Parte única

Ahí venía de nuevo, con su rostro ojeroso, sus ropas negras y desalineadas, su cabello rubio con mechas rojas y violetas, y esos piercings metálicos en la ceja izquierda y en la hélix de la oreja derecha. El chico de estilo punk aparecía al menos dos veces por semana. Su presencia era difícil de ignorar; desentonaba notablemente con el ambiente de su tienda, llena de colores pasteles, donde el rosa dominaba sobre todos los demás. A pesar de su aspecto, era una de las pocas personas que armaba los ramos por sí misma. A veces se tomaba hasta cuarenta minutos eligiendo cada flor para su arreglo. Uno de los más bonitos había sido compuesto por lirios orientales rosas, zinnias rojas, orquídeas blancas, toques de astilbe y paniculata. Aunque los ramos del muchacho no dejaban de ser composiciones amateur, había mucho cariño puesto en ellos. Supuso que alguien era muy feliz de recibir esos ramos a diario, y le daba un poquito de orgullo saberse el cuidador de aquellas flores que regalaban dicha a una persona especial.

Con el tiempo, se fue alejando de sus conjeturas iniciales. El chico punk apareció unas cuantas veces por la florería con los ojos hinchados, la ropa sucia y los cordones de las botas desatados. Casi entre lágrimas, elegía las flores con manos temblorosas. Luego él le recibía el ramo con un nudo en la garganta, lo envolvía en silencio y lo dejaba ir con miles de preguntas dando vueltas en su cabeza. ¿Los ramos eran para una pareja, como pensó al principio? ¿O eran para una madre en el hospital? ¿O serían para alguien que ya no...? No, no quería pensar en eso último. Fuera quien fuera el destinatario de aquellos ramos tan personales, esperaba que recibiera los sentimientos del muchacho, tal como él los percibía al verlo elegir las flores y colocarlas con cuidado dentro de una canasta de mimbre.

Después de seis meses de las acostumbradas visitas del chico punk, pasaron quince días sin noticias de él. Era extraño sentirse preocupado por un desconocido, pero, de alguna manera, se sentía involucrado con el muchacho. Sí, no era más que el dueño y dependiente de la florería que frecuentaba el chico punk. Sin embargo, habiendo tantas otras florerías en Soho, había elegido la suya, y eso debía ser suficiente para creer que existía algún tipo de rara conexión entre ellos.

Finalmente, días antes de que comenzara el otoño, lo vio al otro lado del escaparate, mirando las flores con tristeza y revisando en sus bolsillos cuánto dinero traía consigo. Aquello le estrujó el corazón; no era de hablar mucho ni de acercarse demasiado a los demás, pero, sin poder evitarlo, salió de su tienda y se paró al lado del chico punk, que ni siquiera reparó en su presencia.

—¿Quieres armar un ramo? —preguntó sin alzar demasiado la voz, con la mirada gacha y apretando entre sus manos el delantal verde manzana que llevaba puesto.

—Sí, pero hoy no tengo dinero —respondió el chico punk, afligido.

—No importa, podrías pagarme luego.

El rubio alzó la mirada y, por primera vez, lo vio directamente a los ojos. Su cabello castaño, que le llegaba hasta debajo de los hombros, se movió apenas un poco por una suave brisa que sopló sobre sus cabezas. Sonrió con gentileza, y el misterioso chico punk extendió su mano para presentarse.

—Arthur —deslizó esquivo entre sus labios.

—Gabriel —respondió el dueño de la florería.

No mediaron más palabras tras aquella presentación informal. El chico punk entró a la tienda y repitió su rutina de elegir las flores que compondrían un ramo visualmente estético, pero que carecía de principios básicos de armonía floral. Luego, se acercaba a la caja para que Gabriel las envolviera con un bonito celofán de color morado y que lo terminase todo con un delicado moño rosa pastel, un rasgo distintivo de su tienda.

—Yo tendré el dinero para pagarte esta noche —le dijo al tomar el ramo de gerberas, margaritas y narcisos.

