Capítulo 9
Ver a mi madre parada en el portal de mi casa fue lo último que esperaba. Nos miramos durante unos eternos segundos antes de que entrara y cerrara la puerta. Dejó el bolso que iba con ella a todas partes sobre el sofá, y se sentó cruzando las piernas. Yo me mantuve de pie, mirándola con cara de cachorro herido. Su mirada era severa, había un poco de tristeza y otro poco de preocupación.
—Te dije que íbamos a hablar sobre lo que pasó, ya llegó el momento; siéntate.
Obedecí, sentándome frente a ella con los codos apoyados sobre las rodillas.
—Creí que ibas a llamarme.
—No considero que sea apropiado hablar sobre esto por teléfono. Tu padre está insoportable con el tema y si me escucha hablar solo empeorará las cosas. Quiero que me cuentes qué es lo que está pasando, Lucas.
Suspiré, moviendo la pierna con nerviosismo. ¿Por dónde iba a empezar?, ni siquiera decirlo a grandes rasgos se me hacía sencillo.
—No quiero dar demasiados detalles, eres mi madre. Me da mucha vergüenza.
—Yo no te estoy pidiendo detalles, solo quiero saber qué es lo que pasa entre tú y ese chico. ¿Son novios?
Tan solo escuchar esa palabra hizo que se me pusiera la piel de gallina. Negué con violencia, apoyando las manos sobre las rodillas.
—No, es decir... todavía no. O sea...
—Lucas... —ella se levantó del sofá y se sentó junto a mí, en el posa brazos—. Yo no vine aquí a juzgarte, ni a decirte que está bien o mal que te guste un muchacho. Eres mi hijo, y voy a amarte seas como seas. Quizá es cierto que las cosas no resultaron como esperábamos, yo te imaginaba con una esposa y con hijos, pero eso no lo decido yo, es tu vida.
—Hasta hace un tiempo yo creía lo mismo que tú. Esperaba casarme, tener niños y que ustedes estuvieran orgullosos de mí, pero cuando conocí a Santiago todo cambió.
—¿Se llama Santiago ese muchacho?
Asentí, bajando la mirada.
—Lamento haberlos decepcionado. Lamento que papá no lo acepte y que crea que soy un monstruo. Yo no elegí esto, ¿sabes? Las cosas solo suceden y a veces uno no puede controlar el destino.
—Oh, Lucas... —extendió la mano, acariciándome la mejilla con dulzura—. No puedo hablar por tu padre, pero sí puedo decirte que yo no estoy decepcionada de ti. Es cierto que toda la situación me tomó por sorpresa, pero me tomé mi tiempo para pensar las cosas y entendí que no podemos obligarte a ser quien no eres, y mucho menos a casarte y tener hijos si no es lo que quieres para tu vida. No voy a negarte que fue algo muy difícil de asimilar, nunca imaginé verte con otro hombre, pero eso ahora es algo normal, ¿cierto? incluso pueden casarse. —Rió—. Creo que yo soy la que está un poco anticuada, debo actualizarme para que estas cosas no me tomen tan desprevenida.
Recosté la cabeza en su regazo y disfruté de sus mimos como cuando era un niño. Ella me acarició el pelo, la mejilla, y me delineó la nariz con el dedo.
Cada vez que mi padre se molestaba conmigo, solía golpearme con lo que él llamaba "la vara correctora". Recuerdo el ardor intenso en mis piernas, manos y en el trasero. Recuerdo sus gritos, y luego las palabras de mi madre calmándome mientras me acariciaba como lo hacía justo en este momento.
—Cuando era niño solías hacer esto cada vez que me asustaba, o cuando papá se enojaba conmigo —comenté—. Nunca fallaba.
—¿Sigue funcionando?
—Sí —respondí con una sonrisa, mientras cerraba los ojos, adormecido por la agradable sensación que me llevó nuevamente a mis días de niñez.
—Fantástico, no perdí mi toque —respondió—. ¿Vas a presentármelo?
Abrí los ojos de golpe y me incorporé, con el pelo revuelto.
—¿A quién?
—A Santiago, quiero conocerlo. ¿Dónde trabaja? ¿Cuántos años tiene?
—Mamá... —dije en tono de reproche—. Te lo voy a presentar más adelante, cuando esté un poco más seguro de esto.
