2. Baek Hyun, el flowerboy
Después de que se me revelara mi amistad con Byun Baek Hyun en la infancia, muchas veces —más de las que me gustaría aceptar—, me pregunté por qué no lo recordaba. Si éramos tan «amigos», como la señora Byun había mencionado, ¿por qué no lo tenía presente en mis recuerdos anteriores a nuestra mudanza a Bucheon?
Reconozco que tengo una capacidad de memorización aceptable y que recuerdo muy bien ciertos sucesos de mi infancia, por ejemplo, cuando mis padres me regalaron mi primera muñeca en Navidad, cuando se cayó mi primer diente, cuando aprendí a montar una bicicleta o mi fiesta de cumpleaños sorpresa con temática de mi caricatura favorita. Entre todos estos recuerdos especiales, recordaba algunos fragmentos de cuando visitábamos a nuestros abuelos maternos en Bucheon.
Justo dos días después del inicio de las vacaciones de verano, nos encontrábamos instalados en la casa de nuestros abuelos. Aunque no recuerdo completamente cada periodo, tengo presente el deleite que vivíamos. Éramos libres de las responsabilidades de la escuela, solo nos dedicábamos a divertirnos, reír, jugar y ser consentidos por nuestros abuelos.
Aquellos días de vacaciones los pasaba en gran parte con So Ah, mi hermana mayor; Min Hyuk era un bebé de dos años y no muy buen compañero de juegos. En esa época (o a partir de la que recuerdo con más claridad), So Ah tenía ocho años y yo cuatro. A pesar de que ella era más madura y consciente que yo, nos llevábamos bien, buscábamos nuestra mutua compañía y raramente nos peleábamos. Cada día teníamos actividades diferentes y cuando no estábamos jugando con las muñecas y peluches que traíamos de nuestra casa en Seúl, nos sentábamos en la sala de estar a ver caricaturas, nos bañábamos en la pequeña alberca inflable que mi padre nos había comprado, merendábamos nuestra fruta en el jardín, sentadas sobre una manta vieja, mientras nuestros padres y abuelos tomaban el té en una mesita. Estábamos juntas de sol a sol, compartiendo días calurosos de verano, así como las noches refrescantes (pues dormíamos en la misma habitación).
En esos años fuimos inseparables, yo no necesitaba otra compañera de juegos más que So Ah. Tal vez por ello no recuerdo la presencia de otros niños en nuestras vacaciones. ¿Para qué los necesitaba si me divertía tanto con mi hermana mayor?
Las visitas a Bucheon se volvieron obligadas en mi infancia, y cada año era seguro que lo pasaríamos ahí. No obstante, eso cambió cuando mis abuelos ya no podían vivir en Bucheon. Yo tenía nueve años cuando a mi abuelo le diagnosticaron una enfermedad respiratoria y lo canalizaron en Seúl para sus constantes consultas. Mis abuelos decidieron ingresar a un asilo en Seúl, para evitar tantos viajes y porque necesitaban cuidados especiales que mi madre no podía proporcionarles al atendernos a nosotros.
Después del diagnóstico de mi abuelo y su ingreso en el asilo, suspendimos nuestras vacaciones a Bucheon por cinco años. Sin los viajes, las vacaciones de verano ya no se sentían igual. Aunque al principio fue muy triste, acepté la idea porque mis abuelos vivirían más cerca de nosotros y podríamos visitarlos sin problema. No obstante, a medida que fui creciendo, me di cuenta de que mis abuelos ya no eran los mismos: mi abuelo a duras penas podía moverse sin que le generara dolor y mi abuela también, poco a poco, se fue debilitando. Tampoco podíamos pasar mucho tiempo con ellos, porque teníamos que respetar los horarios de visita en el asilo.
El tiempo pasó en un parpadeo, mis abuelos fallecieron y transcurrieron ocho años más antes de mudarnos a Bucheon. En ese periodo, olvidé mucho de los espectaculares veranos en la casa de mis abuelos. Nuestra vida familiar se resumió a pasar los años completos en la ciudad. Mi madre empezó a trabajar como enfermera y tenía muy pocos días libres; mi padre dejó su puesto como corrector de textos editorial para convertirse en redactor de una revista; So Ah quería convertirse en doctora, así que desde los 15 años dedicó su tiempo libre a estudiar para los exámenes de ingreso a la universidad.
Dejé atrás la niñez y, aunque no tenía muy claro qué quería hacer de grande, decidí seguí el ejemplo de mi hermana al entrar a la secundaria: me convertí una chica aplicada. Obtuve buenas calificaciones, fui presidenta de mi clase, participé en muchas actividades extracurriculares y en una ocasión gané el primer lugar en el Concurso de Oratoria.