—Está bien, mañana me alcanzas el dinero.

—Pero podría dártelo esta misma noche.

—No hay problema, cierro temprano así que no podrá ser, te espero mañana.

—Pero si quieres, puedes ir a verme aquí a las ocho y tendré el dinero listo. —Arthur le compartió una pequeña tarjeta negra que tenía el nombre de un pub grabado en tinta plateada. Nunca había visto ese nombre, pero por la dirección era una zona bastante alejada del centro de Soho.

En otra ocasión, habría ignorado una invitación como esa, pero tratándose del chico punk, de quien inevitablemente quería saber un poco más, asintió sin decir mucho. No obstante, al acercarse la hora, se arrepintió de haber aceptado. En su natal Lisboa no habría tenido problemas para aventurarse más allá de su zona conocida, pero en Londres ya había perdido mucho de ese carácter intrépido que tenía antes; ahora prefería ser más bien cuidadoso.

Aún así, a las siete y punto se encontró bajando de un taxi en la dirección que rezaba la tarjeta que le había entregado el chico punk. En el recorrido, había podido percibir el cambio de ambiente, de avenidas anchas y bien iluminadas, a calles estrechas de adoquines, rodeadas de oscuros y viejos callejones. Los edificios también eran muy diferentes a los del centro de Soho, las construcciones debieron ser levantadas a finales de los setenta u ochenta y desde entonces no parecían haber recibido algún tipo de mantenimiento.

El pub al que había sido invitado apenas si se diferenciaba del resto gracias a tener la fachada pintada de negro. Entró un poco inquieto, esperaba no haberse metido en algún lugar peligroso o de dudosa legalidad. Dentro, no había mucha gente, pero tampoco estaba vacío.


—¿Otra vez flores? ¡Apenas tiene para el alquiler! —exclamó un hombre alto de cabello rojo mientras limpiaba unas copas de cristal que iba dejando sobre una barra de cedro bastante antigua.

Gabriel, discretamente, buscó con la mirada sus flores en aquel lugar de luces tenues y pisos sucios. Para su suerte, las encontró dentro de un bonito jarrón azul, sobre una mesa enfrente de un pequeño escenario que se ubicaba en el lado opuesto a la barra. Se dirigió hacia ella y tomó asiento para saber de qué hablaba el cantinero. ¿Qué había de malo con sus flores?

—No te metas, preocúpate por tus propios asuntos —le regañó otro muchacho joven de cabello castaño y rostro amistoso.

—Dejen de pelear, o van a ahuyentar a los clientes con esas caras feas que tienen —dijo una tercera persona, acercándose a los otros dos.

Al verlo, Gabriel esbozó, casi de manera inconsciente, una gran sonrisa sin separar los labios. Arthur lo observó confundido durante algunos segundos; luego aclaró su garganta, desvió la mirada y procedió a saludarlo como era debido.

—Me alegra que hayas venido. No me gusta deberle a la gente, y menos cuando se trata de las flores —añadió, buscando en sus pantalones las libras que le debía por el ramo que se llevó en la mañana—. Además, te invito una cerveza por el favor que me hiciste hoy. Elige la que quieras.

—No, no hace falta —se negó Gabriel sin ser descortés—. Prefiero otra cosa a cambio del favor —agregó con un tono enigmático que llamó la atención del joven punk, pero antes de que Arthur pudiera preguntar qué era lo que deseaba a cambio, uno de los integrantes de su banda lo llamó al escenario para hacer una prueba de sonido.

—Tengo que trabajar. ¿Puedes quedarte hasta el final y seguimos hablando?

Gabriel asintió y le regaló una pequeña y breve sonrisa, que provocó algo extraño en el interior de Arthur, quien solo ahora recordaba que esa misma sonrisa se le había obsequiado más de una vez cuando se encontraba absorto en la delicada tarea de elegir las flores para Martín.

