Epílogo

Pasaron ocho meses desde que me mudé con Santiago. Hubo muchísimas cosas que cambiaron en mi vida después de esa decisión; luego de tanto tiempo sentía como si me hubiera quitado una enorme mochila de la espalda. Me sentía completamente libre.

De mi padre no supe mucho más después del último incidente; lo vi un par de veces en la puerta de un bar que estaba cerca del departamento, pero apartaba la mirada como si yo fuera un monstruo, un error que prefería ahogar dentro de un vaso de whisky. Sin embargo, el dolor que antes me estrujaba el pecho, de a poco fue desapareciendo, y al final comprendí que no era yo el que estaba mal. Mi padre algún día lo entendería, deseaba que así fuera.

Luego de un largo proceso, mi madre consiguió el divorcio y la mitad del dinero que resultó de la venta de la casa. Compró una casa pequeña de dos aguas y adoptó un gato, algo que no pudo hacer durante todo el tiempo que estuvo con papá, ya que a él no le gustaban los animales.

Mentiría si dijera que todo era color de rosa; aunque las cosas iban marchando bastante bien, todavía habían noches en las que despertaba empapado en sudor luego de soñar con recuerdos de mi niñez. En ocasiones, mi subconsciente me jugaba malas pasadas y agregaba escenas en las que mi padre le hacía daño a mi madre, algo que yo temía desde que se divorciaron. Cada vez que eso sucedía, las manos cálidas de Santiago acunaban mi rostro y me repetían en susurros que todo estaba bien, que solo estaba teniendo otra pesadilla, y de pronto sentía que nada de lo que soñaba era real, que efectivamente, todos esos malos momentos, solo fueron parte de una horrible pesadilla que no parecía querer abandonar mis pensamientos. A pesar de todo, me sentía feliz. Mi madre había recuperado su sonrisa y estaba tranquila. Cristofer se había mudado cerca de nuestro departamento y había montado su propio consultorio, con un dinero que él y Alex habían ahorrado. Nuestra familia comenzaba a reconstruirse de a poquito, más fuerte que nunca, y las heridas comenzaban a sanar; el tiempo lo estaba curando todo.

Terminé de acomodarme el traje azul, alisé el moño en mi cuello y me miré por última vez al espejo. Los brazos fuertes de Santiago me abrazaron por la espalda y sus manos me acariciaron el pecho.

—¿Ya estás listo? -susurró en mi oído, y su aliento cálido me hizo cosquillas en el cuello—. Te ves muy sexy, eres el padrino más caliente que he visto en mi vida.

—Para ya, vas a hacer que tenga un problema y no es ni el momento ni el lugar.

Vi cómo se mordía el labio a través del espejo. Deslizó una de sus manos hasta mis pantalones y sonrió.

—Tenemos unos quince minutos antes de que lleguen...

—Santi..., ahora no... —susurré, con voz temblorosa.

Escuchamos tres toques en la puerta y justo cuando Santiago quitó la mano de mis pantalones, mi madre entró.

—¿Ya están listos? -se acercó a mí y alisó una vez más mi moño—. Te ves precioso, Lucas. ¡Pareces un muñequito!

—Ya basta, mamá...

Ella sonrió y se acercó a Santiago.

—Tú también estás guapo, Santiago, eres todo un príncipe azul —se puso en puntillas para acomodarle el cuello de la camisa y Santiago le sonrió, sonrojándose ante aquel gesto.

Mi madre lucía preciosa en su vestido blanco de seda fría. Llevaba años sin verla tan radiante.

—Gracias, Norma, usted también se ve preciosa.

Mi madre le dedicó una sonrisa cuando terminó de acomodarle la solapa del blazzer azul. Se miró al espejo y antes de salir, nos dijo:

—Dense prisa, son los padrinos, ¡tienen que estar ahí antes de que los novios lleguen!

Santiago me miró de reojo y yo bajé la vista.

—Ya estamos.

Salimos de la habitación del hotel y fuimos directamente al enorme jardín, donde estaba por suceder el gran acontencimiento: la boda de mi hermano. Vi a Gigi, a Claudia y a Sebas sentados en la primera fila, con la emoción reflejada en sus caras. Algunos amigos de Santiago, familiares de Alex y algunos primos lejanos que jamás esperé encontrar en una boda gay.

Cuando vi a mi hermano llegar del brazo de mi madre, se me estremeció el corazón. Me mantuve parado como un soldado, con las lágrimas atoradas en mi garganta. Se veía precioso en su traje negro, sus ojos brillaban entusiasmados. Cuando llegó al altar, Alex lo recibió con una sonrisa, tomándolo de las manos. La ceremonia comenzó y ante la presencia de unos pocos, luego de decir sus votos con la voz temblorosa por el nerviosismo y la emoción, se dieron el sí "hasta que el destino lo decida".

—¿Y ustedes cuándo piensan casarse? -preguntó Gigi mientras bailábamos.

—¿No te parece que es demasiado pronto para pensar en eso?

—¡Este idiota se va a decidir cuando ya tenga setenta años! —gritó Sebas, que estaba junto a nosotros.

—Tú cállate, primero consíguete una novia y luego háblame.

—¿Y tú qué sabes si no tengo?

—Luquitas, este cuerpo necesita otra boda —agregó Clau, abrazándome por la espalda—, además, con el papi que te agarraste, no debe ser tan difícil decidir, digo yo.

—Estoy de acuerdo —continuó Gigi—, nadie más va a aguantar a un mamahüevo como tú, ese chamo es pa' ti, juraíto.

—¡Dejen de comerme la oreja! —chillé.

—Bah, aguafiestas... —gruñó Clau, dándome un golpecito en la cabeza.

—Permiso..., no quiero interrumpir esta amena charla entre amigos, pero necesito un segundo a mi novio. ¿Me lo prestas, Gi?

—Llévatelo antes de que le meta un coñazo.

—Casi lográbamos convencerlo para que te diera el sí, Santi —agregó Clau con una sonrisa de oreja a oreja.

Santiago tomó mi mano y me llevó al centro de la pista. Comenzamos a bailar al ritmo de la lenta que sonaba en los altoparlantes, y en ese momento vimos a mi hermano subir a la pequeña tarima, donde un grupo de música country se estaba preparando para tocar. La música se detuvo súbitamente, y la voz de mi hermano se escuchó:

—Buenas noches. Gracias a todos por estar aquí en esta noche tan especial —Miró a Alex y este le dedicó una sonrisa-. Antes de que nuestros amigos los pongan a mover el trasero, queremos darles una noticia que estuvimos guardando para este día.

—¿Sabes algo de esto? —preguntó Santiago en mi oído.

Negué.

—Con Cris llevábamos mucho tiempo intentándolo. Ustedes saben que adoptar a un niño es bastante complicado, y no es solo por el asunto de que somos dos papis —dijo Alex, y todos rieron por lo bajo—, pero hace un par de semanas, después de dos años de espera...

Cris levantó un pequeño sobre y tomó nuevamente el micrófono.

—Seremos padres. ¡Aceptaron nuestra solicitud!

De inmediato los invitados comenzaron a aplaudir. Algunos silbaban, otros, al igual que yo, llegamos hasta las lágrimas ya que aquello nos había tomado a todos por sorpresa.

Me acerqué hasta la tarima y en medio de aquella algarabía, subí para abrazar a mi hermano. En ese momento, vimos a mamá caminar hacia nosotros y tomar el micrófono. Con lágrimas en los ojos, besó y abrazó a mi hermano, y dijo:

—¡Finalmente seré abuela!



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