Capítulo 7
Lo primero que vi cuando abrí los ojos fue la espalda de Santiago en la cocina. El sonido más suave retumbaba en mis oídos como si fuera una bomba. Se me partía la cabeza de dolor.
Me senté en el sofá, apretándome la sien con la palma de la mano. Había llorado hasta quedarme dormido y Santiago estuvo todo el tiempo conteniendome.
Un olor delicioso a verduras inundó mi casa y llegó hasta mi nariz, haciendo que mi estómago se quejara.
—¿Qué estás haciendo? —dije con la voz ronca.
Sentía los ojos hinchados, estaba despeinado y demacrado. De nuevo Santiago veía lo peor de mí.
—Te estoy preparando algo para cenar. Dormiste toda la tarde. ¿Cómo te sientes? Tu amiga Gigi llamó, le conté lo que había pasado y se volvió loca.
—Ay, no... —Me apreté los ojos con ambas manos y los mantuve presionados hasta que el ardor cesó—. Todo esto es un desastre...
—De verdad lamento lo que pasó, fue todo por mi culpa... Tal vez es cierto que deberíamos dejar las cosas como están, siento que no paramos de meter la pata.
Me levanté del sofá y arrastré los pies hasta la cocina. Santiago seguía de espaldas, así que solo lo abracé, apoyando la mejilla en uno de sus omóplatos.
—Ellos tenían que saberlo. Quizás no fue la mejor manera, pero ya está. No fue culpa tuya. Si tú te alejas de mí ahora, nada de esto tendría sentido. Eres el tipo que me dio vueltas el mundo, ¿recuerdas? Me costó bastante admitir que sentía cosas por otro hombre, así que no me dejes solo, por favor...
—No voy a dejarte solo. —Se giró para devolverme el abrazo y continuó—: Ya te dije todo lo que sentía la otra vez. Me gustas, pero no quiero estar escondiéndome de nadie. Podemos ir despacio si quieres, pero yo no quiero jugar. De todas formas creo que ahora tienes algo más importante en qué pensar, no puedes dejar las cosas así con tus padres.
—Llevará mucho tiempo hacerles entender lo que me pasa. Mi padre es demasiado cerrado. Ahora mismo me odia, realmente está decepcionado de mí, y mi madre... No sé lo que sienta ella, siempre es la que trata de equiparar todo pero creo que esta situación la tomó por sorpresa.
—A mi madre le tomó años entender que tenía un hijo homosexual. Mi padre siempre lo supo pero no porque yo se lo dijera, él lo intuyó desde que yo era pequeño. Sé lo complicado que es ser rechazado por tus padres, que te digan cosas dolorosas y desagradables, porque nada de eso debería salir de la boca de quienes te dieron la vida. Tú no eliges esto, Lucas. Un día algo hace clic dentro de ti y descubres que las cosas no son como creías. Es difícil de asimilar, para ti y para quienes te rodean.
—¿Cómo sé si esto es lo que quiero para mi vida? Quiero decir... Todo es tan confuso, me da miedo salir a la calle, me da miedo que la gente me juzgue así como yo mismo lo hacía, me aterra pensar en lo que puedan decir los demás.
—¿Y quienes son los demás?, ¿ellos te dan de comer? Lucas... —Me agarró por los hombros para separarme un poco de su cuerpo—, tú no puedes vivir de los comentarios o la opinión de la gente. Ellos no te manejan la vida, se supone que eso debes hacerlo tú. No puedes guiarte por lo que diga la gente, porque aunque seas hetero y vivas una "vida normal", ellos van a encontrar algo para criticarte. Creo que ahora mismo no deberías pensar en eso. Pasaron demasiadas cosas, date un respiro.
Asentí, con la mirada baja.
Santiago me besó la frente y me acarició con el pulgar la mejilla y el mentón. Yo recosté el rostro en su mano, tragando saliva para evitar que el llanto volviera a dejar en evidencia mi angustia; no importaba cuán acertadas fueran sus palabras, yo no podía dejar de pensar que había decepcionado a mis padres.
. . .
—Ay Dios mío, Lucas...
Claudia me acariciaba la espalda, en un intento por consolarme. Gigi y Sebas me miraban con pena, sentados al otro extremo del sofá.
Decirle la verdad a mis amigos me había resultado mucho más fácil de lo que esperaba. Sabía de sobra que ellos no iban a juzgarme porque eran mis mejores amigos. No importaba lo estúpido y cabezota que yo fuera, ellos siempre estarían allí para levantarme y sacudirme la tierra de los pantalones.
—Tu padre tiene que superarlo, Lucas.