—¿Cerveza negra? —preguntó el hombre de cabellos rojos y cejas tan gruesas como las del chico punk con una pinta entre sus manos.

—Si, por favor.

—Bien, te recomiendo que te quedes aquí o tus oídos van a sangrar.

—No le hagas caso, no se oye tan mal —replicó el muchacho castaño de facciones suaves.

—¿Cómo qué no? Es ruido, es tortura auditiva, ¡es el buen punk! —exclamó con sarcasmo.

Gabriel, a pesar de sus prejuicios iniciales, estaba encantado con el ambiente. La gente se veía relajada, conversando distraídamente, y parecían agradables a pesar de las ropas negras, los piercings, los peinados extravagantes y las botas militares, todo tal como Arthur, el chico punk de las flores coloridas y los ramos amateurs.

▄▀▄▀▄▀

Cuando el reflector, que iluminaba directamente el escenario, se apagó, Arthur se volvió hacia Gabriel tan rápido que casi pensó que el muchacho tenía miedo de que desapareciera como por arte de magia. O tal vez estaba preocupado de haberlo asustado con esos gritos y esas declaraciones de guerra contra el sistema capitalista británico y del mundo en general. Pero ahí estaba él, esperando en la barra por el favor que le debía ser devuelto.

—¿Te gustó? —preguntó, algo afónico y aún sudando por la chaqueta de cuero que había llevado puesta durante los treinta minutos que estuvo gritando al micrófono.

—Sí, creo que es la primera vez que asisto a un concierto punk desde que me mudé a Londres, pero me gustó.

—Eres de Portugal, ¿no?

—¿Qué me delató?

—La lavanda, tu florería tiene lavanda por todas partes.

—Pensé que ni te habías percatado de ellas, jamás las elegiste para alguno de tus ramos.

—Sería ir por el camino fácil, y a mí no me gusta eso. —Arthur dijo aquello último con tal seguridad que Gabriel sintió cómo un peculiar calor subía hasta su rostro, concentrándose en sus mejillas y pómulos—. Aún no me has dicho qué quieres a cambio del favor que me hiciste esta mañana.

—Bueno, Lord que siempre paga sus deudas, no es mucho lo que te voy a pedir. Quisiera saber para quién son las flores. Nadie las ha tocado desde que llegué, siguen ahí... —Gabriel miró el lugar donde el ramo seguía intacto, como lo encontró al entrar.

El chico punk no respondió. Bajó la mirada mientras el cantinero pelirrojo dejaba una cerveza rubia a su lado, la cual bebió de un solo trago. Su garganta estaba seca, pero no por cantar o gritar.

—¿Te parece si salimos a caminar un rato? —Gabriel notó el cambio de humor en Arthur y se arrepintió un poco por haber preguntado, pero no lo suficiente como para retractarse. Asintió, forzando una sonrisa en sus labios, y bebió lo último de su cerveza antes de salir junto al chico punk por las oscuras y desoladas calles de la periferia de Londres.


La noche, fresca como era de esperarse a fines de septiembre, se presentó más silenciosa de lo normal. Se podía escuchar incluso los siseos de gatos callejeros y el eco de unos cuantos ladridos a la distancia. Arthur caminaba rápido, a pesar de que se suponía que solo era un paseo por el barrio. Gabriel observaba su espalda, Arthur iba con las manos guardadas en los bolsillos de su chaqueta, y tenía tres cadenas colgadas a un lado de su pantalón negro que rebotaban una y otra vez, desafiando toda ley gravedad, la cual parecía más pesada sobre los hombros vestidos de tachuelas y hebillas.

—Las flores... —murmuró de pronto. Gabriel no lo habría oído si no fuera por el silencio a su alrededor. En Soho, ni siquiera se habría percatado de que Arthur, en algún momento, había comenzado a mover los labios—. Las flores le encantaban al único mejor amigo que he tenido en mi vida.

Gabriel se detuvo justo antes de cruzar la calle. Arthur, por fin, se dio la media vuelta y lo miró directamente a los ojos.