Me tomé tan en serio mi papel de la «chica estudiosa» que, para mis diecisiete años, era demasiado reservada. Mi madre decía que era muy seria, Min Hyuk siempre me tildaba de aburrida. Y lo reconozco, no me gustaba hacer tonterías o bromas como a mi hermano; no me agradaban las fiestas, ni me interesaba ser popular o tener muchos amigos; mi única amiga en Seúl se llamaba Im Seo Min, era estudiosa y seria como yo.
En Seúl, muchos compañeros de clase me tachaban de arrogante y fastidiosa; que pensaran eso de mí, me afectó en cierta parte. Mi madre, como buena persona extrovertida, me recomendó abrirme y expresar emociones más positivas; me dijo que, si no lo intentaba, corría el riesgo de alejar a los demás y lamentarlo después. Reconocí que tenía un poco de razón y un día traté de seguir su consejo, pero fue el fracaso más grande de mi vida.
En el año en que nos mudamos a Bucheon, estudiaría el segundo año en la Preparatoria. Estaba molesta, pues empezaría desde cero en un lugar desconocido, pero, sobre todo, temía mucho intentar hacer nuevos amigos. No solo no quería fracasar en aquello que tanto se me complicaba, si no que no quería hacer amistad con personas que no fueran como yo. No sabía el tipo de personas con el que me encontraría, si congeniaría con algunas de ellas o si tendría que fingir ser alguien que no soy, solo por encajar.
Aunque la escuela era mi preocupación principal, siempre pasaba a segundo plano cuando se trataba de la familia de al lado. Se conformaba por la señora y el señor Byun, y sus dos hijos: Baek Bom (quien era tres años más grande que So Ah y también estudiaba Medicina en Seúl) y Baek Hyun.
Semanas después del incidente de la ventana y el festival, la familia Byun se volvió parte de nuestra vida cotidiana. Al principio, se hacían presentes con algo que nos enviaban (ya fuera una canasta con frutas, un recipiente con kimchi recién hecho o una caja con galletas de arroz). La presencia «evolucionó» cuando mi madre invitó a la señora Byun a tomar té por primera vez. La convivencia recurrente se formalizó cuando se establecieron las cenas los fines de semana, ya fuera en su casa o la nuestra.
Incluso si no estaba programada una visita o reunión, no había un solo día en el que no viera la cara de algún miembro de la familia vecina: ya fuera al señor Byun saliendo muy temprano a su trabajo o a la señora Byun regresando de hacer las compras. Hablando del señor y la señora Byun, eran una pareja muy simpática y de la misma edad de mis padres. El señor Byun se dedicaba al comercio internacional y era muy interesante escuchar sus experiencias en algunos trabajos que realizaba en el extranjero. La señora Byun era profesora de primaria y su trabajo la había hecho una persona muy amable, paciente y
cariñosa. Desde el momento en que mi madre me la presentó en el festival, noté su aprecio hacia mí (a pesar de que le había dicho que no la recordaba de antes).
En realidad, no tenía ningún inconveniente con la familia de al lado, agradecía que fueran personas simpáticas, pues de lo contrario tendríamos que lidiar con vecinos molestos. Aunque las reuniones eran mucho más frecuentes de lo que me gustaba (al grado de que casi se sentía que vivíamos juntos), eran disfrutables para todos: el peso del trabajo desaparecía de los rasgos de mi madre cada vez que se reunía a merendar con la señora Byun; la naturaleza curiosa de mi padre se veía complacida cada vez que platicaba con el señor Byun.
En general, se creaba un ambiente alegre y agradable cuando los cuatro adultos estaban presentes en las cenas de fin de semana. La familia Byun congeniaba perfectamente con mi familia y eso no me molestaba. Aun cuando había una cosa, o más bien, una persona a quien no lograba soportar dentro de la familia Byun: Baek Hyun.
En nuestra familia, Min Hyuk era quien se complementaba con él. Desde el primer momento en que pusimos pie en Bucheon, mi hermano menor se volvió amigo de Baek Hyun. No sé exactamente cómo, ni cuándo o por qué se convirtieron en amigos... ¡ni siquiera tenían la misma edad! Min Hyuk a duras penas se dirigía a mí como noona, pero a Baek Hyun siempre lo llamaba hyung, con mucho respeto y admiración. Debido a su gran amistad, Baek Hyun pasaba mucho tiempo en nuestra casa. Era desesperante topármelo en las áreas comunes o rondando los pasillos de mi hogar con total libertad. ¿Acaso lo habían vetado de su casa y no tenía más opción que vagar en la mía?