—Nunca lo va a superar, dijo que estoy muerto para él, Sebas. No quiere saber nada de mí. Para él soy una aberración.
—A ver...—Claudia se sentó junto a mí y apoyó una de sus manos en mi hombro—. Que él lo crea no quiere decir que sea así. Sé que no fue la mejor forma, pero se enteró, así ahora podrás quitarte un peso de encima y ser tú mismo sin miedo. Si él realmente te quiere va a tener que entender que tú no eres su extensión.
—A todo esto... —Sebas miró a Santiago de reojo—, ¿ustedes son...?
—Sebas, no es momento... —intervino Gigi.
—No somos nada... —respondió Santiago—. Nosotros solo... Bueno, en realidad pasaron demasiadas cosas, así que por lo pronto deberíamos dejar que Lucas pase su duelo, se descubra a sí mismo y luego se verá.
—Sí, bueno, acostarte con un hombre no te hace gay... Bueno, puede que tal vez sí, depende del rol que hayas ejercido, ¿estuviste arriba o abajo?
—¡Sebas!
Solté una carcajada y me limpié las lágrimas con los pañuelos descartables que Gigi me había traído. Definitivamente mis amigos eran el remedio infalible para todas las tristezas.
Sin embargo, la pregunta de Sebas se mantuvo rondando en mi cabeza incluso cuando todos se marcharon. Era cierto que, a pesar de la angustia, sentía un alivio tremendo porque mis padres finalmente sabían la verdad, pero, ¿de qué verdad estábamos hablando?
—Vete a casa, los chicos ya se fueron. Estaré bien.
—¿Te molesta que me quede a hacerte compañía?
—No, no es eso... Solo no quiero que lo hagas por compromiso.
—¿Qué compromiso?
Me encogí de hombros.
—No lo sé, quizás te sientes culpable por todo lo que pasó y quieres compensarme de alguna forma.
Santiago suspiró y se sentó junto a mí.
—Claro que me siento culpable. Me siento fatal, porque si yo no hubiera abierto mi bocota nada de esto hubiera sucedido. Pero eso no significa que esté aquí por culpa. Me quedé porque quiero hacerte compañía y apoyarte en este momento, porque sé que es muy difícil lidiar con esto solo. Mira... Yo no tengo ninguna intención contigo. Ahora mismo todo lo que quiero es que te sientas mejor, y si tú quieres luego de esto salgo de tu vida y hacemos de cuenta que nada sucedió.
—Yo no quiero que salgas de mi vida —dije rápidamente, apretando los bordes de la manta que me cubría los hombros—. Ya te lo dije, todo esto es una completa locura para mí, pero me hizo darme cuenta de que toda mi vida estuve haciendo lo que mi padre quería, y olvidé quién era yo. Hasta hace unos meses estaba pensando en conseguir una buena chica, casarme y tener hijos, todo para complacer a mi familia. Pero entonces te conocí y supe lo equivocado que estaba...
Él guardó silencio por unos instantes, y al final, curvó la boca en una sonrisa.
—¿Estás saliendo del clóset?
Solté una carcajada y me cubrí la cara con la manta para que él no pudiera notar que me había puesto colorado.
—Sí, puede que sí. Pero solo contigo. No pienso andar con otros tipos, ni hacer lo que hago contigo.
—Me parece bien. —Extendió su brazo y me acercó a su cuerpo, apretándome—. A mí me gusta la exclusividad. Por un lado es bueno eso de que le tengas un poco de idea a los gays, así no te tientas a seguir probando.
—Por favor, no quiero probar más nada —Bufé—. Me gusta estar contigo, eres un buen tipo y cocinas rico.
—¿Estás proponiéndome algo, Lucas?
Detestaba ver esa expresión triunfal dibujada en su rostro junto a esa sonrisa serena, pícara y traviesa.
—Recuerda que todavía estoy asumiendo esto, ¿sí? así que bájate del caballo, vaquero. Vayamos suave y como dijiste, veamos qué pasa.
—Bien, me parece justo. Voy a confiar en que no te arrepentirás y me sacarás a patadas de tu vida. Si lo haces, le diré a Gigi que te de unos buenos "coñazos" por mí. Ella es buena en eso.
Ambos nos reímos.
Todavía no tenía una respuesta concreta para la pregunta de Sebas, pero estaba bastante conforme con el acuerdo al que llegué con Santiago.
Necesitaba pensar, acomodar mis ideas, que el tiempo pasara y se llevara mis temores antes de volver a enfrentar a mis padres. Solo me quedaba esperar que cuando llegara el momento, mi cabeza estuviera lo suficientemente clara como para plantarme delante de ellos y decirles toda la verdad, esta vez, siendo yo mismo.
. . .
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