—Se veía tan duro por fuera, pero siempre me enseñaba sobre ramos. Su sueño era tener una florería en su natal Buenos Aires, pero la dictadura y la inflación no se lo permitieron. Llegó aquí aún aferrado a ese sueño, pero este país no le ofreció una vida mejor y jamás dejó de extrañar los paisajes de su niñez... Un día, simplemente, no lo soportó más...

Otra vez, el silencio. Una ventisca de otoño los golpeó a ambos, y el cabello rubio del chico punk se arremolinó, dejando al descubierto su rostro, sus cejas gruesas y pobladas, y los ojos húmedos que se ocultaban debajo de ellas. Al final, el propósito de las flores había sido aquel en el que menos había querido pensar o siquiera insinuar.

—Arthur, ¿tienes trabajo? —La pregunta cayó de forma totalmente inesperada. El chico punk no pudo evitar soltar una corta carcajada mientras secaba unas pequeñas lágrimas del borde de su ojo izquierdo, que amenazaban con rodar por su mejilla hasta caer por su mentón—. Perdón, oí al hombre pelirrojo decir que apenas te alcanza para el alquiler. No quiero ser un entrometido, simplemente me surgió la duda.

—Está bien, con estas pintas es una duda válida. —El aire había vuelto a cambiar; Arthur parecía más relajado, y una sonrisa se escondía en el brillo de sus ojos verdes, que lo observaban expectantes, como si rogaran por una nueva sorpresa salida de lo más profundo de su garganta. Y Gabriel iba a satisfacer aquel anhelo—. Trabaja en mi florería. Y, antes de que creas que esto es solo por ti, te aviso que hace tiempo que estoy pensando en tener un empleado. Solo me agobiaba pensar en entrevistar personas y no saber exactamente en qué tipo de persona terminaría depositando mi confianza. ¿Me entiendes?

—Sí, te entiendo. Pero no sé si estarías haciendo lo correcto al depositar tu confianza en mí. —Arthur bajó la mirada y pateó un pedazo de escombro a sus pies, uno de los tantos que quedaban tras las guerras y protestas recientes.

—Arthur, ¿por qué necesitas esas flores cada semana? —La voz suave de Gabriel atravesaba el frío de la noche londinense y llegaba directamente hasta el pecho de Arthur. El chico punk no podía ignorarlo por más que quisiera; no tenía dónde esconderse, ni tampoco quería abandonar la presencia elegante del portugués.

—Porque las flores son lo único que me conecta con él. Sigo cantando en la banda que armamos juntos. Cuando veo ese ramo frente al escenario, lo puedo ver diciéndome: "Cantas horrible, cejudo; un perro lo hace mejor que vos". Puedo cantar al pensar en eso; de otra manera, no podría hacerlo. —Era la primera vez que Arthur decía aquello en voz alta. Ni siquiera sus primos sabían la verdad sobre las flores; solo veían ese ramo, siempre presente en alguna mesa del pub.

—Eso es suficiente. Creo que serás un gran empleado, y ya no tendrás problemas para comprar los ramos para tu amigo Martín. —Arthur sintió cómo esas lágrimas que se había esforzado por contener hasta ese momento ahora huían, una a una, a través de sus mejillas. Pocas veces había encontrado un trabajo estable en medio de la situación actual de su país, y mucho menos uno que de verdad le gustara. De pronto, el clima se volvió cálido, el silencio resultaba cómodo y el peso en sus hombros se disipaba.

▄▀▄▀▄▀

Arthur terminó de bajar las rejas del escaparate y, a través del vidrio empañado, vio a Gabriel guardando la decoración navideña en unos organizadores de mimbre. El portugués, al notar su presencia, lo saludó con una de sus habituales sonrisas pequeñas, de esas donde apenas separaba los labios, pero que eran suficientes para remover todo en el interior del chico punk, una sensación que solo había experimentado antes por su mejor amigo Martín. Al entrar de nuevo, Arthur corrió hacia la estufa de gas detrás del mostrador; el frío de afuera le había entumecido los dedos de las manos y el resto del cuerpo.

