Capítulo 19: Doble (triple) engaño
Aunque parte de mis broncas desaparecieron luego de la fiesta de Año nuevo, todavía prevalecía el miedo de que mi familia nos atrapara. Ambos teníamos que ser discretos, sobre todo cuando estuviéramos en mi casa. Tampoco podría dejarme llevar en el gimnasio o en el trabajo. Lo único que nos quedaba era buscar momentos de soledad. Por eso, durante esas vacaciones, fuimos incontables veces al bosque a ver los peces —no nadamos porque hacía un frío de mierda—, prender una fogata y una vez tuve el cursi impulso de llevar mi guitarra para cantarle una canción en español. Escogí la de «Loco», de los Auténticos Decantes, quedaba perfecto con lo que el güero me hacía sentir.
Dylan y yo acordamos que nos mantendríamos discretos al regresar a clases y que solo permitiríamos que el grupo lo supiera. Pese a que había una que otra pareja no heterosexual en la escuela y el director tenía una postura flexible con ese tema, sabía por los chismes que contaban mis hermanos que Arthur Sawyer no siempre fue así. Además, una cosa era que él aceptara relaciones de ese tipo entre sus estudiantes y otra que permitiera que su sobrino estuviera en una.
Aun así, el primer día fui por Dylan a su salón cuando acabó su última clase antes del almuerzo, quería que fuéramos juntos a la cafetería. Me acostumbré a ese tipo de cosas con Babi y ahora que él era mi novio me tocaba efectuarlo también. Lo encontré en medio de la multitud que salía del aula y alcé la mano para que me notara. El güero se abrió paso entre todas esas personas, llegó a mí y me dedicó un remedo de sonrisa.
—Ayer me compré una nueva acropora azul y un soporte de lámparas para la pecera con el dinero que Joe me mandó por las fiestas —dijo, la mano que no sostenía sus libros se agitaba—. ¿Hoy después de clases quieres ayudarme a montar el soporte?
Suspiré, amaba cuando se ponía a hablar sin contexto de las cosas que le gustaban.
—Obvio —respondí. Empezamos a caminar para no obstruir la entrada al salón—. ¿Nos vamos saliendo de aquí?
Dylan negó con la cabeza.
—Tengo cita con la psicóloga llegando a la casa. —Él pegó los libros contra su pecho—. No puedo faltar a ninguna sesión, es parte del trato que hice con Eleonor para que me dejara quedarme a vivir con su tío abuelo. Eso y visitar al psiquiatra cada seis meses.
Él y yo durante las vacaciones hablamos de todo y nos contamos un montón de trivialidades. Aprendí que su película animada favorita no era «Buscando a Nemo» y que le aterraban los gansos. Dylan de mí sabía que me daba pánico subirme a un barco y que el tatuaje que tenía en el hombro no poseía un significado. Sin embargo, nunca llegó a contarme la historia completa de lo que le sucedió en Nueva York. Armé el panorama a través de los retazos que soltaba de vez en cuando, pero aún faltaba algo y no quería preguntárselo.
—Voy a mi casa, estoy un rato allá y luego paso por ti. —Alcé los brazos y los puse detrás de mi cabeza—. De ahí podríamos ir al gimnasio.
—Es un buen plan —respondió—, por cierto, Trevor me contó que no fuiste a Matemáticas, ¿por qué?
Solté un quejido, puse los ojos en blanco y después bajé los brazos.
—No me interesaba escuchar la introducción de la clase, además, descubrí como puedo aprobar con la mínima necesaria sin complicarme tanto.
—Frank, podrías lograr más que eso. Eres más inteligente de lo que crees.
Lancé un largo suspiro. No podía quejarme de su hermetismo, porque cada que él me decía que era listo o tenía potencial, me reía y lo negaba.
—Y aun si yo fuera como tú dices, ¿para qué quiero esforzarme si no iré a la universidad? —Crucé los brazos.
Dylan iba a decir algo más, sin embargo, alguien acaparó su atención: Babi. Mi exnovia salía de un salón, cabizbaja como pocas veces la había visto y usando sus gafas. El güero corrió a su encuentro, dejándome a mitad del pasillo. Me repetía que no debía darle importancia, que ambos eran cercanos y que pretender que la hiciera a un lado, cuando ella necesitaba compañía, sería egoísta. No obstante, me fue difícil luchar contra esa mezcolanza entre inquietud y fastidio que, aunque me costara admitirlo, no era más que celos.
De acuerdo con mi reloj, todavía faltaban cuarenta y cinco minutos para que diera la hora a la que acordé verme con Dylan. Cada episodio del anime que veía duraba veintitrés minutos. Así que, si miraba uno más, me restarían unos veintidós para ponerme las botas, tomar mis cosas y conducir hasta su casa. Si aceleraba lo suficiente, incluso me sobraría tiempo, pero no me arriesgaría.
