Capítulo I
Pasaron dos semanas desde mi "desliz" con Santiago. Durante todo ese tiempo estuve tratando de no pensar; de seguir mi vida como lo venía haciendo hasta ahora. El gran problema era que mis conceptos se habían distorsionado tanto que ya no lograba distinguir lo bueno de lo malo. Conservaba el papelito con su número guardado en el cajón de mi mesa de luz, aún sin desdoblar. Estuve a punto de llamarlo infinidad de veces, pero todavía oía la vocecita en mi cabeza diciéndome que me estaba alejando muchísimo de mis principios.
La cosa se me empezó a poner difícil cuando todo lo que ocupaba mis pensamientos era el encuentro de esa noche. Pensé que quizá me haría sentir mejor sacarme esto de adentro y contárselo a mis amigos, pero estaba tan aterrado, tan avergonzado, que la sola idea me daba dolor de estómago. ¿Qué pensarían de mí al enterarse de que tuve sexo con un hombre desconocido? Ambas cosas eran terribles.
Había metido la pata hasta el fondo y no podía quitarme la maldita culpa de encima, y al mismo tiempo había algo dentro de mí que luchaba por soltarse.
"Hola, soy Lucas, el chico de la otra vez. Emm... creo que se me cayó un documento de la billetera en tu casa, ¿cuándo podría ir a buscarlo?"
De inmediato borré el mensaje. Respiré profundo, tomé el papelito con su número y marqué. La voz ronca de Santiago me atendió después del tercer "biiip" y se me puso la piel de gallina.
—¿Hola?
Me mantuve en silencio escuchando la respiración de Santiago. Me sentía un enfermo pervertido por imaginar toda clase de cosas sucias que lo involucraban. Con solo escuchar su voz mi mente se fue de viaje y tuve que cortar la llamada para evitarme otro bochorno.
—¡No soy un maldito maricón! —exclamé.
Decidí darme una ducha y distraerme con algún programa de la tele. En ese momento lo mejor que podía pasarme era quedarme dormido al menos por un rato, dejar de pensar.
Cuando salí del baño, revisé mi teléfono. Marcaba tres llamadas perdidas. Era el número de Santiago.
Luego de dar vueltas en mi habitación, dubitativo, con el aparato en la mano, decidí devolverle la llamada. No podía quedar como un idiota. Los hombres de verdad tenían los pantalones bien puestos, incluso para enfrentar estas situaciones.
Busqué su número en el registro y llamé.
—¿Hola...?
—Hola —dije rápidamente, tratando de que mi voz no sonara muy aguda—. Soy Lucas, el chico de la otra vez.
—Ah, el hetero curioso... ¿Tú me llamaste hoy?
—No, o sea, sí, pero..., se me cortó. Mira, te llamo porque creo que la otra vez se me cayó un documento importante de la billetera, y supuse que podría estar en tu casa.
Escuché un breve silencio, luego una risita.
—Ajá, no he visto ningún documento, pero si quieres venir a buscar, ahora mismo estoy en casa.
—No es necesario que sea ya —me aclaré la garganta.
—Pero dijiste que era importante —respondió con sorna—. Mañana no voy a estar en todo el día. Así que si quieres venir, estaré acá. Me acuesto tarde, así que no te preocupes por la hora.
Me tomé un momento para respirar porque llevaba aguantando el aire desde que comenzó la conversación.
—Bueno, em, en un rato estoy ahí. Será rápido porque no quiero molestarte mucho.
—Tranqui, te espero.
Cuando cortó la llamada sentí como si tuviera una pesa de cien kilos en cada pierna. "¿Cuál documento, idiota?" pensé, mientras revolvía mi armario en busca de una chaqueta. "¿Para qué vas a ir?". Y allí estaba, montado en un taxi rumbo a la casa del barman. Me había tomado la molestia de arreglarme el pelo y perfumarme, algo que pasó desapercibido hasta que mi maldita conciencia comenzó a reprocharme.
Hice las cosas demasiado rápido: pagué el taxi, me metí al edificio y subí las escaleras de a dos escalones a los tropezones, temiendo que alguien me viera. Cuando estuve parado frente a la puerta, levanté el puño para golpear, sin embargo me paralizé, me acobardé, y justo en ese momento Santiago abrió.
—Pareces un stalker —dijo con una sonrisa—. Pasa.
Me metí a su casa como un fugitivo que huye de la policía. Santiago cerró la puerta, fue hasta la cocina y trajo dos tazas de café.