—Este invierno está más frío que de costumbre, ¿no? —comentó Gabriel, dejando las cajas sobre unos estantes detrás del mostrador de la tienda.

—Sí, este mes me saldrá muy cara la cuenta del gas en mi departamento —respondió Arthur, frustrado solo de pensarlo.

—Bueno, tengo algo para combatir el frío —anunció Gabriel, desapareciendo hacia la bodega de la florería. Al poco rato, volvió con una bandeja negra que contenía pequeños moldes de papel para hornear, como los que usualmente se usaban para los muffins, pero ahora ocupados por pequeñas tacitas de chocolate—. Este es uno de mis tragos preferidos... bueno, y de la mayoría de los portugueses. —Dejó la bandeja sobre el mostrador y tomó una botella de vidrio que contenía un líquido rojizo y espeso. Llenó cada tacita con aquella bebida que Arthur no recordaba haber visto antes.

—¿Qué es esto? —preguntó curioso, agarrando una de las tacitas de chocolate.

—Se llama "Ginjinha", es un licor de guindas, pruébalo.

El chico punk olió primero el contenido. Tenía un aroma dulzón y peculiar, pero confiando en los gustos de alguien tan elegante como Gabriel, lo bebió de un solo trago. Al principio, el líquido tenía un sabor dulce, como su aroma, pero mientras bajaba por su garganta se volvió más ácido, dejando un rastro que le recordaba al vino de Oporto.

—¿Qué te ha parecido?

—Delicioso, extremadamente delicioso —respondió sinceramente—. ¿Festejamos algo? —añadió, antes de morder la tacita de chocolate.

—Sí, tus primeros cuatro meses trabajando aquí. —Gabriel dejó de lado sus sonrisas sutiles y elegantes, para regalarle una sonrisa amplia, mostrando sus dientes blancos, lo que provocó unas cuantas arruguitas a los lados de sus ojos verdes, coronado uno de ellos por ese lunar tan distintivo que siempre captaba la atención de Arthur.

—No es para tanto...

—Sí lo es, al menos para mí. Tus ramos son cada vez más bonitos y tus arreglos florales cada vez mejores, tienes muchísimo talento, rapaz. —Las palabras de Gabriel no eran de simple amabilidad. Arthur se estaba convirtiendo en un florista excepcional; incluso muchos jóvenes habían comenzado a comprar sus ramos porque tenían algo de rebelde, algo innovador, que contrastaba con la elegancia clásica y segura del portugués. En lugar de sentir celos, Gabriel estaba profundamente orgulloso de él.

—Oh... se olvidó de guardar ese muérdago —señaló Arthur, al notar la decoración navideña que aún colgaba del techo. Estaba a punto de ofrecerse para bajarla cuando sintió unos labios suaves y dulces caer sobre los suyos.

—¿Qué...? —La mente de Arthur quedó en blanco. Solo estaba Gabriel, enfrente de él, con los pómulos más rojos que las rosas de Hidalgo que se exhibían en la vidriera.

—Hay que seguir las tradiciones, chico punk de las flores —respondió Gabriel con picardía, antes de escaparse hacia el almacén de la tienda.

Arthur todavía no comprendía del todo lo que había pasado, pero le agradeció en silencio a su mejor amigo por todo y rápidamente buscó otra ramita de muérdago que había quedado detrás del mostrador. Luego corrió hacia la bodega para alcanzar al portugués, que lo esperaba con el corazón agitado en un rincón rodeado de jazmines y claveles del prado.

________________

¡Gracias por leer! 
¡No se olviden de dejar sus comentarios!

Este oneshot llegó a ustedes gracias a GalateaDNegro (ella tiene mucho más de la ship, así que vayan a chusmear sus cuentas). ¡Nos leemos en la siguiente comisión!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top