—¡Frank, te busca una muchacha! —gritó desde abajo el viejo.
Maldije en mis adentros. Era tan frustrante como hilarante que me hubiesen interrumpido. También me causaba gracia que ya parecía una costumbre que él fuera quien recibiera a mis amigos. No obstante, caí en cuenta de que no se trataba de cualquier visita. Cerré la laptop y me apresuré a bajar. Me encontré con Babi justo en la entrada, y al lado del viejo. Si ya resultaba una sorpresa verla, aquello incrementó cuando vi en qué condiciones venía: traía las gafas mal pegadas con cinta rosa, el cabello empapado y una gasa en el rostro. Además, se abrazaba a sí misma y tenía los ojos hinchados.
—Los dejo solos —dijo él, puso una mano en mi hombro y subió por las escaleras.
Una vez dejamos de escuchar sus pasos, me aproximé a Babi para preguntarle qué pasaba, pero se me adelantó:
—Tuve el peor día de mi vida. —Sorbió la nariz—. Reprobé un examen, me caí intentando alcanzar el autobús, recibí una carta de rechazo de una universidad cuando al estúpido de Liam si lo aceptaron, ¡y lo peor es que mis padres ya saben que yo sé que soy adoptada! —Babi cubrió su rostro con ambas manos—. Ahora no tengo a donde ir. No pienso volver a casa luego de cómo les grité.
No dije nada al momento, solo la conduje hasta la sala. Ella se sentó en el sillón más grande y bajó la cabeza.
—¿Y qué vas a hacer? —pregunté, continuaba procesando todo lo que soltó.
—¡No lo sé! —exclamó desesperada—. Estoy tan mal que vine a buscarte a ti: ¡a mi exnovio! Pero es que no iba a ver a Dylan, cuando sé que él vive con el director, y tampoco puedo recurrir a Sandy porque tendría que contárselo todo. Tú eres la única otra persona que sabe lo de mis padres.
—Dame tus gafas —le pedí.
Ella alzó el mentón y me observó con estupor.
—No soporto verlas así. —Acerqué mis dedos al rostro de Babi y las retiré con cuidado—. No puedes quedarte a dormir aquí, pero podríamos formular entre los dos una mentira para Sandy y así podrás pasar la noche en su casa.
Me levanté del sillón y me dirigí a un mueble que separaba el salón de la cocina. Abrí un cajón en el cual guardábamos objetos al azar y de ahí saqué un pequeño tubo de adhesivo. Caminé a la cocina con sus gafas y el pegamento, y rebusqué entre los cajones de la alacena hasta que saqué un frasco de polvo para hornear.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó confundida.
Quité la cinta de las gafas, abrí el pegamento y también el polvo de hornear. Aún continuaba fascinado con ese truco que me mostró Dylan durante las vacaciones.
—Según lo que me dijo el güero: una reacción de polimerización exotérmica. —Coloqué una gota de adhesivo en la parte que debía unir, con los dedos agarré un poco de polvo y lo puse en donde el pegamento—. Y esto hace que la unión se solidifique al instante. —Tomé la otra pieza del armazón y los uní.
Sabía que Babi apenas podía ver y entender, pero noté como relajó su postura. Tal vez la reconfortó la idea de que no iba a abandonarla a pesar de nuestro pasado. Una vez la unión se solidificó, me senté a su lado y le entregué el armazón reparado. Este tenía una pasta blanquecina en la parte de la unión, pero se veía mucho más prolija que la cinta adhesiva. Ella se colocó las gafas, devolviéndole a sus ojos la visión.
—Aprendiste bien de Dylan —musitó—. Hace rato me dijo que yo ya no le gustaba. No sé si eso también me afectó.
—Lo siento, sé cómo es eso —me rasqué la cabeza.
—Sí, pero a la vez me alegro por ustedes. —Resopló—. Creo que hacen una pareja adorable.
—¡No digas eso aquí! —exclamé, al tiempo que señalaba hacia arriba.
Babi cubrió su boca con ambas manos.
—Mejor preocupémonos por tu asunto —crucé los brazos—, podríamos llamar a Sandy y decirle una enorme mentira, pero ¿por qué no hablar con tus padres sobre el tema?
—¡No tengo el valor para confrontar algo así y menos ahora que mi vida se fue a la mierda! —espetó—. Te digo, tuve el peor día de todos.
—¿Y te vas a quedar para siempre en casa de Sandy?
—Al menos hasta que pueda enfrentarlos, ¿nunca te ha pasado? Sentirte tan abrumado que te paralizas y necesitas una pausa de lo que te estresa.
Asentí con la cabeza.