—No, no; no me quedaré mucho, solo vine a ver si el documento estaba por acá, pero ya me voy. Es tarde.
Él dejó las dos tazas sobre la mesada de la cocina y se paró frente a mí, cruzado de brazos. Su mirada insistente e indagadora me puso tan nervioso que casi salgo corriendo.
—¿Quieres buscar en la habitación?
—¡No!, en la habitación no... —respondí, exaltado.
Santiago soltó una carcajada e hizo un gesto negativo.
—¿Entonces?
—¿Entonces qué?
—¿Para qué viniste, Lucas?
—Ya te dije... —retrocedí cuando Santiago avanzó hacia mí. En el momento en que me acorraló contra la pared, los nervios terminaron de hacer añicos mi fortaleza—. Para..., no me hagas esto.
—Vienes a mi casa con la excusa más ridícula que te pudiste inventar, ¿y me dices a mí que no haga esto?, ¿que no haga qué?
Apoyé las dos palmas en su pecho, al tiempo que ladeaba el rostro. Él tomó mi mentón con el índice y el pulgar, y antes de sentir sus labios vi sus ojos azules clavados en los míos. Deslicé las manos hasta su cintura y disfruté de ese beso tanto como la culpa me lo permitió; fue demasiado poco para mi gusto.
—¡Basta! —dije, dándole un empujón—. Te dije que yo no soy gay, ¿por qué me besas?
De nuevo lo vi suspirar.
—Tú eres el que no sabe lo que quiere. Decídete, chico; no trates de volverme loco.
—Tienes razón —dije, fastidiado—. Esto es ridículo. No sé ni para qué mierda vine. Me voy.
Caminé rápidamente hasta la puerta con la firme intención de largarme. Mire de soslayo a Santiago, que seguía parado detrás de mí con los brazos cruzados. Había apoyado el hombro en la pared; su mirada era indescifrable.
Tomé el pestillo y lo apreté, pero justo cuando abrí la puerta me sentí demasiado idiota para huir. Era suficiente, solo estábamos los dos, debía dejar de pensar. Santiago no era tonto y yo estaba haciendo el ridículo; él me tenía tan claro como un vaso de agua. Si había llegado hasta allí era porque realmente deseaba algo; ese algo estaba parado justo detrás de mí.
Cerré la puerta con suavidad y me giré para enfrentarlo. Lo vi subir las cejas, sorprendido, con una sonrisa dibujada en el rostro. No hizo falta decir absolutamente nada; yo no quería dar explicaciones, Santiago tampoco quería recibirlas.
Caminé a zancadas hasta él y me prendí de su cuello mientras buscaba desesperadamente su boca. Sus brazos me rodearon la cintura con firmeza y me guiaron hasta la habitación. Mis manos manoseaban cada rincón de su cuerpo, curioseando, explorando, buscando despertar su deseo sexual.
En cuestión de minutos nos habíamos deshecho de la ropa. Mi espalda recibía nuevamente el colchón mullido mientras la boca de Santiago se encargaba de hacerme delirar de placer, esta vez, sin un atisbo de culpa.
El sexo con él era rudo, brusco, salvaje y sucio. Pero era bueno, era muy bueno.
. . .
—Mis vecinas van a reclamarme un día de estos...
Santiago estaba recostado en el respaldo de la cama, con la sábana enroscada en la cintura.
Suspiré cansado, adormecido por la agradable sensación que dejaba el orgasmo. Sabía que el ataque de rebeldía iba a durar poco, la culpa volvió a colarse en mis pensamientos al verme desnudo "en la cama de un hombre". No podía evitarlo, era más fuerte que yo. Me senté de golpe en la cama, con las manos temblando, y un pinchazo en el trasero me hizo dar un respingo.
—Carajo... —me quejé.
—¿A dónde vas?
—A mi casa —respondí seco.
—Quédate.
—No puedo, mañana tengo que trabajar.
Escuché un suspiro, y el siseo de las sábanas cuando se levantó.
—Eres el tipo más raro que conocí en mi vida, en serio —comentó buscando su ropa interior en el suelo.
Hallé mis pantalones y me levanté de la cama para comenzar a vestirme. Santiago había desaparecido de la habitación, dejándome a solas con mis demonios, con ese sentimiento tan desagradable que me estrujaba el pecho.
Me fui de allí sin decirle nada, haciéndole la promesa de no volver a pisar su casa nunca más.
"No más deslices, Lucas, no más errores".
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