Capítulo 1: El payaso junto al repetidor

—¡Solo no me lo vayas a picar! —me advirtió mi novia al mismo tiempo que abría con los dedos el párpado de su ojo derecho.

Tragué saliva, no estaba listo. Los lentes de contacto siempre me causaron ansiedad. Luego de haber leído tantas historias acerca de lo peligrosos que eran, sentía que el ojo de Babi dependía de mi tacto y habilidad. Además, no ayudaba mucho que estuviésemos en un rincón de la cafetería de la escuela y que más de un curioso se detuviera a ver qué chingados estábamos haciendo.

—¡Hazlo de una vez, Francisco! —exigió.

No me lo pensé más, coloqué el pequeño plástico en su ojo. Retiré el dedo al instante y suspiré de alivio al no escuchar un grito o algo por el estilo. Ella parpadeó un par de veces, una lágrima bajó por sus mejillas y se la limpió con el dorso de la mano. Acomodó tras una de sus orejas un mechón rebelde de cabello que se le escapó de su peinado y después me dedicó una sonrisa.

—No entiendo, ¿cómo pudo salirse de la nada? —pregunté con estupor.

—Me desvelé leyendo anoche y por eso he estado tallándome los ojos todo el día —respondió sin inmutarse. Me enfoqué en su rostro y noté el par de ojeras que en vano había intentado ocultar con maquillaje—. No es la primera vez que pasa que uno se salga en el peor momento, ahora nos tocó antes de entrar a la cafetería. En una ocasión mi mamá tuvo que hacer lo mismo que tú, pero en la piscina.

No comprendía por qué ella hablaba de aquello como si fuese cualquier cosa. Para mí había sido impactante ver a la lentilla salirse de su ojo y llegar hasta su mejilla. Muy digno de una escena de terror.

—Deberías ahorrarte la tortura de los lentes de contacto y mejor usar los de armazón —dije, puse una mano en su espalda, incitándola a movernos, ya que continuábamos llamando la atención del resto.

Ella hizo un mohín y cruzó los brazos, al tiempo que comenzaba a andar.

—Tú me habías dicho que mi mayor atributo eran mis ojos azules. —Volvió más gruesa su voz, intentando escucharse autoritaria—. Con un par de lentes feos no se van a lucir, además, me voy a terminar viendo como tonta.

Negué con la cabeza y me tragué mis comentarios, en su lugar, continué caminando junto a ella para ir a nuestra mesa. Nada había cambiado desde el ciclo pasado, seguíamos sentándonos en un sitio en el centro, donde no pegaba el sol, no nos hallábamos cerca de los baños o la salida y teníamos una panorámica casi perfecta de la cafetería completa. Nos estaban ya esperando Sandy, la mejor amiga de Babi y su novio, Trevor. A veces compartíamos con más personas, pero ese día la suerte no estuvo de mi lado, así que tendría que soportarlos.

Babi y yo nos sentamos frente a ellos. Como moría de hambre, saqué con celeridad mi almuerzo de la mochila y, pese a que estaba frío, comencé a devorármelo. No era tan desagradable, solo eran unas rebanadas de pizza de la noche anterior y ya sabes lo que dicen: la pizza fría es un manjar.

—Parece que no has tragado en todo el verano, Frank, ¿problemas para comprar provisiones en el gueto? —añadió Trevor con sorna.

Alcé la cabeza, me limpié la comisura de los labios con la manga de mi chaqueta y lo miré a los ojos con algo que rozaba la furia. Me molesté, pero no me sorprendí del todo. A él le fascinaba hacer bromas sobre mis raíces. Yo nací en Connecticut, en esta misma ciudad, pero mis padres eran migrantes mexicanos que llegaron hacía tres décadas.

—Y yo creo que a ti tanta pinche proteína artificial te está dejando sin neuronas. —Lo señalé.

En un intento por mermar la tensión, Babi abrazó mi cabeza y pegó sus mejillas a mis cabellos. Solté un largo suspiro y le respondí el gesto, aunque continuaba molesto y ella lo sabía. El imbécil de Trevor se limitó a esbozar una sonrisa ladina y Sandy se recargó en su musculoso brazo.

—¡Eso! ¡Controla a tu hombre! —exclamó la pelirroja.

Y no solo el novio era muy agradable, ella también lo era. Me costaba entender por qué una chica tan estudiosa como Barbara Palmer era mejor amiga de una potencial acosadora, supuse que la pelirroja se preguntaba lo mismo: ¿Por qué la mejor alumna de la generación y presidenta del comité estudiantil se había hecho novia del incorregible Francisco Lara?