—Bien, ¿qué se te ocurre decirle a Sandy? —volví a preguntar.
—Que me peleé con mis padres por no quedar en la universidad —dijo con dolorosa ironía—, es en parte cierto.
—Lo lamento, no entiendo cómo sucedió —le di una palmada en la espalda.
—Mis notas bajaron el curso pasado por estar distraída pensando en mil cosas.
—Sé lo que es perderte tanto en tu mente y por eso no concentrarse en clases —solté.
Así me sucedía la mayoría de las veces. Mis pensamientos se asimilaban a unas ramas que crecían sin parar hasta quedar todas enredadas.
—¿Y cómo justificamos que estés en mi casa? —pregunté una vez salí de mis reflexiones.
—Dile que me encontraste vagando por ahí, que me viste mal y me invitaste a venir.
—¡Brillante! —exclamé—. ¡Continúas siendo un genio para mentir!
Babi imitó una reverencia y rio, pero era claro que fingía.
—¿Y si mejor te llevo a su casa en la motocicleta y así la mentira se ve más creíble? —sugerí. Un viaje nos ayudaría a ambos a despejarnos—. Viniste en tu coche, pero si nos vamos en él no tendré como volver, entonces, lo dejas estacionado aquí. Yo les diré a mis padres que es de un amigo y que luego vendrán por él.
—¡Eres todo un erudito de la mentira!
Hice como que me quitaba un sombrero imaginario a manera de agradecerle el cumplido. La planeación concluyó con éxito. Dejé a Babi aguardando en el sillón en lo que subía a ponerme los zapatos e iba por mi teléfono. Habría un cambio de planes y tendría que informárselo a Dylan para que no me esperara a la misma hora. Abrí la conversación, no era algo difícil de explicar, lo comprendería, pues se trataba de Babi.
Pero ese también era un problema; si se lo contaba vendría e intentaría involucrarse. Todo lo relacionado con ayudarla continuaba obsesionándole.
[Yo: Hubo un inconveniente en casa y voy a llegar cuarenta minutos tarde. Perdón.]
Al instante recibí una respuesta suya.
[El güero de los corales: ¿Qué pasó?]
Mordí el interior de mi mejilla y escribí sin pensármelo mucho.
[Yo: Llegó una visita inesperada.]
Me dije a mí mismo que no le estaba mintiendo, solo ocultando información.
Guardé el aparato en mi buchaca y bajé corriendo las escaleras. Babi ya se hallaba en la puerta esperando y salimos sin avisar. Fue extraño que luego de meses volviera a montarse en mi motocicleta, pero ya no sentía un cosquilleo al percibir su cuerpo junto al mío; la estimaba aún, aunque ya no del mismo modo.
—No esperaba que todavía recordaras dónde vive, solo viniste en una ocasión —dijo Babi en cuanto me estacioné delante de la casa de la pelirroja.
Conocía la dirección de Sandy por una vez que fui a una fiesta ahí, cuando recién comenzaba mi relación con Babi. No la pasé muy bien, pero al menos me emborraché sin gastar un centavo y nadie se dio cuenta de que rompí una maceta.
—Tengo buena memoria. —Encogí los hombros.
—Debo hacer esto sola. Puedes irte —suspiró—, gracias por todo.
—¿Estás segura?
—Ya tengo la mentira en mente y si te quedas, te va a cuestionar también.
Lo único que se me ocurrió fue darle una palmada en la espalda. Ella no dijo nada más, se limitó a aproximarse a la entrada a pasos laxos. Había dicho antes que me gustó ver a una Babi más humana y menos perfecta, pero jamás, en todo el tiempo que llevaba conociéndola, esperé verla de ese modo.
Era una basura por sentir celos de una chica tan vulnerable.
Me costó admitirlo, pero Dylan era mucho mejor usando las manos que yo. Por culpa de mi nula habilidad dejamos un desastre en el salón de Arthur, sin embargo, no podía negar que me divertí y que cumplimos con el objetivo: instalar el soporte de la lámpara para la pecera.
Me hallaba agachado en cuclillas, levantando los tornillos del suelo, mientras el güero barría el polvo que dejó la madera tras taladrarla.
—No pensé que para tener una pecera así, además de saber de Química, necesitaras ser hábil con las herramientas —mencioné, al tiempo que me levantaba del suelo y colocaba los tornillos en la bolsa correspondiente—, ¿hacías este tipo de cosas en Nueva York?
—No, vivía en un departamento, así que tenía un acuario pequeño de diez galones —respondió sin dejar de barrer.
—¿Y esa pecera ahora la cuida Eleonor? —sacudí mis pantalones y me volví a él.
El güero soltó la escoba, esta cayó y provocó un ruido seco. Tomó una larga bocanada de aire, juntó ambas manos y miró al techo.