Mi madre hizo una mueca, y justo en ese momento escuchamos la llave girar dentro de la cerradura. Por supuesto, Santiago tenía copia de mis llaves y esa noche habíamos quedado para cenar juntos. Yo lo había olvidado por completo.
—¿Lucas? Traje algunas cosas para la cena, no sabía qué querías comer así que... —cerró la boca de golpe al ver a mi madre sentada en el posa brazo del sofá. Dejó las bolsas encima de la mesa del comedor, con cara de espanto, y me miró—. Lo siento, lo siento...
—Vaya..., con que sabes cocinar. —Ella se levantó y caminó hasta él. Santiago le sacaba casi dos cabezas de altura, por lo que tuvo que ponerse de puntillas para darle un beso en la mejilla—. Lamento que la primera impresión haya sido tan... escandalosa. Es un gusto conocerte, Santiago, mi nombre es Norma.
Santiago entreabrió la boca, atónito. Giró la cabeza hacia mí en busca de una explicación, yo solo me encogí de hombros con una sonrisa.
—Esto... el placer es todo mío, señora. Yo no... No pretendía incomodar, ya me voy.
—Qué dices, si hasta trajiste para hacer la cena, quédate. Yo soy la que está molestando —respondió con una sonrisa.
—No, mamá, Santiago cocina delicioso, ¿quieres quedarte a cenar? —Miré a Santiago de reojo y podría jurar que iba a desmayarse de la impresión.
Mi madre miró el reloj en su muñeca antes de responder. Hizo una mueca de molestia que rápidamente se transformó en una sonrisa.
—Hoy no puedo, se me hizo tarde. —Besó mi mejilla antes de agarrar su bolso y colgarlo al hombro—. Ya sabes cómo se pone tu padre si estoy fuera de la casa hasta tarde. No sabía que venía a verte.
—¿Desde cuando te controla tanto?
Ella solo sonrió, acariciando mi mejilla.
—Todavía hay muchas cosas de que hablar, pequeño ratoncito. Por lo pronto, es bueno que sepas que tu madre estará contigo siempre, aunque todavía le cueste comprender un poco lo que está sucediendo. —Miró a Santiago, y le dijo—: Guapo, ¿me acompañas hasta la salida?
—Sí —asintió y rápidamente se adelantó para abrirle la puerta—. Claro.
Cuando se marcharon me quedé con el corazón latiendo a ciento cincuenta por minuto. La felicidad que me dejó la visita de mi madre no me quitó el mal sabor; esa sensación de que había algo que no estaba del todo bien. Ella me ocultaba algo, pude verlo en esa mirada melancólica que me dedicó antes de irse.
Pronto me vi envuelto en mis propios pensamientos, creando historias en mi cabeza que acabaron por ponerme demasiado inquieto. ¿Y si estaba pasándolo mal por mi culpa?, ¿y si mi padre la estaba involucrando en algo que ella no quería?, ¿cómo podía ayudarla si ni siquiera sabía lo que estaba sucediendo?
Santiago regresó al cabo de quince minutos, y yo todavía seguía sentado en el sofá, con la cabeza dándome vueltas.
—¿Qué fue todo eso? —me preguntó sorprendido, quitándose el abrigo antes de sentarse junto a mí en el sofá de dos cuerpos.
Encogí los hombros, pensativo.
—Algo anda mal.
—¿Por qué lo dices? Creo que esto fue genial, es un gran paso que tu madre haya venido a verte.
—Vino a escondidas de mi padre. O sea, puedo entender que haya sido porque todavía está un poco sensible por el tema, pero ella estaba... preocupada, no sé.
—¿Qué crees que pasa?
—Mi madre siempre me sobreprotegió, por eso mi padre la culpa por esto. Solo espero que no sea algo demasiado grave y ella esté cargando un peso en los hombros que no le corresponde.
—Si eso es lo que está pasando, en algún momento te vas a enterar. No te mortifiques, Lucas, te vas a volver loco. Disfruta de esto, tu mamá te aceptó, no está decepcionada de ti y te apoya, es un gran, gran paso.
Asentí. A pesar de todo, Santiago tenía razón. Sin embargo, cada familia era un mundo, y yo conocía muy bien el ambiente en mi casa. Mis padres jamás discutían en frente de mí, pero yo sabía que lo hacían; conocía de sobra el carácter de mi padre, sabía que su obsesión por la religión llegaba a tocar los límites, y que esto había sido un golpe muy bajo a sus creencias y a la enseñanza que me dio con tanto esmero.
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