Lo bueno fue que Trevor detuvo sus bromas ahí y se enfocó en devorar con avidez el pastel de carne que sirvieron en la cafetería. Al parecer habían mejorado la receta en comparación al ciclo pasado, por lo menos ya no se asimilaba a algo vivo, pero no me atrevería a probarlo jamás. Yo pude comer mis tres pedazos de pizza fría en un silencio pacífico, usando el celular para entretenerme jugando ajedrez. Entretanto, Babi y Sandy se la pasaron hablando toda la hora, de vez en cuando mi novia recordaba que también tenía que comer y le daba una mordida a su sándwich de pavo con queso, mientras la pelirroja picaba trozos de lechuga de su ensalada y se los metía a la boca.

Una enfadosa campanada nos indicó que nuestra libertad había terminado y que debíamos volver a clases. Dejamos que Sandy y Trevor se nos adelantaran, no queríamos ver cómo se lamían las caras en su romántica despedida. Una vez la cafetería comenzó a vaciarse, Babi y yo emprendimos nuestra huida.

—¿Algo que me quieras contar? —me preguntó ella una vez llegamos al pasillo.

—Nada, solo que ya sabes que Trevor es un pendejo. ¿Por qué lo dices?

—Te noto raro, es todo.

Lancé un largo suspiro. En realidad, había muchas cosas que me traían de mal humor, pero no me apetecía hablar de que mi abuelo y mi tía llegaron desde México para quedarse en nuestra casa por tiempo indefinido. Tampoco quería quejarme con ella sobre mi motocicleta descompuesta, aunque ya conocía de forma parcial la historia, porque ese fue el motivo por el cual tuvimos que usar el autobús en la mañana.

—¿Sabes? No sé por qué Sandy está con el culero de Trevor —dije para desviar el tema—. Aunque tampoco es como que ella sea la diosa de la amabilidad.

Me detuve, habíamos llegado al salón en el que tomaría mi siguiente clase: Química. Otra vez sería yo enfrentándome a fórmulas, moléculas, nomenclatura y otras chingaderas de las que ya no me acordaba.

—¡Oye! Ella no es tan mala.

—Te recuerdo que no quiso pasar por nosotros en su coche en la mañana y nos dejó ir en el autobús. Mínimo se hubiera dignado a ir por ti, ya que se supone que es tu mejor amiga.

Ella mordió su labio inferior. Sin querer, le había dado en su punto flaco y yo me arrepentí, porque si bien no me agradaba la pelirroja, no era mi intención que comenzara a cuestionarse una amistad de años.

—No te quejes, usar el transporte público es ecológico —vaciló, ansiosa—, y ya sabes lo mucho que me interesan las causas sociales.

Sonreí por compromiso y le di un par de palmadas en la espalda. Junto a nosotros comenzaron a pasar un montón de personas dispuestas a entrar al salón. Nos hicimos a un lado para no estorbar.

—Y por eso debo ir a retomar mi mandato como presidenta del consejo desde el primer día.

—¿Irás a dirección ahora? —pregunté impresionado—. El año pasado te dejaron descansar la primera semana de clases.

—Sí, pero antes de salir de casa recibí un correo del director pidiendo que fuera a su oficina a esta hora. —Ella encogió los hombros—. Debe ser porque es mi último año y quiere ver si mi potencial reemplazo será tan bueno como yo.

Sacó el pecho, era claro lo mucho que se enorgullecía de su puesto, aunque la mayor parte del tiempo eso implicaba que se llevara trabajos extra a casa o que se quedara en la escuela hasta tarde, lo que se traducía en menos momentos para vernos, ya que yo trabajaba medio tiempo los fines de semana. Aunque no me quejaban del todo, me gustaba tener una novia que se comprometiera con sus estudios por los dos.

—Y como tu presidenta, te ordeno que vayas ya a tu salón. —Me dio un beso en la comisura de los labios—. Recuerda que estamos en último año y que no puedes volver a reprobar Química.

Fruncí el entrecejo, solté su mano y la dejé marcharse, viendo a su estilizada figura desaparecer en el pasillo azul. Entré al salón a pasos laxos y con las manos dentro de las buchacas. Era el único alumno de último año que repetía el curso, ya que no reconocí ningún rostro. Mi vergüenza incrementó, por lo que busqué un asiento en la fila de la orilla, en la parte trasera, uno que no tuviese que compartir con alguien más. Un minuto después de haberme acomodado, la profesora entró. Era la misma mujer que me dio clase el año pasado y no tardó en identificar a su mejor alumno. Yo estiré la mano para saludar a la señorita Brooks y ella me respondió sin tanta animosidad, supuse que no le hacía muchísima gracia volver a darle clase al mismo sujeto que tiró un matraz del laboratorio solo porque la práctica empezó a burbujear.