Y ahí no terminaba la cosa, Baek Hyun estudiaba en la misma Preparatoria que Min Hyuk y yo, ¡hasta estábamos en el mismo grupo! Era una verdadera pesadilla, no sólo porque no soportaba mirarlo, sino que me exasperaba su comportamiento en la escuela y que fuera un flowerboy.
Cuando estudiaba la secundaria, surgió la moda de los llamados flowerboy: chicos populares que atraen a todo mundo gracias a su carisma y que son muy guapos. En el momento en que un chico recibía la denominación, se volvían engreídos e insoportables, creían que nadie estaba a su altura, que eran intocables y que merecían lo mejor de lo mejor. Todas las escuelas tenían uno. La Preparatoria de Bucheon no era la excepción, ¿y quién era su flowerboy estrella? Byun Baek Hyun.
No tenía idea de porqué lo era. Desde mi punto de vista, él no pertenecía a la categoría: no era guapo, ni siquiera entraba al rango de «lindo». Sin embargo, nadie compartía mi perspectiva, pues la mayoría de las chicas lo admiraban, le daban regalos y soltaban risitas bobas cada vez que se lo topaban en los pasillos de la escuela.
Después de que Baek Hyun se presentara como mi vecino, conocerlo como el flowerboy de la comunidad estudiantil me dejó consternada y preguntándome qué le había valido el título si su aspecto no era el más deslumbrante. Como no era común en mí quedarme con la incertidumbre, me dediqué a observarlo en mis primeras semanas en la Preparatoria, hasta que recabé suficientes datos para armar una hipótesis: Byun Baek Hyun tenía ciertas características que lo hacían sobresalir entre los demás, más allá de lo físico.
En primer lugar, Baek Hyun era extremadamente sociable. Siempre saludaba a los demás con verdadera cordialidad sin importar quien fuera: un alumno marginado, el profesor más gruñón o el mismísimo director de la escuela. Él no hacía distinciones, era amable con todos por igual. Este comportamiento le había ganado muchos amigos. No está de más decir que siempre me saludaba e intentaba hacerme plática (ya fuera en mi casa o en la escuela), pero yo cortaba de tajo su intención, pues me gustaba pretender que él no existía. Además, muy en el fondo, reconozco que era la envidia la que me llevaba a ser así, pues lo que para mí era muy complicado de hacer y en lo que temía fallar, para él era natural y nunca fracasaba.
Por otro lado, Baek Hyun tenía un gran sentido del humor. Hacía bromas y chistes sin ser abusivo o infantil. Siempre estaba lleno de energía y, cuando estaba eufórico, era escandaloso y reía sin parar. Nunca lo veías con un semblante serio, a menos de que la situación lo ameritara. A muchos parecía gustarles por ser muy alegre, espontáneo y ocurrente (claro que a mí no, pues mi sentido del humor era del tamaño de un guisante). Finalmente (y no podía negarlo), Baek Hyun era un chico inteligente, tanto en lo académico como en general. Siempre daba su opinión sobre algún tema; sus participaciones en clase eran acertadas y muy maduras; era curioso y sus preguntas gustaban a los profesores por estar bien formuladas y tener sentido. Era responsable a pesar de tener un aire despreocupado, lo que le valía calificaciones altas. La mayoría de nuestros compañeros de clase consultaban con él sus dudas y le pedían consejo en lo que les aquejaba. Toda su aportación (y popularidad), le ameritó ser presidente de clase dos años seguidos.
Además de estas características, se sumaban otras cuantas que yo no había presenciado, pero de las que Min Hyuk siempre hablaba, por ejemplo: Baek Hyun era hábil en Hapkido, tenía una gran capacidad para el canto, sabía tocar el piano, le gustaba los animales y en los periodos vacacionales dedicaba su tiempo a apoyar a las organizaciones altruistas de Bucheon. Todos estos aspectos sumados, sin duda alguna, hacían de Byun Baek Hyun un chico admirable; ser popular no se sustentaba tanto en su apariencia física, sino en su personalidad brillante. Mis conclusiones apuntaban que Baek Hyun era más que el típico chico popular, era un «flowerboy de oro»: sociable, carismático, guapo (desde el punto de vista de las demás, no mío), inteligente y agradable.
Sin embargo, a pesar de ser consciente de estos puntos buenos, era renuente a la idea de que Byun Baek Hyun me agradara. En vez de cambiar mi perspectiva de él, empezó a desagradarme más y me era difícil soportarlo. En las convivencias de nuestras familias, trataba de ignorarlo lo más posible. No entablaba ninguna conversación con él, a menos que fuera estrictamente necesario o me obligaran. Nunca deseé tener una relación de amistad con él, no importaba si fuera tan bueno y esto le ameritara el Premio Nobel de la Paz o lo nombraran Flowerboy de la Nación.
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