—Durante la época más horrible de mi vida no pude darle mantenimiento y todo lo que tenía se murió. —se dejó caer en el sillón detrás de él.
Con premura fui a hacerle compañía, cuidé mi distancia, pero Dylan se encargó de cortarla apoyando la cabeza en mi hombro.
—Lo siento —musité.
—Mi psicóloga dice que es cosa pasada, así que trato de no recordarlo y enfocarme en lo bien que se ve esta. —Levantó la cabeza y la admiró, orgulloso—. Los corales tienen buen color y crecen rápido, además, cada que hago mediciones, los fosfatos se encuentran en orden.
—Y gracias a ti, ahora conozco la magia del pegamento y el polvo para hornear —bromeé, aunque no tardé en arrepentirme, porque ese truco me hizo pensar en las gafas de Babi y también en la mentira que le dije.
Podía confesárselo ahora, pero temía causar un choque entre los dos y no quería que eso sucediera tan pronto, no cuando esperé mucho para que pudiéramos estar así.
—La otra vez te dije que no era magia —se quejó.
Nos encontrábamos solos. Arthur se fue al supermercado y Natasha estaba con amigas tomando café. No podía desaprovechar esa oportunidad. Coloqué una mano en su pecho. Lo rodeé y pegué mi cuerpo al suyo. El güero dio un respingo y se tensó, no obstante, al percibir mi respiración, cerró los ojos y se dejó envolver. Le di un beso en la mejilla, luego me estiré para atraparle la comisura de los labios y bajé hasta su barbilla. Todo iba bien y no quise pensar a donde llegaríamos, sin embargo, cuando mis labios rozaron su cuello, él abrió los ojos de golpe y me empujó.
—Perdón, no estoy acostumbrado —se disculpó con vergüenza, pasó una mano por su cabello y lo revolvió.
—Está bien —respondí afligido, al tiempo que me levantaba del sillón—, lo mejor será que nos vayamos de una vez al gimnasio.
Tomé mi mochila del perchero, abrí la puerta y le hice una seña para que me siguiera. Dylan se quedó en su lugar y cuando lo vi formar puños, supe que se había molestado. Iba a decirle que no se preocupara, que entendía que necesitaba tiempo, sin embargo, él dejó su asiento y corrió hacia mí. Cuando me tuvo enfrente, puso ambas manos en mis hombros y me plantó un beso. Me alcé en puntas para abrazar su cuello y profundizarlo más. No sabía que tan lejos llegaríamos, pero con eso bastaba.
—¿Qué están haciendo? —preguntó con impresión el director.
Tenía al hombre justo detrás de mí y sentí como mi cuerpo se tensaba, al tiempo que de mi frente bajaba sudor frío. ¡Estaba jodido! Si había alguien que no debía enterarse de lo nuestro, además de mis padres, era él.
—Íbamos a ir al gimnasio —respondió Dylan, impasible.
El hombre se movió y se paró frente a mí. Tenía su mirada encima, acusándome del peor de los crímenes. Abrí la boca, quería decir algo, pero no tenía nada coherente en mente. Solo sabía que necesitaba un pretexto para zafarme. De forma intencional me dejé caer en el suelo, lo que provocó que ambos me miraran con desconcierto.
—¿Estás bien? —me preguntó Arthur con estupor.
—No voy a poder ir al gimnasio, es que me lastimé el tobillo antes de venir —mentí. Fruncí los labios e intenté lucir adolorido.
—Hace rato estabas bien —el güero me extendió una mano para ayudarme a levantar—, ¿quieres que vayamos al doctor?
Negué con la cabeza. Continuaba con la mirada de Arthur encima, estaba seguro de que sabía que mentía, pero no comprendía por qué no me delataba.
—Estoy bien —dije con una sonrisa ansiosa. Una vez de pie sacudí mis pantalones—, solo iré a casa a descansar.
—Vale, nos vemos mañana —suspiró mi novio con decepción.
—Mejórate, Frank —pronunció Arthur.
Tragué saliva, continuaba intimidado, pero también me dolió cambiarle el plan a Dylan tan de repente, así como haberle mentido dos veces en el mismo día. Fallaba en mi papel de novio y no llevábamos ni un mes juntos.
¡Hola, coralitos! ¿Qué opinan de la relación de nuestros niños?, ¿creen que Frank hace mal en mentirle a Dylan o lo justifican?
¿Cómo piensan que el director se tome lo de Dylan y Frank?
Por cierto, ¿cuál es su temor más ridículo? A mí no me dan miedo los gansos como a Dylan, sino los pavos.
Ah, y la canción que Frank le dedicó a Dylan es esta:
https://youtu.be/pHPTDX_vS-4
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