En mi defensa, me daba miedo que me explotara en los ojos y me convirtiera en Daredevil.

Ella comenzó con una aburrida presentación que incluía los criterios de evaluación de la materia, ya saben: un porcentaje de clases teóricas, otro de exámenes escritos y una parte de prácticas de laboratorio. No presté mucha atención, no porque no me interesara aprobar y graduarme, sino que tenía la poderosa libreta de apuntes de Babi del ciclo anterior —la que pudo haber vendido por más de cincuenta dólares— y eso me daba confianza. No pasaría la materia con una nota sobresaliente, pero no me interesaba, no iría a la universidad de todas formas.

Justo cuando la señorita Brooks estaba por iniciar la vergonzosa parte en la que nos presentábamos, alguien abrió la puerta del salón. Se trataba de un vato cuyos cabellos rubios oscuros apenas y me permitían verle el rostro. Él, en lugar de quedarse en la entrada, pasó al aula como si nada.

—¿Te enseñaron a tocar antes de entrar? —preguntó con sarcasmo la profesora.

—Sí —contestó, detuvo su marcha, pero no se volvió a Brooks.

Buena parte del salón comenzó a reírse, yo incluido.

—¿Entonces? —insistió la educadora.

El rubio dio media vuelta, volvió a salir, cerró la puerta y después la golpeó dos veces desde afuera. Esto ocasionó que de nuevo riéramos, hasta la profesora se unió.

—Adelante —dijo ella.

Abrió, entró, apoyó la espalda en la puerta y se puso frente a Brooks.

—¿Qué haces aquí?

—Vengo a clase de Química. —Juntó ambas manos e hizo que sus pulgares chocaran entre sí, claro signo de ansiedad.

Hubo risas otra vez. Pensé en que al menos la profesora tendría alguien más con quien entretenerse y que no estaría encima de mí.

—¿Y por qué llegas a esta hora? La clase comenzó hace veinte minutos.

—Estaba con el director Sawyer.

Abrí los ojos con impresión, se suponía que mi novia se encontraba también en dirección. Eso quería decir que ambos habían estado juntos ahí. Supuse que tal vez ese vato ansioso era parte del comité, puede que incluso se tratara del potencial reemplazo cuando ella dejara la presidencia. Ya se lo preguntaría a Babi después.

—Solo pasa a sentarte. —Apretó el tabique de su nariz—. Y no vuelvas a entrar sin tocar la puerta, ¿de acuerdo?

—Sí.

El rubio hizo un recorrido visual por el sitio hasta que halló un asiento vacío: el que estaba junto a mí. Torcí la boca, tendría de compañero al que hizo del payaso el primer día. Sin quererlo, mi atención se enfocó en su persona. Usaba una chaqueta azul, pantalones grises y tenis de tela roja; estos se encontraban tan impolutos que me hicieron chirriar, ya que los míos eran del mismo tipo, solo que de un negro tan desgastado que aparentaba ser gris. Sin embargo, lo que más curiosidad me causó fueron los audífonos que llevaba puestos. No parecían los típicos que usamos todos para escuchar música, se asemejaban más a un aparato auditivo, pero ese vato no aparentaba tener una discapacidad de ese tipo.

—Por cierto, ¿cómo te llamas? —preguntó Brooks.

El aludido se detuvo delante de la mesa y, sin dar media vuelta, dijo:

—Dylan Friedman.

Esa fue la primera vez que escuché su nombre, admito que deseché esa información de mi cabeza al instante porque no creí que fuera relevante; tenía asuntos mejores de los que hacerme cargo. Ahora sé que pequé de ingenuo y lo subestimé, ya que Dylan Friedman llegó como una ola a derribar mucho de lo que creía de mí mismo. Lo peor, es que él jamás se dio cuenta, pero eso era lo que más me fascinaba de él, del chico que cultivaba arrecifes.

Hello! Este es el nuevo capítulo de esta versión de ECQCA, como se darán cuenta, ahora quien narra es Frank. Sentí que en la versión pasada lo había dejado mucho de lado y mientras editaba, caí en cuenta de su potencial y decidí volverlo narrador  y protagonista, ¿qué les parece el cambio?

Igual, él usa muchas palabras que quizá no hayan escuchado, ya que él es chicano (un hijo de mexicanos nacido y criado en Estados Unidos) y agregar ese tipo de expresiones le da realismo. Acá les dejo un diccionario con esas palabras:

Vato: Sinónimo de chico, muchacho o sujeto

Buchacas: Bolsillos

Culero: Mala onda 



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