de la intención y el contexto. Sin embargo, la situación, pasó de exasperarme a parecerme irónica. ¡Desde Año Nuevo creía que estaba en una relación con Dylan y este ni siquiera lo sabía!
Lancé una fuerte carcajada, al tiempo que colocaba las manos en mi estómago.
—¿De qué te ríes? —me preguntó, fastidiado.
—Tranquilo, es solo que me hace gracia —respondí, al mismo tiempo que me incorporaba.
—No entiendo por qué. —Puso ambas manos sobre su cabeza, en señal de frustración—. ¿Somos novios o no?
—¡Claro! —exclamé.
—¡Somos novios! —Bajó los brazos y esbozó una sonrisa.
—¡Obvio, sí, güero!
¡Hola, Coralitos!, ¿se esperaban que subiera el capítulo hoy? Haré todo lo posible por subir uno diario, pues ya tengo escrito el principio del epílogo. Y perdón de nuevo por el capítulo largo, espero no se haga pesado.
¿Creen que Dylan y Frank tengan más problemas de comunicación?
¿Cómo piensan que reaccionarán los padres de Frank cuando se enteren de que es Bi?
¿Sabían que una ecolalia es la repetición de palabras, frases, monólogos o canciones que una persona autista ha escuchado anteriormente?
¿Del 1 al 10 que tanto odian a Sawyer?
Gracias por su apoyo, estamos cada vez más cerca de los 100k leídos y eso me da tanta emoción, pues esta historia es algo así como un dolor de cabeza que quiero (?)
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